|Capitulo 31|

Dos meses después.

La vida había transcurrido como un ave hambrienta. Primero lenta y cautelosa, y después, veloz devorando todo a su paso.

Fue fácil acostumbrarse a Mar. Ella solía ir por las mañanas a su casa para tomar el desayuno juntas, pero, por miedo a que encontrara al barón en sus días malos, Violetta comenzó a ir al barco para pasar allá el día. Y Eva la seguía, a sabiendas de que el señor Patterson estaría en cubierta.

Solían conversar hasta tarde, tejer, salir a caminar, diseñar vestidos e ir con la modista, como esas jovencitas normales que disfrutaban los lujos sin reproche alguno.

Julián las escoltaba en las fiestas, en las veladas y las noches de teatro. Se volvieron unidos. Poco a poco la vida comenzó a mejorar.

En cuanto a Benjamín, básicamente se había rendido. Había llegado a la conclusa afirmación de que en su vida jamás iba a encontrar nada semejante a lo que había sentido en sus brazos. Porque, aunque él juraba no haber tocado las nubes con sus besos, ella si lo hizo. Logró acariciar la luna y no volver. Quedarse perdida, facinada. Agena en un letargo placentero del que no quería despertar.

Pero lo hizo.

Abrió los ojos para encontrarlo pidiéndole matrimonio a otra mujer. Para pasar varios paseos observándolo a lo lejos caminando con su prometida. Agradecía con el alma a aquellos caballeros que la sacaban a bailar durante las fiestas, y en especial a Julián. Cuando él y Mar aparecían, todo tomaba una tonalidad distinta. Eran como una chispa de paz, de agua fresca y brisa salada. Bailar con Julián era un deleite y conversar con Elizabeth se había vuelto el momento más esperado del día.
Vaya que les debía una grande, porque gracias a ello había dejado de ser la solterona ridícula que se queda al margen observando bailar a los enamorados.

Ella sentía acido aquel circo que había montado Madeline al andar con Hunter siendo que estaba comprometida con el conde. Para Violetta simplemente era una cualquiera, pero una a la que le pondría un altar por haberle plantado una bofetada a lord Matthew con su relación clandestina.
Le encantaba saber, con cierta vergüenza, que el hombre también sufría.

Aunque, si le preguntaban ahora cómo le iba con la herida del alma, probablemente les sonreiría y les diría que ni siquiera le lloró. Que no hubo noche que tuviera la dicha de presumir que la vio sucumbir y caer.

Simplemente, una mañana se despertó y ya no dolía tanto.

—Empaqué los vestidos de gala. Todos.
Eva revoloteaba por la habitación de un lado al otro, organizando todo para el viaje, mientras los lacayos corrían con las ordenes que lanzaba la doncella.
Violetta, aun perdida en sus pensamientos, agitó la cabeza para poner en orden el mundo.

—¿Empacaste también los vestidos ligeros?

—¿Los ligeros? ¡Bah, por favor! Vas a encontrar marido, no a flojonear.

Fue lo único que respondió la mujer mientras la dama miró los baúles saliendo por la puerta rumbo al carruaje.

En los últimos días había tenido cinco pretendientes (esos que solamente iban tras la dote y no miraban a la dama), y su padre aun no se decidía por ninguno. "Un grupo de mediocres sin fortuna ni grandeza", los tachaba él, pero aun así la dejaba ser cortejada para llamar la atención de los peces grandes que el barón quería en su red. Así que, el hombre completamente decidido organizó toda una fiesta campestre en su casa de campo para llamar la atención de las presas, y Violetta, era la carnada.

Era un plan muy elaborado, tanto, que ella no alcanzaba a distinguir los nudos que el barón había hecho para llevar a cabo su propósito: atrapar a Julián Craig y darle en el hígado al conde.

