~Capítulo 67~
Daemon apenas había tenido tiempo de ponerse su armadura correctamente. No tenía escudero y por eso debía hacerlo solo.
Cuando el aviso llegó, se desató una preparación frenética. No había tiempo para explicaciones largas. No había tiempo para planificaciones detalladas. No había tiempo para despedidas.
Vestía igual que su padre, con el caballito de mar de los Velaryon en su pecho y sus brillantes colores.
—¡Padre! ¡Hermano!
Era Lucerys que, tal vez por ironías del destino, también llevaba un vestido con los colores de su Casa.
—Voy con vosotros.
—No —contestó su padre.
—¡Pero puedo ayudar!
—¡A que te maten! ¡Puedes facilitarles tu muerte acudiendo a poner su espada en tu cuello! —gritó lord Velaryon, pero al ver la cara se su hija su propia expresión se tranquilizó—. Lo siento. No tienes la habilidad necesaria con una espada para ayudar. Y eso es culpa mía, Lucerys. Lo siento también por esto.
Jacaerys dio un abrazó apresurado a su hija.
—¿Recuerdas lo que te prometí? Volveremos los dos. Te quiero, Lucerys.
Le toco el turno a Daemon. Lucerys lo abrazó justo cuando se padre se separó de ella.
—La diosa Bastet nos protege —susurró a su oído—, pero no hagas estupideces.
—Tú enfadada me das más miedo que una batalla.
—¡Daemon!
—Perdón.
Ambos oían los gritos de su padre dando las últimas órdenes antes de partir. Debían ir al encuentro del enemigo para no quedar en una situación vulnerable.
—Te quiero, Daemon.
—Y yo a ti, Lucerys.
Los hermanos Velaryon se separaron una vez más. No podía pasar nada malo, ¿verdad? Contaban con la protección de la Diosa y su madre velaba por ellos, siempre lo había hecho.
Antes de partir Daemon miró a su hermana.
—Volveré, lo juro por nuestra madre.
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Los dos ejércitos estaban a punto de encontrarse.
Era un terreno con pequeñas colinas y mucha vegetación. El bosque a su espalda podría servir de refugio en un caso desesperado y sus arqueros podrían utilizar las posiciones elevadas a su favor.
Daemon estaba sorprendido. Sabía que en aquel momento Bastet tenía tropas a su disposición, además de la horda dothraki, pero nunca se había parado a pensar cuántas. Vio a hombres con enseñas del Norte, Valle y la Tierra de los Ríos y del Oeste. Y no podía olvidar a los venidos de Érinos.
«De la tierra de mi madre», pensó con el corazón encogido. «Vienen de tan lejos para morir en tierras extrañas, justo como mamá».
—¿Vendrá la Targaryen con su dragona? Sería bueno...
—Está en sus últimas lunas de embarazo.
Oía hablar a sus hombres sin hacer mucho caso, aunque Daemon deseo que no los abandonase ahora. Sonrió al ver a la dragona por encima de ellos y distinguir en destello plateado en su jinete. Le pareció que era algo my digno por parte de Bastet acudir incluso en su estado, su bestias podría hacer una gran diferencia en el campo de batalla.
Su marcha se detuvo debido a un grito.
Daemon se puso de puntillas para ver por encima del hombro de aquellos a los que tenía delante. A lo lejos podía ver otra línea de hombres que a su vez se habían detenido y manchas negras que supuso que serían el estandarte de los Targaryen.
Bastet descendió frente a ellos. Empezó a hablar, pero los murmullos de tantos hombres a su alrededor impidieron que la oyera con claridad.
Sentía el latido de su corazón en su cabeza y al miedo recubriendo su pecho como una coraza.
Se adelantó hasta ponerse junto a su padre.
—Es preferible un cobarde vivo que un héroe muerto —le susurro, para que solo ellos pudiesen oírlo—. No hagas estupideces.
—Sí, papá.
