|Capitulo 13|
En definitiva su corsé estaba ajustado, tanto, que solo llegaba a pensar en lo difícil que le era retener el aire y pasar los bocados de la merienda.
―Quiero que tengas cuidado a partir de ahora―la tomó por sorpresa su padre mientras compartían la mesa.
Violetta lo miró con duda, sintiendo como la comida se le volvía amarga.
― ¿Cuidado con qué?
El hombre ni siquiera la volteó a ver, solo se dedicó a cortar un trozo enorme de carne con la mayor elegancia que pudo.
―Hay una epidemia que se está expandiendo. Muy pocos están infectados en Londres pero es cuestión de tiempo para que llegue con fuerza.
Violetta sintió una mirada sobre ella. Levantó la cabeza encontrándose con los ojos de su madre, esos que le pedían a gritos que preguntara más. Lady Whitman sabía que la baronesa no tenía boca en esa familia, la voz le había sido arrebatada a golpes, y le estaba rogando que aliviara su curiosidad.
― ¿Una epidemia?―preguntó Violetta mirando el agradecimiento en su madre.
Lord Belmont asintió devorando su comida. En aquella mesa, él era el único con apetito, pues Violetta no podía meter a su cuerpo ningún bocado gracias al corsé, y su madre, como siempre, prefería comer sola en su habitación, ya que no hubiera nadie que la juzgara por las grandes porciones que devoraba para aliviar su ansiedad.
―Es una gripe muy extraña. Viene acompañada de dólares de cabeza, mareos, náuseas, cansancio profundo y debilidad―contestó el barón―, pero, antes que nada, anuncia su llegada con un pequeño sangrado nasal.
Ya no volvió a preguntar porque sabía que si lo hacía terminaría asustada y no le apetecería salir a la velada de aquella noche. Le dio miedo la situación, y supo, con un temblor en sus manos quee si le contaba a Eva, seguro la bañaría en sus tès espirituales para aejar a los demonios que traían la enfermedad.
Su doncella era muy superstisiosa, incluso alguna que otra vez le había presumido que sabia leer la mano. Ella creía que las flores era una ofrenda para Dios y que la luna cuidaba a las almas de los males que asechaban por las noches.
Tenia esperanza y fe.
Violetta respetaba sus creencias, e incluso aveces la envidiaba, porque tenia ganas de creer en algo, de pensar que si llevaba un liston rojo o una flor azul, entonces el dia caminaría con buen paso.
La merienda transcurrió en silencio. Sus padres en su mundo y ela en el suyo, repasando todo lo que haría en la velada para lograr conquistar al conde.
Por la noche se dio un baño con esencia de jazmines para que el olor se impregnara en su piel. Estando en el agua tibia se permitió relajarse y prometerse que todo saldría bien.
El vestido que Eva le había elegido era un azul de tonos bajos con combinaciones un poco verdes. Juraba que en cuanto estuviera casada, el primer vestido que se pondría sería uno rojo intenso, la tonalidad de la sangre, color que aún no le era permitido usar, y que en su momento, demostraría ante todos que era libre.
―Sé que lo odias, pero es para la buena suerte―le indicó Eva mientras guardaba una pequeña flor amarilla en uno de los bolsillos que le habían hecho al vestido para casos similares.
Violetta le sonrió, y se tragó las ganas de decirle que de nuevo había dejado muy ajustado el corsé.
~~~
A las veladas de lord Perth acudía pura mujer soltera. La multitud se dividía entre debutantes y damas de edad que aún no habían sido bendecidas con el matrimonio. El hombre estaba desesperado por una esposa, y vaya que todos lo sabían. Los años se lo estaban acabando, y parecía que nadie mostraba una pizca de interés en él.
Y eso era malo, porque lo primero que Violetta miró al entrar en el salón, fue cómo el solterón se le acercó recordándole que le había prometido el primer vals de la noche.
