|Capitulo 36|

Aquella mañana tempestuosa, la lluvia bajó su intensidad y se convirtió en una pequeña brisa suave que movía las hojas de los árboles como si la noche anterior no los hubiera azotado.

Benjamín apenas y pudo mantener los ojos cerrados por la madrugada. Se quedó despierto pensando en todas sus posibilidades. Tenía un plan, uno que conllevaba comenzar a reparar todo el daño que había causado, comenzando por Violetta.

Tras recuperarla, podría continuar con el funcionamiento de sus empresas, las propiedades y el saldo de sus deudas. Daba por hecho que si tenía a la dama de nuevo a su lado, le volverían a llegar fuerzas para regresar a la vida.

Y es que la amaba. Él, que toda la vida luchó contra el mundo y buscó solo su bienestar, estaba arriesgando todo por hacer feliz a una dama insolente que le había robado la cordura. La quería, porque no existía otra justificación que explicara aquella sensación de vitalidad que lo removía cuando la tenía cerca.

Fue esa la razón que lo llevó a pedir una cita a primera hora de la mañana con el barón. Sus pies nerviosos navegaban por el pasillo esperando que el hombre se desocupara de la reunión que llevaba para tomar su turno en el despacho.

Se pasó el desvelo pensando lo que le diría y el acuerdo que le plantearía. Sabía que si llegaba primeramente a hablar con Violetta, esta le cerraría la puerta en la cara y lo correría cada que intentara dar un paso en su dirección. Por eso el trato se lo propondría al barón. Él era un hombre de dinero, de negocios y apuestas, por eso le agradecía a Dios que Julián le hubiera devuelto el saco con el pago. Eso era lo único que le quedaba, y en ello yacían sus esperanzas de triunfo.

Dejaría a Madeline, se la entregaría en bandeja de plata al duque y declinaría el compromiso para dejarlos vivir su amorío. En cuanto a él, retomaría el cortejo con lady Whitman y la haría su esposa esa misma semana. No podía soportarlo más. Si ella no lo quería ver, entonces se volvería a ganar su amor. Lucharía con uñas y dientes por recuperar a la dama que amaba, porque le era inevitable vivir sabiendo que sus brazos existían y no precisamente para fundirse en los suyos.

La haría feliz, por Dios que sí, y aliviaría todos los males que le había causado.

"Es una promesa". Se susurró.

En ese momento la puerta del despacho del barón fue abierta y Benjamín se giró con decisión.

Dos pares de zapatos caros salieron por la puerta. Julián andaba con la cabeza arriba y una sonrisa triunfante en el rostro, un gesto que, al ponerse en contacto con el conde, elevó su intensidad.
Casi se agarra del muro para no caer cuando supo de qué se trataba su victoria.

—Gracias por la confianza, milord—el señor Craig se despidió del barón con un estrechamiento de manos, como si fueran íntimos amigos y confidentes.
Le dieron náuseas.

—No, señor, gracias a usted por haber puesto los ojos en mi hija. Ya verá que no habrá decepciones.
Benjamín apretó la mandíbula. Frente a él, todas sus esperanzas se volvieron papel quemado.

—Doy por hecho que no—la voz de Julián lo estaba mareando—. Bueno, milord, no lo alargo más. Me retiro, pero volveré para nuestro almuerzo.
El barón asintió.

—Lo esperaremos con gusto.

El pirata de quinta se marchó por el pasillo con su paso ridículo y lord Matthew solo atinó a apretar los puños para no perseguirlo. Estaba hecho, el muy malnacido había tomado el atrevimiento de desafiarlo.

Aún no se podía creer que Violetta hubiera aceptado marcharse con él, pero tampoco podía culparla. Si fuera él mismo quien tuviera que lidiar con todo el maltrato que ella sufría por parte de su padre, se habría marchado en la primera oportunidad.

—Buenos días, lord Matthew, ¿a qué le debo su presencia?, ¿necesita que le preste dinero?
Volteó a ver al barón y se encontró con su risita burlona y sus falsos modales. Ambos sabían que había perdido, y quizás por eso la sangre le comenzó a hervir en las venas.

Estaba decepcionado de sí mismo, ya no le quedaba dinero para comer, y el poco que había recuperado, lo quería utilizar en un trato que le devolvería a su mujer. Estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella, algo que debió de haber hecho desde el primer segundo, pero ya era demasiado tarde, porque aquel maldito hombre se atrevió a darle la mano de la mujer a un ser que no se lo merecía.

