~Capítulo 49~

Invernalia

La preocupación de Bastet sobre lo que Bran sabía o no sobre Isatra estuvo por su mente durante días. Nadie que no fuera de su propio grupo conocía las tierras desconocidas que constituían Érinos. Había demasiados asuntos en los que pensar, y Bran había decidido que Bastet necesitaba uno más. 

«Isatra no suele confiar en cualquiera».

Isatra Neferbah, princesa de lo que ahora era Érinos, una tierra más allá del mar. Una que llevaba muerta muchos años. Pero Bran la conocía, y además había hablado con ella. Algo, sencillamente, imposible. Isatra solo se le presentaba a Bastet en sueños. ¿Significaba eso que al joven Stark también? No, o al menos eso quería pensar Bastet. Los Targaryen eran hijos de la Antigua Valyria, diferentes del resto de humanos, sangre del dragón, casi dioses. ¿Acaso los Stark también tenían sangre de Valyria? Según los registros de la biblioteca de Invernalia, no. ¿Entonces por qué Bran Stark conocía a Isatra? ¿Sansa también podía verla en sueños? ¿Qué corría por las venas de los Stark? Miles de preguntas asaltaban a Bastet, pero una comenzó a sobresalir más que el resto, una de la que hasta entonces no se había percatado, y ahora brillaba tanto por lo confusa que era que quemaba a Bastet por dentro.

¿Quién era en realidad Isatra Neferbah?

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Bastet contemplaba subida a Viseniam el lugar donde había tenido lugar la batalla. Desde que habían recuperado Invernalia, algunos pequeños lores, más cercanos al pueblo llano que a posiciones de verdadero poder, se había levantado en armas contra ellos. La última sólo había sido una escaramuza más de esos pequeños intentos de rebelión, pero había sido un poco más dura de lo esperado.

Con un suspiro, Bastet hizo descender a Viseniam para comprobar todo a pie.

—¿Bajas? —preguntó a Jon nada más aterrizar.

—Pocas, en su mayoría hombres del Norte. Tu marido está rastreando los alrederos por si alguien ha escapado.

Bastet asintió.

—¿Algo más?

Bastet prefería no intervenir en esas batallas. Ella y Viseniam observaban desde el aire cómo se desarrollaban los encuentros, con la intención de solo intervenir en última instancia. Pero Bastet aún no lo había hecho. Utilizar a Viseniam contra aquellos pobres hombres habría sido un insulto hacia su dragona.

—Quiero que envíes al Matarreyes devuelta al Sur —Jon fue directo al grano, aquello que hasta el momento no había verbalizado—. Puede que antes fuera uno de los mejores guerreros, pero sin su mano hábil no nos sirve. Jack ha tenido que volver a ayudarlo.

Ya durante el ataque contra Bolton Jamie había sido salvado por Jack de un ataque contra él. Bastet en parte comprendía a Jon. Los días de batallas de Jamie habían quedado atrás, pero se negaba a escucharlos. Incluso Tyrion los había dejado caer en más de una ocasión.

—Hablaré con él cuando regresemos.

Vio a los miembros del khalasar regresando. Ahora marcharían de vuelta a Invernalia, donde Sansa y los demás los esperaban. Asha desde el reencuentro con su hermano en aquel mal estado no se separaba de él, y lord Velaryon decidió permanecer allí como encargado de la defensa del lugar.

Lord Velaryon... Otra de las preocupaciones de Bastet.

Una noche, Bastet había decidido recorrer los pasillos de Invernalia debido a su insomnio. Al pasar cerca de la habitación que ocupaba Lucerys Velaryon, había escuchado a lord Jacaerys hablar con una mujer cuya voz le resultaba terriblemente familiar. Pero cuando lord Jacaerys abandonó la habitación, Bastet sólo vio a la hija del lord durmiendo, nadie más, pero la voz de la mujer no se parecía a la de su hija. Tenían un tono similar, una manera de hablar parecida, pero no era la voz de Lucerys.

Bastet apartó de lord Velaryon de su cabeza. Él había sido amigo de su hermano, Rhaegar, confiaba en él. Esperaba no equivocarse.