―Si no queda de otra―le respondió la mujer con una sonrisa que pareció anular su grosería.
Era extraño el efecto que parecía tener en los hombres y lo notaba, porque al entrar en el salón todos clavaron la mirada en ella, la dama que era distinta a todas, la mujer que no tenía miedo de serlo en una sociedad machista. Era reconocida por su lengua floja y sus buenos pasos de baile.
Sus palabras siempre eran seguras y si no le gustaba algo, lo decía, no se quedaba callada, y ya varios se habían llevado alguna de esas groserías que camuflajeaba con una sonrisa encantadora que parecía practicar toda la noche.
―Milady, ¿busca a alguien? ―musitó lord Perth mientras danzaba con ella por toda la pista.
Violetta no le respondió, y digo, no fue por grosería, sino porque ni siquiera lo había escuchado. Estaba demasiado absorta buscando por el salón a Lord Matthew, y si le preguntaban el motivo, seguro respondería que no tenía ni la menor idea de por qué lo hacía. Simplemente, hasta ella se sorprendió en el acto.
Después de unos segundos de pasar la mirada por cada rincón del lugar, se lo encontró allí, en la entrada principal dejando el sombrero y el saco. Y él también la miro, y le hirvió la sangre al encontrarla bailando con otro hombre, con otros brazos y con otro calor. Le entraron unos celos irracionales que solo provocaron que la intensidad en el choque de las miradas fuera elevándose cada vez más. En el salón muchos se comenzaron a quejar del calor que surgió, y es que, entre ambos cuerpos, parecía estar a punto de estallar un volcán.
Lord Matthew hizo un pequeño asentimiento de cabeza en dirección de la dama y después se dispuso a saludar a los conocidos que tenía en el lugar. Benjamín solía juntarse con los de su clase, crear alianzas que pronto lo ayudarían en los baches. Le gustaba estar rodeado de gente importante porque eso lograba aumentar su ego.
No es que resalte esto con arrogancia, pero terminó saludando a la mayoría de los invitados, siendo estos sus conocidos de varios años, y es que, los únicos rostros que le eran ajenos, resultaban ser los de esas pequeñas debutantes que aun n habían tenido el placer de ser presentadas ante él.
Violetta bailó las últimas piezas del baile en los brazos de Lord Perth mientras veía como el conde se acercaba a toda dama joven para ser presentado. Lo veía sonreírles, besarles la mano como justamente lo hacía con ella, y no le sorprendió, en lo absoluto, que les hablara de la misma forma coqueta.
Se alejó de la pista sintiendo la sangre herviendo por todo el cuerpo. Tenía el rostro caliente y en sus manos se concentraban todas las ganas que sentía de irle a nombrar a su madre.
Se dio cuenta de que seguía jugando con ella, de que seguía queriéndola solo para hacerla su amante. Creía que solo funcionaba para eso, pero estaba tan equivocado, tan mal de la cabeza... ¡Ahg! Tenía que golpear algo.
Y maldito fuera aquel corsé que le apretaba tanto.
Volteó la cabeza sobre su hombro y lo descubrió sonriéndole a una rubia mientras le guiñaba descaradamente un ojo. Bien sabía él lo que hacía. No cabía duda de que era el tipo de hombre que estaba más que enterado de que las mujeres le hacían caso.
Deseó poder pedir una botella de whisky para tomarse un trago y agarrar las fuerzas necesarias para enfrentarlo. Quería correr hacia él y echarle en cara cada uno de sus descaros, pero no era momento de armar una guerra. Había demasiados ojos para presenciar el altercado. Así que, en un momento de desesperación, decidió que se limitaría a soltarse el corsé para lograr respirar con normalidad.
Sí, eso definitivamente aliviaría su mal y la dejaría pensar con claridad.
