~Capítulo 52~

Vado Rubí

Había esperado encontrar un lugar horrible, con signos aún visibles de la batalla que había tenido lugar, pero se equivocó.

Vado Rubí era hermoso... demasiado hermoso para lo que había sucedido allí. La guerra era un recuerdo lejano, sin ninguna pista de su existencia más que el nombre del lugar. El agua corría tranquila, aunque un poco sucia, lo que indicaba la presencia de lodo. La hierba crecía verde brillante y podían notarse signos de la presencia de animales.

Bastet esperó encontrarse con un lugar muerto, pero solo encontró vida donde su hermano perdió la suya.

Pidió que la dejaran sola, que era una cosa que debía hacer sola. Bajo de su caballo cuando se cansó de contemplar el lugar desde su grupa.

Robert Barathoen había matado allí a Rhaegar, con un golpe de su martillo.

Se dirigió al río.

El golpe fue tan fuerte que rompió la armadura de rubíes de su hermano.

Se quitó las sandalias que usaba para montar.

Las rubíes cayeron al río al igual que su sangre. Por eso el sitio se conocía con ese nombre.

Bastet metió los pies en el agua. Estaba fría y se hundió un poco en el lodo.

Rhaegar...

El pecho de Bastet se encogió.

... había...

Un sollozo ascendió por su garganta. Bastet no quería llorar, no ahora.

... muerto...

Vio a su hermano cayendo al río, con su sangre ensuciando el agua y rogando las tierra próxima. La hierba de aquel lugar crecía fuerte por su sangre.

... allí.

Bastet no aguantó más: lloró.

Sintió frío a pesar de la luz del sol. Se encogió de hombros para retener su propio calor con ella. Bajó la cabeza. Sus lágrimas bajaban por su rostro para caer al agua.
Intentó limpiarse el rostro con el dorso de la mano, pero nada detenía su llanto.

Se agachó para limpiar en el río el rastro de sus lágrimas en su mano. Hundió profundamente la mano en el lodo, deseando poder esconderse allí abajo para no sentir dolor.

Se detuvo cuando su brazo quedó hasta su muñeca completamente sumergido, al sentir que tocaba piedras. Agarró las piedras y retiro la mano.

Bastet se equivocó en otra cosa ese día: no eran piedras.

En su mano, agarrados firmemente, había dos pequeños rubíes.

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Desembarco del Rey


Su llegada traería consecuencias inimaginables.

Antes de bajar del barco, Aegon creyó que, cuando pisará la ciudad de sus antepasados, se despertaría en su interior un torrente de emociones. Odio, tristeza, alegría; pero, sobre todo, esperaba que uno fuese más fuerte que el resto: la familiaridad, que algo le dijese «ya estás en casa».

Pero cuando piso tierra, la único que se despertó en él fue asco por el nauseabundo olor. De camino al castillo sólo percibió eso, nada más.

Algunas gentes miraban su comitiva desde sus ventanas o callejuelas con discreción, seguramente preguntándose quién diablos era aquel muchacho que merecía ser escotado por más de cien soldados de la reina.

Hubo alguno que pensó que tal vez fuera el hijo de la extranjera, que ahora era la inesperada aliada de su reina, debido a su cabello plateado. Esta idea en seguida era descartada porque, al verlo de cerca, el joven parecía demasiado mayor para ser su hijo, incluso puede que fuera más mayor que la reina de Meereen.

Aegon saluda con una sonrisa y un leve movimiento de cabeza a aquellos curiosos. Era una de las primeras lecciones que había aprendido: para ganar un reino, primero tienes que ganarte a sí gente; de nada sirve que te sientes en el armatoste de hierro si todos te odian. Así que eso hacía, dar una buena primera impresión. Hubo algunas mujeres que se retiraban coloradas, lo que era buena señal. Lo consideraban atractivo, y siempre podía usar eso a su favor para, en algunos casos, ganar el favor de los hombres a través de sus mujeres.

Al castillo se hizo visible por fin cuando empezaron a ascender una cuesta. La gran construcción roja sí cumplió las expectativas de Aegon, acrecentadas por los relatos de su tutor y prácticamente segundo padre, Jon Connington.