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Jace pensó que no era un buen señor. Otros estarían orgullosos si su hijo daba la vida por la causa; él no, e Isatra no se lo perdonaría, no después de prometer que iba a cuidar de Lucerys y Daemon incluso si eso significaba poner en riesgo su propia vida.
Apartó esos pensamientos de su cabeza. En cualquier momento podía comenzar: una orden de Bastet y correrían a enfrentar al enemigo, a la muerte.
Miró con detenimiento hacia su frente, evaluando la situación.
Caballería pesada para actuar de tropa de choque; un llamativo contraste de la caballería ligera de los dothraki, más veloces, más sanguinarios, pero más desprotegidos. Si conseguían atravesar su línea y llegar hasta su retaguardia estarían perdidos. Infantería, lista para cargar. Pero lo peor eran las balistas colocadas en terreno elevado. Aegon (o Daenerys, Jace desconocía quién era la cabeza pensante de los dos) debía haber calculado donde se encontrarían y las posibles formas de aprovechar el terreno a su favor. Las balistas no eran para ellos: eran para Viseniam. Esperó que aquello no funcionase contra Bastet porque la amenaza aérea podría ser decisiva.
Jace estaba listo cuando vio que Viseniam volvía a ascender y luego sintió un cuerno sonar a poca distancia de él.
Estaba listo para lo que fuera. La Diosa Bastet protegería a Daemon mientras él se enfrentaba al enemigo. Nada más importaba.
—¡El Viejo! —gritó mientras desenvainaba su espada—, ¡El Verdadero!
—¡El Valiente! —replicaron sus hombres siguiendo su ejemplo.
Jace dio la orden de cargar contra el enemigo.
El fuego se puede apagar y la sangre secar; los leones pueden quedarse afónicos; llegar el verano o dejar de crecer fuerte, pero El Viejo, el Verdadero, El Valiente siempre permanece.
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Jace sabía que tarde o temprano debía encontrarse con él, pero no esperaba que fuese pronto. Jon Connington, el que fuera su amigo junto con Rhaegar, se acercaba a él.
—Te ves bien, Jace —saludó.
Jace rio; estaba cubierto de sangre y barro, espada en mano, preparada para segar más vidas.
—Lástima que no pueda decir lo mismo.
Ambos adoptaron una posición defensiva, a la espera del ataque del otro.
—Nunca imaginé que acabaríamos así, Jon.
—Y no tiene porqué. Únete a nosotros, Jace, yo mismo hablaré con Aegon por ti y tu familia.
—No puedo aceptar el perdón de un farsante.
—Es su hijo, el hijo de Rhaegar.
—No, es más un Fuegoscuro que un Targaryen. Nunca dejaría a mis hijos a su merced.
Jace tomó la iniciativa, cosa que nunca hacía en su juventud. Se lanzó hacia delante, buscando el punto débil del que fuera su amigo. Jon había cambiado, ya no era tan imprudente ni estaba sediento de gloria como antaño; el Jon que él había conocido nunca le hubiera darle la oportunidad de rendirse.
Jon paró sus estocadas y realizó su contraataque. Habían aprendido a luchar juntos, se conocían.
—Basta, Jace, juro que puedo protegeros.
—No puedo, se lo prometí a...
—¡A esa maldita Isatra! ¡¿No es cierto?! —Connington realizó un movimiento brusco que Jace apenas pudo esquivar—. ¡No hay día que no lo lamente! ¡Nuestra vida se arruinó por ella!
—Querrás decir la tuya.
Jace retrocedió. Siempre había sido más débil físicamente que Jon. Cada vez recurría más a la fuerza bruta debido a su recuerdo; Jon odiaba a Isatra, no era ningún secreto.
—¡Rhaegar murió por su culpa! Si no la hubiésemos conocido...
—Rhaegar la quería, y lo sabes muy bien. La amaba, y eso te irritaba porque él nunca sería para ti.
—¡Basta!
Jace detuvo una estocada, pero perdió el equilibrio debido a la fuerza del golpe. Jon también se percató y le dio un traspié.
Cayó al suelo de espaldas. Jon le quitó su espada de una patada y lo inmovilizó.