Anduvo por el salón de baile evitando posar la mirada en el conde y salió por uno de los muchos pasillos que tenía la mansión dejando al bullicio a su espalda. Se aseguró de que nadie la siguiera y de que sus pasos fueran imperceptibles. Cada cinco segundos miraba sobre su hombro para comprobar que estaba sola, y siguió haciendo eso hasta que logró entrar en una de las habitaciones.
Los sillones elegantes de una pequeña sala de té la recibieron. No tuvo las energías que se requerían para seguir escudriñando el área, así que sólo aseguró la puerta.
Sentía la piel caliente y la cabeza latiéndole con fuerza contra el cráneo como si su corazón se hubiera mudado a ella, porque a éste, ya no lo sentía latir en su lugar.
Respiró hondo pero el aire se quedó atascado a medio camino. Acercó las manos a su espalda y de un tirón deshizo el nudo que contenía las cintas.
―Maldita cosa apretada.
Ahogó un suspiro mientras lo aflojaba de a poco, hasta que terminó sintiendo cómo el corsé casi se caía de su lugar, así que, apresuradamente, sus manos volaron al frente para sostenerlo.
―En definitiva envidio a los hombres y a sus trajes sosos―se quejó sintiendo un alivio descomunal recorriéndole el cuerpo.
―Sinceramente creo que somos nosotros los que las envidiamos a ustedes. Tienen una variedad muy grande para elegir mientras nosotros solo nos desvelamos buscando un corbatín.
Y eso fue todo.
Su felicidad murió al escuchar una voz profunda detrás de ella.
Apretó el corsé con sus manos para que en ningún momento se le ocurriera salir de su lugar y mostrar su cuerpo.
Estaba perdida.
Maldijo en silencio mientras se daba lentamente la vuelta. La idea de cerrar los ojos resultaba tentadora, pero finalmente se decidió por ver a su acompañante.
Lo encontró sentado en uno de los sillones de la salita de té con un vaso de whisky en la mano. Jamás había visto a ese hombre, y era consciente de ello porque podía asegurar que quien se encontrara con esa mirada azulada, nunca olvidaría su tonalidad profunda.
Se quedó muda durante unos segundos mientras recuperaba el aire que le había privado la tela.
"Vamos, Violett..." se dio fuerzas.
―Discúlpeme, señor. No sabía que el lugar estaba ocupado.
El hombre sonrió y negó suavemente con la cabeza.
―No necesita disculparse. Todos merecemos un respiro de esos indeseables bailes―Le respondió bebiendo un poco del whisky que llevaba en la mano―. Quédese el tiempo que quiera. Aquí hay muchos sillones.
Señaló los muebles, pero Violetta negó. Solo podía pensar que estaba medio desnuda frente a un hombre, ¡un hombre!, al que no conocía y quien fácilmente podría dejarla arruinada si abría la boca
Definitivamente era experta metiéndose en esa clase de líos.
¿De qué le servía la flor amarilla que llevaba en el bolsillo? Bueno, quizás para verse bonita mientras metía la pata.
Sus sentidos comenzaron a rozar la cima del miedo, pero, de pronto, los ojos del hombre chispearon, y no podría llegar a describir cómo es que con ese simple acto él logró transmitirse paz y seguridad, fue como si sus pupilas le prometieran que no la metería en problemas y sus iris azules lo confirmaran.
El aire se volvió a atascar en su garganta.
―Gracias por la invitación, pero me limitaré a atar las cintas y volveré al baile.
― ¿Necesita ayuda?
Aquello la tomó por sorpresa, pero negó rápidamente.
―No, gracias. Creo que no sería muy educado―la dama sintió como las mejillas se le volvían a poner calientes, pero esta vez, de nerviosismo―. De nuevo disculpe la molestia.
Sus dedos temblorosos comenzaron a ajustar las cintas con torpeza mientras el hombre sonreía
―No necesita seguir disculpándose, señorita...
Dejó las palabras en el aire para que ella terminara.
―Lady Whitman―hasta la voz le tembló.
