~Capítulo 63~

Daemon había preparado un discurso para presentarse ante Bastet Targaryen, pero su mente se bloqueó cuando vio que allí estaba su hermana. Bajo del caballo y corrió hacia ella, ignorando por completo a una sorprendida Bastet y a todos los demás.

La abrazó antes de que pudiese hablar. Su pelo olía a rosas, justo como las que cultivaban en Marcaderiva.

—¿Daemon? —Lucerys tardó un poco en reaccionar—. Daemon, hermano.

Su hermana también lo abrazó. Daemon intentó no llorar para no causar mala impresión, pero ver a Lucerys, a quien no le importaban esas nimiedades y lloraba como nunca, rompió la coraza que llevaba desde hacía tiempo.

—Siento haber tardado tanto —susurró para que solo Lucerys lo escuchase—. De verdad que lo siento.

—Papá no dudó de ti ni un instante, pero yo…

—Ahora ya estoy aquí, volvemos a estar juntos, nada más importa.

Daemon estaba deseoso de volver a ver a su padre y de hablarle a Lucerys sobre su madre, pero antes tenía otros asuntos que atender.

Dejó a abrazar a su hermana y se volvió hacia Bastet Targaryen.

—Mis disculpas, pero un hermano no puede evitar alegrarse de ver a su mellizas tras tanto tiempo separados.

Bastet asintió.

—Lo comprendo, hubo un tiempo en el que sentía igual. —Señaló hacia una tienda—. Supongo que deseas hablar a solas antes de partir hacia Roca Casterly.

—Así es.

—Bien —dijo Bastet, y luego se giró hacia otro hombre para añadir—: Jon, manda un mensajero a la Roca. Lord Jacaerys debe saber que su hijo ha vuelto.

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Bastet estaba poco menos que sorprendida de la repentina llegada de Daemon Velaryon. Las últimas noticias eran que él era un servidor de Aegon Targaryen muy respetado por el reciente rey. Su llegada le parecía sospechosa y muy fortuita; al principio casi había sospechado que fuera el propio Aegon debido a que los dos tenían rasgos valyrios, pero la reacción de Lucerys la había tranquilizado. Aún así, Bastet intentaría no quitarle un ojo de encima y evitaría su presencia entre los suyos tanto como fuera posible.

Le pidió a Sansa y a Jon que los acompañaran, solo por si al recién llegado se le ocurría atentar contra su vida.

—Bien, Velaryon, has recorrido un largo y fatigoso camino desde la capital —dijo Bastet—. ¿Cuándo partiste?

—El mismo día del nacimiento de la princesa Naerys, aprovechando todo el revuelo.

«Qué causalidad…», pensó Bastet.

—¿No participaste de la matanza? —preguntó Jon.

—No, desconocía las intenciones de Aegon hasta el último momento. Me hubiera negado categóricamente ante tal suceso.

—Dicen que eras un hombre de confianza de Aegon, ¿acaso lo niegas? —preguntó Bastet.

—Confiaba en mí, pero sabía que me opondría a la lucha directa. He hecho cosas horribles en la capital, pero mi mano no cometió directamente ningún asesinato.

—Has cometido cosas horribles, pero nunca has matado. —Bastet sintió que le volvía a cansarse y se sentó, pero evitando dar una imagen de debilidad—. Si queréis uniros a mí, debéis ser sincero, Daemon; Cersei y yo no queremos mentirosos ni cobardes a nuestro alrededor.

Bastet notó cierto nerviosismo en Daemon. Se fijo en cada movimiento, fijándose en qué desvío la mirada al mencionar a Cersei. Bastet centró su atención en la mano derecha de Daemon: una circunferencia de color oscuro, similar a la marca de los Neferbah que Isatra le había enseñado. Quiso confirmar lo que era, aunque sabía que era imposible que Daemon tuviese alguna relación con los Neferbah (lord Jacaerys le hubiera dicho la verdad cuando le habló de Érinos), pero Daemon oculto la mano en un gesto espontáneo.

—Yo di la orden de matar a Myrcella Baratheon —dijo al fin—, bueno, no así. Aegon preguntó mi opinión y cómo necesitaba su gracia, me mostré de acuerdo y eso fue suficiente para que se decidiera.

«Así que era eso. Ay, Daemon, si resulta que no mientes, tú y yo vamos a ser buenos amigos».

