|Capítulo 14|

Lord Matthew se fue de la fiesta en cuanto salió del jardín.

Sentía el rostro arder, el cuerpo arder, incluso su alma ardía, y es que había algo con ojos de diosa que lo tenía perdido. Esa mujer estaba haciendo un hueco en su pecho para adentrarse a él, y no sabía de qué manera lo estaba logrando.

Tenía unas ganas de ella que lo ponían tan duro, que no pensó con claridad cuando se subió al carruaje y pidió que lo llevaran al muelle, al lugar en donde se juntaban las mujeres deseadas por todo caballero en Londres, esas damas de la noche cuyo oficio era satisfacer placeres.

Pidió a una de piel blanquizca y cabellera oscura, y es que de alguna forma debía de matar las ansias que le producía no poder tocar a Violetta de la forma que más le gustaría hacerlo.

Al conde no le gustaban las habitaciones que allí tenían, así que la subió a su carruaje y la llevó a una de las pequeñas propiedades que tenía en la ciudad.

La mujer era hermosa, con unas curvas tan marcadas en cada punto de su piel, que se imaginó mordiéndola y succionando sus gritos

Se bajaron en la residencia, el hombre con paso rápido y la mujer intentando seguirlo. Benjamín se acordó de que ni siquiera había preguntado su nombre, pero así era mejor. Tampoco le dijo el suyo, no quería que lo anduviera gritando mientras jugaba con su cuerpo para saciar sus ganas de aquella damita retadora.

Anduvo hacia una de las habitaciones. Se aflojó el corbatín en el camino y lo acomodó pulcramente en un mueblecito. Hizo lo mismo con el chaquetin y luego con los zapatos.

Se giró hacia la mujer y la encontró desatando las cintas de su vestido color café con leche. Se veía que tenía práctica en esa acción.

―Yo lo haré―le indicó con su voz ronca y ella lo volteó a ver.―Date la vuelta.

Obedeció y él caminó hasta poder tocarla. Le quitó las cintas a una velocidad sorprendente; él también tenía práctica en esa acción.

La piel desnuda de la mujer quedó a su merced, y no se aguantó el antojo que tenia de comenzar a besarla y morderla. Primero la espalda con un camino de besos que lo llevó hasta el cuello, y después recorrió todo éste dándole tremenda atención a aquellos puntitos que la ponían a temblar.

Estaba perdido y tan segado por el deseo, que no veía con claridad. La piel le ardía y cada fibra de su ser temblaba ante la idea de poseerla.

Las sensaciones lo abrumaban hasta que escuchó un pequeño gemido de placer que salió de los delicados labios, un gemido suave que terminó paralizándolo completamente.

Salió de la ensoñación en la que su mente le jugaba la broma pesada de que besaba a Violetta, y volvió a la realidad en la que se encontraba.

Una pequeña chispa de rabia se comenzó a encender en su estómago.

―Cállate, no quiero ruido―le ordenó―, y ahora vuélvete hacia mí.

La mujer le obedeció mientras él se dedicaba a deshacerse de las capas de tela que aún la cubrían. Fue como destapar un tesoro glorioso y descubrir senderos de piel blanca sin ni una sola marca ni rasguño. Era pulcra y digna de que sus manos la tocaran. Y así lo hizo. La recorrió para comenzar a conocerle las curvas a profundidad y para sentir como se arqueaba cuando sus dedos se volvían traviesos.

Se agachó para besarle el vientre y morderle el ombligo. Comenzó a subir con besos húmedos hasta que llegó a sus pechos, y más que mimarlos, los torturó. Tomó los pezones entre sus dientes y tiró de ellos con una fuerza embriagadora. Siguió su camino hasta que de nuevo llegó al cuello, y después a la mandíbula, besándola hasta que en su recorrido se topó con sus labios...

Y entonces el hechizo definitivamente se acabó.

No podía besarla.

Y no podía hacerlo porque no era ella.

La miró a los ojos y no encontró a los que lo retaban con esas sonrisitas inocentes y fascinantes. Se dio cuenta de que ya no podía tocarla, ni besarla, ni hacerle todas aquellas travesuras que le gustaría hacerle a su dama, y eso lo enfureció.