El hombre sonrió mostrando sus deslumbrantes dientes.
―Es un gusto, milady. Yo soy el duque de Standich, lord Hunter Paradig.
El nombre sonó poderoso cuando llegó a sus oídos y eso solo aumentó sus ganas de salir huyendo.
Ató el nudo con rapidez y se acercó a la puerta.
―También ha sido un gusto conocerlo, milord.
No le dio tiempo de contestar, solo giró la perilla y salió corriendo. Anduvo por el pasillo sabiendo que de nuevo se había metido en un problema, uno que podría despertar la ira de su padre.
De pronto, en medio de su huida, un cuerpo enorme la empujó contra la pared del pasillo. La acorraló con una fuerza tan grande que terminó haciendo presión en la piel de la dama y golpeando el rostro con su aliento sin pudor alguno.
De nuevo se sintió arder.
―Ahora mismo me vas a decir qué hacías allí dentro con él.
Violetta saboreó en la voz del conde un aire que se concentraba en ella.
Levantó la cabeza, lo miró directo a aquellos imponentes ojos verdes y sonrió con malicia. Un gesto, que en definitiva, habría hecho que se sintiera orgulloso el mismísimo lucifer.
― ¿A usted qué le importa? ―le respondió con altanería, y solo lo vio hervir más.
El volcán de nuevo comenzó a amenazar con hacer erupción.
―¿Cómo me has dicho?
El hombre pegó de nuevo todo su cuerpo al de ella. Violetta se sintió temblar y por un momento, el aire volvió a faltarle en el pecho. El olor de Benjamín la embriagaba, la hacía sentir que se mareaba y de lo único que podía sostenerse para no caer, era del pecho firme que la tenía aprisionada.
―Yo no tengo por qué darle explicaciones, milord.
Lo estaba haciendo enfurecer, y le hacía creer que había ocurrido algo adentro de aquella salita cuando apenas y había hablado con el duque, pero es que estaba furiosa. Sentía que estaba traicionándose a sí misma por querer ganarse a alguien que cada que caminaba por la calle tenía los ojos puestos en faldas bonitas.
Violetta deseaba a alguien que la quisiera para quererla bien, para cuidarla y protegerla del mundo entero, para resguardarla bajo su ala. Ya había sufrido tanto, que no merecía sentirse atraída por un hombre que solo le traería más desgracias, y es que, uno necesitaba solo el oído (los ojos salían sobrando) para saber que el hombre era del tipo que no se conformaba con una sola mujer.
Estaba tan enojada por eso, que quería hacerle ver que ella también tenía de dónde calarlo.
Los ojos verdes del hombre estaban encendidos y ella, sentía como el fuego subía por sus pies, recorría sus muslos y se perdía dentro de sus piernas.
― ¿Qué has hecho, Violetta? ―volvió a repetir con el semblante tan oscuro, que ni ella misma podía asegurar que estaba ante el mismísimo lord Matthew.
―Nada de lo que me arrepienta.
Se estaba quemando, en definitiva saldría muy mal aquello, pero no se dejaría vencer.
En un arranque de rabia, Benjamín se separó de su cuerpo y examinó el pasillo. Tras encontrarlo desierto tomó a la mujer de la cintura y acercó sus labios al oído femenino para hablarle.
―Sígueme en silencio―Le pidió con el aliento goleándole la piel.
El calor se intensificó.
Las manos del hombre la sostenían con fuerza, moviéndola de a poco, embriagándola con su calor y el aroma que desprendía su cuerpo. La hipnotizó de tal manera que no le quedó más remedio que seguirlo.
Sentía una necesidad inmensa de quedarse en su pecho y no marcharse de él, y es que cuando estaba a su lado, por tan solo un momento, se sentía una joven normal de esas que eran perseguidas por los hombres, de esas que llevaban una vida tan fácil que solo se preocupaban por el guardarropa de verano.