Un rugido anunció su presencia, y tres grandes bestias aparecieron en el cielo sobrevolando la ciudad.

«Los rumores son ciertos, está aquí», pensó Aegon complacido. Otra hija de la sangre del dragón, como él.

Los guardias que lo acompañaban dieron un ligero salto debido al susto, pero no él. Por el rabillo del ojo, observó que, a su derecha, su tutor también se había sorprendido, aunque lo disimuló muy bien; a su izquierda, lord Daemon Velaryon, su más reciente aliado, aguantó la compostura. No sabía si el chico era de fiar. Había rendido su isla y jurado lealtad a su causa, pero sólo porqué no tenía otra opción. Era rendirse o morir, y Velaryon eligió la vida. Tendrían que vigilarlo bien, al menos durante un tiempo prudencial. Le pediría a la Araña que se encargase de eso la próxima vez que se encontraran.

Fue conducido hasta lo que suponía que era el salón del trono. En la puerta, dos capas blancas los detuvieron.

-La reina ha ordenado que sólo pueden pasar tres -informó uno-. El que se hace llamar príncipe y dos más. -Miró un momento a la espada que pendía del cinto de Aegon-. Sin armas.

Aquello lo enfureció. Lo trataban como un extraño en su propia casa. ¡Todo el maldito castillo debería ser suyo por derecho!

Aegon iba a replicar, pero su tutor se adelantó.

-Mi señor no tiene nada que ocultar.

Aegon se tranquilizó a sí mismo y recordó porqué estaba allí.

-Así es -respondió a la palabras de su tutor-; venimos a parlamentar, no a hacer la guerra. Si esas son las órdenes de las dos reinas -puso especial énfasis en el número-, nosotros las cumpliremos pues somos invitados en casa ajena. Connington y lord Velaryon me acompañarán.

Dicho lo cual, se quitó el cinto de la espada y se la entregó a uno de los soldados. Cuando sus compañeros hicieron lo mismo, el guardia asintió y se volvió para abrir la puerta.

En efecto, era el salón del trono. Al final de la sala se alzaba la imponente estructura de hierro que su antepasado, Aegon I, había forjado con el fuego negro de su dragón Balerion y las espadas de sus enemigos derrotados. Aegon vio con disgusto a la mujer sentada en el trono. La Reina Flor ocupaba un lugar que no le pertenecía en lo alto del trono. Sentada en los escalones de hierro, casi a ras del suelo, estaba la mujer que de verdad estaba buscando: Daenerys Targaryen, la Madre de Dragones, La que no arde, reina de Meereen... y su futura esposa, si al final lo aceptaba.

Los demás presentes en la sala era guardias con el símbolo Baratheon o Tyrell en sus ropas. Al lado del trono, un hombre se mantenía de pie, mientras ostentaba en su pecho el símbolo que lo acreditaba como Mano del Rey... o de la Reina, en este caso. Según tenía entendido, aquel hombre era lord Tyrell, el padre de la Reina regente.

-Los muertos vuelven a caminar entre nosotros, por lo que veo-dijo la Reina Flor-. Miles lloraron vuestra muerte, pero aquí estáis. ¿O acaso no eres Aegon, hijo del príncipe Rhaegar, acompañado de otro muerto, Jon Connington?

-Soy yo. Las historias de mi muerte fueron todas falsas, como podéis ver observar, magestad. Fue el propio Connington el que me rescató antes de que los Lannister me mataran, como ocurrió con mi madre y mi hermana. No marchó al exilio como todos creéis.

-¿Y qué venís hacer aquí justo ahora? -preguntó la Reina Flor. Su vestido hacía resaltar su larga melena castaña y revelaba la forma de su cuerpo, que no parecía desmejorado a pesar de haber dado a luz varias veces. Tendría que tener cuidado con ella-. ¿No son demasiados años tarde para vuestro reclamo?

Ese era el momento que había estado esperando durante mucho tiempo. Una mala palabra podría derrumbar todo por lo que había luchado. Un pequeño malentendido y tantos años de esfuerzo no habrían valido para nada.