—Isatra esto, Isatra lo otro. ¡Era una mujer como las demás! —gritó Jon—. ¡Una bruja, una furcia y una desgraciada! ¡Nunca debimos ir a Épiket!
—Tu odia te ciega —respondió Jace. Sabía que iba a morir, ¿qué le importaba a Jon?—. Isatra era especial, pero nunca lo viste y ella nunca quiso que la mirases más de lo necesario.
Entonces lo vio. Daemon estaba acercándose hacia allí. Entonces ya no quería morir, no si Daemon lo veía.
Jace forcejeó para liberarse del agarre de Jon, pero era más fuerte.
—Podría haberte salvado, Jace —dijo Jon—, de verdad, pero Isatra sigue haciéndonos daño incluso muerta.
Jon levantó su espada... Jace vio a Daemon más cerca
«¡No!».
Connington bajó la espada.
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—¡Padre!
Daemon vio como Jon Connington hundía su espada en el pecho de su padre.
Cargó contra él.
Atacó sin pausa; tenía la ventaja de haber cogido a Connington desprevenido.
—¡Él era tu amigo!
Jon era fuerte, pero Daemon era joven y acababa de ver morir a su padre.
Antes de que pudiesen cambiar las tornas, Daemon clavó su espada en él.
Lo miró a los ojos y vio un destello de entendimiento.
—Eres su hijo...—Connington tosió sangre—. Tu madre era...
Daemon se encaró para que pudiese verlo bien, quería que muriera sabiendo su error.
—Te pareces a tu padre...
—Es porque yo sí soy su hijo —dijo Daemon, y clavó más profundo su espada.
Dejó que cayera al suelo. Regresó al cuerpo de su padre como si no hubiese más muertes a su alrededor. Se arrodilló a su lado, llorando.
Tenía delante el cuerpo de su padre, pero él ya no estaba allí. Cerró sus ojos violetas como señal de respeto. Lord Jacaerys parecía dormido, pero se había ido con Isatra y Rhaegar dejándolos a Lucerys y a él solos.
—¡Tenías que protegerlo! ¡Lo prometiste! —gritó al aire—. Qué le voy a decir a Lucerys...
—Nada —contestó alguien por encima de él—, porque tampoco vas a volver.
Aegon Targaryen hizo aterrizar a su dragón frente a él.
Daemon vio que negaba con decepción al tiempo que chasqueaba la lengua mirando hacia el cuerpo de Jon Connington.
—De esta sí que no vas a volver, grifo.
Daemon se levantó. Su espada seguía clavada en el cuerpo de Connington y no llegaría a tiempo para coger la de su padre, tirada solo a unos pasos de allí.
—Qué espectáculo, Velaryon. —No podía luchar contra la bestia verde de Aegon, lo sabía—. Una pena, te habría perdonado de no ser por eso. ¿Últimas palabras? Se las diré a tu hermana cuando me haya divert...
—¡Eres un farsante! ¡No eres el hijo de Rhaegar!
—Error. Es una pena, me caías bien.
«Mamá, no dejes que Lucerys esté sola».
Tenía que intentarlo, aunque le había prometido a su padre no hacer ninguna estupidez.
Intentó correr hasta la espada de su padre, pero la garra del dragón lo alcanzó antes.
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Bastet centró su atención en las balistas desde el primer momento. Eran para Viseniam y para ella, lo sabía.
Viseniam era hábil y esquivaba los proyectiles sin muchos problemas, pero para Bastet la situación era distinta. Su avanzado estado de embarazo le provocaba molestias a la hora de montar, pero eso no era lo peor, oh no, los Dioses seguían burlándose de ella
Viseniam hizo arder la primera balista mientras una nueva contracción sacudió a Bastet.
Había roto aguas al poco de empezar la batalla. Desde entonces, Bastet se limitaba a sujetar con fuerza a Viseniam mientra su dragona hacía todo el trabajo.
«Aguanta, por favor».
Otra balista, otra contracción, esa vez más seguida con la anterior.
«Por favor».
