~Capítulo 41~
Los gritos de una madre desesperada se oyeron por toda Meereen. Alto y claro, parecía una tormenta rasgando el silencio de la noche.
Daenerys fue la primera que encontró a su hijo. Su corazón se detuvo nada más verlo. Primero vio un cuerpo tirado en el pasillo, luego el pelo plateado y después nada más.
—¡Aerys! ¡Aerys! —Se tiró al suelo entre lágrimas, acunando el cuerpo de su querido hijo como si volviese a ser un bebé.
El cuerpo de Aerys todavía no había perdido mucho calor, por lo que su asesino debía de andar cerca. Dany no veía nada más allá del cuerpo de su pequeño, pero varios sirvientes se habían reunido a su alrededor al escuchar los gritos de su reina.
—¡Qué alguien haga algo! ¡Salvad a mi hijo! ¡Salvad a Aerys! —Ante esas órdenes, los observadores se dispersaron con rapidez—. No me dejes sola. No sé qué voy a hacer sin ti. Te quiero, Aerys. He llegado hasta aquí por ti, luché por ti. Aerys no me dejes...
Pero por mucho que meciera a su hijo en brazos, este no iba a despertarse. Las heridas eran fatales. Dany manchaba su vestido con la sangre de su hijo, pero ni siquiera se había dado cuenta. Sólo tenía ojos para Aerys. Los ojos de Aerys, tan parecidos a los de su madre, seguían abiertos, pero ya no eran aquellos brillantes orbes violetas que perseguían a Daenerys en sueños cuando aún no estaban juntos. La niebla de la muerte estaba presente en los ojos del príncipe.
—¿Qué voy a hacer sin ti? ¿Por qué luchar ahora? —Dany susurraba sin hacer caso a su alrededor—. Aerys...
—Mi reina... —Ni siquiera se dio cuenta de que Hizdahr zo Loraq estaba a su lado hasta que le habló-!—. El príncipe Aerys está muerto, ya nada se puede hacer...
—¡No! —Dany agarró con más fuerza el cuerpo inerte de Aerys—. ¡Es mi hijo! ¡Haced algo! ¡Salva a Aerys!
Hizdahr negó con la cabeza y adelantó la mano para cerrar los ojos del príncipe.
—Jorah de Ándalo, llevaos a la reina a sus aposentos —ordenó Hizdahr—. Yo me ocuparé de esto.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡Soy su madre, dejadme con él!
Ser Jorah se la llevó casi arrastras, haciendo inútiles los intentos de la reina por mantenerse al lado de su hijo. Una vez en sus aposentos se les unió Missandei. Sola con ellos, Daenerys por fin se dio cuenta de que estaba manchada con la sangre de su hijo. Con urgencia le pidió a Missandei que le preparase un baño. Ser Jorah se retiró del lugar.
Dany empezó a frotarse entre sollozos, con tanta fuerza como si quisiera arrancarse la piel. En otras ocasiones el agua caliente lograba calmarla. En esta no. Ahora incluso el aire que aspiraba la quemaba por dentro.
Y es que ya lo dijo su antepasada la Bondadosa Reina Alysanne: ninguna madre debería crenar a su hijo.
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—Allí llegan, ¿puedes verlos? —Bastet y Sansa estaban en su balcón.
Sansa asintió. A la cabeza del grupo podía ver a Asha y a el capitán Jack. Cuando Asha y Jack vieron a Sansa otra vez, después de todo, la Greyjoy no pudo hacer nada sino abrazarla. Un poco más atrás, venían Tyrion y Elisaerys. La niña sin padre que Bastet había acogido junto a su madre había dejado paso a una casi una joven alta. El pelo de Elisaerys, rubio manchado según recordaba Sansa, había adquirido brillo con el tiempo. Incluso Sansa podía ver que la niña había adquirido una mirada decidida, símbolo seguramente de la fortaleza de su espíritu.
