|Capitulo 10|

Kent, casa de campo del marqués de Bristol.

Bass Jenner, marqués de Bristol, se bajó de su carruaje sintiendo el aguacero que cayó sobre su cabeza en cuanto puso un pie en el suelo. La lluvia llevaba dos días azoando la tierra, sin descanso alguno, y la verdad es que, después de su largo viaje no esperaba llegar a casa encontrándose visitas en ella.

Caminó por lodo mirando a un carruaje justo al lado del suyo, uno sin sello y sin rastro alguno de su dueño.

Se había marchado por unos días a visitar a su madre y tal parecía que la salud de la misma no había mejorado. Los médicos hablaban de remedios milagrosos, pero ninguno servía de nada. Todos sabían, gracias a lo que se rumoreaba, que había una enfermedad que estaba atacando a las personas, debilitándolas, generándoles una fiebre que ardía como el infierno y unos dolores de cabeza que la tiraban hasta el suelo.

Se estaba volviendo una enfermedad silenciosa que poco a poco atacaba a más y más personas.

Solo le quedaba pedirle a Dios que la curara. Necesitaba un milagro. Ella era lo único que le quedaba después de que su hermano se había marchado a América.

Bass era un hombre bueno, de pocas palabras, incluso escasas, y del tipo que daba señales como respuesta, pero siempre buscaba ayudar a los demás. No pedía el mal. Su corazón era tan puro, que merecería que se le devolviera aunque fuera un poco de la ayuda que había dado. Y ahora le iban a quitar a ella, a su madre, cuando hacía unos meses, la misma enfermedad le había arrebatado a su padre.

Anduvo por las escaleras hasta la puerta principal de su casa de campo, a la que recurría cuando tenía mil líos que arreglar en su cabeza, y al abrir la puerta, se encontró con otro. Uno enorme con la palabra "problemas" flotando sobre su cabeza.

Un relámpago estalló en el cielo cuando la vio allí, justo en medio del salón.

Dios santísimo.

Tenía adelante a una mujer totalmente vestida de negro, con mangas hasta las muñecas y guantes que cubrían sus dedos. El largo vestido, que la acompañaba en su luto, llegaba a rozar el piso y, un velo igual de oscuro, decorado con encaje en los bordes, cubría el delicado rostro que sollozaba en silencio.

― ¿Lord Bristol?

Preguntó un hombre que estaba junto a la dama. Bass apenas y lo volteó a ver, seguía con los ojos puestos en ella.

¿Quién era esa mujer?

―El mismo―fue la única respuesta que dio.

No fue consiente de nada, ni si quiera del charco que estaba dejando en medio del recibidor. Las manos le estaban temblando. ¿Quién era ella? Su apariencia tenía un aire tétrico que le erizó la piel.

―Buenas noches, milord―siguió hablando el hombre―, perdone que lo molestemos a éstas horas y con tremendo castigo de Dios afuera, pero traigo noticias desde muy lejos, donde la protagonista es la misma muerte.

~~~

A la mañana siguiente, lady Whitman despertó en la mansión del conde de Montesquieu, en la misma habitación que el día anterior había recuperado la consciencia. Se estiró en las suaves telas, tan finas, que sintió la brisa que entró por la ventana, fresca con los residuos que quedaban de lluvia. Pudo ver que el sol ya había salido y unas gotas de pena le impregnaron los ojos.

La noche anterior había sido la mejor de su vida. Sonaría una parloteada sin sentido si contara, con el brillo distinto que esa mañana amaneció en sus ojos, que tenía un atisbo de esperanza revoloteando en su estómago.

Había permanecido en la salita de té con el conde hasta ya entrada la noche, y ahora podía decir que ambos tenían la etiqueta de "amigos" puesta en la frente, y era eso bueno, demasiado, pues para ganárselo, primero tenían que conocerse, y ese era un gran paso hacia su meta.

Aún recordaba cómo la había tomado del brazo para que subieran las escaleras juntos, y cómo, finalmente. La había terminado dejando frente a la puerta de la habitación de huéspedes. Adentro la esperaba la misma doncella que, esa mañana, le llevó su ropa, y fue ella misma quien la ayudó a desvestirse.

Se levantó de la cama, muy a su pesar, prefiriendo quedarse en ella y dormir un rato más, pero no había tiempo que perder.

Tenía un Conde que conquistar.

Pasó a lavarse el rostro y comenzó quitarse cuidadosamente las vendas que tenía en su espalda. El remedio que lord Matthew le obsequió había servido de mucho. Sus heridas ya no sangraban e incluso ya habían empezado a tornarse rosáceas.

Beatriz, la doncella, entró poco después para ayudarle a colocarse nuevas. En cuanto a su brazo, ya casi ni le dolía, pero por si acaso, éste también fue vendado cuidadosamente.

―El señor le ha dejado un recado.

Anunció Beatriz ganándose la atención de la dama. Violett la observó a través del espejo, mientras le trenzaba su melena oscura.

― ¿Un recado?

―Sí.

¿Es que acaso no se le podía decir en persona? La dama casi resopló, pero se contuvo. No había algo, que le molestara más, que el hecho de que se mandara a un tercero para comunicar información. A ella le gustaban las cosas directas, y punto. A fin de cuentas, para eso es la boca, ¿no?

―Le ha llegado una visita repentina y no podrá bajar a desayunar con usted, pero me ha indicado que la acompañe a su despacho ya que termine su comida―la doncella habló mientras le ponía la última horquilla al peinado.

Una punzada de decepción se coló en el estómago de la dama, pero se lo tragó. No lo iba a ver en el desayuno, pero después, tendría una buena oportunidad para estar con él.

O por lo menos, eso esperaba.

