~Capítulo 75~
Nadie tenía ganas de hablar en Desembarco del Rey.
Bastet miraba con angustia a sus tropas trabajar para apagar los incendios y rescatar a heridos. Sin Daenerys, la moral de los defensores de la ciudad cayó en picado; su reina los había abandonado y no solo tenían que luchar contra otros hombres de carne y hueso, sino que Bastet también los ayudaba con su dragona.
Si alguna vez Bastet había pensado que era un monstruo, lo que estaba viendo terminaba por convencerla de que sí. ¿Qué había hecho? Viseniam había quemado y aplastado todo a sus órdenes; edificios enteros quedaron reducidos a cenizas y otros se habían derrumbado bajo los golpes de Viseniam. Dany no volvió a aparecer en toda la lucha, y tampoco Drogon volvió al cielo a enfrentar a Viseniam. Bastet aterrizó cuando lo consideró oportuno e hizo que Viseniam patrullase la ciudad desde el cielo por si Drogon volvía o por si aparecía el otro dragón de Daenerys.
Jon la puso al corriente de la situación. Gracias a su ayuda habían podido atravesar las líneas defensivas y tomado lugares estratégicos de la capital. Entre los caídos, identificaron a algunos de los líderes más importantes de las tropas de Daenerys. Algunos soldados del Norte identificaron a ser Jorah Mormont (Bastet tuvo dificultades para reconocerlo después de tanto tiempo sin verlo), y unos inmaculados sobrevivientes dijeron que habían visto caer a Gusano Gris, su líder.
Asha fue en busca de Jon y Bastet cuando las cosas se calmaron. Ella había llegado hasta Pozo Dragón para comprobar si el segundo dragón estaba allí y evitar que alguien lo liberase, y se encontró con que los cuidadores del lugar se habían rendido. Asha los condujo hasta allí para que vieran a la bestia de color crema encadenada. El dragón, que según los cuidadores se llamaba Viserion (Bastet frunció el ceño al oír el nombre), había estado alarmado debido a los ruidos de lucha afuera. Las cadenas habían resistido, pero casi consiguió escapar cuando la Araña intentó quitarle las cadenas.
—¿Varys la Araña quería liberarlo? —preguntó Bastet, confundida.
—Tal vez creyese que le estaba haciendo un favor a su reina —supuso Jon. Su cara dejó entrever que no hubiesen podido conquistar la ciudad si Viserion aparecía—. O intentase crear más caos para poder escapar.
—Pero está claro que no lo consiguió —dijo Bastet señalando las cadenas que todavía apresaban a Viserion—. ¿Qué fue del Eunuco?
—Bueno, digamos que yo me encargué de él —respondió Asha, y señaló un lugar cerca de los anclajes de las cadenas que Jon y Bastet habían pasado por alto debido a las sombras del lugar. Allí, camuflado también por el cuerpo del dragón, estaba tirado en el suelo el cuerpo de un hombre regordete y calvo.
Bastet se acercó a verlo. Un gran corte cruzaba la espalda de arriba a abajo, cortesía del hacha de Asha.
—¿Podemos estar seguros de que se trata del Consejero de los Rumores? —preguntó Bastet. Parecía una broma que el hombre que debía conocer todos los secretos del reino muriese de un ataque por la espalda.
Los cuidadores del lugar asintieron, y Jon confirmó haberlo visto una vez mientras buscaba noticias de Sansa y visitó Desembarco del Rey como mensajero de la Guardia de la Noche. Bastet asintió, satisfecha; confiaba más en Jon que en los cambiacapas.
—Felicidades, Asha —dijo Jon tras acercarse al cadáver y confirmar que era Varys—. Has matado a uno de los hombres más odiados en los Siete Reinos atacando por la espalda, justo como hacía él.
Sansa le había dicho a Bastet en varias ocasiones que Varys había traicionado a su padre. «El que traicionó a nuestros padres ya está muerto. Te hubiera alegrado estar aquí para verlo», pensó Bastet. Varys también había traicionado a Aerys II.
Bastet estudió un momento a Viserion. Las escamas del dragón eran de color crema, pero la alas, cuernos y columna vertebral eran de color dorado. No era tan grande como Drogon, pero sí un poco más que el dragón de Aegon. Bastet suspiró; no parecía una buena opción para aparear a Viseniam, pero era la única que tenía.
—Salgamos de aquí —dijo Bastet.