A pesar de todo, Sansa miró a Eliaserys con curiosidad. Según le habían contado Medea y Láquesis, ese color no era muy habitual fuera de la nobleza.
—Ah, Sansa, me alegra verte. —A pesar de llegar con una cara que Sansa no supo descifrar se notaba en la voz de Tyrion verdadero alivio. Sansa no supo porqué se alegraba más Tyrion: si por estar ella a salvo, por haber terminado las muertes de niños inocentes o por otra cosa—. Supongo que Aegon el Conquistador estará orgulloso de ti, Bastet, no pocos pueden permitirse el lujo de conquistar un reino; aunque Aegon, por mucho que le pase a él en los siete infiernos y a otros, conquistó seis. Aunque lamento decirte que puede que no seas reina de Érinos.
—¿Acaso lo has encontrado? -Bastet preguntó expectante.
—En realidad, ella nos encontró a nosotros. Así el trabajo de búsqueda es más fácil. —Tyrion hizo un gesto como quitándole importancia a su nulo esfuerzo—. Vamos, pequeña, enséñale a Bastet tu nueva marca.
Elisaerys se adelantó hasta Bastet y le enseñó su mano. Allí estaba aquello de lo que Bastet había hablado: una marca, similar a un anillo tatuado en su piel, de un sorpredente color negro rodeaba el dedo anular de Elisaerys.
—Así que eras tú... Siempre fuiste tú... ¿Cuándo?
—Poco después de irte. Pero eso no es todo. Dile lo que nos dijo tu madre.
—Mi padre murió mientras luchaba por abrirte las puertas, eso seguro que lo recuerdas —comenzó Elisaerys—. Me contaba cuentos sobre cosas que creía lejanas. Reyes y reinas. Mi madre le decía que se callara. Pero antes de partir me contó una cosa. Me dijo que mi padre siempre quiso llamarme Aucaman de poder tenerme nombre.
La mente de Bastet pasaba de un pensamiento a otro sin ritmo. Bastet se levantó y abrazó a Elisaerys.
— Eres la última descendiente de los Neferbah. El trono que he recuperado es tuyo, así me lo pidió la Diosa. Ya no serás conocida como Elisaerys. Eres Aucaman Neferbah, verdadera reina de Érinos.
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Viserion dio su fuego a la pira de Aerys. El cuerpo del joven príncipe decía se despedía de este mundo en las llamas de la bestia que tanto amaba. Una vez terminado su trabajo, Viserion se quedó allí con la cabeza gacha, una señal de respeto para el chico que estaba destinado a montarlo.
Un poco más alejados, en primera fila, estaban Daenerys, Zhaerys y el padre ghiscaro de la pequeña. Zhaerys aún era un poco pequeña para entender qué había pasado, pero su padre había insistido en que debía estar allí como nueva heredera de su madre.
Por otro lado, Dany apenas prestaba atención a su alrededor. Seguía en el mismo estado de aislamiento desde que encontró a Aerys. Aunque sus ojos miraban cómo bailaba el fuego, su mente estaba mucho más allá, en una casa con una puerta roja y un niño de cabellos de plata: el hogar que hubiera preferido para ella y su hijo. Pensamientos de lo qué podría haber sido la alejaban de la realidad, pero a ratos esta le recordaba su crueldad a golpes: Aerys, su hijo, estaba muerto. Sus cenizas se guardarían para, una vez llegado a Poniente y recuperado lo que era suyo, reposasen junto a las de sus antepasados en Rocadragón.
Daenerys, a pesar de todo su dolor, no se sentía capaz de llorar. Las gentes de Meereen se habían reunido para despedir a su príncipe, y seguramente regodearse del llanto de su reina. Por eso no lloraba, no quería darles ese placer.
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Los hombres de Hizdahr habían interceptado a un hombre que salía apresurado del recinto de la Gran pirámide.
—Tenía esto. —Hizdahr le entregó una escama de dragón de color rosa. El color de la dragona de su hermana.