¡¿Qué demonios le estaba sucediendo!?

Ese no era él, en lo absoluto que no lo era. Jamás había dejado un acto de esos a medias.

―Vístete y vete.

Le ordenó a la mujer mientras él salía de la habitación buscando darse un baño y embriagarse.

Y así fue durante toda una semana, siete días con siete mujeres diferentes a las que ni siquiera pudo disfrutar completas, porque al final terminaba pensando en Violetta, en lo hermosa que se vería si fuera ella la que estuviera desnuda, en lo rico que sería besar sus labios...

¡Agh, Dios!

"Tiene el ego muy grande para asegurar que seré suya, milord".

O vaya que sí, lo tenía, y mucho.

De alguna forma u otra debía de conseguir tenerla entre sus brazos, escuchar que fuera ella la que suspirara y gritara su nombre. Necesitaba que Violetta aliviara el mal que tenía entre las piernas.

~~~

― ¡Vamos, niña, despiértese!

Eva entró a la habitación de Violetta completamente destinada a revolver su armario. Llevaba una sonrisa radiante y su andar se comparaba al baile alegre de una niña pequeña.

― ¿Y ahora que sucede?―la dama se quejó saboreando las suaves telas.

― Han pedido un paseo contigo.

Las palabras se repitieron en su cabeza un par de veces, como golpes secos que retumbaban en sus tímpanos.

Le entraron ganas de meterse debajo de las sábanas y fingir que le dolía la cabeza.

― ¿Otra vez lord Perth?―Llevaba una semana sin dejarla en paz, y sabía que si no se detenía, ella iba a tener que tomar medidas muy drásticas.

―No, ha sido el conde.

Ésta vez Violetta se levantó de la cama y quedó sentada mirando con el rostro lleno de incredulidad a su doncella. Tenía una semana sin ver a Benjamín en ninguno de los eventos sociales a los que había ido, y no es que lo hubiera buscado en cada uno de ellos... simplemente se le habían ido los ojos. Y es que después de su charla en el jardín, durante la fiesta de lord odioso Perth, le habían quedado unas ganas inmensas de encontrárselo, de sentirse a su lado y saborear su calor.

Si es que eso tenía sentido de algún modo.

― ¿Estás jugando?―le preguntó a Eva, saboreando la situación como una mala pasada.

Cuando la mujer negó, sintió que en su estómago volaron mariposas.

―En lo absoluto. Acaba de pedirle permiso a tu padre para comenzar a cortejarte―las palabras salieron danzando por su boca y bailaron todo un vals antes de llegar a sus oídos ―. Vamos, hay que arreglarte rápido, te está esperando abajo.

Se vistió con el atuendo más hermoso que encontró en su guardarropa y arregló su cabello en un peinado totalmente recogido.

Pasó aquellos minutos sumergida en un aturdimiento que no logró difuminar del todo. Aún no se creía aquello, era demasiado perfecto para considerarlo verdad.

Delineó su aspecto en el espejo mientras Eva le colocaba perfume en el cuello.

―Demasiado extravagante para un paseo.

La doncella negó.

―Jamás es demasiado extravagante.

Eva estaba feliz y de eso no cabía duda. Sus movimientos eran alegres y la sonrisa en su rostro seguía pintada como una autentica obra de arte.

Ella pensaba que el plan iba bien, que los encantos de la dama estaban haciendo efecto, y que ahora, que el conde comenzaba a cortejarla formalmente, sólo quedaba esperar a que pidiera su mano.

Y Violetta no tenía la fortaleza para recordarle que él solo la quería para ser su amante, que no veía más gracia en ella que la de su cuerpo, aunque... también estaba algo confundida.

¿Si solo la quería para un par de noches, por qué acababa de pedir formalmente su cortejo?

¿A caso se estaba burlando de ella?

Negó mentalmente.

Dudaba que el hombre fuera de ese tipo de persona, más bien, debía de tener un plan bien elaborado y guardado en su chaquetin.

La dama sonrió con malicia. Pobre hombre, todavía creía que podía domarla.

―Estás lista― le sonrió Eva a través del espejo.― Te ves hermosa... ¡Oh, casi lo olvido!

La doncella metió la mano en uno de los bolsillos de su vestido y sacó una flor amarilla fresca, recién cortada, y la acomodó en el peinado de la dama.

