|Capitulo 11|

A través de la ventana de su alcoba, lady Whitman podía ver toda la ciudad. Definitivamente aquello no era como su casa en el campo. A ella le gustaba sacar la cabeza por el cristal y ver las flores que se extendían a kilómetros como un tapete elegante. Londres no le gustaba, estaba totalmente reacia a estar ahí. Era más feliz en Kent, donde su padre solía ocultarla, pero ahora, debía consolarse viendo las flores de los jarrones, porque era totalmente requerida su presencia en la ciudad.

―Milady, su baño está listo.

Estaba demasiado sumida en sus pensamientos como para voltear a ver a la doncella y agradecerle el gesto, así que solo caminó hasta la tina llena de agua tibia y se sumergió en ella. El agua le acarició hasta el inicio del cuello y sólo se quedó allí unos momentos mientras repasaba mentalmente lo que ocurriría esa noche.

"―Saldrás a deslumbrar. Todos están ansiosos por descubrir a la que será la nueva flor inglesa de la temporada, y tú, mi hermosa niña, arrasaras con esa etiqueta".

La voz esperanzadora de Eva le llegó a los oídos con dulzura tras recordarla.

"―Memoriza muy bien cómo será tu postura ante el conde y no olvides la meta de esta noche".

―Hacerme desear―susurró para sí misma, sin importarle que la criada la escuchara.

Tenía los ojos cerrados y todos sus sentidos estaban atentos a cómo le limpiaban las piernas y los brazos, pero su mente, esa estaba perdida en repasar a detalle todo lo que tenía que hacer en su presentación ante la sociedad.

Tenía miedo. No sabía cómo saldrían las cosas y menos después de llevar una semana sin tener noticias del conde. Todo era muy abrumador, y aún más sabiendo que, después de esos interminables días, por fin vería al hombre.

Sus padres habían preparado una velada en su honor, y él, tal como lo pidió, fue el primero en la lista de invitados.

Definitivamente el barón estaba encaprichado con vender a su hija al mejor postor.

"―Él nos salvará de la desdicha social. Quizás no hayas sido un heredero, pero me servirás para emparentar con un conde."

Esa fue la última frase que soltó frente a ella, y a Violetta le resultó rotundamente despreciable.

Si llegaba a conquistar al conde, definitivamente se encargaría de que su padre no viera ni un solo centavo.

Se quedó unos momentos más en el agua, hasta que Eva entró a la habitación con el vestido que utilizaría esa noche. Todos salieron para que la doncella la pudiera vestir y eso aumentó sus temblores. Violett estaba nerviosa, de eso no había duda, pero tenía que ser fuerte. Todo debía salir a la perfección.

El vestido que su madre le había mandado a hacer resultaba exquisito después de unos cuantos arreglos que le había hecho Eva. El color beige que lucía la hacía parecer una diosa y las mangas de seda que corrían por sus brazos le daban un toque seductor al transparentar un poco su piel.

Los guantes que se pondría eran del mismo color que el vestido y el peinado fue un recogido alto con varios mechones sueltos que le enmarcaron los ojos. Llevaba unos iris color avellana que resaltaron el labial suave y una piel de tono crema que se vio exquisita con el colorete.

Se veía hermosa, y eso era bueno, muy bueno.

― ¿Estás lista para ser presentada ante todo Londres?

Violetta sonrió con perversidad.

―Pospuesto.

El juego había comenzado.

***

Lord Matthew tuvo que respirar veinte veces antes de bajar del carruaje y disponerse a andar hacia la residencia en Londres de los barones Belmont.

Estaba muerto de rabia. La sangre le hervía de solo recordar que la dama se había marchado de su casa en Kent sin decir palabra alguna. Al principio se había preocupado y mandado a sus criados a recorrer todo el terreno en busca de esa traviesa, y resultó evidente, cuando fue a la casa de los barones a buscarla, que ella se encontraba allí y no deseaba verlo. Digo, si tuviera ganas de saludarlo no hubiera mandado a su doncella a cerrarle la puerta en la cara.

¡Diablos, tenía que contenerse para no golpear algo!

Él curó sus heridas, le dio hospedaje en su casa y ella se comportó como toda una malagradecida al marcharse.

Y vamos, que después de eso, estaba ahí en su presentación con la sangre hirviendo en el cuerpo.

