~Capítulo 70~

Llevaban un rato avanzando sin encontrarse con señales ni de amigos ni enemigos.

—¿Estás completamente seguro de que iban hacia aquí? —preguntó Marie.

—Sí, buscaban una zona para esconder a los bebés —contestó Richard.

Marie asintió; su palabra era lo único que tenía para empezar a buscar por una zona concreta y no dar palos de ciego.

Intentaban buscar cualquier cosa que delatase que por allí había pasado alguien huyendo: vegetación cortada para abrir un camino, pisadas en la hierba (aunque en aquel bosque debía de haber tal cantidad de soldados que sería difícil saber a quién pertenecía la huella), signos de pelea...

—Marie, cuidado. —Richard tiró de su brazo para que se acercase a él—. Silencio.

Sintieron el batir de alas de un dragón, Viseniam o el de Aegon, pero ninguno quiso arriesgarse a comprobar cuál era.

—No sé cómo no lo noté —murmuró Marie, enfadada consigo misma.

—Estabas buscando un rastro –contestó Richard—. No te preocupes, tú busca y yo vigilaré por si alguien se acerca.

—La Diosa no permite errores tontos...

—Ningún dios lo hace, y mira cómo vamos, necesitas un dios algo más permisivo como el nuestro.

Marie se paró en seco.

—Eso es blasfemia. La Diosa acepta convivir con otros cultos, pero no los insulta.

—No sé mucho de dioses, tal vez cuando todo esto acabe podrías hablarme de esa diosa Bastet que tan importante parece.

—Lo haré cuando empieces a hablar de ella con propiedad.

—No quería insultar tus creencias.

Marie creyó que tal vez había sido demasiado dura. Durante el tiempo que había vivido con los dothraki al servicio de Bastet, lo cierto es que no había visto un sentimiento religioso tan profundo como el que sí pueblo profesaba a la Diosa. «Amor y guerra, dos caras de la Diosa», una de las lecciones más importantes de su religión. La Diosa Bastet era tanto una entidad cariñosa como guerrera, la combinación perfecta, porque sólo juntando amor y guerra nacía la armonía.

—Acepto tus disculpas —dijo Marie—, siempre y cuando tú me hables de tu dios equino.

Continuaron su camino hasta que encontraron un rastro de lucha. Marie lo analizó y determinó que allí había ocurrido una escaramuza. Había muchas flechas desperdigadas, ya fuera clavadas en los árboles o en el suelo. Siguieron su rastro hasta llegar hacia... un arciano.

—Un árbol de los Dioses —murmuró Marie. Sabía que aquellos árboles eran sagrados para los Antiguos Dioses, los mismos que aún adoraban en el Norte—. Está es una señal de buena suerte. Creo que han pasado por aquí.

Se fijó en que había una rama partida con una sola flecha clavada. Tal vez se habían subido al árbol, pero le pareció muy extraño aquello.

—Continuemos.

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Si tenía que quemar todo el maldito bosque lo haría.

Aegon estaba furioso. No sabía cuánto tiempo llevaba dando vueltas sobre el bosque, pero parecía una eternidad.

Ordenó a Rhaegal que descendiese. El dragón pareció querer desobedecer sus órdenes, pero la amenaza del látigo era muy convincente.

Daenerys se había mostrado muy furiosa, no quería que golpease a sus "hijos" como si fueran simples animales.

—Ahora tienes dos hijas reales —le había contestado él antes de partir—, y su Bastet gana, desearás que use el látigo con ellas porque es lo menos doloroso que puede hacer.

Daenerys se preocupaba en exceso.

Rhaegal descendió justo dónde la había ordenado, aplastando con su enorme cuerpo escamoso todo lo que hubiese en su bajada. Dany se enfadaría con él si su querido dragón volvía con rasguños de más, aunque su mujer era la menor de sus preocupaciones en aquel momento.

Aegon, hasta el momento, solo había cumplido una sola de las órdenes de Daenerys: no entrar en combate directo con Bastet y su dragona. Era lógico, ellas tenían mucha más experiencia volando y combatiendo juntas; además de que la posible muerte de Rhaegal era una baja intolerable en su ejército.

Echó una rápida ojeada a su alrededor. Ni rastro del salvaje con aquellos dos estorbos. Había sido una suerte que la condenada Bastet se hubiese puesto de parto en medio de la batalla, podría matar tres pájaros de un tiro: al salvaje dothraki y a sus vástagos. Dany le había dado otra orden que por desgracia aún no había podido cumplir: proporcionar todo el dolor posible a Bastet, cosa que Aegon estaba más que dispuesto a satisfacer. 

Dany le había contado el asesinato de su primer hijo, Aerys, por obra de Bastet, como había sido capaz de conspirar con el padre de Zhaerys para sacar a su primogénito del medio; y tenía pruebas: el traidor tenía una escama rosada de dragón en su poder. Aegon se encargaría que sufriera por ello, porque si ya había conseguido una vez su objetivo nada le impediría volver a hacerlo.

