|Capitulo 25|

―En algún momento tendrás que llorarlo. Lo sabes, ¿no?

Violetta respiró profundo mientras se veía en el espejo. Repasó sus ojeras moradas y profundas, la boca que se le había tornado reseca y la barbilla que no se había permitido bajar.

―No se merece una sola lágrima que provenga de mis ojos―le respondió a la doncella con sequedad.
Eva se colocó detrás de ella, quedando ambas reflejadas en el espejo. La mujer tomó los hombros de la dama y los presionó levemente, intentando darle fuerzas.

―Y tienes toda la razón del mundo, pero si no lo sacas del pecho, el dolor se quedará ahí y será como si él fuera contigo siempre.

―Creo que no hay forma de que me deshaga de su eterna presencia―susurró Lady Whitman, mientras volteaba un poco el rostro en dirección al vestido que colgaba de una percha. Estaba listo para usarse, con el velo a un lado haciendo juego con el encaje.

Se le hacía chiquito el corazón cada que pensaba que ese iba a ser el gran día, ese iba a ser el momento en el que, por fin, sería libre del infierno en el que se encontraba.

¿Quién iba a decir que, después de todo, terminaría hundiéndose más en él?

Se sentía entumida, estática, como si todo aquello fuera un sueño del que pronto iba a despertar.

Ojala lo fuera...

Eva siguió su mirada y escuchó el sonoro suspiro que salió de la boca de la dama.

― ¿Que quiere que haga con él?―se refirió a la prenda.

Por la mente de Violetta pasaron mil posibilidades, fácilmente podría arrojarlo a la basura o romperlo con los dientes mientras maldecía al desgraciado que se había atrevido a  lastimarla, pero se le ocurrió una idea mucho mejor.

―Córtalo—soltó sin más.

Eva la volteó a ver con el ceño fruncido.

― ¿Que lo corte?―habló mirando perpleja a la dama.
Violetta se encogió de hombros.

―Es demasiado hermoso para deshacerme de él―Eva se había encargado toda su vida de arreglar los vestidos que utilizaba a diario, y durante su primera temporada, una que otra vez también le tocó poner apliques, hacer dobladillos y rediseñar completamente algunas prendas que lo necesitaban con urgencia para verse bien―. Prefiero que lo arregles y lo hagas parecer un simple vestido de noche en lugar de uno tan...―no pudo decir la palabra―, tan así.

― ¿Y cuándo piensa usarlo?

―Hoy mismo.

***

Literalmente se necesitó una docena de doncellas para que el vestido quedara listo en tan poco tiempo, pero, aun después de haberse picado el dedo varias veces y de descocer para volver a hacer, todas habían concordado que había quedado exquisitamente hermoso.

Le habían colocado aplicaciones doradas en toda la falda y el corsé. Pusieron un atrevido encaje en sus hombros descubiertos, y con el velo, le hicieron un tocado para acompañar el conjunto.

No parecía en lo absoluto un vestido de novia, pero por Dios que a Violetta le gustaba hacerse daño, porque cada que se veía en el espejo le temblaban las piernas y los ojos le ardían.

Se torturaba a sí misma sin contemplaciones y sabía perfectamente que estaba metiendo los dedos en la herida, pero tenía que hacerlo, debía de lastimarse y hundirse para tocar fondo, para lograr entender que aquello no era un sueño, que no iba a despertar una mañana cualquiera de marzo y se iba a encontrar durmiendo en los brazos de Matthew, porque él no iba a volver a entrar por su ventana, no la iba a volver a besar, y por todos los cielos que dolía un carajo admitir que tampoco le iban a pertenecer sus miradas de cariño.

Era sabido por todos que el hombre ya le pertenecía a otra, y claro, nótese el sarcasmo, que no era porque había permanecido atado a los brazos de lady Lamb en todos los bailes que iban de esa temporada.

Solían bailar hasta la última pieza de la noche. Y Violetta se quedaba en un rincón mirándolos, como en aquella velada que lucía el hermoso vestido que Eva le había arreglado.