—Evitaremos hablar de eso con Cersei. Esta noche te ofrezco alojó a ti y a tu hermana, si ella también lo desea, y mañana te acompañaré a Roca Casterly para ver a Cersei y a tu padre.

—Muchas gracias, Bastet Targaryen, no deseo ser una molestia…

Bastet llamó a Asha y a Lucerys para quedarse sola con Sansa y Jon.

—¿Os ha parecido sincero? —preguntó Bastet.

—Cuando ha hablado de Myrcella Baratheon, sí —contestó Jon—, pero tengo mis dudas sobre el resto su historia.

—Yo también —añadió Sansa—. Ha escapado con demasiada facilidad; en Desembarco del Rey hay demasiados ojos y oídos como para huir así, sobre todo con la Araña.

—Mañana le pediré a Cersei que lo acoja en la Roca y hablaré con su padre. No lo quiero cerca sin saber sus intenciones. Cada vez que esté aquí lo quiero vigilado. Sansa, por favor, acoge esta noche a Lucerys y trata de obtener tanta información sobre su hermano como sea posible. No te muestres muy interesada, solo tírale un poco de la lengua. Jon, tú vigilalo esta noche.

Ambos de mostraron de acuerdo.

Bastet se quedó sola el resto del día mientras esperaba el regreso de Drogo. Sentía que iba a estallar. Detrás de sus ojos sentía una presión constante y un latido doloroso en la parte de atrás de su cabeza. Bastet se quedó dormida sin querer y despertó cuando Drogo volvió.

—¿Por qué Richard dice que ha aparecido hoy en el campamento una versión masculina de Lucerys Velaryon?

Bastet restregó sus ojos. El dolor de cabeza parecía haber disminuido, pero la tensión seguía ahí. Le contó la llegada de Daemon Velaryon, su historias y las dudas que despertaba en ella.

—No quiero que nunca te quedes sola con él —dijo Drogo—; daré indicaciones para que eso no ocurra mientras te encuentras en el khalasar.

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Para Jace, el momento en el que le dijeron que si hijo había vuelto sería uno de los más importantes de su vida. Por supuesto, sabía de la huida y Daemon y que el viaje sucedía sin demasiadas complicaciones, pero desconocía el día de su llegada.

Tenía tiempo para adecentar un habitación para su hijo. Cuando dio la órdenes, incluso sus sirvientes se alegraron por la noticia. Muchos de ellos conocían a Daemon y su alegría era sincera. Era un muchacho que se hacía querer, nunca le dirigía, al menos que Jace supiera y se decepcionaría en caso contrario, una mala palabra a un sirviente. Decían que era encantador como su padre, pero Jace se reía para sí mismo; Daemon se parecía a su madre en ese aspecto, pero nadie tenía forma de saberlo.

Informó a Cersei antes de retirarse a dormir y mentalizarse sobre lo que sucedería.

«Gracias, diosa Bastet, por el regreso de mi hijo sano y salvo», rezó antes de irse a dormir.

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Jace fue a la vez un padre orgulloso y un señor serio, tal y como su estatus requería, cuando vio a su hijo presentarse ante Cersei Lannister.

Asistió al interrogatorio de su hijo, sin intervenir para evitar habladurías, pero nunca se retiro, por muy incómodo y doloroso que resultase escuchar el relato de Daemon.

—Padre. —Daemon lo abrazó cuando por fin acabó aquello y estuvieron solo ellos y Lucerys en sus aposentos —. Siento haber rendido Marcaderiva a Aegon, pero lo tenía otra opción.

—Hiciste lo correcto para salvar a nuestra gente, es lo que un señor haría.

Jace no podían evitar sonreír, al igual que Daemon y Lucerys. Volvió a agradecer a la Diosa que su familia  estuviese reunida de nuevo.

—Voy a enseñarte todo esto, hermano. —Lucerys agarraba a su hermano del brazo mientras señalaba a su alrededor—. Hay un recinto lleno de animales, ¡incluso leones! Y las vistas al mar, no se parecen a las de muestras isla, pero son hermosas. Vamos a recuperar le tiempo perdido.

—Eso está muy bien, hermanita, pero me temo que tendrá que esperar.

—¿Ocurre algo? —preguntó Jacaerys.

—Papá, tengo que contarte una cosa —se separó de su hermana—, y a ti también, Lucerys. He visto a mamá en sueños.

Jace se quedó paralizado.

—¿A mamá? —preguntó Lucerys—. ¿Qué quieres decir?