El barón había puesto sus ojos en él, y después de notar el interés que éste llevaba hacia su hija, juraba por Dios que no se iba a ir a la tumba hasta que esos dos estuvieran casados y Benjamín Matthew presenciara la escena en carne propia.

Ya una vez lo había hecho trizas, y ahora, era su turno de verlo caer. Por eso, su invitación fue la primera en ser mandada, con un sello elegante y una tinta pulcra, un poco de perfume femenino y unas cuantas amenazas mudas.

***

El viaje a Kent fue placentero y refrescante, con un atisbo de lluvia acariciando el cielo. A Violetta le gustaba mirar por la ventana y admirar la ciudad que se alejaba en el horizonte. La hacía sentir libre y reconfortante, lejos de las habladurías, los chismes y el pasado.

Ella era feliz lejos de ahí. El aire se volvía fresco y del pecho se le caía un peso enorme.

Sí, ella quería ser libre. Y esa seguía siendo, definitivamente, la meta a alcanzar.

Últimamente el barón se veía agotado. En ocasiones ni siquiera salía de su alcoba y atendía sus intereses encerrado en su despacho. En aquellos dos meses solo se dirigió a Violetta para darle los golpes que acostumbraba darle. Ni siquiera en su debilidad se daba por rendido en ese aspecto, y eso la hacía hervir en coraje.

Cuando sentía que la vida no podía ir mejor, una vara se estrellaba en piel cansada, y la sangre ahogaba la esperanza.

Así que sí, le gustaba ver la ciudad alejandose porque se sentía lejos de toda esa desdicha, aún cuando el viaje fuera solo de un par de días y el propósito se centrara en encontrar un marido que la tratara igual de horrible que su padre.

Quizás, lo más prudente, sería huir.

Si debía de ser sincera consigo misma, no estaba ni siquiera mínimamente interesada en conocer pretendientes ni muchísimo menos en elegir esposo.

Esa ya no era una prioridad, hacía mucho tiempo que dejó de desear uno. Y es que le habían generado una herida tan profunda que ya no estaba dispuesta a volver a confiar.

Tampoco le agradaba la idea de quedarse en sociedad. Si bien en su momento había soñado con danzar en ella, se dió cuenta muy rápido de que el mundo está repleto de monstruos a los que solo les gusta destruir.

Lo mejor, al fin y al cabo, sería huir. Le robaría dinero a su padre, el suficiente para marcharse de Londres y encontrar un trabajo. Saldría adelante sola, e invitaría a Eva y al señor Patterson. De seguro le encantaría a la doncella conocer parís.

Cada que lo saboreaba más se le antojaba brincar del carruaje y salir corriendo en ese preciso momento, pero no lo hizo. Debía de planear mejor las cosas. No saldría bien todo si se dejaba llevar.

Sería un plan bien calculado. Preciso. Extravagante.
Y pasó con ese plan en mente todo el día.

~•~

Violetta caminaba por la casa de campo con los zapatos empapados. La tormenta rápidamente había mojado las ventanas y el agua no paraba de chorrear por las paredes. Jamás había visto una lluvia así de intensa, y más que asustarla con su magnitud, terminaba excitada con los relámpagos que castigaban al cielo como un domador a un león salvaje.

Sus padres la esperaban en el recibidor. Daban por hecho que la mayoría de los invitados se habían quedado atascados en el camino, porque ellos mismos, también estuvieron a punto de no llegar.

Fue una cuestión de suerte aparecer antes de que la lluvia arreciara, aun cuando sus atuendos no pensaran lo mismo. Llegaron con las prendas chorreando en el suelo, y tuvieron que correr para poder recibir decentemente a los invitados, esos que, se habían reducido casi al tercio de la lista que había preparado su madre.

—¡Violetta!—la apresuró la baronesa para que tomara su lugar junto a ellos. Aún cuando el cielo se estuviera cayendo, todos parecían seguir respetando los modales.