Ojala algún caballero se acercara a invitarle una pieza, o simplemente a charlar, como lo habían hecho muchos en su primera temporada, pero ahora todos temían la razón por la que el conde la había dejado a tan poco tiempo de la unión. Algunos hablaban de que de seguro ella había tenido algún amante y por ello el hombre había declinado, y otros, los más despreciables, ni siquiera buscaban razones, solo se limitaban a restregarle en el rostro que la habían dejado por una mujer más bella, más joven y de una dote envidiable.

Era inevitable parar los murmullos que se levantaban en su nombre cuando entraba en las reuniones. Cada que alguien la señalaba y hablaba bajito como si disimulara la grosería, parecía que sacaban una navaja y hacían un pequeño corte junto a todas las otras heridas que la adornaban.

El barón había intentado varias cosas para calmar "la tragedia que los había aplastado"(nombre que le había puesto de forma ridícula al suceso, como si fuera él el abandonado). Le había conseguido a Violetta una dote cuantísima, impresionante, para que al valiente que quisiera la fortuna no le importasen las habladurías, pero claro que eso no había surtido efecto.

Existía la posibilidad de que fuera porque el suceso tenía poco de explotar, y también estaba esa pequeña campanita que sonaba en la cabeza de la dama como si le anunciara que nunca se iba a casar, que su tiempo había pasado, y por más exquisita dote que cargara, nadie se iba a arriesgar a apostar por las sobras que había desechado el conde.

Aquella noche no pudo evitar pasar toda la velada mirándolos bailar. Hacían bonita pareja. Madeline sonreía en sus brazos como toda una chiquilla enamorada y él le susurraba cosas que Violetta no atinaba a descifrar. Todo el mundo estaba hablando de que Benjamín planeaba cortejar a la rubia, y la verdad es que harían un buen matrimonio, o por lo menos, eso se susurraba Violetta despacito para calmar los demonios que le gritaban que fuera y les rompiera la madre a los dos.

¿Cómo era posible que lady Madeline no sintiera ningún remordimiento al saber que le había quitado el prometido a otra mujer?, ¿es acaso que no tenía un código de moralidad?, ¿cómo podía dormir por las noches sabiendo que...

―Te lo digo exactamente como me lo contó el mismísimo conde de Montesquieu. Él la dejó porque, en cuanto vio a lady Lamb, la hija de los marqueses, quedó completamente enamorado de su belleza, y es que, hasta cierto punto es verdad. Querida, no se puede comparar la belleza de esa dama con la de su antigua prometida. Lady Whitman era muy poca...

Violetta sintió que el corazón se le encogía en el pecho cuando escuchó la conversación de dos damas que pasaron justo frente a sus narices, restregándole en la cara lo que ella ya se sabía de memoria.

"Ella es mejor que tú".

"No supiste atraparlo, querida. Los hombres necesitan mucho más que simples bailecitos".

"Te apuesto que le hará una boda mucho más grande de que la que había planeado para ti".

Y si les era sincera, hasta ella misma comenzaba a buscarse cientos de defectos para encontrar al que causó tal tragedia.

—Yo que tú no les haría caso. Son mujeres frustradas que necesitan un buen amante para alejarse de los asuntos ajenos.

Violetta se tensó. Reconoció esa voz en un santiamén.

No necesitó levantar la cabeza para ver cómo el señor Craig se sentaba junto a ella en el rincón. Varios ojos se volvieron hacia ellos, pero la mayoría, aún seguían puestos en la nueva pareja que bailaba como si sus pies tocaran las nubes.

"Hipócritas". Pensó con la boca amarga.

—De nuevo llevas tu mirada—volvió a hablar Julián.
Violetta se volteó hacia él con el ceño fruncido y las manos apretadas.

—¿Qué mirada?—le cuestionó con coraje, aún cuando sabía que él no se merecía ser el punto de su desdén.

El hombre se encogió de hombros y sonrió con aquel mismo gesto que le pasó el whisky la otra noche.

—Tienes puestos esos ojos de quererme atravesar el alma y llevarla al infierno—respondió intentando hacerla reír, pero en su rostro seguía plasmado aquel sufrimiento que no llevaba nombre.

"¿Qué te han hecho, pequeña?"se preguntó delinenandole el gesto.

—Usted no me conoce—sentenció Violetta con ganas de huir.

