~Capítulo 32~

Los choques del metal quedaban escondidos por las olas. Jamie Lannister así lo había pedido. Perder la mano ya era suficiente vergüenza, no quería que sus penosos entrenamientos fueran también parte del espectáculo contra él. Si al menos no hubiera perdido la mano de la espada...

—¡No os distraigais! —le advirtió Brienne.

—¡Cómo no hacerlo mirando esos ojos! —contestó Jamie.

Si cuando se fugó del campamento de los Stark le hubieran dicho que acabaría así, se abría reído...y luego los habría matado para evitar que lo delataran. Brienne era de las pocas con las que todavía podía hablar sin problemas. Ella lo había dejado de juzgar desde que le contó porqué mató al Rey Loco.

—Está bien, necesitáis un descanso —dijo Brienne dando por finalizado el entrenamiento.

—¿Seguro  que no lo necesitas tú? —contestó Jamie apenas sin aliento.

La ciudad parecía más alterada de lo habitual. El ambiente cada vez era más asfixiante. Las noticias del exterior tampoco ayudan mucho.

—¿Os pasa algo? Se os nota extraño, ser Jamie. —La voz de Brienne sonaba preocupada.

—Brienne, ya te dije que me puedes llamar Jamie. Deja esas formalidades para la corte.

—De acuerdo, se... Jamie.

Jamie se quedó un rato mirando al mar. Pasaban muchas cosas por su cabeza.

—¿Es por la reina? —pregunto Brienne.

Jamie suspiró. Ese tema era uno de los que más le preocupaba.

—¿A cuál te refieres? —le cuestionó irónico—. ¿Hablas de la reina madre? ¿De la reina Tyrell? No, espera, no me lo digas. ¿La reina dragón? ¿O tal vez te refieras a la reina de los esclavos? El pueblo se quejaba de la Guerra de los cinco reyes, pero las reinas no se quedan atrás.

—Son tiempos complicados —susurró Brienne—. Pero yo me refería a tu hermana.

—Cersei está mejor que nunca —contestó Jamie de mala manera—. Ha convencido a Tommen para que la deje formar parte del consejo.

—Lleva años viviendo eso —argumento Brienne—. Tampoco tiene un puesto de poder, solo da su opinión. Mientras el rey no tenga una Mano, la Reina madre es una buena opción.

«Mi hermana se cree la heredera de padre, pero, aunque le doliese, Tyrion era el que había heredado las habilidades del gran Tywin», pensó Jamie con amargura. Cersei ya tenía lo que buscaba: poder. Esperaba que Tommen se buscase una Mano diligente pronto...

—¿Qué opinas de la Tyrell? —preguntó de pronto Jamie—. Ya has servido a su causa...

—Servía al rey Renly —corrigió Brienne—. Es un buen ejemplo y querida por el pueblo. Y es joven, pronto le dará un heredero al rey.

«Si eso pasa, Cersei se volverá más obsesiva hacia Margaery».

 Cersei se sentía desplazada por la Tyrell. Si le daba un heredero a Tommen, Margery tendría su posición asegurada y quitaría importancia a Cersei.

Jamie se quitó eso de la cabeza. Demasiadas reinas. Y ahora llegaban las nuevas noticias de Essos. Saber de la reina de Meereen produjo una inquietud en la corte.

—Necesita pronto un sucesor —dijo Jamie—. Si la Reina dragón reclama el trono nada bueno pasará.

—¿Desde cuándo se sabía que la Targaryen tenía un hijo? Los rumores hablaban sobre qué la llamaban Madre de dragones, ¿pero un hijo de verdad? ¿El rey Robert sabía de esto?

—Si Robert se hubiese enterado habría mandado matar al niño —contestó Jamie—. Según nuestro informante, el niño se llama Aerys. Esperemos que no sea como el abuelo.

Brienne asintió. Sabía la importancia que Jamie le daba a ese nombre.

—¿Has tenido noticias de tu hermano? —preguntó para cambiar de tema.

—No he vuelto a saber de Tyrion desde que se fue con Bastet —respondió Jamie—. Con ella está bien aunque se haya metido en una guerra. Al igual que la hija de Lady Catelyn.

Jamie observó a Brienne. La muchacha le había hecho una promesa a la Stark de buscar a sus hijas. Con la pequeña desaparecida solo quedaba Sansa.

—Brienne nada te retiene aquí —dijo Jamie—. Eres libre de ir a buscar a la pequeña Stark.

—No. —Negó con la cabeza—. Te debo también a ti. Me salvaste del oso. La hija de Lady Catelyn está a salvo bajo la protección de un dragón. Primero debo saldar mi deuda contigo.