~~~

― ¿Qué crees que trajo la lluvia? ―habló Bass Jenner, recargado en el silloncito del despacho del conde de Montesquieu.

―Pues espero que sea algo bueno para saltarme el desayuno―Contestó Benjamín, soltando un suspiro cansado. Apenas despertó esa mañana y lo primero que recibió fue la sorpresa de que el marqués lo esperaba en su despacho.

Se llevó la mano al puente de la nariz, cansado.

―He recibido una herencia.

Y con esas cuatro palabras, robó toda la atención del conde. Matthew se enderezó en su asiento y abrió los ojos con intriga.

―¿Una herencia?

Bass asintió llevándose la botella de licor a los labios. Él, en definitiva, no era de los que bebían, pero por Dios que necesitaba algo que mitigara sus pensamientos.

―De un tío lejano que vivía en Francia o algo así.

― ¿Tío?

―No tengo ni la menor idea. Jamás había escuchado hablar de él, pero tal parece que el hombre no tuvo ningún barón, y yo sigo en su línea.

Benjamín asintió lentamente, intentando examinar lo que su amigo estaba diciendo.

―Suena a cuento.

―Lo sé, pero uno de esos de terror que le cuentan por la noche a los niños―se quejó el marqués dándole otro trago al vino. No había desayunado, y la noche anterior no había tenido el estómago para cenar algo. En definitiva le pasarían factura las dos botellas que se había acabado.

Benjamín se encogió de hombros.

―No puede ser tan malo si te dejó dinero.

Bass comenzó a negar lentamente con la cabeza. Derecha, izquierda, derecha, izquierda. Derecha...

―No tenía ni un solo centavo. Estaba en la quiebra.

Benjamín arrugo la nariz, confundido.

― ¿Entonces que te dejó en su herencia?

Los ojos de Bass se levantaron y se colocaron, con la redondez rojiza, en los del conde. Estaba mareado e incluso comenzó a ver borroso.

―Una mujer―las palabras le salieron crudas, faltantes de emoción, y la suerte era que habían logrado ser emitidas, pues en su garganta tenía un nudo tan enorme, que obstruía hasta su respiración.

― ¿Me estás jodiendo?―preguntó Benjamín recargando los codos en su escritorio como si con eso estuviera más cerca del marqués.

Bass negó.

―Ojalá fuera así.

― ¿Y para qué diablos te dejaría una mujer?

―Era su hija. Aún no ha sido presentada en sociedad, y mientras le llega un marido samaritano que la quiera sin dote, yo tendré que cuidar de ella―el hombre levantó la botella, como si pidiera un brindis―. Estoy jodido.

Anunció dándole un largo y profundo trago.

Matthew soltó una carcajada sonora, que llegó, incluso, al comedor donde Violetta estaba degustando su desayuno.

Aquello la intrigó. ¿Con quién estaría el conde que le producía tanta emoción?