—Déjeme hacerlo.

Ésta vez, sus apagados ojos se abrieron con sorpresa.

—¿Pero quién se cree?

Julián sonrió.

—Alguien solo que quiere hacerle compañía a alguien que también lo está.

El ceño de Violetta se frunció.

—Le he dicho que me gusta estar sola.

—No le creo.

—No pretendo que me crea.

Durante un segundo el hombre junto a Ella guardó silencio, como si preparara una bomba destinada a explotar.

—¿Me concede éste baile?—se atrevió a preguntar Julián.

Los ojos de la dama se abrieron enormes y enfocó su mirada para averiguar qué tan loco estaba ese hombre.

Definitivamente quería declinar su propuesta y marcharse, pero la verdad es que, por más que le doliera, no podía estancar su vida en un sufrimiento al que no le hallaba fin.

Benjamín Matthew estaba ahí, frente a sus narices, bailando con otra mujer, del modo que, tan solo una semana atrás, tenía destinado solo para ella.

La vida corría, el tiempo no se detenía, su alma seguía siendo tragada por el infierno, y no iba a parar sus planes solo porque ahora, su corazón sangrara después de una mala pasada.

Sabía que no podría olvidarse de Benjamín, que por más que intentara habría un hueco en su pecho que llevara su nombre, y que, para variar, estaría lleno de todos aquellos besos que le había dado bajo el manto de la noche.

Jamás encontraría unos labios como los suyos, y no planeaba buscarlos. Solo quería seguir con su vida, y esta comenzaría cuando escapara del barón.

—De acuerdo—finalmente le aceptó, porque necesitaba una distracción que le hiciera pensar las cosas con más claridad.

Él le sonrió y le tendió la mano para que ambos pasaran a la pista. Ésta vez, todos los ojos de los presentes se posaron en ellos, y en los pasos que andaron para ponerse en la cuadrilla.

Los brazos del señor Craig eran fuertes y debía de admitir que sus pasos fueron demasiado ligeros. Para su sorpresa, él era muy buen bailarín, y no se molestaba en ocultarlo.

Jamás se le podría olvidar aquel momento, porque, tan solo por el tiempo que duró el baile, de la mente se le borró la idea de que era la nueva solterona de Londres, la dama que andaba de boca en boca, el chisme que todos susurraban en las reuniones de té.

Violetta era el hazmerreir de toda la ciudad, pero aquellos tres minutos que estuvo con Julián, se convirtió en una simple dama que reía con un buen amigo. Porque el hombre parecía tener ese tipo de alma que te deja un trozo de la chispa que la compone.

—Es usted una hermosa mujer.

De pronto soltó el hombre, y de la boca de Violetta salió una carcajada que no se molestó en disimular.

—Ahorrare el cuento, querido. No soy de las que les gustan ese tipo de jueguitos—debía de parar las cosas de una vez, antes de que quisiera pasarse más de la cuenta.

Julián sonrió y le dió una vuelta.

—Tenía que intentarlo—confesó con los ojos brillantes.

No sabía qué era, pero había algo en ellos que calmó a sus demonios.

—¿Qué título tiene?—se atrevió a preguntar la dama, cuestionándose la procedencia de aquel misterioso hombre.

—Me temo que mi profesión va más allá de un simple título nobiliario.

—¿A qué se dedica?

La sonrisa de Julián creció aún más. Violetta delineó el momento en el que se acercó a su oído para susurrar la respuesta.

—Soy un pirata, milady.

Toda la piel de la dama se erizó tras la confesión.
Se alejó de él para aclararse la garganta. Escudriñó su cabello claro y sus ojos cafés, los rasgos marcados de su rostro, y aquella sonrisa que parecía que nunca dejaba en casa.

—Mentiroso—susurró achicando los ojos, y ésta vez, él fue quien soltó la carcajada.

—No miento, Violetta.

A su piel erizada se unieron sus sentidos crispados.  Un nudo se adueñó de su garganta, y permaneció en silencio todo lo que duró aquella segunda vuelta.

—¿Cómo sabe mi nombre?

Julián se encogió de hombros.

—Sé muchas cosas.

