|Capítulo 18|

Benjamín Matthew había cumplido su promesa.

Para cuando la temporada se encontraba a punto de terminar, podía asegurar, con la frente en alto, que no había existido un solo día en el que no ejerciera de su guardián. Era tan simple como decir que estaba comenzando a depender de su presencia, y, a la vez, era tan complicado como mencionar que no tenía ni la menor idea de lo que esa mujer le estaba haciendo.

No entendía por qué quería pasar cada día con ella y por qué le encantaba hacerla sonreír, y es que, deteniéndonos un poco en esto, ese era el gesto que más le gustaba verle pintado en el rostro. Sabía que Violetta se merecía ser feliz, que necesitaba calma en su vida y una calidez que él tenía que intentarle dar con todas sus fuerzas, porque de algún modo se lo debía después de la forma en la que se había comportado.

Su cabeza confundida aún no ataba cabos, ni llegaba a entender por qué no podía dejar de pensarla, pero por el momento estaba bien así, sin entender, sin una sola pista que lo llevara a saber bien de qué iba a aquello, porque por primera vez en su vida se estaba permitiendo disfrutar.

Estaba concentrando toda su energía en algo que lo hacía feliz, y eso él también se lo merecía.

Durante semanas siguieron con los paseos, con los bailes y los encuentros a escondidas, y, aunque fuera totalmente increíble, los imponentes ojos verdes del conde se habían mantenido en su lugar. No había vuelto a ver a otra mujer desde que puso las cartas sobre la mesa con aquella dama indomable. Y tampoco es como si se le apeteciera mucho.

Violetta tenía el nivel de sensualidad que requería su sistema para no fijarse en nadie más que no fuese ella, y a causa de eso, se hicieron frecuentes las visitas que le daba por las noches a su alcoba.

La mayoría de las veces se quedaban tumbados en la cama conversando sobre banalidades, ambos, alejándose de todo y de todos (ese era el poder que tenía esa mujer en él. Siempre encontraba la forma de meterse en sus pensamientos, de desaparecer todo lo que no la involucrara), en otras ocasiones solo se dedicaban a besarse, primero lentamente, saboreando la pasión que desprendían, el sabor de los labios del otro, la sensación de calor que les encendía hasta lo más recóndito de la carne, y después, se volvían más voraces, hambrientos, desesperados.

Después de todas aquellas noches, el conde había aprendido que tenía una fuerza de voluntad impresionante, pues ya varias veces había requerido de toda ella para no hacer suya a la dama, para no tomarla justamente en aquella habitación y provocar que gritara su nombre.

Y definitivamente, el encuentro que más le había gustado fue el de aquella noche a finales de temporada, en la que, como muchas veces, se escabulló por la ventana de la habitación de Violetta y la vio dormida entre las sabanas de seda que acariciaban su cuerpo. Su rostro de largas pestañas estaba imperturbable, en paz. Se encontraba en un mundo en el que nadie podía hacerle daño, y con el conde allí, junto a ella, casi la podrían describir como indestructible.

Notó que se había quedado dormida esperándolo con su vestido para la cena justo como él le había pedido que lo hiciera. Llevaba suelto el cabello y éste caía lacio sobre la almohada pálida.

Se veía hermosa. Totalmente cautivadora.

Tocó su mejilla suavemente, acariciándole la piel suave, y acercó su rostro para hablarle.

―Violetta―le susurró―, despierta.

Le insistió unas cuantas veces más hasta que la dama se levantó y lo encontró frente a ella. Se alarmó durante tres segundos, y después recordó dónde estaba y con quien.

Supongo que muchas veces las heridas dejan huellas más profundas.

―Levántate, debemos de irnos antes de que se haga más noche.

La dama le sonrió con una combinación de felicidad e intriga.

― ¿A dónde vamos?―su voz estaba ronca.

El hombre le regresó el gesto con un toque de misterio mientras se levantaba y tomaba uno de los abrigos de que tenía colgados en el perchero.

―Ya lo verás―susurró ayudándola a que se lo colocara, y después, ambos bajaron por la ventana. Fue fácil atraparla en sus brazos. Y es que, si hubieran salido por algunas de las puertas de la casa, corrían el riesgo de ser vistos, y eso perturbaría completamente el plan del hombre.

Se subieron al carruaje con el que lord Matthew había llegado a la propiedad, y el lacayo no necesitó instrucciones para ponerse en marcha.

La dama yacía adormilada en sus brazos, degustando la cercanía de ambos cuerpos por la noche. Benjamín la abrazó con más fuerza, disfrutando con los sentidos el olor de su cabello, y saboreando la sensación de tenerla.

Se detuvieron en una de las residencias del conde.
Benjamín tenía varias propiedades en la ciudad, la mayoría las alquilaba, y sin dudar aprovechó cuando esa quedó disponible.