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En el camino de vuelta, Drogo de había mostrado de acuerdo con la opinión de Jon.

Al volver a Invernlia, Bastet decidió que cuanto antes solucionase el problema de Jaime, mejor sería para todos.

Lo encontró reunido con Tyrion en la habitación que le habían asignado. Jaime agarraba un trozo de pergamino. Su mano de oro estaba en una mesa, apartada de donde estaban los hermanos.

—Supongo que no estás aquí para felicitarme por mis últimas hazañas —dijo Jaime.

—Supones bien. A partir de ahor...

—No voy a hacerlo.

—¿Perdón?

—Me has oído bien, Bastet. Juré que lucharía en esta maldita guerra, y eso es lo que voy a hacer, incluso si tengo que enfrentarme a esos muertos de hielo de los que tanto habla el bastardo.

Bastet miró para Tyrion. Él se encogió de hombros, como diciendo que no lo podrían converter fácilmente.

—Venga ya, Jaime —dijo Tyrion—. Deja de ser tan cabezota y dale al menos la buena noticia a a Bastet... o mala, depende de cómo la consideres.

Bastet se volvió a fijar en el mensaje que Jamie tenía.

—Oh, vamos, no seas tímido —dijo Tyrion.

Jaime le tendió el pergamino y Bastet lo leyó. Cuando acabó, dudó sobre si era verdad lo que allí ponía, pero al ver la seriedad de los dos Lannister le quedó claro que era verdad.

—Por eso Brienne nos abandonó de regreso a Isla de Tarth —Bastet no preguntaba, solo reflexionaba en voz alta—. Estaba embarazada de tus hijos.

A decir verdad, aquello sí que no se lo esperaba.

—¿Alguien más sabe de esto? —preguntó.

Jaime negó.

—No creo que a nuestra regia hermana le agrade la idea de ser tía —agregó Tyrion.

—Cersei no se enterará por mí o por alguno de mis seguidores, Jaime, te lo juro. Por Brienne y los dos niños, Sielle y Jack.

—No pude agradecer a Jack que me salvara aquella vez, así que mandé un cuervo a Brienne pidiéndole que si era un niño que lo llámese como él. El nombre de la niña es idea suya.

Tyrion bajo de su silla.

—Bueno, ahora que Bastet ya lo sabe, vayamos a contárselo al afortunado Jack.

Bastet y Jaime miraron a Tyrion, con la duda de porqué él debía enterarse también.

—Ese hombre hace una fiesta por todo y debe de tener un muy buen proveedor de bebidas. Le contamos la noticia del niño, llamamos al tonto de Richard, el bardo ese y al loco del coco y tenemos diversión asegurada.

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Marcaderiva

Daemon comprobó por segunda vez en la semana el almacén de suministros. Desde que su padre y su hermana se habían marchado para servir al rey, él era el responsable de Marcaderiva y, como tal, era su deber asegurarse de que su gente sobreviviese.

Como todas las mañanas, se había despertado temprano, apenas un poco después de la salida del sol. Después de preguntar al maestre si había llegado algún cuervo —Daemon creía que interceptaban a las aves que se dirigían a la isla, y sus sospechas parecían ciertas debido a la falta de comunicación con su padre—, Daemon había ido a su sitio preferido del asentamiento: la biblioteca.

Daemon había sido instruido en el combate y en otros artes, pero su padre, lord Jacaerys Velaryon, había insistido en que tanto él como su hermana Lucerys aprendieran todo lo posible. Pero Daemon no necesitaba que padre lo obligase. Tanto él como a Lucerys disfrutaban de la lectura, si bien con el paso del tiempo Lucerys fue perdiendo la costumbre. Aun así, ambos habían pasado muchas horas en la biblioteca, y era el único lugar que parecía ajeno a la estresante situación del exterior.

Resignado, Daemon cerró el libro, lo devolvió a su lugar y se dispuso a cumplir con sus deberes.

