~Capítulo 31~

—¿Mamá, el abuelo era un gran rey?

Aquella pregunta la dejó descolocada. Daenerys se esforzaba por darle la mejor enseñanza posible a Aerys para que, llegado el día, pudiese reinar. Ella no había recibido nada que pudiera guiarla, tenía que aprender a ser reina reinando. También aprovechaba cualquier momento para estar con Aerys. Dany observaba a su hijo sentada en un banco del pequeño jardín que había mandado construir para él. 

—¿Por qué preguntas, querido? — respondió Dany sonriendo, pero un pensamiento empezaba a inquietarse.

—Llevó el nombre del abuelo. Si fue un buen rey, mi deber sería honrar su nombre y portarlo con orgullo— contestó su hijo con cara de inocencia.

"Intentas llevar con orgullo el nombre de un loco".

Hay una cosa buena en los sobrenombres que ponía la gente del pueblo: siempre tenía algo de verdad. Y Aerys Targaryen el Rey Loco no era una excepción. Daenerys nunca conoció a su padre. Ella y Bastet eran hijas póstumas. No supo más que lo que le contaba Viserys o escuchaba por las calles de las Ciudades Libres. ¿Cómo había sido el Rey Costra? Según los rumores, un hombre débil con un peligroso gusto por el fuego. En opinión de Viserys, el legítimo rey y su padre.

Daenerys no sentía ningún apego por su padre. Después de todo, nunca lo conoció. Sabía que su padre representaba perfectamente la locura de los Targaryen. Su hijo no llevaba ese nombre por gusto de ella. Viserys fue el que decidió su nombre. Daenerys pensaba otras posibilidades como Jaehaerys o Aegon... Nombres que de verdad eran de grandes reyes, no nombres de lagartijas.

—Ven aquí, Aerys—dijo Dany extendiendo su brazos para que su hijo se acurrucarse. Abrazar a su hijo era de las pocas cosas que la calmaban—. Aerys, puede que esto te duela pero tienes que saberlo. Tu abuelo no fue un buen monarca. Era tiránico con su pueblo y sus decisiones llevaron poco a poco la ruina a nuestro Casa.

—¿Entonces qué hace bueno a un rey?

—¿Tú qué crees? ¿Para ti cuáles son las cualidades necesarias? — Dany sabía que esa respuesta diría si su hijo iba en buen camino para reinar.

Aerys permaneció callado unos minutos. Dany miraba a su hijo.

—Yo creo que...es necesario saber la opinión de la gente. No pudo hacer lo mejor para mi pueblo si no sé qué piensa— contestó Aerys tras pensar. Dany sonrió—. Cuando sea mayor debo hacerme cargo de cuidar del legado de Aegon el Dragón. Es mi deber.

Dany abrazo más fuerte a su hijo. Estaba orgullosa de él.

Daenerys debía volver a sus obligaciones. Durante los últimos días las tensiones habían aumentado entre los habitantes de Meereen. Todavía existía una amplia parte que no la consideraba su reina. Y por si fuera poco, estaba el problema de suministros. Lhazar era el mejor punto de partida para reabrir las rutas comerciales, pero necesitaba enviar a alguien de para convencerlos. Ser Jorah decía que Hizdahr zo Loraq era su mejor opción. Era un buen diplomático y además no sería visto como un invasor debido a su origen. Dany coincidía con él. Hizdahr ganaba influencia dentro de su círculo de consejeros desde que le permitió reabrir las luchas. Pero todavía no tenía toda su confianza. Daario iría con él para vigilarlo y asegurarse de su lealtad.

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Con la parte de la costa asegurada por Asha, Bastet y Tyrion habían pensado establecer un ruta marítima para traer todos los productos necesarios. Drogo notaba a Bastet rara. Desde su última batalla, había una cosa extraña en sus ojos... Se había instalado en la casa del antiguo afentikó. Bastet necesitaba un tiempo para recuperarse de su herida. Durante ese tiempo, Bastet se dedicaba a estar con su nuevo pueblo. Le permitió a la gente tener su propio nombre y aquellos que así lo deseasen podía unirse a su grupo para luchar. Los dothrakis enseñaban a pelear a todo el que lo desease.  Le interesaba saber todo sobre Érinos. Aprendió historias sobre su pasado. 