Padres e hija estaban a la espera de los invitados justo al lado de la puerta principal. Las personas entraban como sopa, con los vestidos cargados de agua y los zapatos franceses completamente arruinados.

Para variar, lord Perth fue uno de los primeros en aparecer, porque claro, ni la tormenta más grande del año pudo detener su deseo de rodearse de mujeres casaderas.

—Me es muy grato haber sido invitado a su fiesta—saludó a los barones para disimular y poder concentrar, después, toda su atención en la joven morena—. Milady, es un gusto encontrarla a usted también.

Finalizó el saludo con un beso en su mano y los padres sonrieron satisfechos.

—El gusto es mío, milord—hizo una pequeña reverencia mientras se tragaba las náuseas.

Después del regordete hombre, apareció un acaudalado marqués con su amante, una francesa pelirroja que desbordaba atrevimiento. Fueron los únicos que le cayeron bien.  Les siguió una pareja con diez hijos que llevaban una niñera que parecía que quería colgarse por loca, y la más peculiar fue una dama solitaria que llegó con la cabeza en alto y el brazo adherido al cochero que casi la cargaba para que su estado de ebriedad no la tirara al suelo.

Había personas elegantes y otras despreocupadas, seres que llegaban llorando por sus faldas arruinadas y otras que sufrían porque querían bailar bajo la lluvia. Supongo que las personas somos tan peculiares que es de ley ser distintos, y ese pensamiento rondó por la cabeza de Violetta mientras saludaban a sus huéspedes.
Fue casi al final de fila cuando el corazón se le detuvo.

Había pasado dos meses de su vida imaginando que lord Matthew se había ido a la India para ser devorado por un tigre, porque, definitivamente, era mejor que verlo en cada evento tomado del brazo de su prometida.

Quería fingir que lo había olvidado, y claro que, cuando vio sus ojos verdes entrar por la puerta principal, le hubiera gustado decir que las piernas no le flaquearon y el alma no le dio un vuelco. Anhelaba contar que fue fuerte, que no llegaron a su mente todos los besos que se habían dado y el corazón no se le volvió a romper.

Se veía guapo, esa era una característica que Benjamín Matthew jamás dejaba en casa. Llevaba el cabello rubio empapado en la frente, un traje que parecía haber sido muy caro antes de que la lluvia lo atacara, y unos ojos inmensos que provocaron chispas en sus entrañas cuando acariciaron sus pupilas.

—Buenas noches, barones—los saludó con su gruesa voz ronca—. Fue toda una aventura llegar, pero estoy seguro de que la fiesta no defraudará.

—Espero que no sea así, milord—le respondió su madre con una sonrisa enorme.

Violetta admiró la escena con la boca abierta y el alma en la mano. ¿Por qué sus padres lo veían con nueva devoción?, ¿por qué el barón lo había invitado después del altercado que habían tenido en la cocina?, ¿En qué momento se murió todo el odio que su padre le proclamaba al conde? Deberían de pasarle la fórmula mágica porque ella aún lo estaba aborreciendo.

Benjamín, después de saludar los a los barones, posó su mirada en ella, sabía que iba a saludarla, que le pronunciaría las primera palabras que eran destinadas para ella después de meses.

La boca se le secó y no pudo tragar.

—¡Violett, cariño, esto está fabuloso!

Sintió un alivio monumental recorrerle el alma cuando la voz de Mar retumbó la sala. Ella corría hacia ellos con un vestido empapado y una de sus famosas sonrisas radiantes. A su espalda, Julián la seguía con maletas en las manos y un gesto cansado en el rostro.

—Llevo quince minutos pidiéndole que se quite de la lluvia y parece que le he hablado a una pared—explicó el hombre con su acento marcado mientras dejaba huellas húmedas en la madera.

—La vida no es para quedarse en el carruaje viendo el agua caer—se defendió la rubia mientras le daba un abrazo empapado a la dama y un saludo elegante a los barones.