Lord Belmont era un monstruo, un maltratador desalmado que hizo trizas a violetta, que destruyó a la baronesa, que asesinó a empleados y volvió polvo a gente inocente. Era la peor escoria que había tocado el mundo. Y Benjamín estaba tan herido, tan roto, tan destrozado por mérito propio, que, con nada más que lo mantuviera con vida, decidió arriesgarlo todo y concentrar en el barón todo su odio.

Dio dos pasos hacia él y le regaló una sonrisa semejante a la del mismísimo diablo. El hombre lo miró desconcertado mientras Benjamín alzaba su mano derecha y se quitaba lentamente el guante blanco que vestía sus dedos.

—Vengo a retarlo en un duelo a muerte.

Musitó las palabras mientras dejaba caer la prenda justo frente a los zapatos del barón.

Durante unos segundos lo miró flaquear. Bajó su coraza, palideció suavemente, delineó la tela y después volvió a enfocar al conde, con su fingida sonrisa arrogante.

—¿A caso he dañado su honor de alguna forma, milord?—seguía con su papel burlón y retorcido, ese que solo hizo que el juego se volviera más entretenido para el conde.

Benjamín dio otro paso hacia él. Era bastante más alto que el barón y fue fácil armarse con eso para intimidarlo.

—Le estoy haciendo un favor, milord—ahora era él quien se burlaba—. Justo en este momento puedo sacar mi arma y asesinarlo a medio pasillo...
—No se atrevería.

—... pero le estoy dando la oportunidad de defenderse y morir de una forma más honorable, aun cuando usted y yo sabes que merece hacerlo como un animal.

Los dientes le rechinaban. Estaba desahogando su frustración de meses, y eso le gustó. Fue reconfortante encontrar un punto para concentrar todos sus males y vengar sus desgracias.

Sabía que no era coincidencia que el barón lo invitara a la fiesta de forma tan amable después del altercado que habían tenido. Siempre supo que lo hizo para que el señor Craig adelantara su esperada propuesta de matrimonio, y tras lograrlo, Benjamín se estaba muriendo de ganas de borrar ese gesto de satisfacción de su despreciable rostro.

—¿A caso usted es un cobarde?—el conde arqueo las cejas para retarlo con juguetería.

Y el barón, reacio a que alguien destrozara su honor, se agachó lentamente, tomó el guante blanco del suelo y lo hizo un puño en su mano.

El duelo había sido aceptado.

—Se arrepentirá de su decisión—le prometió con una mueca en la boca.

Pero Benjamín solo sonrió.

—Dudo mucho que vaya a arrepentirme de resultar vencedor.

~•~

Bass Jenner estaba cómodamente desayunando en su propiedad cuando un sirviente tocó a su puerta con una sorpresiva nota en mano, que anunciaba su requerimiento para fungir como testigo en el duelo que probablemente mataría a Benjamín Matthew, su buen amigo.

Tomó lo necesario, entre ello una buena cantidad de reproches, y partió en un carruaje que luchó contra el barro y los caminos inundados para llegar a la propiedad del barón. Hacia el mediodía su presencia fue recibida con una sonrisa burlona en los labios del conde que solo causó que sus nervios llegaran a tope.

—Vienes a matar al tipo si él logra matarme primero, no a reñirme como si fuera un niño pequeño—había soltado Benjamín con burla solo para hacerlo enojar más.

—Eres insufrible.

Lo que ese hombre necesitaba eran unas cuantas bofetadas de Elena para entrar en razón, o por lo menos eso pensaba Bass, quien era aún ajeno al sufrimiento que se merecía el barón.

—Créeme, le estoy haciendo un favor al mundo—susurró el rubio mientras se acomodaba el corbatín en el espejo.

Quería verse bien, ya sea para convertirse en asesina o ser asesinado.

—Aún puedo negarme—soltó Bass, más para sí mismo, mientras caminaba por la habitación con nerviosismo.

Su buen juicio lo estaba haciendo dar vueltas a la situación para encontrarle una escapatoria que lo ayudara a detenerla. Intentaba hallar una salida, pero sabía que el hombre que tenía delante era tan testarudo y orgulloso, que no daría jamás su brazo a torcer.

—Lo haré con o sin ti, pero claramente prefiero hacerlo contigo—aclaró Benjamín aún atento al espejo.

Tal parecía que había revivido su vanidad mientras a su amigo se lo comían los nervios.

—Benjamín, y-yo... voy a casarme, y no quiero que cometas una locura antes de que vaya al altar.

El comentario bastó para que el conde soltara su reflejo y posara la vista en su buen amigo, ese que se veía a punto de amarrarlo para que se negara a la estupidez que estaba a punto de cometer.