-No vengo a reclamar el trono, si eso es lo que sugerís -respondió Aegon mientras miraba fijamente a la Tyrell-. Fue ganado por derecho de conquista y no quiero otra guerra para recuperarlo. Ha llegado a mis oídos la guerra contra la reina madre, que reclama a vuestra hija y la regencia.

-Pero tampoco habéis venido hasta aquí para venderos como un vulgar mercenario. Así que decidme ahora qué habéis venido a buscar o si no haré que os expulsen de la ciudad.

Aegon suspiró. Ahora o nunca.

-He venido ofrecer mi lealtad. -Vio que sus palabras causaban el efecto esperado en la Reina Flor-. Antes de que tan trágico suceso ocurriese en el reino con la muerte de vuestro esposo, le hice una oferta a vuestra aliada, la reina de Meereen.

-¿Qué queréis decir? -inquirió Margery.

Al pie del trono, la Mano también se mostró confuso.

-Seguro que habréis oído que un Targaryen sólo en el mundo es una catástrofe -habló por primera vez Daenerys-. Con la muerte de mi hermano y luego de mi querido hijo Aerys, pensé que estaba yo sola con mi hija y mi hermana. Pero me equivocaba, al poco de la muerte de mi esposo, recibí la noticia de que otra dragón podría estar vivo. Lo mandé buscar y, tras verificar su ascendencia, me dieron la buena noticia.

Daenerys alzó la cabeza para mirar a los ojos a Margery.

-Nuestro pacto quedaba sellado con la unión de nuestros hijos o nietos -continuó. Hubo murmullos en la sala, producidos por los guardias, atónitos ante semejante alianza-. Mi pequeño Aerys murió antes de poder cumplirse esa alianza, y vos no tenéis hijos que pueden casarse con mi Zhaerys. Así pues, busqué un nuevo esposo y aquí está.

Daenerys volvió a mirar a Aegon, quien se regocijo al ver que su plan funcionaba.

-Este es a quién he elegido -sentenció Daenerys-, mi futuro esposo y vuestro nuevo aliado.

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Desembarco del Rey, unas semanas antes

Dany, sentada en un frío banco de piedra, miraba a Zhaerys jugar por el jardín. Se imagina que ella y Bastet hubieran podido hacer lo mismo en caso de que su padre no hubiese sido asesinado.

Durante su estancia allí se había imaginado muchas veces su posible vida en la Ciudadela Roja. Habría compartido habitación con su hermana en la Torre de..., para luego tener una propia llegadas a cierta edad. Tras las lecciones impartidas por los mejores maestres y septas, ambas dedicarían el resto del día a correr por los pasillos riendo, jugar en el agua del río en verano o pasar el día en el jardín. También estarían con su madre y de vez en cuando podrían asistir a las audiencias de su padre el rey, o visitar Rocadragón para ver a su hermano Rhaegar y jugar con sus sobrinos.

Era una vidas perfecta... y se la robaron. Era ella la que tenía que haber crecido allí, la que tenía que haber vivido como una princesa. Todo aquello le pertenecía a ella, no a la enfermiza heredera al trono, hija de la Reina Flor y el hijo del Usurpador.

Dany las odiaba a ambas, a la reina y a su hija, y muchas veces se preguntaba la verdadera razón de que le hubiese ofrecido semejante pacto. Unir sus familias por el matrimonio de sus hijos era una estupidez. Dany quería lo que era suyo y haría cualquier cosa por conseguirlo, incluso volverse a casar para tener otro hijo, a pesar de que todavía lloraba por las noches la muerte de su pequeño Aerys.

«Mi hijo no murió, lo asesinaron, Bastet lo mató», se recordó a sí misma. Su hermana mandó matar a su hijo para deshacerse de la competencia, y para ello se había aliado con el estúpido de su marido ghiscari, que deseaba ver a la que creía su hija como su sucesora.