Nada, no había ni un alma allí.

Aegon espoleó con furia a Rhaegal para iniciar de nuevo el rastreo aéreo hasta que...

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Marie y Richard habían podido esconderse antes de que Aegon los viese. Ambos se llevaron tal susto que por poco no conocían a la diosa Bastet y al dios ecuestre de los dothraki antes de tiempo.

Ninguno se atrevía a hablar, no con Aegon tan cerca. Ambos estaban paralizados.

Sin previo aviso, Marie sintió que algo frío, metal, le tapaba la boca. Una mano de oro. Era Jaime Lannister.

Marie se quitó la mano de oro de la boca lo justo para susurrar.

—Bastet está viva. Estamos buscando a los niños y a Khal Drogo.

—Los he visto a lo lejos —respondió Jaime, también susurrando—. Buscaban refugio en las cuevas.

—¡Mi señor! —gritó un hombre.

Aquel grito detuvo a Aegon, que casi se había marchado antes de que apareciese.

Una tropa apareció en el lado opuesto de donde estaban ellos.

—¿Hacia dónde están las cuevas? —preguntó Marie, sus palabras apenas un leve suspiro.

—Hacía el oeste desde aquí —respondió Jaime—, hay muchas por todas las colinas, pero buscad en sus bases, mi hermano está con ellos y es demasiado listo como para esconderse en una dónde Aegon pueda llegar con el dragón.

—Vamos.

—Idos vosotros, les distraeré.

—¿Lannister, estás...?

—Marchaos ya u os encontrarán.

Marie y Richard obedecieron, poniendo rumbo a las colinas donde Jaime decía que estaban los demás.

Antes de alejarse mucho, Marie se giró de nuevo hacia Jaime, que esperaba el momento adecuado para distraer a los otros.

Primero Marie llevó su puño a su corazón, luego, movió la misma mano hasta su frente, donde la abrió dejando su dorso apoyado en la frente y la palma hacia Jaime.

Se estaba despidiendo de él a la antigua manera de Érinos.

Se despedía de él como un guerrero, agradeciéndole su sacrificio.

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—¿Querías ser un héroe, no? —preguntó Aegon a su prisionero—. Un dragón y un rey, dos de un solo golpe.

Sabía que su plan era una estupidez, pero era lo que debía hacer para darle tiempo a Marie y al inútil de Richard. Debía ganar todo el tiempo que pudiera para ellos.

—Depende de a quién le preguntes ya soy un héroe —respondió. Hacía mucho que no hablaba así, con tanta chulería, como hacía antes, cuando tenía la certeza de que era intocable, aunque eso acabó cuando le cortaron la mano.

—Ser un traidor no es lo mismo que ser un héroe —contestó Aegon. «Me conoce, sabe quién soy», pensó Jaime. —. Bonita mano de oro, sé de muy poca gente que podría permitirse algo así. La quiero.

Un soldado, de una manera no precisamente delicada, arrancó su inútil mano de oro y se la dio a Aegon.

—Esto sí que es una verdadera mano del rey, Matarreyes. Me la quedaré como trofeo.

—Con qué poco se contenta un rey.

—Oh, te equivocas, todavía quiero más. Voy a causarle el mayor daño que pueda a tu amiguita, y luego puede que me pase por Tarth para comprobar si los rumores son verdad. Dicen que Brienne la Bella ha tenido otro hijo, de padre desconocido parece ser, el que le ha puesto el nombre de Tyrion, y, qué casualidad, tu hermano se llama así. Ella ya tiene tres, y por lo que he oído la niña parece una Lannister. ¿Curioso, no es cierto?

—No suelo prestar atención a los líos de faldas —dijo Jaime. Sabía lo de sus hijos con Brienne, debía mantener la calma y no dejar que sus emociones lo traicionaran—. Me sorprende que vos sí lo hagáis, después de todo lo que le ocurrió a vuestro padre por un malentendido con Robert Baratheon.

—¡Silencio! Me repugnas. Mi padre murió por tener a inútiles como tú a su lado. Deberías haber matado por él, pero asesinaste cobardemente a tu rey.

—Hice lo que tenía qué hacer.

Veía a Aegon cada vez más enfadado.

—Voy a matarte por traición —dijo Aegon, de forma lenta, saboreando cada palabra—. Todavía no sé cómo. ¿Por la espalda, como tú le hiciste a mi abuelo? No, eso es de cobardes y quiero que veas la muerte llegar. Veamos...

Le tenía miedo a pocas cosas, pero Jaime tuvo miedo de la mirada de Aegon.

—Vosotros, dejadlo ahí y apartaros —ordenó Aegon a los soldados que lo custodiaban—, a menos que querías ser pasto de las llamas.

