✨|Capitulo 9|
"Fascinante".
Lord Matthew degustó aquella palabra mientras probaba el vino que llevaba en la mano. Él no era el tipo de hombre que se embriagaba bebiendo, más bien, prefería disfrutar cada sorbo que daba, perderse en el sabor, en lo que contenía y en lo caro que le había costado conseguirlo.
Miró a la dama frente a él, siendo bañada por la luz que emitía el fuego de la chimenea. Apreció cómo sus ojos chispeaban con las llamas reflejadas en las pupilas y delineó la forma en la que se mordía el labio inferior, plenamente concentrada en sus propios pensamientos.
"En verdad fascinante".
Le dio otro trago al vino.
Aún no sabía si había sido sano para él mentirle a la joven, y tampoco tenía ni la menor idea de las consecuencias que acarrearía haberlo hecho, pero era necesario, por Dios que lo era.
Casi podría jurar que, si iba con un médico a revisar el mal que llevaba en la cabeza desde hacía unos días, éste le diría que la cura era alejarse del trabajo y fingir que los caminos se habían vuelto intransitables para que la dama no pudiera volver a su casa.
No le había costado nada escribir una carta a los barones, donde aseguraba haber encontrado a la dama herida en medio de la lluvia. Les contó de la revisión del médico, y mintió un poco, mencionando que no se podría poner en pie después de los golpes.
Debía admitir que le resultó extraño cuando el hombre no se apresuró a su residencia para comprobar el estado de su hija, pero así estaba mejor. No sabría qué decirle si llegaba en aquel momento y la encontraba casi en perfectas condiciones.
"Casi".
Esa era la palabra clave.
No había ni una sola fibra de su ser que no hubiera hervido en rabia cuando el médico le dijo que la dama tenía un sin fin de raspones en la espalda y su brazo había caído mal. Aún se seguía cuestionando qué era el fuego que le nacía en la garganta y le bajaba hasta el estómago. Dudaba que alguien tuviera la respuesta de dónde había salido aquella punzada que lo atacó cuando se supo culpable.
Sí, todo aquello había sido su culpa por no haber aceptado la invitación el día anterior, pero claro, tenía que esperarse a que la mañana estuviera lluviosa para que la mujer terminara en el piso.
Estaba desesperado, perdido, cautivado, y es que no podía sacarse de la cabeza aquella sensación que le navegaba el estómago desde la noche que la encontró en el lago.
En definitiva aquella sirena era la debilidad de cualquier caballero, menos la suya. Lord Matthew no tenía ninguna debilidad. Él era fuerte, indestructible, nadie podía sobrepasarle, y por eso aquella mujer estaba allí en su casa, después de haber compartido su mesa, mirando la fogata con especial sublime mientras ambos yacían en el salón del té.
En pocas palabras, debía descubrir lo que ella le estaba haciendo. ¿Qué tenía Violetta Whitman que, después de intercambiar tan solo un par de palabras, ya no podía sacársela de la cabeza?
Él, que había tenido cientos de amantes; él, a quien ninguna mujer le decía que no; él, que era poderoso, tanto económica como socialmente. Él, que no se dejaba vencer ante nadie y jamás volteaba a ver a quien pisaba, ahora estaba probando un sabor de boca que le resultaba...
"Fascinante".
Volvió a repetirse mientras veía cómo la mujer de cabellera oscura, semejante a la noche, le dirigía la mirada.
―Es usted muy serio.
Aquella voz le llegó como si lo mareara. Decidió dejar la copa de vino a un lado.
―Prefiero ahorrarme las palabras.
La joven soltó una risa mientras levantaba las cejas.
―Las palabras al parecer sí, pero el dinero no―habló refiriéndose al vino―. ¿Le gusta derrochar, lord Mathew?
― ¿Derrochar?
Lo tomó por sorpresa y demostró el gesto arqueando una ceja.
―Se está tomando un vino importado, milord―señaló su copa―. Si no me equivoco, puedo asegurar que es español, proveniente de los viñedos de los Borgoña, ¿no es así? El más famoso de la región por las especias que le dan su característico sabor seco.
El hombre se quedó con la boca abierta y el sabor en el paladar.