Idiotas, los dos lo eran. Daenerys encontraría al hijo de Bastet y acabaría con él ella misma. Sus espías no había dado aún con él, pero Dany sabía que existía. ¿Por qué sino iba a querer a su pequeño muerto? Respecto a lo otro, debía buscar un pretendiente, y rápido. Si Zhaerys hubiera sido un varón no tendría necesidad de hacerlo.

«En realidad, todo sería más sencillo si yo misma fuera un hombre. Mi vida sería más fácil», pensó Daenerys. Necesitaba un hijo para mantener la farsa con las florecillas doradas, pero ¿quién sería el padre? Tras el nacimiento de Aerys, había jurado no volver a tener más hijos ni tomar esposo. Pero fue vendida primero por su maldito hermano a un salvaje; luego, se vio obligada a venderse a sí misma para obtener por fin la paz en Meereen. Después su encaprichamiento con Daario Naharis había llevado a que no fuese cuidadosa, y el Té de la Luna había fallado conllevando a la concepción de Zhaerys. Por suerte, la niña se parecía a ella lo suficiente como para no hacer sospechar a zo Loraq de que esa niña no era de su sangre.

Se sentía utilizada, toda su vida había sido así. Ella sola no conseguía nada si no era asociada con algún hombre. Después de todo, Aegon el Conquistador sin sus hermanas seguía siendo el rey que unificó seis reinos, pero la reina Visenya sin él era solo una bruja envidiosa con demasiado poder. La princesa Rhaenyra también era envidiosa, además de una mujer obsesionada con el poder según el bando de los verdes. ¿Y qué sería la Bondadosa Reina Alysanne sin Jaehaerys el Conciliador? Era simple saber la respuesta: eran una amenaza; porque cuando un hombre es poderoso es un héroe, pero cuando lo es una mujer, está loca.

-¿Qué queréis, Araña? -preguntó Dany sin apartar la vista de Zhaerys-. Debéis de tener una buena razón para permitir que note vuestra presencia.

Varys la Araña, Consejero de los Rumores, rio tras ella.

-Lamento no haber anunciado mi presencia -contestó el eunuco, sentándose a su lado-, pero era una escena conmovedora veros a vos y a vuestra hija. Es una niña encantadora, verla jugar me trae recuerdos de vuestra sobrina Rhaenys. Tenía un gato negro que se llamaba Balerion, y jugaba que los dragones volvían. Vuestra hija tiene a vuestros tres escamosos hijos.

-Los dragones no son juguetes ni lindos animales de compañía, son bestias que dejan fuego y sangre a su paso.

-Ah, Fuego y Sangre, el lema de vuestra casa, algo muy cierto si tenemos en cuenta vuestra historia.

-¿Qué queréis, eunuco? -Dany miró por primera vez al hombre-. No creía que vuestro pasatiempo fuese recordar tiempos pasados y la heráldica.

La Araña la ponía nerviosa, más que cualquier otro consejero de la Reina Flor. Era peligroso y no sabía con quién estaba su lealtad.

-¿Habéis encontrado ya prometido? Ya sabéis, para cumplir el trato.

Aquella pregunta no tomó desprevenida a Daenerys. Margery le había dicho que solo su círculo más cercano y de mayor confianza sabía los términos del pacto. Varys seguramente los había escuchado en el canto de sus pajaritos, sin necesidad de pertenecer a ese afortunado grupo.

-Es difícil, tengo otras preocupaciones mayores a las que atender. A mi hermana rondando por los siete reinos haciendo aliados, por ejemplo.

Por supuesto que era mentira. Mientras la nieta de Cersei Lannister siguiese con vida, la leona no mandaría atacar la capital y también tenían aliados. Daenerys había dudado sobre si reforzar su alianza con los Martell a cambio de un pacto matrimonial, justo como Rhaegar y Elia. El señor de Dorne estaba con ellas para vengarse de los Lannister y, a pesar de la sangre Lanninster de la pequeña heredera, odiaba más a Cersei. También había pensado en algún Velaryon, puesto que los matrimonios entre Targaryen y Velaryon no eran ninguna novedad, pero el apoyo de lord Velaryon a Bastet la echó para atrás. Luego, la Reina Flor había dejado caer que podía desposar a un Tyrell, pero eso solo la hubiera dejado más a la merced de las flores doradas. Los Hightower de Antigua no le parecían buena opción si pensaba en los sucesos de la Danza de los dragones y resto de Casas no tenían la suficiente grandeza para soñar siquiera en que uno de sus hijos desposase a una Targaryen.