Y sí, se estaba muriendo del coraje porque el conde tenía los ojos bien sueltos, pero aun así lo siguió por el largo pasillo hasta el final de éste. La fiesta se comenzó a desenvolver a su alrededor y pronto notaron como habían llegado más personas en su ausencia.
Violetta buscó a sus padres mientras el hombre la seguía guiando. Los divisó charlando animadamente con una marquesa. No se veían nada preocupados por su desaparición, y eso la ayudó a respirar cuando el aire fresco le golpeó el rostro.
Benjamín la arrastró hasta una de las puertas dobles que daban al jardín, y eso la hizo temblar recordando las insinuaciones de esa mañana.
Sintió su rostro arder.
― ¿A dónde vamos?
―Silencio.
Le indicó el hombre con la voz ronca, y es que, lo que caracterizaba a lord Matthew, no eran sus potentes ojos verdes, esos demoledores que cada que veían a Violetta la hacían sentir como si estuviera desnuda. No, para nada era eso, lo que más llamaba la atención del hombre era su voz gruesa, ronca, seductora, que en esos momentos, tenía un matiz que la hacía temblar.
Estaba enfurecido.
―Tengo derecho a saber a dónde me lleva―le reclamó para hacerse ver dura, aun cuando por dentro se estuviera derritiendo.
Ni siquiera la volteó a ver cuándo contestó.
―Cállate, Violetta.
Las palabras le salieron duras y el temor la invadió. Cada fibra de su ser se erizó durante el camino que el hombre realizó dentro del lugar, hasta que la oscuridad los rodeó y solo parecieron dos sombras danzando bajo la luna.
Sintió como Benjamín la pegaba a uno de los arbustos enormes que incluso eran más altos que ellos, de esos que funcionaban de muros para el gran laberinto que lord Perth tenía en su jardín.
De nuevo se pegó a ella, de nuevo la puso a temblar, y de nuevo, cada fibra de ambos cuerpos, comenzó a arder.
― ¿A qué estás jugando, Violetta? ―la voz le supo más grave.
Aquello la confundió. La dama levantó la cabeza, tomando como rehén a sus ojos verdes.
― ¿Qué si a que estoy jugando yo?―le replicó con la rabia aun flotando en su estómago.
Lord Matthew no hizo nada mas que acercar su rostro un poco más a ella.
― ¿Aún no te has dado cuenta?―le preguntó golpeándola con su aliento.
― ¿De qué?
Hay quienes podrían decir que en Londres, en pleno invierno, sintieron un aire cálido que se coló por las ventanas abiertas, provenientes de los dos cuerpos que se miraban fijamente con intensidad.
El hombre soltó una risa ronca sin dejar de mirar a la dama.
―Yo soy el tipo de caballero que cuida a lo que le pertenece, Violetta.
Las palabras fueron como una corriente de electricidad que la dejó sin aliento.
Levantó aún más la barbilla para verse fuerte.
― ¿Me está llamando suya, milord?
Matthew sonrió de lado mostrando con ese gesto todas las ganas que tenía de comprobarle aquello.
―Sin lugar a duda es mía.
Violetta tomó una fuerte respiración antes de contestar.
―Se equivoca.
Los alientos se golpeaban por la poca distancia que separaba los rostros.
― ¿Me equivoco?
―Yo no le pertenezco, lord Matthew.
Y tras decir aquello solo sintió como las manos del hombre se aferraron a su cintura, como la apretó con más fuerza contra el arbusto para que los cuerpos quedaran tan unidos, que el calor de ambos aplacara el frío del invierno.
―Llámame por mi nombre.
Estaba furioso, desprendía un enojo que la estaba quemando con deleite.
―Benjamín.
La voz le salió ahogada.
―Ahora bésame.
Aquello la tomó por sorpresa, pero no se movió. No hizo más que ver la boca del hombre, delinear sus labios con los ojos, sentir como sus propias ganas se hacían más grandes.