¿Por qué había vuelto? Jamie se lo preguntaba. Su antiguo yo se habría marchado sin dudarlo. «¿Perdí la mano pero recuperé el sentido de la responsabilidad?». 

—Brienne...

—¿Sí?

—No me falles.

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—Mamá lleva días rara. Espero que no se haya enfadado conmigo— le decía Aerys al dragón Viserion.

El pequeño se había acostumbrado a estar con el dragón. A pesar de las advertencias de su madre, Aerys iba cada día a ver a Viserion. Aerys hablaba con él y en ocasiones se llevaba un libro y lo leia apoyado en el dragón. Viserion por su parte dejaba que el niño se acercase y se acurrucada para que Aerys pudiese recostarse sobre sus escamas.

—Creo que está nerviosa por la misión del capitán Naharis y del señor zo Loraq. Es muy importante que salga bien.

El dragón se había convertido en su amigo. Rhaegal simplemente los ignoraba.

—¿Aerys? —Su madre entró en la guarida de los dragones—. ¿Estás aquí?

—Sí, mamá.

Su madre fue a junto él. Se la veía enfadada.

—Creo que te he prohibido estar aquí —dijo cruzando los brazos con gesto serio—. No me des esos sustos, desapareciendo sin decir nada a nadie.

—Estoy con los dragones, mamá. No me va a pasar nada malo. Viserion me cuida y cuando crezca seré su jinete.

Por lo menos no estaba Drogon. La bestia negra seguía desaparecida desde al accidente.

—Todavía eres un niño —sentenció su madre—. Vamos a tu cuarto. Tienes que prepararte para asistir a la celebración.

—¡Sí, mamá!  respondió Aerys levantándose—. ¡Hasta luego Viserion!

Dany llevó a su hijo hasta sus aposentos y fue a los suyos a adecentarse.

En realidad, no le molestaba que su hijo sintiese apego por los dragones. La sangre de la Antigua Valyria corría por sus venas y era algo normal. Lo que la inquietaba era que había escogido a Viserion para ser su dragón. Cuando fuera mayor...

Apenas se permitía pensar en Daario. Se sentía como una tonta por echarlo de menos. Otras veces se decía que tenía que haber enviado a ser Jorah. Hoy tenía que prestar atención a otras cosas.

En Meereen una vez al año celebraban la Kazhendar. A lo largo de toda una semana había fiesta para recordar la victoria de los Dioses frente a los espíritus malignos. Durante ese período se sucedían representaciones del enfrentamiento, grandes banquetes y todo tipo de espectáculos. Daenerys había permitido que siguiesen celebrándose. Aquella era una oportunidad para que el pueblo la viese a ella como su reina y un buen momento para que vieran a Aerys. Tenían que conocer a su príncipe.

Tanto Daenerys como Aerys llevaban un tokar confeccionado para la ocasión.
El primer día se representaba  la batalla de los dioses. Tendría lugar en el coliseo de mayor tamaño (perteneciente a Hizdarh) y se desplazarán hasta allí a caballo.

—Cabalga a mi lado —le dijo Dany a su hijo.

Aerys intentaba mantener la compostura a lomos de su poni, pero era evidente que deseaba perderse entre la multitud. Dany sabía lo que era vivir en las calles. Entendía que su hijo quisiese ver más allá de las paredes de piedra de la pirámide. 

«Tal vez pueda buscarle amigos entre los coperos...». Como medida disuasoria había mandado que niños de origen noble sirviesen en la pirámide. Aerys pasaba mucho tiempo solo, como cuando vivían con Ilyrio. Tendría que solucionar eso.

—Saluda a tu gente, Aerys —le dijo sin parar de mirar al frente—. Para un rey su pueblo es como su hijo. Deben ver en ti a alguien en quien se pueda confiar, sin dejar de imponer respeto.

Por fin llegaron al coliseo y se colocaron en el palco reservado para ellos. El espectáculo empezó con normalidad. Aerys miraba a todos lados con entusiasmo. Ser Jorah le explicaba todo lo que no entendía y le señalaba los nombres de los dioses representados.

«Casi parece un niño normal, no un príncipe». Dany sonreía mirando a su hijo. Aerys y ser Jorah aplaudían al espectáculo. Aerys se giró a su madre.

Y vio la cara de Bastet.

Por un momento vio en su hijo la cara de su hermana. De cuando eran niñas. De cuando eran felices las dos. Una lágrima amenazaba de caer pero Daenerys lo impidió.

—Ser Jorah, ¿a qué dioses representan los enmascarados? —preguntó Aerys señalando a los sujetos de los que hablaba.