―Para la buena suerte―le guiñó un ojo.

Violetta tuvo que respirar profundo veinte veces antes de tener la fuerza suficiente para levantarse de la silla y abrir la puerta. El largo pasillo hacia las escaleras le parecía, en esa ocasión, totalmente interminable, casi infinito. Su corazón no podía latirle más rápido en el pecho.

Anduvo con paso elegante, sin apresurarse en lo más mínimo y bajó las escaleras mientras respiraba hondo en cada escalón.

"Ahorita tienes al conde comiendo de tu mano, y mañana, la morderá. Te enamorará sin pensar siquiera en tener piedad, y cuando seas suya, te destruirá. Y no sabes todo lo que duele un corazón roto".

Recordó las palabras de Elena mientras caminaba.

¿A caso eso era lo que quería lord Matthew de ella?, ¿Buscaba enamorarla?, Y si ese era el caso, ¿con qué fin?

Estaba tan confundida y ensimismada en sí misma, que no notó a las personas que la esperaban al final de la escalera, uno que trataba de no verla, y otro que estaba totalmente cautivado por lo hermosa que se veía.

La mujer llegó encontrándose con su padre, a quien saludó con un asentimiento de cabeza, y a lord Matthew, al que le dedico una reverencia.

―Un gusto volver a verlo, milord― y claro que lo era. Aquel traje que traía le quedaba muy bien. Demasiado bien.

Benjamín sonrió mientras tomaba la mano de la dama y dejaba un beso en sus nudillos.

―El gusto es mío, milady.

Se miraron a los ojos como quien no quiere la cosa y, cuando sus pupilas se encontraron, sus almas recordaron todos los íntimos momentos que habían compartido, esos en los que ninguno había tenido las agallas de quemarse hasta los huesos con un beso, esos, en los que de solo tocarse ligeramente, el mundo desaparecía y solo quedaban...

―Espero que les vaya muy bien― la voz de su padre sirvió para romper la burbuja que los comenzaba a envolverlo―. Irán algunas damas acompañándolos.

Ambos se voltearon hacia él y asintieron con la cabeza, cada quien molesto a su manera.

―Está en buenas manos, lord Belmont.

El barón le regaló una sonrisa.

―Eso espero, caballero. No me gustaría que algo le pasara a mi hija.

Lady Whitman se tensó ante esas palabras.

Acortó la charla lo más que pudo, y dentro del carruaje, se sintió aliviada. Ella iba en una cabina amplia con sus doncellas mientras lord Matthew las seguía montado en su purasangre negro, ese que fue testigo de su primer pase clandestino.

De nuevo el camino se hizo completamente interminable. Sentía que el reloj se había vuelto en su contra y vestido de villano se daba a la tarea de alargar los segundos. Vaya que los alargaba, pero, en cuanto menos lo pensó, ya se habían detenido y no tardaron nada en abrirle la puerta para que pudiera salir. Se sorprendió, cuando en ves del cochero, se encontró con unos ojos verdes que la recibían.

―lord Matthew―musitó sorprendida.

―Benjamín―la corrigió con una chispa en los ojos que ella conocía muy bien.

Le tendió la mano para que la tomara. Violetta le sonrió mientras le guiñaba un ojo y bajaba por sí misma, pasándolo completamente por alto.

Ya, con sus ambos pies en el suelo, lo volteó a ver sobre su hombro.

― ¿Viene, milord?

Benjamín se quedó quieto durante tres segundos, el primero, averiguando qué diablos estaba pasando, el segundo, repitiéndose mentalmente que aquel vestido que lucía la hacía ver hermosa, y el tercero, debatiéndose entre seguirla o tomarla de su pequeña cintura y meterla al carruaje con él, de la forma menos inocente que pueda existir.

―Yo la sigo―fue la respuesta que le dio mientras se ponía en su exquisito lado.

No iba a negar que lord Matthew era un buen conversador, se lo había hecho ver cuando ambos se quedaron en su casa de campo (donde vivieron la mejor noche de su vida), y ahora de nuevo lo mostraba. Le estaba contando, como si fueran una pareja cualquiera que anduviera en un paseo normal, que le encantaban los caballos, que tenía unos cuantos en Kent y se consideraba el mejor haciéndolos correr.