A su alrededor, la música llegó a las últimas notas. Violetta siguió escrutinando los ojos del hombre, aquellos enormes ojos cafés que la veían con bondad, como si intentara profesarle con ellos que, en el mundo hay personas destinadas a reparar lo que otros destruyen.

De pronto, como si algo le calara la espalda, volteó la vista hacia su derecha, y miró cómo Benjamín tomaba la mano de Madeline Lamb. La borbuja de rompió, y se sintió miserable por estar presenciando lo que tanto la lastimaba, lo que le quemaba las llagas que había dejado su partida.

Violetta no le encontraba lógica a toda aquella situación. Todo había ocurrido con velocidad, como una explosión a la que no se le encuentra origen, y entre las cenizas se hallaban ellos en el mismo lugar, bajo el mismo techo en el que antes habían proclamado su amor, viéndose como desconocidos que juraban haber olvidado el sabor de los besos que se habían dado.

¿cómo es que el conde era tan cruel para restregarle en la cara que él se estaba reponiendo de la caída, mientras ella aun sangraba en el suelo?

—¿Se encuentra bien?—preguntó Julián mientras se separaba un poco de ella.

Violetta parpadeó un par de veces mientras soltaba la escena. El alma le temblaba, y su pecho, de nuevo comenzó a arder.

—Y-Yo...—balbuceó buscando su fortaleza—. Le agradezco el baile, pero ahora mismo necesito con urgencia tomar un poco aire.

El hombre frunció el ceño un poco preocupado.

—¿Quiere compañía?

Violetta negó.

—Estoy bien.

No aguantó seguir parada en aquel salón. Solo quería desaparecer.

Se soltó de los brazos del señor Craig y corrió hacía las enormes puertas que daban al jardín. Se perdió entre las sombras, buscando un lugar seguro en el que pudiera reflejar su miseria sin ser señalada. El corazón le ardía lentamente en el pecho, como un ciervo herido que busca desesperadamente consuelo.
Y como en toda herida, la esperanza se comenzó a meter lentamente entre la laceración, haciéndola pensar que, el amor que se habían prometido, ella lo sentía tan grande que no podía ser posible que él lo olvidara en cuestión de nada.

¿Y si Benjamín sí la amaba?, ¿y si todo el teatro que estaba armando con Madeline era por un tema más profundo?

Quiso aferrarse a esa posibilidad con uñas y dientes, amarrarse a ella y no soltarse nunca, porque, aunque él le estuviera enterrando una estaca en el pecho, eran sus manos asesinas las únicas que podían curarla.

―Necesitamos hablar.

Su alma dio un brinco.

La dama se detuvo a mitad del jardín con el corazón en la garganta y aquella voz gruesa retumbándole en los oídos.

Temió voltearse y no encontrarlo, pensar que era solo un invento desesperado creado por su mente que también lo extrañaba. Toda ella lo echaba de menos.

"Respira", se dijo para no soltar las lágrimas justo en aquel lugar.

Violetta se dio la vuelta lentamente, temiendo lo que iba a encontrarse, temiendo el efecto que tendrían en ella aquellos ojos que protagonizaban sus pesadillas.

—Ya está todo dicho—respondió juntando las cejas, no creyendo que tuviera el descaro de plantarse enfrente suyo intentando charlar.

Benjamín comenzó a negar con la cabeza lentamente.

―Terminaremos cuando yo diga que se acabó, y ahora mismo, quiero saber quién diablos te crees―le soltó yendo directamente al punto.

La voz del conde le rozó los oídos como si fuera una daga.

Lo miró confundida.

—¿Que quien me creo? ¿De qué está hablando, milord?

La forma en cómo se dirigió a él pareció incrementar más la rabia que desprendía. Se veía enojado. Poseía los ojos encendidos, como si en ellos hirviera una llamarada. Quizás otra persona no hubiera notado el ligero olor a alcohol que desprendía, pero Violetta sí, porque estaba acostumbrada a dormir en sus brazos, a perderse en su exquisita fragancia de hombre, aun cuando él ya no pareciera el caballero que ella recordaba.

Esos pocos días lo habían cambiado mucho, y pudo notarlo porque, en definitiva, esa no era la mirada que él solía tener cuando estaba a su lado.