Dany la cogió entre dos dedos y la observó de cerca. El tacto y el brillo la hacían parecer auténticas. Y el color indudablemente era rosa. No sabía exactamente el color de la dragona, pero solo se tenía conocimiento de cuatro dragones vivos y estando como lo estaban tres en su poder, no había duda de dónde había salido. Daenerys levantó la vista para centrarse en el asesino de su hijo. No tenía mejor pinta que muchos de los mercenarios que se vende por un venado.
—¿Cuánto vale la vida de un príncipe? —preguntó.
El hombre puso cara de no entender qué sucedía.
—¡Responde cuando tu reina te habla! —alzó la voz. Quería matarlo allí mismo, pero necesitaba respuestas—. ¿¡Cuánto ha valido la vida mi hijo!? ¿¡Por cuánto has matado a tu futuro rey!?
—No eres mi reina como no sería mi rey el mocoso. —Escupió al suelo.
—Tu guarda, pon tu daga en su brazo. —El guarda obedeció—. Ahora hundela. —Volvió a obedecer. El asesino ahogó un gemido de dolor—. Puede que no me consideres tu reina, pero aquí yo tengo el poder. ¿Me entiendes? ¡Yo! Responde a lo que te pedí.
Él volvió a escupir como respuesta.
—Bien, si es así entregadlo a los inmaculados, ellos ya saben que hacer.
Dany se marchó de allí. Mando que llamasen a Zhaerys. La hija que le quedaba viva llegó con mala cara, como de haber llorado mucho.
—Mami, ¿qué le ha pasado a Aerys?
«Que nos lo han arrebatado. Han matado a tu hermano. Me han matado a mi hijo».
—Ven aquí. —Abrazó a su hija de manera que su cara quedaba a la altura de su hombro—. Un hombre malo ya matado a Aerys por culpa de una mujer aún más mala.
—Odio a esa mujer— sollozo Zhaerys.
«Yo también» , pensó para sus adentros.
—Tú me enseñaste que si me porto mal, me castigan—continuó Zhaerys—. Castiga a esa mujer mala.
—Zhar, escúchame. —La miró a los ojos. «Se parecen a los de él, pero no eres tú hermano. Tienen más la forma de los de tu padre»—. Me han dicho que anoche tuviste miedo. Puedes quedarte hoy conmigo.
La niña asintió. Se fue a dormir. Dany miró como la su respiración se calmaba hasta que estuvo segura de que estaba dormida.
Salió al balcón. El aire de la noche le acarició el pelo. Brillaba la luna.
—Yo nací con la tormenta y tú con la luna. —No hablaba con nadie. Solo se imaginaba que su hermana estaba allí—. Fui feliz mientras éramos niñas. ¿Y sabes una cosa? Quería que volviésemos a estar juntas. Quería arreglar todo, volver a ser como antes. Después de todo, nunca me hiciste daño directamente, ni yo nunca te lo hizo a ti. Me comporte mal contigo porque tenía celos de que Rhaegar solo te escogió a ti.
Dany apretó los puños. Lágrimas cayeron por sus mejillas.
—¿Acaso no era tan hermana como tú? ¿Qué tenías tú que yo no tuviera? Me dolió, sí, pero no me hiciste daño por tu propia voluntad. Cuando paso lo de... —Las palabras no le salían. Demasiadas pesadillas—. Ahí sí te necesité y no estabas, pero yo hubiera hecho lo mismo de ser tan valiente como tú. ¿Sabes? A veces te veía en Aerys, porque él era el reflejo de cuando los dos fuimos felices. ¡Pero me lo quitaste! ¡Me quitaste la luz de mi vida! ¡Mi hijo! Y ni siquiera lo conociste, ¡no sabías cómo era!
Hijo, hermana, hermano, padre, madre... Ya los había perdido.
—Pero Zhaerys tiene razón: cuando te portas mal, te castigan. Toda acción tiene sus consecuencias y yo misma te haré pagar por ello. Fuego y sangre, Bastet. Sangre por sangre.