Benjamín apreció cómo Julián se acercó a Violetta y dejó en su mano el beso que él debió de haberle dado, después le sonrió como tenía planeado hacerlo y los ojos le brillaron cuando ella recibió con anhelo su saludo. Fue inevitable que el corazón no le ardiera.

—Sean bienvenidos, señores—comenzó la baronesa para los dos invitados—. Un sirviente los escoltará a su habitación y pronto les subiremos la cena. Cancelaremos el evento en el gran comedor para que puedan secarse y ponerse cómodos.

—Gracias, milady—contestaron Julián y Benjamín al unísono.

Ambos se voltearon a ver con las mandíbulas apretadas, era el mismo gesto que Violetta había visto en el teatro y no le gustó para nada. Parecían que se estaban retando con las miradas, que en cualquier momento uno iba a lanzar el primer golpe y después los dos terminarían en el suelo como animales.

—¿Sería posible que Violetta cenara con mi hermano y conmigo, milord?—preguntó Mar con su mirada inocente, ignorando la vibra pesada que cargaban los hombres.

Violetta no pudo evitar encontrar una sonrisa gloriosa en los labios de su padre, era cómo ver al diablo sonreír, como encontrarse frente a un acantilado donde la tierra se desmorona y no sabes dónde caerás.

—Será un gusto—respondió el barón aumentando la intensidad del gesto—. Confío en que cuidará a mi hija, ¿no, señor Craig?

Julián sonrió y el estómago de Benjamín rápidamente dio un vuelco.

—No podía hacerlo de otra forma, milord—respondió el pirata con un acentimiento de cabeza.
Las entrañas de Violetta se comenzaron a revolver y de nuevo le dio náuseas.

Entonces, una pregunta más cruzó por su mente y la espalda se le erizó: ¿Qué diablos tramaba el barón? Porque esa definitivamente no era una situación natural.

~•~

Pasó media hora más recibiendo a los invitados. Finalmente, de trescientos, llegaron solo setenta. Seguían siendo muchos para Violetta, pero después de ver que se restó la cifra, su corazón había comenzado a latir con normalidad.

Bueno, no totalmente.

Una parte de ella seguía afectada por la presencia de Benjamín. Tenía dos meses que no lo tenía tan cerca, que sus olores no se fundían y los ojos esmeralda no atacaban sus pequeñas avellanas. La alteró de una manera que jamás pensó que volvería a suceder, y eso bajó sus defensas.

Se sentía vulnerable, pero decidió cubrirse la espalda con Mar y Julián. Los hermanos Craig siempre estaban para alegrarle el día y endulzarle el alma, y para hacerlo aún más beneficioso, Violetta sabía que Benjamín no se acercaría más de la cuenta si amarraba sus pasos a los de los chicos.

Se llevaban mal, podía verlo en sus ojos, y la verdad es que le importaba un cuerno lo que se traían, porque hacía mucho tiempo que a ella dejó de importarle las desventuras del conde.

Su primera huida en esa fiesta de dos días, sería la cena a la que la había invitado Mar. Un sirviente alistaría el salón superior mientras Elizabeth y Julián se acomodaban en sus habitaciones y se cambiaban de prendas. Por su parte, Violetta también haría lo mismo. Tanto recibir a gente mojada había vuelto a humedecer su vestido, y tuvo que subir las escaleras a sabiendas de que los hermanos irían a buscarla para acudir juntos al salón.

Sus tacones mojados dejaron huellas en las escaleras y en el pasillo superior. Fueron tres segundos los que sus manos tardaron en girar la enorme perilla y solo dos los que su alma necesitó para caerle a los pies.
La boca se le volvió a secar y no supo en qué momento las piernas le amenazaron con flaquear.

Ahí, justo a media habitación, sentado en su sillón favorito con la ropa aún mojada, Benjamín Matthew la admiraba con el rostro serio, los ojos inquisidores y un vaso de licor en el aire.