-O no veis ningún candidato digno de vuestra mano. Sois una Targaryen y además la reina de Meereen por vuestro propio esfuerzo. Un dragón no se conforma con ovejas, pero creo, si me permitís la osadía, haberos encontrado el candidato perfecto.

-¿Ahora sois también una celestina?

-Verme cómo os plazca, no seréis la primera ni la última, pero al menos escuchad mi propuesta. Es lo mejor.

-¿Para quién?

-Para vos, vuestra hija, para el reino. -El rostro de Dany mostró cierta desconfianza ante esas palabras-. No me mireis así, me preocupo por el reino,alguien debe hacerlo.

Dany iba a contestar que ella también se preocupaba cuando Zhaerys distrajo su atención. Se acercó un momento, llevando un pequeño ramillete de flores amarillas, rojas y blancas para su madre y, tras saludar con educación a la Araña, se volvió a ir.

-Son preciosas, Zhar, le diré a Missandei que las use para decorar mis aposentos -agradeció Daenerys a su hija con una sonrisa, mientras esta se marchaba.

-Una niña encantadora, como ya os he dicho.

«Sí que lo es», pensó Dany. Quería su hija, tal vez no tanto como a su pequeño Aerys, pero la quería, aunque a veces la viese como una de las culpables de la muerte de su hermano. Sentía una oquedad en su pecho cuando pensaba así. ¿Qué clase de madre era?

«Quiero a Zhaerys, es mi hija, mi pequeña. Soy su madre y ella es mi hija», se recriminó. «Es lo único que me queda. Dan igual las condiciones que llevaron a su nacimiento. Es mi hija y la quiero. Es mi hija».

-Estábais hablando de un candidato. -Si Varys le proporcionaba un marido adecuado, podría salvar a Zhaerys de acabar como Aerys. Podría recuperar lo que es suyo.

-El hijo de Rhaegar -dijo Varys sin susurrar. Él era el amo de los secretos, si en aquel jardín había espías estaban todos a sus órdenes, dedujo Daenerys-. Aegon.

-Está muerto, fue asesinado por los Lannister el día que mataron a mi padre -respondió Dany, pensando si la Araña no se estaría burlando de ella.

-¿Y si os dijera que una araña lo salvó? -contestó Varys, sonriendo-. ¿Que lo llevó más allá del Mar Angosto, le proporcionó los cuidados necesarios y los tutores más adecuados para un futuro rey? ¿Creerías a esa araña que solo busca el bien del reino y la vuelto de los señores dragón?

«¿Acaso tengo otra opción?», se preguntó Dany, mientras jugueteaba con el ramillete.

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-¿Dónde está Drogo? -preguntó Bastet a Richard al volver al campamento, ya un poco más calmada.

Seguía sujetando los rubíes con fuerza, por miedo a perderlos. Richard no hizo ninguna observación al respecto.

-En vuestra tienda -respondió Richard-. Bastet, necesito que sepas algo.

Bastet asintió...

-Me preocupa la herida de Drogo. Los sanadores afirman que no es nada, pero...

-Lo sé, Richard, a mí también me preocupaba. Hace unos días Jack me dio un ungüento que, según él, se preparaba en Érinos para curar heridas. Drogo lleva desde entonces diciendo que no es nada, pero no lo parece

-¿Funcionó el ungüento?

-Al principio pareció que sí, pero desconfío bastante de los ingredientes principales.

-Conociendo a Jack, seguro que será ron.

Bastet asintió, un poco disgustada al recordar ese supuesto medicamento.

Richard la dejó cuando ella entró en la tienda. Drogo seguía allí.

-Bastet, tienes mala cara, ¿estás bien?

Bastet apretó los rubíes.

-No, Drogo, no lo estoy.

















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