¿Qué clase de mujer sabía sobre vinos?
Intentó escupir la sorpresa para poder hablar.
― ¿Qué quiere que le diga, milady?―se encogió de hombros al responder―. Soy un hombre de gustos refinados.
Violetta pudo jurar que, en aquella mirada que le regaló, se concentró todo el calor que llevaba atrapado el sol.
Cálidos.
Así era como se sentían sus ojos, y ahora que sabía que el plan podía seguir adelante, que podía conseguirlos y llamarlos suyos, no le quedó más que comenzar a seducirlo, a llamar su atención, para que terminara cayendo ante ella más pronto que tarde.
―No me privo de lo que quiero, y no me importa el precio que deba pagar para conseguirlo―siguió hablando el conde.
Lady Whitman pensó que así debía hablar una persona a la que nunca se le había negado nada.
Debía ser una completa injusticia no haber nacido hombre, porque tenía presente que, si hubiera otra cosa entre sus piernas, los tratos que le hubieran dado habrían sido totalmente distintos, y quizás pudiera, en esos momentos, beber un vino importado con una pose de superioridad, alegando que jamás aceptaba la privación de nada.
Deseaba con todas sus fuerzas que el hombre le contagiara un poco de la esencia que lo bañaba.
―Los precios a veces son muy altos―habló la dama levantando un poco las cejas. Algo le decía que ya no estaban hablando precisamente de dinero.
De pronto el conde comenzó a moverse, fueron tan solo unos pequeños movimientos que dejaron a la dama sin respiración: se ajustó lentamente el corbatín, con sus largos dedos, y se inclinó hacia el frente, recargando los brazos en sus rodillas.
Fue una combinación de elegancia con destreza, que la hizo agradecer llevar guantes para ocultar el nerviosismo que se le reflejaba en el temblor de los dedos.
― ¿Acaso usted no estaría dispuesta a darlo todo por satisfacer sus deseos?—dijo él moviendo sus gruesos labios, con aquella voz ronca que llegó seductora a sus oídos.
La dama decidió regresarle el movimiento.
Le sonrió de lado suavemente, sin perder el porte y se inclinó de igual forma recargando los codos en las rodillas. Quedaron a centímetros de distancia, y estos eran tan escasos, que la chimenea no era lo único que ardía en la habitación.
"¿Qué diablos está haciendo?", se cuestionó el conde cuando la dama estiró la mano en su dirección. Iba a tocarlo, en definitiva aquellos dedos pálidos iban a acariciar su... Ahogó una queja cuando la mano desvió un poco la trayectoria y tomó la copa de vino que él había dejado en la mesita junto al sillón.
Casi pudo sentir su piel, casi pudo sentirla tan cerca.
Violetta se llevó la copa a la boca y, sonriendo, le dio un pequeño trago, degustando su sabor, dejando que su lengua se empalagara con el regusto de las especias. Cerró los ojos disfrutando del elixir, y al abrirlos, se encontró con el hombre mirándola con una curiosidad que no tenía igual.
―Señor Matthew, yo soy la más interesada en esta habitación por satisfacer mis deseos.
Después de soltar aquello, se alejó lentamente hasta que quedó sentada de forma apropiada, y él se quedó allí, cuestionándose por qué diablos le afectaba tanto si, desde un principio, lo que más le había intrigado de aquella dama era esa boca que no tenía filtro, esa lengua por la que se deslizaban las palabras con una destreza inigualable.
Dios... ¿Qué le estaba haciendo?
Se levantó del sillón, recomponiéndose, y comenzó a caminar hasta la mesita en la que la criada había dejado la botella de vino. La mujer, que estaba en una de las esquinas de la habitación esperando órdenes, se intentó acercar hacia el conde para ayudarle, pero éste le impidió el movimiento.
―Déjenos solos.
La voz del hombre sonó fuerte cuando le ordenó que se marchara. Ésta se vio dudosa, pero finalmente hizo una reverencia y se salió.
En aquel salón quedaron sólo dos cuerpos, mirándose intensamente, delineándose con la mirada, saboreando las ansias que flotaban entre ambos con una sublime excitación.
Lord Matthew comenzó a servir otra copa de vino lentamente, y después se acercó a la dama para dejar el cristal en sus suaves manos.