Se apresuró a llevarse el último bocado a la boca y tomó una servilleta para limpiar sus labios. Estaba ansiosa por verlo, por ser ella quien provocara su risa.

Se levantó de un salto y subió las escaleras hacia donde le había indicado Beatriz que se encontraba el despacho. La puerta era inmensa, de esas dobles con dos guardias a los lados para que él estuviera a salvo, pero, ¿de qué?

Si había algo que había notado en el hombre, era que le encantaba estar resguardado, y quizás se debiera a su gran afán por tener el control, por ser siempre quien tomara por atrás y no a quien tomaran.

Se acercó para abrir la puerta, pero se detuvo a medio camino, al escuchar una voz que se emitía desde adentro.

―En definitiva las mujeres son una condena―no logró reconocer quien hablaba.

―No son tan malas―tembló cuando la voz del conde acarició sus oídos―. Tienen un buen tesoro.

Tres segundos se quedaron en silencio.

―Te conviene callarte, Matthew. Ya me contaron que tienes a una dama acento de tu casa.

La voz del hombre desconocido sonaba seca.

―Es distinto con ella.

―También es mujer.

―Violetta no es cualquier mujer.

En definitiva Bass Jenner ya se estaba quedando ebrio, y eso estaba mal, pues si bien era un hombre escrupuloso, al probar el alcohol, todo modal era basura.

―La vas conociendo, Matthew. No me salgas con la estupidez de que ahora te quieres casar con ella y vivir feliz para siempre―Soltó las palabras con burla.

Violetta tragó grueso al escuchar aquello. Esperó atenta una respuesta del conde.

―Sabes bien, Bass, que no soy de los que creen en esos cuentos baratos. Soy más de soluciones reales.

El marqués sonrió.

―¿Entonces qué planeas hacer con ella?

El conde se encogió de hombros mientras se levantaba de su asiento para servirse un poco del vino que tomaba su amigo.

―He descubierto que Violetta Whitman es un desafío. Tiene una dura coraza, mi buen amigo, pero por dentro, debe de ser tan suave que solo tendré que aprenderme sus contraseñas para poderla abrir ante mí.

―Te has encaprichado.

―En definitiva.

El corazón de Lady Violett comenzó a latir con fuerza en su pecho, desbocadamente, y apretó con fuerza sus manos haciendo que las uñas le lastimaran las palmas.

―Volveré a preguntar―habló Bass Jenner. El conde lo volteó a ver―, ¿qué harás con ella?

El hombre suspiró hondo mostrando una sonrisa malvada, de esas que llegan hasta a congelar el alma.

―La haré mi amante, y la seduciré, hasta que caiga completamente a mi merced.

***

Violetta creía que él era diferente, que tendría en sus brazos aquella chispa que buscaba para ser su refugio por toda la eternidad, y él solo pensaba en tenerla por las noches, cuando en definitiva, lady Whitman, se merecía más que eso.

¡Se merecía todo!

No pensó con claridad cuando caminó al recibidor. El mayordomo la miró dudoso, entre si debía de abrir la puerta o no, a sabiendas de que el conde se enojaría mucho si se equivocara de decisión, y es que en definitiva él no era un mal patrón, pero hervía en rabia cuando se le desobedecía.

―Volveré en unos momentos, solo necesito aire fresco―Le informó Violetta al mayordomo con la voz más serena que pudo, mientras sus manos eran la representación de la rabia que florecía en su estómago―. No tardaré.

Siguió insistiendo. Sabía que el hombre tenía una lucha interna que se reflejaba en su mano, dudosa, sobre el pomo de la puerta.

―Tenga cuidado, milady―Le dijo abriéndola y dejándo ver el jardín delantero.

Lady Whitman sintió la brisa fresca como si ésta le apagara un poco el fuego que crecía en sus venas.

―Gracias―la voz le salió un poco ahogada.

Se tomó las faldas del vestido y salió corriendo, sí, corriendo, porque no le importaba quien la viera, porque deseaba más que nunca que Eva la consolara y le dijera que tenía algún truco guardado en el bolsillo para que todo resultara como se había planeado.

Corrió entre los charcos de lodo que habían quedado de los días de lluvia, y la humedad, poco a poco, le fue sanando la rabia que emanaba.