―No me hagas volver a repetirlo, Violetta.

¿Pero qué le ocurría?

―No tengo idea de qué habla, excelencia.

Aquella palabra que salió de la boca de la dama fue incluso más fuerte que toda la grosería que él le estaba montando, y Benjamín lo sabía, porque reflejaba todo el daño que le había hecho y las esperanzas que le había dado y después arrebatado.
Ya no podía llamarlo por su nombre.

No supo en qué momento el hombre perdió el control. Solamente atinó a sentir cómo se abalanzaba sobre ella y la acorralaba contra un enorme árbol. El corazón de Violetta le comenzó a latir con brusquedad en el pecho cuando sus sentidos de inundaron del embriagante aroma, ese que estaba combinado con un apeste a alcohol. Sí, en verdad estaba ebrio.

Todo su cuerpo y su conciencia se nublaron, y para cuando quiso quitárselo de encima, él ya había acercado su rostro al suyo, tanto, que le golpeó su aliento al hablar.

―Tiene que comenzar a entender que ya no es parte de mi vida, lady Whitman, y le agradecería mucho que dejara de meterse en ella―aquel comentario le llegó como una amenaza, una muy confusa, pero amenaza al fin y al cabo.

Violetta tragó grueso para disimular el golpe que le habían dado sus palabras.

Levantó la barbilla para verse fuerte.

― ¿Y a qué va eso, milord?

―Ya me enteré de que está hablando blasfemias de mi futura prometida, y desde ahora le advierto que no voy a tolerar que nos arruine la vida a ambos, solo porque usted vive una jodida.

Y de pronto se rompió, sin saber siquiera que podía convertirse en trozos más pequeños.

La rabia comenzó a hervirle en la sangre y el rostro lo sintió caliente, como si en él se dejara ver el enojo que emanaba a través de sus mejillas carmesí.

¿Que estaba hablando mal de su prometida? ¡Ja, era de Violetta de quien no paraban las habladurías!

¿Que ella quería arruinarles la vida?, ¿cómo era posible que el muy sínico se lo restregara en el rostro sabiendo que él había arruinado la suya?

Violetta respiro fuertemente mientras apretaba los dientes.

―Debe de tener una muy falsa fuente de información, milord―intentó controlarse.

Benjamín negó.

―Conozco tan bien sus pocos modales que sé que usted es capaz de esas bajezas y muchas...

¡Zzaass!

Las palabras del conde murieron con la bofetada que la dama le azotó en la mejilla con rabia. No le dio tiempo de recomponerse cuando ella ya lo había tomado del saco con fuerza para acercar más sus rostros.

Benjamín jamás le había visto aquella mueca de coraje a la dama.

―Escúchame bien, imbécil ―comenzó Violetta apretando los dientes―, no creas que te seguiré dando el placer de seguirme arruinando la vida con tus escenitas estúpidas.

―Tu eres la que no entiende que...

― ¡Yo soy la que está intentado entender y pasar página!―apretó más la prenda―, y tú eres el hipócrita que sigue creyendo que aún le lloro.

Se hizo un silencio profundo que duró un par de segundos, los suficientes para que ambos entendieran que, por primera vez en días, estaban solos y lo suficientemente cerca para tocarse.

― ¿Ya no lo haces?―pregunto él.

―Jamás lo hice. No soy el tipo de persona que desperdicia lagrimas con quien no vale la pena―lo miró directamente a los ojos y fue como si le enseñara con esa mirada todos los trozos en los que estaba destruida―Tú, Benjamín Matthew, no te mereces ni siquiera que te dirija la palabra, muchísimo menos que te regale insomnios o llantos de almohada. Eres el tipo de dolor que no merece ser mostrado, ni sentido, y también eres los recuerdos que saben mejor muertos.

―Violetta...

―Ve entiendo que para mí ya no eres nada.

Benjamín sintió cómo soltaba su agarre y lo dejaba libre. La mente aun la tenía nublada por todas las botellas de licor que se había bebido sin contar, pero estaba lo suficientemente cuerdo para notar el dolor que estaba guardado detrás de las pupilas oscuras de la dama. Era como una braza que aun ardía, pequeña debajo de todas las cenizas, pero ahí seguía, viva, ardiendo, como una chipa que solo necesitaba un soplo para volverse llamarada.