―Debo sentirme avergonzado por mi comportamiento―comenzó a hablar mientras tomaba asiento frente a ella―, esa no es la forma adecuada de tratar a una mujer.
Lady Whitman negó lentamente con la cabeza, jugando con el líquido que estaba dentro de su copa, moviéndola de un lado al otro en una danza suave.
―No se sienta así, milord. Para mí es todo un placer pasar el tiempo con usted.
Y ahí estaba de nuevo, esa forma de erizarle la piel con sus palabras.
¿Qué clase de mujer soltaba aquello ante un hombre?
En definitiva ella era única, y lo sentía en el aura que la joven desprendía, en sus ojos chispeantes y en su larga cabellera oscura que llevaba contenida en una trenza.
《Exquisitamente fascinante》
―A mí también me complace hablar contigo, Violetta.
Las manos de la dama temblaron.
―¿Me ha tuteado?―Preguntó sintiendo un sabor extraño bajarle por la garganta.
Lord Matthew se encogió de hombros mientras se acomodaba mejor en su asiento.
El caballero de a poco comenzó a sentir cómo un fuego le quemaba el pecho, con una intensidad inigualable, y quizás se debiera a la forma de arder que poseían sus ojos, o que tenía tanto tiempo sin estar con una de sus amantes, que estaba duro de solo posar su mirada en esos labios regordetes.
Se dio ánimos para hablar. Debía ser osado,
soltar lo que lo consumía, y decírselo, sin rodeos, sin filtro, como ella solía hablar. ¿Por qué pasar días suaves si podía encender la chispa que haría explotar la bomba?
―Quiero conocerla, lady Whitman.
La mujer tragó saliva y saboreo aquellas palabras. ¿Qué había dicho?
― ¿Conocerme?
Se vio tentada a darle un largo trago al vino, pero se contuvo. No quería darle malas intenciones.
Los ojos de Benjamín chispearon antes de seguir hablando.
―Seré directo, Violetta―de nuevo la había llamado por su nombre―. Usted tiene algo que me llama, y aun me estoy debatiendo si es por la forma en la que me habla o la manera en que sus ojos arden al retarme.
Eso la confundió más.
― ¿Retarlo en qué sentido?
"En uno que me está volviendo malditamente loco y no sé por qué".
El caballero se tragó esas palabras mientras le daba un sorbo a su copa.
―No eres como las demás, no guardas tus pensamientos como todas las señoritas remilgadas que se pavonean en los salones de baile buscando solo un marido. Tú eres diferente. Mientras ellas son un lago apacible, tú eres una tormenta.
La mujer se decidió finalmente por darle un largo trago al vino. Estaba confundida, no entendía a ciencia cierta lo que el hombre le estaba planteando.
―Usted no me conoce.
Lord Matthew se volvió a acercar un poco a ella, pero no de la forma atrevida que había hecho con anterioridad.
―Ese es el punto―movió lentamente sus labios, haciendo que ella delineara sus movimientos.―Quiero adentrarme en ti―sus profundos ojos verdes no la soltaron al hablar―, conocer tu mente y los rincones de ella.
"Quiero saber por qué me eres tan fascinante".
Se contuvo para no soltar aquello, y decirle que las manos le temblaban por las ganas que tenia de levantarse del asiento, tomarla en sus brazos y recostarla en el suelo para dejar que su boca explorara lo que tenía debajo de la faldilla del vestido.
Maldita fuera la hora que decidió pasar un tiempo en el campo, lejos de las mujeres.
― ¿Y cómo piensa "adentrarse en mi"?―La mujer repitió las palabras, sin entender el segundo sentido que lord Matthew degustó cuando salieron por sus labios.
"De todas las formas que sean posibles".
―Deseo ser su amigo, lady Violett. Su compañía es muy grata. No conozco a ninguna mujer que sea como usted, y eso que todas ante mí se ven iguales: unas remilgadas flacuchas que solo buscan sacar dinero.
Él tenía razón en eso. Ella no buscaba su fortuna, solo deseaba su protección. Estaba segura de que esos fuertes brazos que se dejaban ver bajo la camisa que llevaba de forma ligera, serían la mejor arma contra los maltratos del mundo. Un esposo se encargaría de tener a su esposa segura, y ella deseaba dejar de temblar con todas sus malditas fuerzas.