Daenerys se giró rápidamente hacia donde su hijo decía. No tenía conocimiento de ningún dios así. Antes de que se diera cuenta más enmascarados aparecieron, más salían por todos lados, más cerca estaban.

—¡Cuidado, mi príncipe! —Ser Jorah reaccionó justo a tiempo para desviar un ataque dirigido a Aerys.

Una trampa.

Dany tomó a su hijo de los hombros frenética. Jorah y sus inmaculados los defenderían, pero de cada rincón salían más y más.

—¡Khaleesi, debéis marcharos! —gritó Jorah.

Dany asintió y un inmaculado fue abriendo un camino para que pudiesen pasar ella y su hijo.

—¡Muerte a los dragones! ¡Qué se alcen los Hijos de la Arpía!

—¡Mamá! —chilló Aerys cuando mataron a su guardaespaldas.

—¡Soy tu reina y os ordenó parar! —se encaró Dany a su atacante más próximo.

—¡Solo servimos a la Arpía! 

De un golpe, noto que arrancaban a Aerys de sus brazos. Vio a su hijo frente una espada. Vio el puñal moverse.

—¡Aerys! —Se interpuso entre su hijo y su atacante.

Agarró el puñal con las manos. El dolor se extendió por sus palmas mientras pequeños ríos de sangre caían al suelo.

Guasano Gris se deshizo de él. Dany volvió a intentar poner a su hijo a salvo. Mientras se alejaban, rodeados por sus inmaculados, Aerys cayó al suelo por sus movimientos lentos con el tokar.

—¡Aerys! — Dany de lanzó a su hijo. Otro los enmascarados se abrían paso entre sus escoltas.

—¡Se acabaron los cachorros del dragón! —Levantó la espada

—¡No! —Dany agarró a su hijo como si ella fuese su escudo—. ¡Matarme a mí pero no a mi hijo!

Sintió como arrancaban a su pequeño de sus brazos. Vio a su niño en las fauces de la muerte.

—¡¡No!! —La espada estaba en lo alto.

—¡¡¡Gggrrrrrrr!!!

Ese rugido paralizó a todos. Los enmascarados miraron horrorizados al cielo. Un gran sombra negra se dirigía hacia el coliseo. Dany se liberó de sus opresores aprovechando el momento de desconcierto. Cogió a su hijo y... Drogon aterrizó al lado de madre e hijo y con su gran cuerpo los protegió.

—¡¡Gggrrrrr!!

Los enmascarados no tuvieron la oportunidad de huir. Drogon comenzó a lanzar la furia de su fuego hacia ellos. Daenerys se levantó. 

Drogon había vuelto.

Más inmaculados comenzaron a llenar el coliseo. Aquellos enmascarados que no sufrieron las llamaradas de Drogon fueron retenidos.

—¡Los Hijos de la Arpía acabarán tu maldita cara! —gritó uno de ellos al pasar por al lado de Daenerys y Aerys.

—Esperad, traérmelo aquí —ordenó Daenerys—.¿Quién es la Arpía? Si hablas seré benévola con tu castigo.

El enmascarado escupió al suelo.

—Así es cómo acabarás tú y la cabeza de tu hijito en la plaza central clavada en una pica.

—Mira, Aerys, así es como trata un dragón a las ovejas —respondió colocando de forma protectora una mano sobre su hombro—. Dracarys.

Madre e hijo miraron arder al insolente.

—Quiero en todo momento tres guardias junto mi hijo. Que vigilen las entradas a la pirámide de sol a sol. La seguridad en la ciudad también se incrementará —ordenó Daenerys a sus oficiales—. Los Hijos de la Arpía han despertado al dragón.

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Cersei bebía en sus estancias personales. Convencer a Tommen había sido el primer paso. Ahora tenía que ir escalando poco a poco. Dudaba que Tommen la nombrarse mano (era mujer y su madre además), pero con estar en el consejo le bastaba, por el momento. Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. Si algo le pasaba a la florecilla...

—Mi señora.

Era uno de sus espías de confianza. Varys alardeaba de sus pajaritos, pero ella no les tenía un nombre a sus informantes. Mejor que siguiesen en el anonimato.

—¿Y bien?

Le entregó un trozo de pergamino. Cersei leyó.

—¿Estamos seguros de la veracidad de esto? —preguntó con gesto serio. Al asentir el otro, sus ojos esmeraldas todavía se volvieron más duros—. Que se me mantenga informada.

El informante se fue por donde llegó. Cersei se volvió a quedar sola. Los cristales chocado contra la pared cayeron al suelo con un pequeño tintineo.

«Esto lo complica un poco».

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