—¿en serio? Esa es una muy buena noticia—arqueó una ceja mientras asentía.

Un nudo se instaló en el pecho de Bass.

—¿Quién es la mujer?—volvió a hablar Benjamín.

—Eleonor Fittz. No la conoces, pero es encantadora.

Benjamín asintió.

—Ya lo creo que sí. Será muy afortunada.

Bass apretó los puños. ¡Se estaba muriendo de coraje mientras Benjamín parecía ponerse a punto de elegir el pastel! Se veía despreocupado, fresco y reluciente. No parecía ser el hombre que había revisado su testamento y analizado quién heredaría el titulo si llegara a darse su muerte.

Comenzó a sentir el rostro caliente mientras seguía pensando en alternativas para detener aquel circo.

—¡Por Dios que eres terco!—se tomó del cabello y tiró de él con frustración.

—¿Pero qué te sucede?—cuestionó Benjamín mientras apreciaba la escena con confusión.

—¡Tú me sucedes! ¿A caso has perdido la cabeza?, ¿dónde diablos dejaste tu cordura?

El rubio se encogió de hombros.

—Ya no tengo nada que perder, Bass—aclaró con el pecho abierto, como si de él emanara su ser—. Me llené de deudas que no puedo pagar, he perdido mi reputación y la mujer que amo se casará con otro. ¿A qué quieres que le llore si ahora lo único que me queda es morir?

Sus palabras atrajeron un silencio que erizó la piel.

-La vida no ha terminado-refutó el marqués.

-Para mí lo ha hecho.

-Estas siendo pesimista.

-No puedo ser de otra forma-se encogió de hombros.

-Claro que no. Está en tu naturaleza ser un idiota.

Una voz de mujer inundó la habitación. La piel de Benjamin se erizó cuando la escuchó, fue como si tomaran su alma y se la arrancaran del cuerpo.

Volteó la cabeza en busca de Violetta y la encontró recargada en el marco de la puerta con una ceja alzada y los brazos cruzados. Llevaba puesta la mueca de rabia que comúnmente usaba cuando lograba sacarla de quicio y ese semblante de terquedad que supera con creces el suyo.
Le comenzó a latir con desesperación.

En su mente aún yacía su cuerpo, su piel...su boca mordiendo la suya.

-¿Podría permitirme hablar con el conde, milord?-la dama se dirigió a Bass y este, con confusión y ciertas ganas de que fuera ella quien lo hiciera cambiar de parecer, le regresó una sonrisa amarga que estaba cargada de frustraciones.

-Por supuesto, milady-hizo una reverencia rápida mientras tomaba su sombrero-. Revisaré las armas para el duelo mientras ustedes charlan.

Aun cuando no tenía mucho antojo de elegir la pistola con la que su único amigo probablemente moriría.

Violetta agachó la cabeza cuando le pasó por un costado en la salida y al saberse sola con el conde, clavó los tacones en el marco para no caer en la tentación de entrar del todo.

Se miraron a los ojos como quienes guardan en la mirada más de un secreto, de esos prohibidos y pecadores, de esos que queman el alma de la misma forma que el rostro de Violetta hardia. Estaba caliente, furiosa y asustada. Había planeado todo un regaño monumental, pero la boca se le había trabado y se decidió por clavarse las uñas en la palma de la mano para matar las ganas de estamparle una bofetada al tipo.

-Escuché que te vas a casar.

Benjamín fue el primero en hablar. Lo dijo con burla, cruzándose de brazos y llevando la cabeza al compás del movimiento, lo dijo ocultando en su sonrisa aquella rabia que lo estaba dominando.
El rostro de Violetta se deformó.

-¿Entonces es por eso?-tenía los dientes apretados-. ¿Retaste a duelo al Barón porqué me comprometí con el señor Craig?

Agradeció que no pronunciara su nombre.
Se encogió de hombros poniéndole un poco de seriedad a su gesto burlón.

-Posiblemente.

-Estas completamente loco si crees que te dejaré hacer esa estupidez.

-La verdad, milady, es que es un asunto que no le incumbe a usted en lo más mínimo.

Dio un par de pasos hacia ella, amenazantes y acechantes, de esos que soltaba cuando quería arrinconarla.

Se acercó lo suficiente como para saber que se había puesto colonia y llevaba una flor morada en el cabello que le hacía brillar la mirada.

Por un par de segundos Viletta se desarmó. No estaba preparada para verlo, muchísimo menos para ser consciente de que dando tres pasos más podía unir sus pechos y saborearle la piel. Le era débil, simplemente había dejado toda fuerza en su habitación cuando salió a buscarlo y el único impedimento que el conde tenía para tomarla en brazos era la puerta abierta por la que fácilmente podía entrar cualquiera, incluso su prometido.