Y vaya que no pensó que llamar su atención fuese tan sencillo. Creyó que un hombre tan imponente como él sería de coraza dura, pero allí estaba, coqueteándole descaradamente con los ojos mientras por su boca salía una verdad totalmente distinta a la que sus pupilas verdes gritaban.
Ella no era tonta. Eva le había contado todo lo que necesitaba saber sobre el matrimonio para que la verdad no le llegara de golpe cuando fuera el tiempo adecuado. Se había estado preparando mentalmente para elegir los tapices de su nueva casa, la alfombra, el menú de la cena, y los deberes conyugales que debía cumplir en la cama.
Y los ojos de lord Matthew, reflejaban completamente que preferiría mil veces estar entre las sábanas que en aquella salita de té.
¿Tan locos volvían a los hombres los deberes maritales?, ¿Acaso era la gran cosa procrear hijos? Porque si le preguntaban, ella no quería ninguno. No pensaba traer al mundo a unas pequeñas criaturitas que sólo sufrirían.
― ¿Quiere que un hombre y una mujer sean amigos?―preguntó la dama volviendo de sus pensamientos, y bebiendo un poco más de la copa para salir completamente de ellos―. Lord Matthew, ¿no ha escuchado eso de que no se puede tener una amistad entre personas de distinto género?
El hombre negó, sonriendo y provocando que el melodioso sonido de su risa retumbara en las paredes.
―Dime Benjamín.
La mujer dio un respiro hondo, sintiendo c
que el corsé se le ajustaba.
―Pero...
―Quiero que me llames por mi nombre.
Quizá fuese la forma en que sus ojos brillaron, o el cómo se movió su boca al pronunciar esas palabras, o que haya recordado que una de las lecciones de Eva le indicaba, explícitamente, seguirlo en todo, pero cedió aun cuando ni ella supiera que, al pronunciar esas ochos letras, comenzaría su perdición.
―Benjamín.
Saboreó la palabra y admitió internamente que le supo mejor que cualquier vino importando.
El hombre sonrió, fascinado y complacido, antes de seguir hablando.
― ¿No piensa, lady Violett, que una amistad es una amistad sin importar el género de quienes la lleven?
Aquello la sorprendió repentinamente.
― ¿Quiere que sea honesta?
La sonrisa del conde creció.
―Adelante.
―Bueno, en ese caso, sinceramente creo que no, las amistades entre hombres y mujeres no existen.
Las palabras salieron crudas, sin más, y el hombre poco a poco se comenzó a interesar más en lo que habitaba en aquella cabecita oscura.
― ¿Y cuál es el argumento que respalda su opinión?
Violetta se encogió de hombros suavemente.
―No puedo tener una amistad con alguien que me ve los labios cada tres parpadeos, Benjamín.
Remarcó su nombre, como si lo deletreara, y el solo sintió como la palabra le retumbó en la entrepierna.
Lo había descubierto, sintió el fuego que revivía con intensidad al saberse atrapado mirándola, delineando su cuerpo, intentando averiguar de dónde sacaba tanta chispa.
―Me has atrapado.
Levantó las manos en señal de rendición.
―No ha sido un trabajo difícil. Lleva coqueteándome toda la noche―respondió la joven con un aire de superioridad.
―Y usted lleva toda la misma regresándome las insinuaciones, y debo admitir, que sabe hacerlo muy bien.
Benjamín se mordió suavemente el labio inferior después de responder.
Los ojos de Violetta chispearon. Sintió cómo le revoloteó un cosquilleo en el estómago, y supo, en ese momento, que la vida había perdido toda monotonía. Jamás volvería a ser igual.
―Me ha atrapado―la dama le sonrió con picardía mientras soltaba una risa.
Lord Matthew se acercó a ella, y comenzó a susurrar, como si de sus labios saliera el mayor secreto que la tierra hubiera escuchado retumbar en su interior:
―En todo caso, creo que seremos buenos amigos. ¿Qué es mejor que dos personas que saben leerse y llevarse el juego?
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