Años antes de que Bastet naciera, en Érinos existía una monarquía. Las cosas bajo el mando de esa familia real eran igual. Los afentikós estaban bajo el poder  de los reyes Neferbah, quienes reinaban con un poder absoluto. Sin embargo, las últimas generaciones de monarcas Neferbah parecía que se esforzaban por mejorar la situación. La última reina Neferbah era querida por su pueblo, y tanto su esposo el rey como el pueblo lloró su pérdida. De su nieto príncipe heredero apenas se hablaba, pero su nieta, la última princesa, también era muy querida y entre los esclavos era una leyenda de libertad. 

Pero todo lo bueno tiene su fin. 

La princesa murió en extrañas circunstancias y poco después los afentikós acabaron con el resto de la familia real. Sus nombres estaban prohibidos, así como cualquiera mención al pasado monárquico de Érinos. La historia es escrita por los vencedores y los afentikós intentaron eliminar cualquier rastro de ellos, pero la memoria de los fallecidos perdura en las mentes de los vencidos.

—Mi señora... —Una mujer de aspecto penoso se dirigió a Bastet. Llevaba una niña en brazos—. Por favor, es... nuestra última...

 —¿Qué sucede? —respondió Bastet.

—MI hija... Su padre fue... de los que organizó la revuelta... Confiaba en vos... Fue el primero en morir por vos... Ahora mi niña y yo estamos solas y ella... Yo... No puedo... cuidarla. 

—Si su padre luchó por mí, es mi obligación hacerme cargo de ella. De todos —contestó Bastet—. En mi palacio cuidarán de la niña y de ti. Si alguien necesita ayuda nosotros se la daremos. ¿Tenéis nombre ya?

—No, mi señora, pero queremos tener uno. Uno nombre en honor al dragón que escuchó nuestras plegarias.

—Está bien —asintió Bastet—.  Es concedo dos nombres de mis antepasadas, si los aceptáis. Fridaerys para ti y para tu niña Elisaerys. Son vuestros si queréis.

La mujer asintió conmovida. Ella y su niña fueron llevadas a la residencia de Bastet.

Pasados unos días, Sansa llegó junto Bastet. Todos la recibieron con alegría.

—Parece que el lobo por fin ha aprendido a aullar —la felicitó Drogo orgulloso de su progreso.

—¿Y Asha? —quiso saber Bastet.

—Se disponía a navegar hacia Essos. El capitán Jack iba con ella.

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Aerys se encontraba leyendo un libro. Quería que su madre estuviera orgulloso de él. Sería el rey y tenía que prepararse lo mejor posible. Su padre siempre le había dicho que era un príncipe y que aquel era su derecho. Era un dragón y tenía que demostrarlo. 

Miró por la ventana. 

A veces tenía el impulso de escaparse y hacer que era un niño más. Quería jugar con los demás niños. Cuando estaba en casa del señor Mopatis, su padre no lo dejaba salir.  

«Los dragones no se juntan con gusanos», le dijo la vez que se atrevió a pedirle salir. Su madre lo sacaba en ocasiones a la calle para que viese que habían fuera de la casa del señor Mopatis. A Aerys le encantaban esas salidas, aunque tuviera que hacerlo con una capa que lo ocultarse. Su mamá le decía que no podía contarle nada a nadie de esas salidas, porque no querían que se preocupasen. Cuando mamá y papá se fueron, su cuidadora no dejaba que saliese. Pero ahora volvía a estar con su mamá y sus amigos.

Las piernas le dolían de tanto estar sentado. De repente se le ocurrió una idea: podía ir a ver los dragones. Así podría entretenerse e incluso podría subir a uno. Se dirigió hacia donde estaban. Cuando llegó, los dragones parecieron reconocerlo. Los dragones de color crema y verde estaban allí. Su madre le decía que al dragón negro le gustaba mucho descubrir lugares nuevos. ¿Cuál de esos dos sería su dragón en el futuro? El verde no le gustaba. El otro dragón era más grande y parecía más tranquilo.