Tras comprobar que contaban con provisiones, pidió el informe sobre las últimos movimientos bélicos y sobre las quejas de los mercaderes. Estos últimos decían que perdían beneficios por el temor de un posible ataque a de la capital. Daemon tenía que lidiar con eso y más: que si los pescadores no conseguían el pescado suficiente, que si los precios de herreros eran demasiado altos, que si los carpinteros no conseguían madera de calidad...

Daemon siempre había pensado que el trabajo de su padre era digno de alabanza, y ahora que el mismo vivía cómo era de verdad ser el señor de la isla, le parecía aún más asombroso.

Un mercader proviniente de Essos le había traído noticias preocupantes: una gran flota se dirigía hacia allí. Y no era aliada.

Las pulsaciones de su cabeza aumentaban por momentos. Su padre y su hermana no estaban, estaba solo frente a todos los problemas. Si al menos Lucerys estuviera allí... No, tal vez eso sería peor. Tenía miedo de un asedio, y la presencia de su hermana lo habría puesto todavía más nervioso. Con seguridad, Lucerys y él podrían ser capaces de idear un buen plan de resistencia, pero no quería que su hermana viviese aquello.

Daemon estuvo todo el día de un lado a otro, atento a demandas y quejas, con dolor de cabeza; «bum, bum» constante detrás de sus ojos y en sus sienes.

—Buenas noches, padre. Buenas noches, Lucerys —dijo a la nada, antes de irse dormir.

«Daemon».

Una voz dulce que nunca había escuchado, o eso creía.

«Daemon, escúchame».

Otra vez aquella voz. Un recuerdo se volvió claro. Escuchaba aquella voz a en ocsiones, antes de dormirse.

En sus sueños se vio frente a un hombre y una mujer. El hombre le era familiar, tenía el pelo de plata, pero no alcanzaba a distinguir el color de sus ojos. A la mujer no la conocía, pero al mirarla el dolor, que incluso le acompañaba en sueños, desapareció.

—Daemon.

—¿Quién eres?

La mujer le sonrió. Tenía el pelo castaño, al igual que los ojos, que juraría haber visto miles de veces, a pesar de ser una desconocida para él.

—Daemon, escúchame. Pronto vas a recibir la visita de alguien que dice ser un príncipe, con la Compañía Dorada. Únete a él, aunque lo consideres traición, estarás a salvo.

Daemon quería hablar, pero no sabía qué decir.

—Pero mi hermana y mi padre...

La mujer se adelanto mientras el hombre le daba la espalda.

—Daemon, Jacaerys está informado de todo—Acarició su mejilla. Ella era más baja que él—. Yo cuidaré de ellos... y de ti, como siempre he hecho.

—¿Quienes sois? ¿Qué sabéis de mi hermana y mi padre?

El desconocido se volvió a mirarlo. Sus ojos eran añiles, con un brillo violeta.

—Somos dos personas que se preocupan por vosotros —contestó.

«Daemon, te queremos, siempre lo hemos hecho», la voz de aquella mujer lo acompañó mientras se alejaba de aquel lugar

Daemon se despertó, tranquilo, no sobresaltado como otras veces.

A tientas, no había velas en sus aposentos, busco en el contenido de una caja. Sacó varias figuras de madera. Su padre les había regalado a él y a su hermana un par de figuras idénticas por su cumpleaños hacía mucho.

La primera de la figuras representaba a un gato sentado y tenía un símbolo extraño en su pecho. La segunda representaba a una mujer con los brazos extendidos. Una de sus manos presentaba el mismo símbolo que el gato.

Daemon volvió a meter la figura del gato en la caja y se volvió a cama con la otra.

Tumbado, agarró la figura contra su pecho. Un calor inesperado, dulce, se extendió por su cuerpo.

«Daemon», recordó la voz de la mujer.

Una sensación que nunca había experimentado, que él recordase. Lucerys y él había ansiado mucho tiempo sentirse como los otros niños.

Se sentía bien, con aquel inesperado calor.

Así, mientras se volvía a dormir con la figura en su pecho, Daemon fue consciente de que había visto por primera vez a su madre.



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