Si Violetta no le hubiera despertado sentimientos tan poderosos en la carne, se habría quedado en Kent, pero después de su desplante, definitivamente no tenía pensado dejar las cosas así. Nadie, jamás, le pasaba por encima, y esa era una lección que ella debía aprender.

Aún recordaba su piel desnuda en el lago, reflejando la luna junto a sus más eróticos deseos, y la deliciosa forma que tenían sus ojos de retarlo. Que va, estaba perdiendo la cabeza por esa boca que quería educar a mordidas.

Esa mujer necesitaba que le enseñaran etiqueta y modales. Él, que se había encaprichado con su educación, sería el mejor maestro que llegara a tener en su vida.

La haría su amante y la seduciría hasta que cada centímetro de su exquisito ser pensara en él.

Quería doblegarla y ponerle el cartel de suya. He ahí su más sublime deseo.

Se ajustó el corbatín antes de entrar en la mansión. Le dejó el sombrero y el abrigo al mayordomo, y entró en el gran salón donde todo un grupo de personas reían y bailaban en la pista.

Miró rostros conocidos y otros que le parecieron los más sublimes y angelicales que se había topado en la vida. Esa temporada sería interesante con tanta debutante andando por allí con sus pequeños cuerpos y su inocencia fácil de seducir.

Apostaba a que alrededor de tres de ellas serían encontradas con hombres antes de tan siquiera estar comprometidas y otras diez se escaparían lejos.

La carne blanda era la más fácil de masticar.

Y sí, lo decía por experiencia.

―Lord Matthew.

Se volteó rápidamente hacia su derecha cuando escuchó que le llamaba una voz madura.

―Barón―hizo un asentimiento de cabeza saludando al susodicho.

Lord Belmont no había tardado nada en localizar al conde entre la multitud. Por su alta estatura sobresalía de los demás, y claro, unas cuantas monedas al mayordomo para que le avisara de su presencia tampoco quedaban nada mal.

―Nos complace a mi esposa y a mí que haya decidido venir.

Jamás se perdería la presentación en sociedad de aquella dama. Debía comenzar a cuidar lo que era suyo, y, en aquellos momentos, había muchos hombres cansados de ver las mismas faldas en cada baile.

Esa era la noche en la que los lobos salían a cazar.

―Jamás podría perdérmela.

Le sonrió con educación, siempre cuidando su etiqueta.

El hombre pareció complacido con su respuesta.

―En todo caso, en unos momentos comenzamos un juego de póker entre los...

Y entonces dejó de escucharlo. Todo se desvaneció a su alrededor cuando la miró ahí, bajando las escaleras con un vestido claro que jugaba con su inocencia, aún cuando él sabía que esa damita era experta en seducir, digo, no por nada lo había puesto completamente duro en la salita del té.

Apretó la mandíbula al recordar la grosería que le había hecho al marcharse.

Y de pronto sucedió que su mirada verde se encontró con la de ella y admiró la sonrisa que se plasmó en sus carnosos labios rosados.

La música menguó a su alrededor, el bullicio se volvió apenas un susurro, y de lo único que fue consciente, fue de como Violetta se disponía a bajar las escaleras con elegancia, como si no tuviera entrenada esa boquita para sacar lo más atrevido que se le pasara por la cabeza.

"No puedo tener una amistad con alguien que no me deja de ver los labios cada tres parpadeos, Benjamín".

Pues claro que no, porque en ningún momento se le pasó, sinceramente, tener una amistad con esa boca.

―...espere, ¿me está escuchando, lord Matthew?

―Padre―la dama interrumpió la charla cuando llegó al lado del barón.

Lord Belmont se tensó al sentir la presencia de su hija a un costado.

― ¿No me vas a presentar a tu invitado?―volvió a hablar Violetta para remarcar su presencia.

Para su padre aquellas palabras sonaron de lo más común, pero lord Matthew alcanzó a ver el brillo que había en sus pupilas y la forma en cómo mordió su labio al final de la oración.

"¿Seguimos jugando el mismo juego, pequeña?"

―Oh, claro, ¿pero dónde están mis modales?―comenzó a hablar el barón mientras la hacía un poco más al frente para que el hombre la alcanzara a apreciar con detalle ―. Lord Matthew, le presentó a Lady Whitman, mi hija.

Había esperado tanto ese momento...

Benjamín se inclinó y tomó su mano, procurando quemarla con su tacto y transferir con sus verdes ojos todo el enojo que hervía en sus entrañas... y un poco más abajo también.