«Debe de ser una broma. ¡Qué ironía!».

Había matado al Rey Loco para evitar el fuego para ahora morir él mismo quemado. Aquel malnacido se parecía a su abuelo en el gusto por quemar a gente.

«No me arrepiento de nada».

Era mentira, pero aquel fue el último pensamiento de Jaime Lannister el Matarreyes.

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Se habían alejado ya un buen trecho y todavía así pudieron ver la columna de humo que ascendía hacia el cielo aproximadamente en el lugar donde habían visto a Aegon.

«Que la Diosa te acoja y muestre su lado maternal contigo. Que la Desgarradora acabe con los que te hicieron daño». Era una manera de despedir a aquellos que habían muerto violentamente.

El sacrificio de Jaime no podía ser en vano.

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Khal Drogo había tomado la decisión correcta: dejar atrás a sus hijos para distraer a Aegon. Y había funcionado.

Allí estaban los dos, uno frente al otro, sin escapara ya del enfrentamiento que llevaba esperando desde el comienzo del día.

—Si me dices dónde están los niños te dejaré volver con tu traidora esposa —dijo Aegon. Una oferta absurda.

—Están a salvo lejos de aquí, con su madre —respondió en la Lengua Común que le había enseñado Bastet.

—Eres un mentiroso, khal, me esperaba más de ti.

Estaba listo para espolear a su caballo, su fiel compañero desde hacía muchos años. Si se lanzaba cara Aegon, su dragón devoraría a su caballo, y puede que después a él.

—¿Qué voy ha hacer contigo, khal? —preguntó Aegon—. Llamar a mis arqueros para que te conviertan en un erizo humano estaría bien, pero no ibas a sufrir mucho y quiero que sufras.

—Hablas con la seguridad de que no vas a morir hoy.

Aegon rio desde la grupa del dragón.

—Es que no voy a morir hoy, pero tú sí.

Eso fue todo lo que necesitó Drogo para lanzarse a por su rival arakh en mano.

El dragón, como aburrido, derribó a su montura de un zarpazo.

Drogo cayó al suelo junto a su caballo. Intentó levantarse, pero el dragón lo aprisionó con su zarpa.

—¡Mi señor! —Un grupo de hombres de Aegon llegó al lugar.

—Justo ahora que me voy a divertir vienen a molestar —dijo Aegon lo suficientemente para que sus hombres lo oyeran—. Me pregunto si los salvajes tienen a sangre roja, ¿y tú qué piensas, Rhaegal?

El dragón arañó el cuerpo de Drogo, desfigurando su carne. No gritó para no darle a su rival el placer. Por supuesto, su sangre era roja, común.

—Qué aburrido. Haz que la tierra retumbe con él.

La bestia lo liberó por un momento de su agarre. Luego lo aplastó contra el suelo.

Drogo seguía sin morir después de eso.

—Vuelvo a hacer eso hasta que yo diga —ordenó Aegon, con mirada sádica—. ¡Qué Bastet se entere donde quiera que esté!

El dragón cumplió el mandato. Drogo seguía vivo tras cada golpe.

Deseaba la muerte. Su caballo había muerto hace rato, pero él no. No sentía sus piernas y apenas podía mover los brazos. Los golpes habían hundido su pecho.

—Basta —paró Aegon—. Está a punto de morir con dolor, justo cómo deseaba. —Se dirigió a sus hombres—. Dad la orden de retirada.

—Pero...

—No me hagas repetirme. Mira al salvaje, apenas está reconocible. ¿No será un gran dolor para Bastet ver esto? Si los niños están lejos no podemos hacer nada más que irnos y volver a por ellos en otro momento.

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A Jon le sorprendía tanto el silencio demencial procedente del exterior como el de los niños.

Ambos permanecían callados, sin llorar, sin gritar, simplemente callados.

Khal Drogo había mentido: sus hijos no estaban lejos, estaban allí mismo, en una cueva cuya entrada estaba camuflada debido a la gran vegetación.

Lo habían oído todo, y cuando se dice todo es todo. Los golpes del dragón, las órdenes de Aegon y la supuesta retirada de las tropas enemigas. No se atrevía a salir por si seguían por la zona.

Oyeron pisadas cada vez más cerca de la entrada de la cueva.

Jon le dio el niño a Tyrion, quien apenas podía sujetar a los dos bebés.

Agarró la empuñadura de Garra y se preparó para un posible ataque desde el exterior.

Jon alzó su espada, en posición de ataque.

Entonces vio quiénes entraban en la cueva: Marie y Richard.

Capítulo dedicado AzureOath porque lleva como unos dos años esperando que este momento no suceda aunque siempre supo que era inevitable (sí, tener amistad con al menos una de nosotras te da el derecho a saber cómo continuará la historia, aunque sea para saber que se muere tu personaje favorito).

Aviso: ¡QUEDAN 5 CAPÍTULOS!

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