—Sé que suena raro, pero tenéis que creerme. La he visto en mis sueños. Se llama Isatra. Te pareces a ella, Lucerys, tienes su nariz y sus ojos son del mismo tono de marrón, e incluso tiene una marca de nacimiento como la nuestra.

—Pero no es posible…

—La he visto, no te miento.

Jace sabía que no mentía.

—Papá —Daemon llamó su atención—, creo que tienes algo que contarnos.

Jace suspiró. Había esperado no tener que hacerlo, pero en el fondo sabía que era algo que tenía que afrontar en cualquier momento.

Miró a sus hijos antes de hablar.

—Creo que es hora de que la verdad sobre vuestra madre.

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Bastet acudió a una curandera del khalasar después de marcharse de Roca Casterly. Cersei le había ofrecido a su propio maestre, pero desconfiaba de él. En el khalasar Bastet era una de las figuras con más poder y no necesitaba depender de nadie así.

Le habló a la mujer de sus fatigas y faltas de aire, y del dolor de cabeza. La curandera, Bastet desconocía su nombre, la escuchó con atención y le hizo algunas preguntas.

—¿Cuándo fue vuestra última sangre, khaleesi?

Bastet debió poner cara de espanto porque la curandera se mostró preocupada.

Había estado con tantas obligaciones que no se había dado cuenta.

—Hace por lo menos una luna que no sangro —dijo.

Su ciclo lunar nunca se había retrasado tanto.

—Khaleesi, puede que esté esperando… He de examinarla.

Bastet asintió y dejo que la mujer la examinara.

—Khaleesi, está encinta. Está esperando un khalakka.

«No puede ser», pensó Bastet, debía de ser una equivocación, pero el cansancio, la falta de sangrado…

Bastet quiso aguantarse, se llevó una mano a la boca para disimularlo, pero no fue capaz. Empezó a reír como una niña pequeña y abrazó a la mujer, quien también se reía, contagiada por la alegría de Bastet.

—¿Estás segura? —preguntó Bastet, algo más tranquila.

—He sido curandera durante veinte años, khaleesi, nunca me equivoco, he ayudado a nacer a más niños de los que puedo recordar.

—Desconozco tu nombre, buena mujer.

—Khili, khaleesi.

—Bien, Khili, vas a ayudar a nacer a mi hijo también, el hijo de Khal Drogo.

Hacía unos meses pensaba que era estéril y ahora… ahora… Bastet volvió a reír. No pensaba que ser madre fuera una objetivo en su vida, pero en aquel momento era una señal de esperanza en el futuro.

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Para los dothraki los momentos más importantes en la vida de un hombre debían ocurrir al aire libre. Por eso Bastet no le comunicó a Drogo la noticia de su embarazo cuando se encontraron en su tienda.

Juntos cabalgaron hasta un claro cercano, donde Viseniam se había instalado. La dragona parecía dormir cuando llegaron, pero cuando Bastet bajo de Legolas, Viseniam abrió los ojos, sin levantarse. Bastet rio y acarició a su dragona.

—¿Tú ya lo sabes verdad? —susurró—. ¿Cuánto hace que lo sabes, eh?

Viseniam emitió un breve y amortiguado gruñido. Bastet aceptó esa respuesta y volvió con Drogo.

—¿Qué ocurre? ¿Ahora te gustan los paseos nocturnos?

Bastet le acarició la cara y luego bajo su mano por su brazo hasta agarrar la suya. Se la llevó a su vientre.

—Estoy embarazada.

Khal Drogo la miró, sin aparatar la mano de su vientre.

—¿Estás segura? Decías que la esterilidad era común en tu familia…

Bastet empezó a llorar.

—Estoy segura, hoy me ha revisado una curandera. Y he perdido la sangre de la luna.

Bastet hablaba entre lágrimas, pero estas eran de alegría. Apoyó su cabeza en el pecho de Drogo.

«Una no verá a sus hijos crecer», recordó las palabras de Jon Nieve. No, ella no, ella viviría para su hijo.

—Ahora tengo que vivir por nuestro hijo, Drogo. He de ganar.

Lo perdería todo, viviría rodeada de lágrimas, estaba dispuesta a quemarse en su propio fuego si era necesario. Pero ella iba a vivir por su hijo. Viviría por él y mataría a todos los que quisieran hacerle daño.

Nota de las autoras:

¡Sorpresa! ¿Alguien se esperaba esto? ¿Será niño o niña?

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