―Es un placer conocerle al fin, milady.

Ella dejó que besara su mano con deleite y después la retiró suavemente sonriéndole con malicia.

―El placer es mío, milord.

"Quiero que me llames por mi nombre".

Aquel momento le llegó de golpe a la cabeza.

Se irguió y acomodó de nuevo su corbatín.

―Entonces, ¿nos acompañará en el juego de póker?―insistió el hombre, pero Benjamín no tenía antojo de apartar los ojos de Violetta.

―De hecho, estaba por pedirle permiso para que me sea concedido el primer vals de su hija―Saboreó las palabras al pronunciarlas.

Aquello tomó por sorpresa al hombre, pero en lugar de negarse, tomó la mano de su hija y se la tendió al conde para que la aceptara.

―Será un placer, milord.

Ambos se despidieron del barón con un asentimiento y comenzaron a caminar hacia la pista.

Se sumergieron entre la multitud que bailaba y lord Matthew no tardó en tomarla de la cintura y atraerla hacia su cuerpo. Lo golpeó su olor a jazmín y se le antojó enterrar su cara en el cuello de la dama para degustarlo con más libertad.

El movimiento de los cuerpos era fuego, y justo en el lugar que se tocaban, se estaban quemando.

―Te fuiste.

Le recriminó el hombre en el oído para que nadie más escuchara la conversación que se desataría.

―Debía hacerlo― Le respondió la dama, y él se estremeció cuando su aliento le golpeó el cuello.

Dios...

― ¿Por qué?―preguntó entre confundido y embriagado por su presencia. Aunque quizás era más por esta última―. ¿A caso no le gustó su estadía en mi casa?

La escuchó reír suavemente.

Violetta sabía muy bien lo que estaba haciendo, y no cambió su convicción, ni siquiera cuando la tenía algo perdida con la forma en la que ese traje hecho a la medida se ajustaba a sus fuertes brazos y a lo ancho de su espalda. Y ni mencionar a sus labios regordetes porque entonces perdería el juicio y en aquel momento necesitaba tener la cabeza fría.

―Ese será un secreto que se quedará deseando saber―le soltó las palabras mientras daban una vuelta.

Varios de los invitados habían puesto su mirada en ellos, sorprendidos por ver al hombre bailando con una debutante. Muchos ya corrían el rumor de que planeaba sentar cabeza, pero todas eran habladurías. El hombre estaba más libre que nunca.

―Creí que éramos amigos―respondió con su voz gruesa y Violetta terminó apretando un poco el agarre de sus manos.

―Éramos, usted lo ha dicho.

Sé removió inquieto. ¿Qué había hecho mal para que ella se comportara de esa manera?

Estaba tan confundido.

―Es una lástima que piense así.

Ésta vez fue él quien presionó ligeramente su mano, como para que no olvidara que estaba entre sus brazos, y que si le apetecía, podía llevársela justo en ese momento a alguno de los salones que estaban vacíos.

La mujer lo volteó a ver. Sus ojos chocaron y fue entonces cuando una explosión se sintió en sus vientres. El conde contuvo las ganas de aprisionarla en su cuerpo.

―Es una lástima, milord, que usted siga creyendo que entre nosotros puede haber una amistad.

―Te he dicho que quiero que me llames Benjamín.

La mujer sonrió mordiendo, al final del gesto, su labio rosado.

―Y usted, a estas alturas, ya debería ir sabiendo que no me gusta que me impongan nada. ―las palabras le salieron frías, incluso al punto de quemar.

La canción finalizó a su alrededor y la dama se separó con elegancia mientras el conde se quedaba con el corazón en la boca.

―Ha sido un gusto bailar con usted, lord Matthew. Ahora, si me disculpa, tengo muchos más pretendientes que están haciendo fila para tener un poco de mi atención.

Y en eso no estaba nada equivocada, pues el hombre pasó el resto de la noche con una copa en la mano mirando como la dama bailaba con más y más caballeros. Los pretendientes le llovían y eso se lo estaba comiendo vivo, pues ante él había hombres que estaban disfrutando del carácter sin censura de la dama, que fantaseaban con el sutil toque de sus cuerpos al bailar... ¡Diablos!

Esa mujer sería suya.

Suya.

Hasta que la dama terminara repitiendo entre suspiros su nombre.

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