Los tres salieron de Pozo Dragón y descendieron por Colina de Rhaenys para ir a su próximo destino: la Fortaleza Roja. Al llegar al pie de la Colina de Rhaenys se vieron obligados a atravesar el lugar más mísero que Bastet había visto nunca.
—Lecho de Pulgas, cada día peor que el anterior —comentó Asha.
Bastet había vivido de la caridad durante mucho tiempo en las calles de las Ciudades Libres, pero nada de lo que había visto se asemejaba aquello. Decidió que lo mejor para ella era no mirar a la gente, pero se hacía difícil al sentir los llantos de niños y mujeres.
La gran fortaleza que dominaba la ciudad se encontraba en lo alto de la Colina Alta de Aegon, el lugar donde hacía más de trescientos años atrás el Conquistador había construído su primera fortificación.
—Mis hombres encontraron al dragón negro en el patio del castillo —dijo Jon—. Seguía con ganas de guerra, pero demasiado herido para moverse. Se desangró antes de que pudiesen acercarse a él para darle el golpe de gracia. La sangre casi inundó el lugar.
—¿Queda alguien dentro del castillo? —preguntó Bastet.
—Daenerys está atrincherada sola en algún lugar —contestó Jon—. Pero no quedan centinelas dentro, o han muerto, o se han rendido. Solo sabemos que la reina continúa allí.
—Voy a entrar a buscar a mi hermana —dijo Bastet—. Yo sola.
El camino ascendente hasta la fortaleza le quitaba el aliento. Jon se percató de eso y se ofreció a ayudarla, pero Bastet denegó su ayuda. Era el Lamento silencioso otra vez; el veneno ya casi le había quitado todas sus fuerzas.
Después de una eterna subida llegaron a las puertas de la fortaleza. Había varios guerreros allí, la mayoría llevaban emblemas del Norte y solo un par de ellos de las Tierras del Ocaso.
—Puedo ir contigo —se ofreció Asha—. No vamos a abandonarte ahora.
—Sí, somos tus amigos, no tienes porqué ir sola —dijo Jon.
Bastet miró a sus dos amigos en silencio. Varios hombres abrieron las puertas para dejarla entrar. Bastet dio unos pasos hacia el interior de la fortaleza, y solo cuando estuvo dentro se dio la vuelta.
—No, es algo que debo hacer sola. Debéis entenderlo, por favor. Que nadie entre hasta que el sol esté en lo alto. Jon, cuando se cierren las puertas dile a Asha nuestro secreto y la promesa que me hiciste.
—¿¡Cómo!? —gritó Asha. Intentó correr hacia Bastet, pero Jon la detuvo.
—Adiós, amigos míos —dijo Bastet—. Jon, gracias por todo y recuerda nuestra promesa. Asha, gracias por ser mi primera amiga cuando solo era una niña asustada entre los dothraki. Os quiero a los dos.
Las puertas se cerraron, dejando a Bastet sola en la desolada fortaleza.
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El silencio en el interior de la fortaleza era tal que al cerrarse las grandes puertas el sonido retumbó en varias direcciones. El fantasmal eco solo aumentaba la sensación de desolación.
A su espalda, Bastet oía golpes en la entrada cerrada. Asha pegaba contra la puerta y gritaba que la dejarán entrar, pero las órdenes de Bastet fueron muy claras: nadie podía entrar en la fortaleza hasta que el sol estuviese en su punto más alto.
Los golpes de Asha cesaron, Jon debía de haberla detenido y pronto le contaría todo. Bastet empezó a andar para no oír la respuesta de Asha ante la revelación.
Ya había estado allí antes, cuando Nana Cotha la envió como representante del Dosh Khaleen. Siempre había creído que aquella fue una propuesta rara por parte de Nana Cotha, pero la mujer que la había criado tenía más secretos de los que aparentaba. Ordon... No se había despedido de Ordon. Había llegado a amar como a un hermano al hijo de Nana Cotha, pero no había ido a despedirse. Esperaba que la pudiera perdonar.
La fortaleza era demasiado grande cuando una estaba sola en sus pasillos. Cuando fue como representante ante el rey Joffrey el sitio estaba lleno de vida, tal vez no tanto como en sus mejores tiempos, pero nunca había ese silencio demoledor. Años habían pasado desde lo del rey Joffrey, demasiadas cosas habían pasado.