Violetta lo escuchó embelesada, sintiéndose de nuevo esperanzada. Ella quería esa vida, deseaba ser una joven normal que caminaba del brazo de un caballero educado que la hacía reír, que le guiñaba coquetamente un ojo y la alagaba diciendo que su falda se veía preciosa.

Dios...no quería caer, pero no podía dejar de pensar que le encantaba estar con él, que le fascinaba la sensación de su mano cuando se posaba sobre su fuerte brazo al caminar, porque la hacía sentir protegida, indestructible, capaz de ir al infierno descalza y salir ilesa.

― ¿Le gustaría un helado?

El hombre apuntó hacia el señor que vendía el dulce, pero ella no podía apartar sus ojos de Benjamín. Necesitaba explicaciones para sanar sus ganas por saber si debía de esperanzarse o mandarlo al diablo en ese mismo momento.

No quería jugos, ni engaños. En su huida no había tiempo que perder.

― ¿Por qué? ―fue lo único que salió de su boca color granada, por rojiza y por peligrosa.

El conde se encogió ligeramente de hombros.

―Bueno, está haciendo calor, así que pensé que probablemente te gustaría uno.

Violetta comenzó a negar con la cabeza.

―No, no hablo del helado. Me refiero a nosotros―le apuntó con un dedo y luego se señaló a sí misma―, ¿Por qué haces éste circo?

Lord Matthew le sonrió como justamente sabía que le encantaba que le sonriera.

―Me gustas, ¿acaso quieres otra explicación?―se lo dijo sin filtro y sin meditación previa. Lo soltó descolocando a la mujer durante tres segundos exactos.

― ¡Claro que quiero otra explicación!

―Habla bajo, aquí hay mucha gente.

La mujer apretó los labios antes de responder.

―Pues que se vayan al diablo―el conde la miró sorprendido pero ella no se inmutó, solo siguió hablando―. Ambos sabemos, milord, que no le gusto para una relación formal, así que dígame, ¿a qué viene el cortejo?

Estaba a la defensiva porque en definitiva, si ella no se cuidaba, nadie lo haría.

Benjamín soltó una pequeña risa, de esas juguetonas que hacía que le temblaran las piernas a cualquier mujer.

Lástima que Violetta Whitman no era cualquiera.

―Violetta, no creo que deba de haber una explicación para...

―La hay.

Lo cortó y él soltó un suspiro cargado con las mil emociones internas que le revoloteaban el estómago cada que estaba con ella.

―Milady, usted me encanta y no hay una explicación razonable para esto que sentimos cuando estamos juntos, diablos, ni siquiera le podemos poner nombre... ¿o me lo va a negar?―Violetta no le respondió, por una parte, porque sabía que era verdad lo que hablaba, y por la otra, porque lo estaba diciendo de modo formal―. Me gustas de una forma que ni siquiera yo puedo describir, y si cortejarte es la única oportunidad que tengo de estar contigo sin que salgas corriendo, entonces lo haré.

Violetta le sonrió.

―Yo no soy el tipo de mujer a la que se le gana con palabras bonitas.

Lord Matthew dio un paso hacia ella.

―Entonces creo que debo de ganármela de otra forma.

Y la besó.

Fue el beso más inocente que puedas haber podido presenciar, pero para ellos, que lo estaban viviendo, la caricia se asemejó a una explosión que los partió en dos con un placer sublime que atacó directamente a sus almas.

Los labios de Violetta temblaban mientras la piel de Benjamín juraba haber hallado en su boca la entrada al paraíso.

El alma les sufría de placer y cada parte del cuerpo les vibraba con un cumulo de sensaciones peligrosas.

Y uno de los dos comenzó a caer.

Benjamín se separó sin ponerle atención a lo rápido que le latía el corazón en el pecho. Violetta extrañó su tacto, la sensación de temblar.

―Ahora sí, ¿de qué sabor quieres tu helado?

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Corazones bellos, en la descripción de mi perfil está el link para leer completa y gratuitamente esta historia💕 Espero que la disfruten.

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