—Hola —dijo Aerys acercándose a él—. ¿Sabes? Cuando sea mayor voy a ser jinete de dragón y tú serás mi compañero. ¿Eres Viserion? Así se llamaba mi papá. Mamá dice que lo mató un bárbaro dothraki pero a nosotros no nos pasará eso. Juntos vamos a llegar a ver los todos los lugares de Poniente.

Viserion dejó que el niño se acercase a él. Aerys tocó sus escamas. Desprendían calor.

—¿Príncipe Aerys? —Aerys se volteó mientras Viserion enseñaba sus dientes negros. El amigo de su madre estaba allí—. ¿Qué hacéis aquí?

—Solo estaba viendo a los dragones, capitán Naharis.

—Ven, vamos a llevarte junto a tu madre —contestó Daario—. Este no es lugar para un niño solo.

—¿Por qué no? Soy un Targaryen y este será mi dragón cuando sea mayor —dijo señalando a Viserion.

Daario no contestó. No podía decirle lo de aquel accidente. Mientras llevaba a Aerys junto a la reina se fijó más en sus rasgos. El niño se parecía bastante a Daenerys. Dany no quería que el niño se enterase de lo suyo. En realidad, pocos sabían lo de sus noches juntos.

El día anterior a su partida Daario fue llamado por la reina para ultimar los últimos detalles de su del viaje.

—Quiero saber todo lo que hace Hizdahr. Con quién habla, qué come, todo —le dijo Dany—. Este viaje servirá para conocer su es fiel de verdad.

—Por supuesto, mi reina.

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—¡Esos bastardos no podrán con nosotros! —gritaba Asha intentando competir con la tormenta.

Una flota de barcos los había alcanzado al poco de comenzar la tormenta. Sin duda eran enviados por los afentikós, la absurda decoración (pinturas de escenas de escenas que supuestamente los representaban y alguna que otra piedra pegada y peso innecesario) así lo indicaba.

—¡Jack, haz algo útil y acerca el barco al de las piedras rojas!

Si podían tomar algún barco  sin dañarlo sería una adquisición para el grupo de Bastet, y aquel precisamente parecía uno de los principales. Jack obedeció y procuró dejar la embarcación preparada para asaltar la otra nave.

—¡A por ellos! —ordenó Asha mientras saltaba hacia el barco rival con su hacha en la mano, lista para encontrar nuevos amigos.

Puede que ahora no se siguiesen las viejas costumbres, pero los hijos del Hierro aprendían a luchar como sus antepasados.

—¡Asha, cuidado!

Asha cayó al mar empujada por un de los marineros de los afentikós. Las olas la impedían volver al barco. Los pulmones empezaron a arderle. Asha luchaba con todas sus fuerzas para salir del agua. Su visión se nublaba por momentos. Podría dormirse...y dejar que la llevara el mar... Las olas la acunarían como un bebé... Su hacha en su mano le pesaba... Podría soltarla...Los ruidos de la lucha parecían lejanos... Estaba tan agusto en el agua... Solo tenía... que... cerrar... los... ojos... 

«Nosotros no sembramos». 

Asha abrió sus ojos grises de golpe. Ese era su lema. Su padre se lo recordaba cada ocasión que flaqueaba. ¡Ella era una Greyjoy! Nació para gobernar barcoluengos. 

Con sus últimas fuerzas tomó impulso y...se agarró a uno de los estúpidos adornos de unos de los barcos enemigos con la mano libre. Sus pulmones volvieron a llenarse de aire. Fue subiendo con la ayuda de su hacha y los ahora útiles adornos. 

Cuando llegó arriba los hombres la miraron con burla.

—¿La Kraken ahogada quiere seguir jugando?

—Te era mejor seguir muerta, krakencita.

Asha sonrió como un ser sacado de la más profundo de los siete infiernos. 

—Lo que está muerto no puede morir. 

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