―Ambos sabemos que quieres hacerlo.
Siguió hablando el hombre, ansioso porque acortara la distancia que lo separaba, deseoso, porque quería que ella fuera la primera que lo besara, para después, tener pase libre para devorarle la boca.
Quería hacerle ver que lo deseaba tanto, que lo añoraba tanto, y que terminaría soñándolo tanto, que prácticamente ya podría considerarse suya. Suya, y de nadie más.
―No voy a besarlo, milord.
Se quedaron mirando los labios durante un buen rato, de esos que deseas que el reloj se detenga para que dure toda una eternidad. Entre ambos flotaban ansias, deseos, fuego, ganas... de que todo se desvaneciera y solo quedaran ellos, solos, con su piel.
―Hazlo.
La dama negó, sabiendo que si lo hacía, la perdición comenzaría.
―No.
Tembló cuando Benjamín separó la mano de su cintura y acarició su rostro, para delinear el regordete labio de la dama, ese que deseaba morder hasta que se aprendiera de memoria que debía de llamarlo por su nombre.
―Debes tener cuidado―le susurró golpeándola, de nuevo, con su aliento, sin apartar los ojos verdes de su boca.
― ¿De qué?
La voz se le enronqueció por el deseo.
―De mí, porque cuando pongo los ojos en algo, no lo suelto hasta que me pertenece.
Y dicho eso se apartó de ella, dejando que el frío de la noche se colara por en medio de los dos, calando la piel que aún ardía.
Violetta se sintió confundida. La respiración la tenía agitada y el pecho le subía y bajaba desesperado por que volviera a acercarse.
―Tiene el ego muy grande para asegurar que seré suya.
El hombre negó.
―Ya eres mía―la corrigió.
Violetta le sonrió de lado, mirándose fuerte y valiente, dispuesta a cruzar el infierno descalza.
―Suerte con eso, milord.
Remarcó la última palabra.
―No la necesito, preciosa.
Él se marchó con su andar elegante y ella se quedó allí, mirando cómo se alejaba mientras se encargaba de recuperar el aire.
El pecho le subía y le bajaba lentamente, con algo de dificultad. Sentía el rostro caliente y casi podía asegurar que había una pequeña gota de sudor bajando por su frente. Tenía las manos apretadas. Seguro que sus uñas dejarían marcas en sus palmas.
El mundo le daba vueltas y ella solo sentía... en realidad, ni siquiera sabía cómo sentirse.
Estaba confundida. Primero Benjamín aseguraba que la quería solo como su amante, le coqueteaba en cualquier ocasión que le fuera posible, la seducía con sus ojos verdes, la tentaba con esos labios carnosos que sabía bien que protagonizarían sus sueños esa noche, y después, lo veía hacer lo mismo con otras damas, justamente encantarlas de la misma forma que lo hacía con ella, causando que le quemara el pecho como si en él ardieran llamas, pero luego, al final del día, ahí lo tenían aprisionándola, pidiéndole un beso, asegurando, ante la luna misma, que ella sería solo suya, bueno, que el realidad, ya lo era.
La esperanza crecía y disminuía en su vientre.
No sabía si emocionarse porque el hombre estuviera interesado en ella, aun cuando ese interés solo fuese como amante. No sabía si retirarse y dejarlo en la batalla a él solo con esas jovencitas a las que, obviamente, ya había hecho caer a sus pies.
En realidad, ya no sabía nada.
―Eres lista.
Se paralizó al sentir una voz que la llamaba.
Se movió lentamente hacia la izquierda, hasta que se encontró con una pequeña banquita en la que yacía una señora un poco mayor, que poseía una belleza que aún deslumbraba.
― ¿Disculpe?―Preguntó Violetta sin saber bien quien era ella y por qué le hablaba. En realidad, estaba muy nerviosa cuestionándose qué tanto había presenciado.