Era todo lo imponente que una vez fue para ella.

—Cierra la puerta—le indicó con la voz ronca y profunda.

Violetta no reaccionó, se quedó completamente estática con la mano en la perilla, la boca abierta y el rostro pálido.

—Hazlo—ordenó el hombre con la mirada imperturbable.

—¿Usted quién diablos se cree para profanar mis aposentos y ponerse a dar ordenes?—la voz apenas y le salió, fue como un ardor en los pulmones que le recorrió la garganta, pero finalmente, logró que saliera seca y fría, como si su presencia no la perturbara.

Los ojos Benjamín se entornaron y una sonrisa ladina curveó sus labios.

—Si quieres armar un espectáculo, adelante, es bienvenido—bebió un trago de whisky, dejó el vaso en la mesita y después se encogió con despreocupación para volverle a clavar los ojos—. Puedes gritarme y patalear, pero te recomiendo que lo hagas con la puerta cerrada, porque sino, alguien entrará y ambos estaremos en problemas.
Esa maldita forma de hablar...

—lárguese—exigió Violetta aún parada en el marco—. Usted no es bienvenido aquí.

—¿No quieres hablar?—cuestionó con los ojos llameantes.

El corazón de Violetta dio un vuelco.

Llevaban dos meses sin dirigirse la mirada, sin charlar, sin saludarse ni pensarse, y ahora él, quién fue el causante de su destrucción, venía y le decía que quería hablar justo cuando su vida estaba comenzando a agarrar formar de nuevo.

—Eres un hipócrita, Matthew—le escupió las palabras mientras cerraba la puerta. Finalmente no lo hizo por darle la razón, sino porque conocía su terquedad y sabía que no se marcharía tan facil.
Lástima que olvidó poner el pestillo.

—Toma una copa conmigo—fue lo único que dijo él.
Violetta lo miró como ridiculez mientras alzaba las cejas y soltaba una risa amarga.

—No estoy de humor para sus jueguitos estupidos, milord. Así que le agradecería que se marchara, y me dejara seguir con los asuntos que verdaderamente son importantes.

El hombre frente a ella se volvió a encoger de hombros. Sus ojos verdes parecían brillar más que la última vez que lo había visto e incluso su rostro lucia más delgado.

—Si crees que te haré perder el tiempo, entonces solo regálame cinco minutos, una copa de vino y una charla como las de antes—una sonrisa triste inundó sus labios—. La pasábamos bien, ¿recuerdas?

Sí, la pasaban bien, antes de que él la abandonara y se comprometiera con otra, antes de que le rompiera el corazón, y Violetta planeara huir.

—¿Qué quiere exactamente, milord?—preguntó reacia a acercarse.

Los ojos de Benjamín centellaron.

—La verdad no lo sé—confesó rendido y pareció decir la verdad—. Los pasos me llevaron aquí y para cuando me di cuenta  ya estaba esperando que llegaras.

A Violetta, más que nada, le dio lastima. Fue duro verlo destruido debajo de su fachada de fuerte y de su postura indestructible. Se veía destrozado, con el rostro gris y la mirada perdida.

Quizás fue por eso que caminó hacia él, se sentó lo más alejada que pudo del sillón y se sirvió lentamente un poco de whisky.

—Solo cinco minutos.

Respondió bebiendo. Por Dios que tenía que beber para poder soportarlo.

~~~

¡Corazones bellos, ¿como han estado?!

Les dejo arriba una foto que mire y una parte de mí juró que era Violetta❤️.

¿Les gusta la nueva portada o preferían la anterior?

¿Logran adivinar a que parte de La Debilidad de Un Caballero se refieren éstas escenas?👀

SE VIENE ALGO MUY BUENO

Espero que les haya gustado el capituló y que se encuentren muy bien tanto ustedes como su familia❤️

Los quiero muchísimo y les mando un abrazote enorme🥰

KATT

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