Dio un paso hacia ella para acercarse más y la tomó del hombro derecho provocando una mueca de dolor en su rostro. Ella intentó retroceder y fundirse con el tronco del árbol.

―¿Qué fue eso?―le preguntó Benjamín al ver su expresión neutra. Ni siquiera la había tomado con fuerza.

― ¿Que ha sido qué?― el miedo se comenzó a colar por las venas de la morena.

El hombre la tomó de la cintura temiendo lo que se encontraría y, mientras la dama se comenzaba a remover en sus brazos para impedir su cometido, con la otra mano el conde le bajó la manga del vestido y la volteó un poco hasta lograr ver en su espalda todas las heridas que yacían nuevas en ella. Ni siquiera había intentado curarlas, y eso solo anunciaba que sabía que pronto habría más.
Debió de suponer que su decisión enfurecería al barón.

― ¡Suéltame!―rugió Violetta intentando librarse de él y Benjamín la terminó soltando, sin fuerzas.

― ¿Te ha vuelto a lastimar?―la pregunta sobraba.
La dama lo miró mientras se acomodaba el vestido.

Quiso decirle que llevaba haciéndolo cada día después de que él la había dejado y que posiblemente esa noche la volvería a golpear. Quiso pedirle que la protegiera como tantas veces lo había hecho en el pasado, pero ellos, los que estaban en medio del jardín con el alma en la boca, ya no parecían ser esos enamorados que se habían prometido felicidad eterna.

―No es algo que le incumba, milord.

Benjamín iba a abrir la boca para replicar, pero las palabras se le ahogaron en la garganta al escuchar risas a tan solo unos pasos de ellos. Ambos voltearon, sorprendidos y temerosos de ser descubiertos, pero lo que encontraron en la oscuridad del jardín los terminó dejando con el alma en los pies.

―Por Dios.

Musitó Violetta mientras ambos veían como Hunter tomaba a lady Madeline Lamb en sus brazos y la besaba contra uno de los arbustos que la oscuridad escondía. Los amantes se entregaban en un beso lento y apasionado, voraz y sublime. Se notaba que en verdad estaban embriagados por la caricia, por la forma en  la que sus cuerpos se rozaban y por los suspiros que el hombre le robaba a la dama.
Por un momento un pinchazo de envidia le caló en el pecho a Violetta. Ella quería gustarle a alguien de aquella manera, de esa en la que es de ley perder la cabeza con un solo beso.

Se volteó hacia Benjamín con una sonrisa burlona en los labios. El hombre no podía separar los ojos de aquella escena.

―Espero que sea muy feliz en su matrimonio, milord. Se nota que su futura prometida lo ama.
Y se marchó, dejándolo a él observando la escena que se desarrollaba frente a sus narices.

***

¡HOLA, CORAZONES BELLOS!

¿Les ha gustado el capitulo? A mi se me ha hecho que se alargó más de lo que debía jajajaja quedó un poco extenso.

¿Logran adivinar que escena de la historia de Hunter y Madeline presenciaron Violett y el conde?

¡Les tengo que contar algo que me tiene muy emocionada!:

¡YA ENTRÉ A LA UNIVERSIDAD!

Es totalmente increíble lo rápido que pasa el tiempo.

¿Como va su vida?

***

Bueno corazones, poniendo un punto y aparte en ese tema, me gustaría saber su opinión sobre un par de cosas. Primero que nada debo de ir preparando la siguiente historia que continuare al finalizar esta, así que en estos días subiré la tercera historia de la saga para que voten por cual les gustaría más. Los candidatos serán:

-La perdición de un hombre (Damon y Adeline)

-El pecado de una dama (Vanessa, ¿? y ¿?)

En segundo lugar, aun no tengo definido nada y no es en lo absoluto seguro, pero, necesito saber si les gusta la idea de que La Debilidad De Un Caballero salga en físico.

¿Qué opinan?

Sin más que decir, les mando un abrazote enorme.

¡LOS ADORO!

-Katt

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