Bastet tenía que encontrar a Daenerys antes de que el veneno le diese el golpe final. Tenía una idea de dónde podría estar, pero era solo una suposición.
Recordaba el camino para llegar al salón del trono, aunque le costó un poco orientarse. Recorrió pasillos vacíos y en silencio. A cada paso que daba las piernas le pasaban más, como si tuviera piedras atadas a ellas. Cuando vio que su camino la conducía a una gran escalera, el dolor la hizo reír.
—Venga, vamos, no es tan difícil —dijo en voz alta—. Primero un pie y luego otro.
Subía por el centro de las escaleras a pesar de que si fuera por los lados le sería más sencillo. No iba a permitirse flaquear a esas alturas.
Cuando llegó más o menos a la mitad de las escaleras se llevó un susto de muerte.
—Vamos, hermanita, son sólo escaleras nada más, y estas no son las peores. Créeme, las del Torreón de Maegor son peores.
Era Rhaegar. Su hermano le tendía la mano para ayudarla a subir, en su cara la sonrisa que tantas veces había visto en sueños. En esa ocasión toda su ropa era roja, y el dragón tricéfalo de su Casa adornaba lucía orgulloso sobre su pecho.
—Y no, no estás soñando. —Bastet aceptó la ayuda de su hermano—. Estoy aquí, bueno, estamos aquí. Quería venir a buscarte, pero Isis dijo que necesitabas hacer ejercicio y como tardabas tanto...
—¡Rhaegar, no dije eso! Dije que necesitabas poner en orden tus pensamientos.
Isatra también le ofreció su ayuda a Bastet. El tacto de ambos era cálido, tan real que parecía un sueño. Los tres subieron juntos el último tramo de escaleras. Una parte de Bastet le gritaba que lo que veía no era real, que solo era otra alucinación debido al veneno, pero una voz en ella le decía que era verdad, que su hermano e Isatra Neferbah estaban allí con ella.
—Ya queda poco —dijo Isatra—. Lo has hecho bien, Bastet, solo aguanta un poco más. Nada más.
—Sí, hermanita. Hemos visto todo. Por cierto, ¿qué piensas hacer cuando te encuentres con nuestra hermana?
—No sé —contestó Bastet.
—Anda, toma. —Rhaegar le tendió un cuchillo que Bastet no había visto—. Puedes esconderlo en tu manga, así.
El tacto del cuchillo era frío, ¿lo habría traído ella del exterior y su dolor había hecho que lo olvidara?
—Ya hemos llegado —dijo Isatra—. El salón del trono.
Las dos grandes puertas estaban cerradas.
—¿Daenerys está ahí? —preguntó Bastet.
—Sí —respondió Isatra.
Bastet se quedó cara a cara con Isatra. Después de que Jon le contase la historia de los Otros, Bastet había reflexionado toda la noche. Isatra era...
—¿Qué será de mis hijos?
—Thorin y Rhaegar pasarán su infancia sin muchos contratiempos —contestó Isatra.
—¿Podré visitarlos en sueños algún vez?
—Te lo prometo. Tu hermano no me dejaría en paz si no lo hiciese.
Rhaegar las miró fingiendo que no sabía de lo que hablaba.
—¿Cuidarás de ellos, Isatra? ¿Justo como me has vigilado a mí?
—Lo haré, pero no me necesitarán mucho. Tendrán una familia a pesar de tu muerte. Serán felices porque tienen gente los quiere y cuida. Y cuando sean adultos deberán enfrentarse a su destino como tú has hecho.
Bastet abrazó a Isatra. Sus sospechas iban bien encaminadas.
—Gracias.
—No, gracias a ti —respondió Isatra—. Y perdón por todo lo que has tenido que pasar.
—No me lo has puesto fácil, ¿eh?
—Era necesario —se limitó a decir Isatra—. Cuando mueras podrás saber todo.
Bastet asintió. Se separó de Isatra y miró a Rhaegar. Su hermano abrió la brazos.
—Ven aquí —dijo Rhaegar.
Bastet la abrazó como un niña pequeña.
—Te quiero, hermano.
—Y yo a ti, hermanita. Gracias por poner mi nombre a tu hijo. Es un honor.
Bastet no quería irse, pero debía hacerlo.
Fue a las grandes puertas y antes de abrirlas se giró hacia la pareja. Los dos le sonreían.