¿Desde cuándo estaba ahí sentada?
La mujer castaña de ojos claros se encogió de hombros e hizo un mohín que acompañó, después, con una sonrisa.
―Acabo de alabarte. Sí que tienes al conde comiendo de tu mano, y eso nadie lo había logrado antes.
Violetta sintió cada uno de sus músculos tensarse.
― ¿Qué tanto ha visto?
―Suficiente.
La voz de la mujer era suave, calmada, y desprendía una paz que no tenía igual, pero en aquel momento, ni siquiera eso podía calmar a Violett.
― ¿Suficiente para qué?―le cuestionó a la mujer.
Volvió a encogerse de hombre antes de responder.
―Para aconsejarte que debes de tener cuidado, y no, no porque yo vaya a hablar, sino porque, de mujer a mujer, debemos de ayudarnos―tanteó el espacio libre que quedaba en la banca. ― Ven, siéntate.
Violetta negó rápidamente con la cabeza.
―No, gracias, estoy bien aquí― y de esa forma se aseguraba de poder salir corriendo cuando aquello se tornara más raro.
―Como gustes, pero bien dicen muchos que los consejos saben mejor en un buen asiento.
"Nadie dice eso." Pensó la joven dama.
― ¿Me dará un consejo?―la voz le salió impaciente. Deseaba poder irse antes de que a sus padres les diera por buscarla.
―Afortunadamente para ti, sí, y solo porque te digo, de nuevo, que debes de tener cuidado. Ese hombre no solo es peligroso, sino que todos lo son.
Aquello la confundió más.
― ¿Cómo que peligrosos?
La señora volvió a sonreír como si fuera la cosa más obvia de todo el mundo.
―Ellos tienen un arma que podría acabar con nosotros en un parpadeo.
Lady Whitman negó con la cabeza un par de veces
―Lo lamento, pero no estoy entendiendo nada.
―Bueno, eres joven, pero pronto sabrás de lo que te hablo―la sonrisa seguía pintada en sus labios.―Los hombres son la clase de bestia que enamora y después destruye.
Tragó grueso sintiendo de nuevo su rostro caliente.
―Por eso te digo que tengas cuidado―siguió hablando la mujer, ― ahorita tienes al conde comiendo de tu mano, y mañana, la morderá. Te enamorara sin pensar siquiera en tener piedad, y cuando seas suya, te destruirá. Y no sabes todo lo que duele un corazón roto, pero yo sí, soy viuda.
Miró como la mujer se levantaba, apreció la fina tela que llevaba su vestido y los elegantes bordados, mientras ésta se sacudía y le regalaba un asentimiento de cabeza como despedida.
―Eres lista, ya te lo has ganado, pero ahora te toca sufrir las consecuencias de haberlo hecho. Ten cuidado―era la tercera vez que se lo decía―. Enamorarse es solo para las personas que aceptan el riesgo de ser rotas, en trozos tan pequeños, que se tornan irreconocibles.
Y después de eso, la vio marcharse con paso elegante, como si llevara toda una vida practicando su andar.
― ¡Espere!―le habló Violetta avanzando un poco hacia ella.
La señora volteó sobre su hombre.
― ¿Quién es usted?―preguntó la joven dama con un poco de curiosidad en la voz.
La sonrisa le creció más a la mujer.
―Llámame Elena.
Se presentó con su nombre de pila, sin apellido y sin título, pero era de sabios notar que estaba en una buena posición.
―Yo soy Violetta Whitman.
La mujer hizo una pequeña reverencia con su cabeza.
―Un placer.
Violett le sonrió mientras el consejo se repetía una y una vez en su cabeza. Sabía que en un futuro le serviría para bien.
―Gracias.
Elena de nuevo sonrió.
―No hay de qué.
Y ésta vez sí se marchó. La ama apreció su elegante andar hasta que el jardín la consumió, y ahora sí, se quedó completamente sola.
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