~Capítulo 6~

Y allí estaba. Con ella compartía casi todo: mismo color de pelo, mismo color de ojos, mismo día del nombre. Distintos caminos tomados.

—No sabía que venías —dijo Daenerys como si se alegrará—. Gracias por venir, me has alegrado mucho.

—No hay que agradecer nada —contestó Bastet.

Viserys decidió unirse a la conversación.

—Qué bonito. La familia reunida tras todos estos años.

Bastet decidió ignorarlo. No le entusiasmaba demasiado la reunión familiar.

—¿Y qué, hermanita, disfrutas de tu boda? —preguntó Bastet a su hermana.

—No tanto como me gustaría —contestó—. No me gustan estas costumbres de bárbaros. Aunque bueno no les da la cabeza para más.

—No deberías hablar así de ellos —le reprendió Bastet— ¿Qué pensarán si te oyen?

—Ninguno de estos bárbaros nos entiende.

Y tenía razón. Todo la conversación había sido en la Lengua Común . Pocos allí presentes la hablaban. Y los pocos que entendían aquella conversación no eran dothraki.

—Pero aún así eres su khaleesi. Son tu responsabilidad.

—Qué ilusión. Soy la nueva reina de un pueblo de bárbaros imbéciles.

La cara de Daenerys no era de alegría precisamente. Bastet no entendía por qué razón se había casado con Khal Drogo si odiaba a su pueblo.

«Que también es el mío desde hace años», pensó Bastet.

Cuando se había escapado hacia años fueron los dothrakis los que la acogieron. Nana Cotha le regaló otro hogar, otra familia. Con los que su hermana llamaba imbéciles ella había aprendido muchas cosas. Había aprendido a montar a caballo, a defenderse... Pero por lo que más estaba agradecida era que le habían enseñado lo que era una familia, su rhojosor.  

Entre aquellos «bárbaros » volvió a aprender a sonreír de verdad. Nana Cotha fue para ella la madre que nunca conoció. Cuando se había fugado se fue sin esperanza y con la desilusión como compañera, con los dothrakis encontró la esperanza y recuperó la ilusión. No podía dejar que alguien hablase así de su rhojosor, aunque ese alguien fuese su hermana de sangre.

—¿Entonces por qué te has casado con un bárbaro si no soportas a su pueblo? —le preguntó Bastet a su hermana.

Fue Viserys quien contestó.

—Se ha casado por el honor y gloria de la Casa Targaryen. Ella sí entiende esos valores.

—¿Entonces todo a sido un matrimonio arreglado? 

—Pues claro, ¿se podía esperar algo más? —le contestó esta vez su hermana—. ¿De verdad crees que me casaría con un bárbaro por gusto? Tiene un ejército que puede ayudar a la causa de nuestro hermano, y está en mi mano poder ayudar. Esta es otra cosa en la que nos diferenciamos hermana.

Bastet ya no podía más.

—Esta bien, veo que no has cambiado nada. Y ahora, si me permites, déjame seguir disfrutando de la fiesta.

Daenerys volvió a su lugar junto a Khal Drogo. Bastet se volvió a quedar a solas con su hermana mayor.

—No te enfades con Dany, Bas —dijo Viserys de pronto—. Hace lo que hace por amor.

Por amor se comenten locuras y se hace lo que sea necesario cuando la persona que más amas está en peligro, pero, si a Daenerys la movía el amor, Bastet no podía imaginar quién era tan importante para ella como para aceptar una boda arreglada con alguien a que claramente no era de su agrado.

—¿Ves todos estos festejos? —Viserys habló con ella—. Podrías ser tu la que estuviera en lo alto. Pero te negaste. Dany entiende que es necesario para recuperar la gloria de nuestra Casa.

—Me intentaste vender como si fuera un bonito jarrón.

—Por el triunfo de nuestra Casa.

—¡Ya basta! —replicó Bastet—. ¡No quiero volver a hablar de esto hoy!

Decidió dejar que su hermano le refunfuñase al aire. Todavía no lo había perdonado por aquello.

Bastet decidió arriesgarse a mirar a lo alto de la grada. Khal Drogo la estaba mirando con sus ojos negros. Ella fingió que se giraba para agradecerle a Richard.

—Se me olvidaba agradecerte el puesto de honor que me asignaste —le dijo Bastet en dothraki.

—No hay nada que agradecer, Bastet. Eres la protegida de una gran anciana del Dosh Khaleen.

Bastet siguió disfrutando del espectáculo.

Un hombre algo mayor se acercó a hablar con Viserys y luego se dirigió a ella en la lengua común.

—Buenos días alteza, mi nombre soy Ser Jorah de la Casa Mormot. Es todo un honor poder hablar con vos.

Ser Jorah no le pareció a Bastet nada atrectivo. Era alto, de cuerpo robusto y con una calvicie incipiente, aunque le pareció amable. Bastet le sonrió.

—El honor es mío. No todos los días tengo la oportunidad de hablar con un caballero. ¿De que parte de Poniente procedéis?

-Del Norte, de la Isla del Oso, más concretamente. Mi familia tiene su sede allí.

—¿Y qué hacéis tan lejos de casa, Ser?

—Me desterró lord Eddard Stark, guardián del Norte y señor de Invernalia. Mi familia no pasaba por una buena situación y..., bueno, mi proceder en aquel momento no fue el acertado.

—Siento vuestros problemas, Ser.

Las palmadas de Drogo los interrumpieron. Era la hora de dar los regalos a la novia.

Poco a poco, le fueron llevaban sus regalos a Daenerys: Viserys le regaló tres doncellas, ser Jorah libros escritos en Lengua Común y el magíster que la había hospedado cuatro huevos de dragón petrificados.

«Son preciosos», pensó Bastet. «Sobre todo el rosa»

Bastet había llevado unos trajes dothrakis para su hermana por no hacer quedar mal a Nana Cotha. Cuando se los fue a ofrecer ella le dijo en Lengua Común:

—Vivir tanto con salvajes idiotas ha provocado que olvides lo que es un buen regalo. No te culpo, comer tanta carne de caballo con hierba afecta a cualquiera.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. La sangre de Bastet hervía: insultaban a un gran pueblo sin apenas conocerlo.

—Te voy a enseñar que más he aprendido, hermana —contestó Bastet, mientras tiraba su regalo al suelo—. ¿No lo quieres? Pues no lo tengas.

Todo el mundo se quedó paralizado por la sorpresa. Solo Viserys reaccionó.

—¡Pequeña sinvergüenza! —gritó su hermano mientras se dirigía hacia ella—. ¡Has despertado al dragón!

Viserys agarró el hombro de Bastet con fuerza. Ella lo miró desafiante. De niña había tenido que soportar sus abusos.

Ahora no lo haría.

—Te equivocas, yo soy el dragón —dijo Bastet.

Y se fue de allí tal y como había llegado: con la mirada de todos clavada en ella.

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