Bastet abrió la puerta y entró en el salón del trono.
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Había creído oír voces, pero cuando Bastet abrió la puerta no había nadie con ella.
Daenerys estaba sentada en el Trono de Hierro, esperándola. Continuaba con su armadura negra, aunque Bastet no parecía portar ninguna arma. No dijo nada mientras ella se acercaba.
—Por fin estás aquí —dijo cuando estuvo cerca—. Me has hecho esperar mucho, Bas.
—Tenía cosas que hacer.
Daenerys sabía la imagen que daba sentada en el trono. Era el poder en el cuerpo de una mujer, era fuego salvaje.
—Así que aquí estamos —dijo Dany—. ¿Qué viene ahora? ¿Quieres quitarme el trono? ¿Vas a volver a matar a mis hijas para verme sufrir?
—Sé que me odias porque piensas que maté a tu hijo. Yo no tuve nada que ver con su asesinato.
—¡Mientes! —Dany cerró los puños con fuerza en los brazos del trono—. El asesino dijo colaborar que lo hacía por la reina y se encontró una escama rosa de dragón con él. Conspiraste con el inútil de mi marido ghiscari para matar a mi pequeño Aerys. Era una amenaza para ti y tus bastardos.
—No sé qué clase de plan super retorcido piensas que tengo, pero te juro por nuestra madre, la reina Rhaella, y nuestro hermano Rhaegar que no tuve nada que ver. Además, Thorin y Rhaegar no habían nacido para entonces.
Dany se levantó del trono. Los pinchos del reposabrazos le habían dejado cientos de pequeños cortes que no sangraban. «Thorin y Rhaegar, ¿eh? Voy a disfrutar mucho cuando los torture delante de tus narices», pensó Dany. No había perdido, alguien vendría pronto a ayudarla, siempre venía alguien. Ella no perdía, no.
Era Daenerys Stormborn de la Casa Targaryen, la primera de su nombre, reina de los Poniente. Ella no perdía. Había convencido a cientos de salvajes dothrakis para que se unieran a ella. Nunca perdía. Había conseguido que los dragones volviesen al mundo. Siempre había algo que viraba las tornas a su favor. Había liberado la Bahía de los Esclavos, eso no era perder. Había recuperado el Trono de Hierro, que había sido para ella desde que nació. No perdía nunca. Siempre conseguía lo que quería, por las buenas o con fuego y sangre.
—Cuando mis tres dragones nacieron, tú buscaste una manera de que tu huevo petrificado también lo hiciera. No podías soportar que yo fuese mejor que tú; me llamaban la Madre de Dragones, y la envidia se apoderó de ti.
—Admito que sí que quería una dragona, pero era porque existía la amenaza de que tú nos atacases. Mi aventura en Érinos fue por la misma razón.
Daenerys empezó a bajar las escaleras. Tenía que hacer tiempo hasta que alguien, Gusano Gris o ser Jorah, viniese a ayudarla. O ahogaría a Bastet con sus propias manos, como quiso hacer cada día desde la muerte de Aerys.
—Dices que yo iba a atacarte —dijo Dany—, pero solo quería vivir en paz con mi hijo. Fuiste tú la que causó todo esto cuando decidiste que Aerys debía morir.
—Te repito que no tuve nada que ver.
—Era hermoso, ¿lo sabías? —Dany se detuvo un momento—. La cosa más hermosa que haya visto nunca. Se parecía mucho a nosotras. Le gustaba jugar con Viserion y adoraba a su hermana. Y era inteligente, más que cualquiera de su edad, y cariñoso, y dulce, y... y... Y murió por tu culpa.
—Sé cómo te sientes —dijo Bastet—, solo pensar en cómo sería perder a mis hijos...
—¡No lo sabes porque no están muertos! —gritó Daenerys volviendo a bajar—. ¡Yo lo encontré! ¡Estaba tirado en un charco de su propia sangre! ¡Era mi niño, la luz de mi vida! Lo quería mucho más que a Zhaerys y Naerys, era todo para mí.
«Ya está, lo he dicho por fin en voz alta». Dany siempre dudaba de lo que sentía en verdad por sus dos hijas pequeñas. Ahora lo había expresado por fin. Aerys había sido su esperanza, la promesa de una vida mejor.
Dany por fin bajó del último escalón. La sala se veía muy vacía. El trono amenazante llamaba la atención.