Viseniam sentía que estaba sufriendo. Bastet vio que empezaba a descender en dirección al bosque.
—¡No, sube! ¡Queda una balista!
Pero Viseniam la ignoró.
Cuando llegaron a tierra.
—¡Sube!
Viseniam se alteró. Bastet vio que Drogo iba hacia ellas. Debía de haberlas visto descender. Junto a él iban Richard, Tyrion y Jon Nieve.
—¿¡Qué ocurre!? ¿¡Por qué habéis descendido!?
Otra contracción. Bastet gritó y casi se cae de Viseniam.
—¡Estoy de parto!
Bajó de Viseniam. Cuando lo hizo, su dragona se marchó por el aire.
Apenas podía mantenerse en pie.
—El bebé estará en peligro si pasa más tiempo —dijo Tyrion—. Está zona tiene cuevas y escondites entre la vegetación. Podemos esconderte y preparar tu retirada con el bebé.
—Daré la orden. —Drogo espoleó a su caballo—. Protegemos el bosque todo lo posible.
Drogo miró a Bastet.
—Enseguida vuelvo —y luego se dirigió a Tyrion y Jon antes de marcharse—: Vosotros dos, mantenedla a salvo.
Jon ayudó a Bastet a mantenerse en pie.
—Vais a tener que ayudarme. ¿Alguno ha participado en un parto?
—No puede ser muy diferente al de una yegua —dijo Jon.
—¡Te voy a matar Jon Nieve! —gritó Bastet al tiempo que sentía otra vez una contracción.
—Yo solo he ido al mío, pero creo que puedo ayudar —dijo Tyrion—. Mirad, allí entre los árboles. Un escondite perfecto.
No era ni el lugar idóneo ni el momento adecuado para nacer, pero su hijo no quería esperar.
Bastet se puso de parto ayudada por Tyrion y Jon. Algunos dothraki se acercaron a protegerla. Bastet deseaba que Drogo volviese, o Asha o Marie.
Bastet gritó y empujó con fuerza.
—Aguanta —dijo Jon Nieve, quien le dio su mano—, sé que duele, pero debemos darnos prisa.
—¡No lo sabes! —contestó Bastet apretando su mano con fuerza.
No quería que todos la viesen así. Bastet creyó ver a Richard allí.
—¿Qué rayos está haciendo?
Jon se dio la vuelta para verlo.
—Está corriendo en círculos con un coco en brazos.
Bastet volvió a gritar, retorciéndose de dolor. Puede que Richard estuviese distrayendo a todos siendo él mismo...
—Al final nos mata a los dos por tu culpa —replicó Tyrion—. Ignóralo; es un tonto y los tontos hacen tonterías.
Bastet clavó sus uñas en el dorso de la mano de Jon, pero el bastardo no se quejó. Sentía que su cuerpo se partiría en dos.
Gritos, luego silencio...
Jon retiró su mano y cuando se levantó tenía un bebé de pelo plateado en sus brazos.
—¡Ya está!
Bastet quería llorar y no supo si lo consiguió, estaba tan empapada de sudor que sus lágrimas pasarían inadvertidas.
Alargó sus brazos para coger a su hijo.
—Dam... —otro pinchazo en su vientre que casi la dobla.
Jon miró a Tyrion. Bastet vio la cara de sorpresa de ambos.
—¿Qué...? ¡Ahhh!
—Son dos, Bastet —dijo Jon.
«¿Dos?».
Reflexionó un momento. Su barriga había sido grande porque no estaba esperando un solo hijo: eran dos. Ahora tenía que luchar el doble para sobrevivir.
El hijo que sostenía Jon empezó a llorar. Bastet quería abrazarlo, consolarlo, decirle que todo iría bien, que era su madre y lo protegería hasta la muerte. Pero tenía que ocuparse primero de su hermano o hermana.
Hizo un último esfuerzo y... todo acabó.
Antes de la oscuridad vio que Tyrion tenía a su otro bebé. Su segundo hijo tenía el pelo oscuro, justo como su padre.
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