― ¿Qué hacemos aquí?―le preguntó la dama mientras la ayudaba a bajar del carruaje.
Él no contestó, se esperó a que lo viera con sus propios ojos. Abrió la puerta de la elegante residencia y las luces de las velas los bañaron. En la mesa de mantel pulcro y blanco, se encontraba toda la comida que le había pedido a los cocineros que le prepararan. Desde el plato más fuerte, hasta el postre más exquisito y el vino más sublime.

Benjamín sabía que después de los golpes que había recibido el barón, éste estaba tan de mal humor que Violetta prefería comer en su habitación o simplemente no hacerlo.

―Necesitamos cerrar la temporada con elegancia―fue la respuesta que por fin le brindó el conde mientras ambos se comenzaron a acercar a la mesa.

Benjamín le retiró la silla a la dama y después se dispuso a ocupar un lugar frente a ella.

Jamás había hecho algo así por una mujer y se sentía descolocado. Él no era un hombre romántico, ni mucho menos detallista, pero era consciente de que lady Whitman se lo merecía, y eso era lo que estaba haciendo un hueco en su pecho para alojarse con fuerza.

Ella lo estaba cambiando, y a él le gustaba la persona que se volvía cuando estaba con ella.

Llamó a uno de los criados para que les sirviera las entradas, y ambos disfrutaron de todos aquellos  aperitivos que el conde había planeado. Siempre había tenido un gusto exquisito.

Charlaron de mil cosas, como siempre, y es que ambos estaban ganándose una confianza que no tenía comparación. Benjamín de a poco conoció muchas cosas sobre Violetta, desde que su color favorito era aquel le dio nombre, hasta que, el corazón de la dama sentía que su verdadera madre era Eva. En un momento de sinceridad la mujer le platicó que, si de ella dependiera, tomaría su apellido y lo haría legítimo.

Sabía tantas sobre ella que no le sorprendió lo que la dama pidió a mitad de la cena.

―Cuéntame sobre ti.

La sonrisa que puso al pronunciar esas palabras fue lo que hizo que no se negara a hacerlo.

― ¿Qué quieres saber?― le preguntó bebiendo de su copa de vino. Necesitaba unos buenos tragos para tratar ese tema.

La dama se encogió de hombros suavemente.

―Todo. Aun no me has contado nada de tus padres, y bueno, tú ya conoces a los míos.

Tomó más vino. Definitivamente necesitaría una buena ración.

―No hay mucho que decir. Ellos murieron cuando yo aún era un adolescente.

La boca de Violetta se abrió con vergüenza.

―Lo lamento, Benjamín. No debí preguntar.

―No te preocupes―le restó importancia con un moviente de su mano―. La historia se pone mejor: después de su accidente me fui a vivir con el hermano de mi padre. Era un hombre rico que junto a su esposa Elena no pudo tener un hijo, así que me cuidaron como a uno.

El nombre de la mujer resonó en los oídos de la dama.

"Elena".

Así se llamaba la mujer que los había visto en el jardín durante la fiesta de lord Perth. ¿Sería posible que fuera la misma?

―...no te estoy diciendo que mis padres no me cuidaron, porque a su manera, lo hicieron―siguió hablando el conde―, pero cuando llegué con mis tíos, ellos me mostraron lo que era tener una familia.

― ¿Dónde están ellos ahora?―preguntó Violetta con interés.

―Mi tío murió hace unos años y mi tía vive aquí en Londres conmigo. Ella es mi Eva.

El que hiciera alusión a su doncella hizo que el momento se volviera más privado, más suyo. Les pertenecía como la luna a la noche, como los labios de la dama le pertenecían al conde.

― ¿Demasiado triste la conversación?―preguntó el hombre soltando una risa mientras bebía más del vino.

La dama negó con la cabeza.

―En lo absoluto. Me encanta aprender de ti. Ahora ven, acércate que quiero saber cuál es el sabor de tus labios.

Se imaginó a un joven desprotegido, huérfano y con el mundo vacío, llegando a un hogar caliente con una familia acogedora.

Lo besó porque Benjamín se estaba volviendo ese refugio para ella.

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¡¡¡Capitulo dedicado a las hermosas @vane240897 y

Muchas gracias a todos los que respondieron la pregunta del cap pasado, enserio, corazones, me dieron detalles de los que ni yo me acordaba jajaja ¡Los adoro!

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¡TERCER DÍA DE MARATÓN!

Aquí esta el cap un poco más tempranito que ayer jajajaja

Corazones, ahorita está todo dulce en la historia. La vida es azucar y pastel, pero para los que alcanzaron a leer La Debilidad De Un Caballero, antes Enséñame a Besar, sabrán que se viene una fuerte.

¡Déjenme aquí todas las teorías que tienen sobre qué ocurrirá!

EL SIGUIENTE CAPITULO SERÁ DEDICADO A LA PERSONA QUE ME DESCRIBA COMO SUCEDIÓ EL PRIMER BESO DE LA PAREJITA.

¡Los adoro muchote, corazones!

Les mando un abrazotototototote.

-Katt.

Pdt.- ¿Les gustaría un cap de El Pecado De Una Dama?

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