—Siempre fuiste en mi contra —dijo Daenerys—. Somos mellizas, ¿por qué solo tú tienes el don de Daenys la Soñadora? ¿Acaso yo no sufría cómo tú? ¿¡Qué tienes tú que no tenga yo!?
—Yo no escogí nada.
—Nunca querías nada, pero siempre tenías que ser mejor que yo, siempre querías tener lo que yo tenía, ¡si hubieras podido me habrías robado mi vida! ¡Nunca soportaste ser la segunda si yo era la primera!
Daenerys la agarró del cuello y, para su sorpresa, Bastet no intentó impedirlo.
—¿Sabes una cosa, Dany? —dijo Bastet incluso con sus uñas clavándose en su cuello—. Siempre he sido segunda, siempre después de ti. Fui la segunda en nacer, la segunda khaleesi de Drogo y la segunda jinete de dragón en años, pero me enorgullece decir que seré la segunda en morir.
Bastet movió su mano antes de que pudiese ver siquiera qué tenía. Un cuchillo se clavó en sus costillas cerca de su corazón. Su armadura había sido inútil frente aquel acero.
Soltó el cuello de Bastet y miró el cuchillo que sobresalía de su cuerpo. Quiso hablar pero tosió sangre.
—Lo siento, hermana —dijo Bastet mientras se dirigía al trono tras ella.
Daenerys volvió a escupir sangre. No podía ser, eso no. Nunca perdía, siempre algo salía bien para ella en el último momento. Los dioses la habían abandonado.
Cayó al suelo de rodillas. La vida se le escapaba por momentos. Ella nunca perdía, todos la adoraban. Su visión se nublaba, pero vio algo.
Se había equivocado antes: había alguien más en la sala. Un hombre de pelo plateado y ojos añiles casi violetas que vestía por completo de rojo con el dragón de los Targaryen en su pecho. «Rhaegar debió haber sido así en vida, Viserys lo describía así».
—Dany, soy tu hermano Rhaegar —dijo el espectro rojo—. Siento no haber podido presentarme antes, pero era imposible. Te hablo ahora por primera vez para decirte que te cegó tu ira y aprovecharon para engañarte: Bastet no mató a tu hijo.
No, ella nunca se equivocaba, era la heroína de aquella historia, la víctima.
¿Tanto se había equivocado? Ella era Daenerys Stormborn de la Casa Targaryen, la primera de su nombre, reina de los Poniente, Madre de Dragones. Ella era...
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Bastet miró con resignación al cadáver de su hermana. Ya está, todo había acabado.
Estaba muy cansada...
Miró el Trono de Hierro, la representación de lo que significaba el poder. Con Daenerys muerta, ahora era suyo. Comenzó a subir los escalones para sentarse en lo alto, pero apenas subió un par de ellos; no pudo continuar. Todo su cuerpo ardía y cada vez le costaba más respirar.
Se sentó donde estaba y se recostó sobre el escalón superior, estirando los brazos sobre él. Qué cansada estaba... Dany tenía suerte, ella dormía. Bastet apoyó la cabeza en sus brazos extendidos.
Podría dormir un poco, eso la ayudaría a descansar. Y podría soñar. Soñaría con aquellos a los que amaba: su madre, Nana Cotha, Rhaegar y Drogo.
Bastet sonrió: vería otra vez a su sol y sus estrellas en sueños.
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Viseniam alzó la cabeza cuando notó que su corazón había dejado de latir.
Había sentido su debilitado estado mucho antes que ella misma. La dragona había elegido un sitio fuera de las murallas de la ciudad para esperar la muerte. Le hubiera gustado acompañar a Bastet, pero se había metido en un sitio muy pequeño para ella, había crecido mucho desde que rompió el cascarón en aquella hoguera.
Bastet ya no estaba en el mundo. Viseniam sabía que iba a ocurrir tarde o temprano.
El sol acariciaba sus escamas con su calor agradable. Le gustaba aquel sitio, era perfecto. La gran bola de fuego y luz casi estaba en su punto más alto.
Viseniam alzó un momento su gran cabeza para rugir de dolor; luego se recostó y cerró los ojos, lista para ir a reunirse con Bastet.
Tiempo más tarde, cuando Jon Nieve fue en su busca sólo encontró el enorme cuerpo muerto de la dragona, y al inspeccionarlo encontró bajo su ala dos huevos gemelos de dragón.
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