-Planea asesinar a mi padre, milord. Ese es un tema que claramente me incumbe.

Las almas se estaban atrayendo. Ambos podían sentir la fuerza que los empujaba a cerrar la puerta y quitarse la ropa.

-¿Es por su padre por quien teme?-El hombre arqueó una ceja y dio un paso más en su dirección.

-¿Por quién más debería?-Él estaba tan cerca...

-Por mí-concluyó.

Un mísero paso los separaba, unos cuantos centímetros que fácilmente podían contar con la mirada. Aquella distancia era el colmo de todo mal, el último verso de un poema erotico, la sublime caída de una gota de agua a mitad de la calle cuando la lluvia logra mojar hasta el alma.

-Veo que sigue teniendo un ego muy grande-defendió la mujer.

-Con su experiencia ha de saber que no es lo único que tengo grande.

Las mejillas de la dama se coloraron y tuvo que voltear la vista al pasillo para rectificar que no hubiera nadie escuchando. Al corroborar regresó su vista al él, quien que parecía buscar cualquier segundo de debilidad para tirarsele encima.

-No vengo a escuchar sus comentarios insinuantes ni sus gestos groseros, muchísimo menos para aumentarle el ego y hacerle creer que pararía el duelo por su simple bienestar.

-¿No es esa la cuestión?-la cortó.

-No-levantó la barbilla para hacerle ver su punto-. Quiero que pare todo este circo porque su estupidez puede dañar a muchas personas.

-¿Cómo cuáles?-por Dios que estaba tentado a dar un paso más y terminar de una vez con aquella tentación.

-Como mi madre.

Una carcajada ronca y estridente salió por la boca del hombre.

-La baronesa será la primera persona en saltar de felicidad cuando una bala le atraviese el pecho al barón.

"Sí, pero, ¿y si la bala te atraviesa a ti?" Violetta detuvo a su lengua para que no se atreviera a musitar esas palabras.

-Ha de creerse Dios para proclamarse ganador incluso antes de tomar el arma.

Hubo un momento de duda entre ambos, fue solo un segundo, tan imperceptible como el aleteo apresurado de un ave hambrienta. Fue tan solo la milésima parte de todo su orgullo, y aun con eso, bastó para que el conde terminara con aquel desdichado paso que separaba sus pechos.

El pasillo desierto recibió el encuentro de los amantes como un secreto a ciegas.

El corazón de ambos comenzó a latir con fuerza, desbocado y herido.

Las pieles se saludaron. Las ganas se reencontraron con un cosquilleo suave.

-Ya no tengo nada que perder, milady-tenia que bajar el rostro para acariciar el suyo-. Ni dinero, ni propiedades, ni mujer.

-¿Le he de recordar que fue su jodido carácter el que lo hizo llegar a ese punto?

Benjamin sonrió.

-Y será ese mismo el que me acompañe a la tumba.

¿Qué más se podía decir? Nada impedía que se siguieran retando, que tomaran sus vidas y le dieran tantas vueltas que fuera inevitable encontrar el nudo de la cuerda. Podían continuar con su discurso lleno de mentiras y deseos, porque claro que al final sería inevitable terminar comiéndose las bocas, pero ella ya no era la misma Viletta que una vez calló por sus encantos, ni él el mismo Benjamin que se resistía a esa mujer. Ambos habían cambiado. Ambos eran el polo opuesto de las cartas que una vez habían plantado sobre la mesa. Ella ahora era una tormenta y él, un árbol cuyo rayo había calcinado.

-Si mueres, yo misma volveré a asesinarte con mis propias manos.

Violetta apretó la mandíbula y dio un paso atrás, intentando alejarse de él, intentando dejar a un lado las emociones que le crecían en el vientre.

Se miraron a los ojos con autenticidad, sin sonrisas, sin dolores, sin guerra. Solo se miraron como aquella primera vez en el lago.

-No le prometo nada-sonrió Benjamin.

-No se preocupe, milord. Estoy acostumbrada a sus falsos juramentos.

Y se marchó, después de golpearle el pecho con su afirmación, y Benjamín detalló su huida en el pasillo, consciente de que en sus pies entaconados se escapaba el deseo más grande que podía pedirle a Dios: que ella fuera feliz, aun cuando la marea los tomara en contra y la vida se convirtiera en un juego de azar.

La quería feliz porque ya era hora de que alguien tomara su mano y la llenara de dicha, aun cuando ella eligiera que quería que se la diera otro y el tuviera que resignarse a esa posibilidad

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