Durmió esa noche abrazada a Zhaerys. Tal y como solía hacerlo con Aerys cuando solo era un bebé.
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—¿Ya tienes ganas de hablarle a la reina? —Le preguntó el eunuco.
Una mala noche hace hablar al más firme. Todos temen por su vida. El cuerpo del hombre lucía moratones, cortes y parecía muy entumecido.
—¿Cuánto vale la vida de un príncipe? —repitió Dany.
—Nada si se hace por lealtad.
—Dudo que te arriesgaras solo por eso.
—Me dio una escama de su dragona por mi lealtad. Todo sea por la verdadera reina.
—Yo soy la mayor y tras de mí iría Aerys antes que mi hermana. No le hemos dado muestras de violencia, pero aún así nos ataca cuando los derechos de legitimidad nos amparaban a nosotros— contestó.
—Eso es lo que piensas tú, pero un simple suceso puede cambiar todo.
—¿Cómo cuál?
—Seguro que recuerdas el Gran Consejo del año ciento uno, es la historia de vuestra familia.
—¿Has venido a darme lecciones de historia?
—En el Gran Consejo se decidió que la reivindicación masculina tiene más fuerza que la femenina —continuó como si nada—, por eso fue rey Viserys y no Rhaenys.
—Estoy perdiendo la paciencia. ¿Por qué te mandó a matar a mi hijo?
—Ella se encuentra en estado.
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Marchaban hacia la costa, esperando encontrarse con el khalasar. Asha y Jack se quedarían con algunos hombres a la espera de encontrar una poción estable para Elisaerys.
«Para Aucaman», se corrigió Bastet así misma. Isatra no le advirtió que al descendiente de los Neferbah estaba tan cerca de ella. Había hablado de una prueba de carácter divino, pero no le encontraba sentido. Sí, se había ganado la lealtad de una nación entera y había ganado combatientes para su bando (muchos afentikós se dedicaban a la guerra y ahora se entrenarían a más hombres libres oara servir a su reino), pero ¿por qué no revelar tal cosa? Bastet pensaba que lo había hecho tal vez por protección de la pequeña. Nadie conocía la identidad de Aucaman, su verdadera identidad, por lo que no sería objeto de ataques. Bastet se preguntaba qué relación guardaba con la propia Isatra. La princesa había muerto joven, pero podría haber tenido un hijo que se convertiría en el padre de la niña; o ser su tía o prima.
—Demasiado callada, ¿qué piensas ahora? —Le pregunto Tyrion. Montaba un caballo al igual que ella, solo que él se ayudaba de un mecanismo de su propia invención. Sansa cabalgaba al lado de uno de los carros de transporte mientras hablaba con otra chica de su edad. Sansa le había pedido ir a buscarla y Bastet no pudo negarse.
—Solo reflexiono sobre las coincidencias del destino.
—Pensaba que cuando encontrases a Sansa volverías a ser la de antes.
—Tengo demasiada sangre en las manos y muchos nombres en la memoria. Me acuerdo de todos, nunca podré olvidarlos.
—¿Y ninguna otra preocupación?
—Volvemos a mi casa, no encuentro nada malo en ello.
—Claro... — Tyrion se alejó para acercarse a hablar con Sansa y su amiga.
—No le hagáis caso. —Esta vez fue Marie Antoinette la que se aproximó—. No es una carga fácil la vuestra.
—En realidad sí me preocupaba algo.
—Os prometí serviros, no juzgaros. Hicisteis lo que teníais que hacer.
Al menos le quedaba una espada leal. Siguieron la marcha hasta que en la distancia se vio un grupo a lo lejos.
Bastet se adelantó con Legolas. Si caballo blanco resaltaba en el entorno, y no tardó en colocarse cerca del líder de la otra comitiva.
Un caballo negro imponente. Bastet lo miró a los ojos negros.
—Khal Drogo.
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