El aire fresco, que se colaba por su boca abierta, le estaba enfriando el cuerpo, y vaya Dios a saber la barbaridad que hubiera cometido si esto no hubiera sido así. Quizás se habría regresado al despacho para tumbar la puerta del conde y después hacer lo mismo con sus dientes. Sí, en definitiva esa hubiera sido una buena idea.

Tardó varios minutos en llegar a la mansión de los barones, y es que no hubieran sido tantos si no se hubiera detenido a descansar unos momentos y revisado que nadie la siguiera.

Los últimos pasos, antes de llegar a la puerta, fueron los más difíciles gracias al grosor que tenía el lodo en sus zapatos. En definitiva estaban arruinados.

Tuvo que recargarse en un pilar de la escalerita antes de tener la fuerza suficiente para acercarse a la madera.

"¿Qué más podía salir mal ahora?" Se preguntó antes de tocar.

El mayordomo no tardó nada en abrir y escandalizarse con la escena que le estaba dando la dama.

― ¡Milady, ¿pero que le ha pasado?!

En ese momento fue como si el aire le hubiera escapado del cuerpo y ya no pudiera recibir más. Sus pulmones no respondían, y lo último que alcanzó a ver fue a Eva bajando por las escaleras con el rostro teñido de preocupación al ver como se desvanecía.

~~~

Tenía unos escasos minutos de haber despertado. Eva se había encargado de mantenerla caliente junto a la chimenea y de prepararle tés para curar la gripe que le había pegado.

Sentía un hueco en el estómago que no podía llenar con nada, y es que, más que dolerle, lo que había escuchado tras la puerta del Conde, le había causado una decepción tan grande como el ego de aquel cabrón.

― ¿Te sientes mejor?―Le preguntó Eva mientras le acomodaba mejor la manta que cubría sus pies.

Violetta la volteó a ver y delineó sus pasos al sentarse en el silloncito frente a ella.

― ¿Dónde están mis padres?

Evadió la pregunta de la mujer sacando otra porque no tenía antojo de que la viera con lastima al decirle "no, no me siento bien, y solo mejorare hasta que encuentre a un hombre que me pueda sacar de ésta vida".

Eva le sonrió con ternura antes de hablar. Ella siempre le sonreía así.

―Se fueron a la ciudad el mismo día que tú te marchaste. Fue una bendición de Dios que ni siquiera se hubieran enterado de que no estabas―la mujer escrudiño el rostro de la dama mientras hablaba. ―Fui yo quien recibió la carta del conde y debo decir que me tenías con el alma en la boca.

Violetta también intentó darle una de sus sonrisas tiernas.

―Estoy bien―se decidió por responder―, pero me temo que he vuelto con una mala noticia.

La doncella la miró sorprendida mientras arqueaba la frente.

― ¿Qué ha sucedido?―preguntó con el miedo creciendo en su estómago.

―Tenemos que buscar a alguien más para que sea mi esposo―Le anunció Violetta, convirtiendo su sonrisa en una mueca triste.

― ¿Por qué?, ¿A caso te ha tratado mal?

Negó lentamente con la cabeza.

―No. Él ha sido muy bueno conmigo, incluso ha curado mis heridas―el rostro de Eva se tornó sorpresivo―, luego te contaré bien eso, ahora solo basta con que te enteres de que él no está buscando a una esposa, sino a una amante.

La mujer se levantó escandalizada del asintió mientras sentía como el corazón le latía con fuerza.

¿Pero que acababa de decir la joven?

No se lo podía creer.

― ¿Él te ha dicho eso?

Violetta negó.

―He escuchado cómo se lo dijo a otro hombre.

¡Por Dios, aun peor!

― ¿Y cuáles fueron exactamente sus palabras?

La joven tuvo que respirar hondo para poder hablar.

―"La haré mi amante, y la seduciré, hasta que caiga completamente a mi merced".

Eva tuvo que contenerse para no irle a partir la cara a aquel caballero, pero debía de admitir que lo dicho por él tenía guardado algo poderoso, algo que podían utilizar como arma para mover las cosas a su favor.

― ¿Estás segura de que dijo eso? ―era tan bueno que debía de confirmarrlo.

―Completamente.

La mujer volvió a tomar asiento, y sonriò, esta vez, con picardía.

―En ese caso, no debemos de cambiar de hombre, sino de plan.

Violetta achico sus ojos intentando descifrar lo que estaba diciendo. ¿Iban a seguir tratando de seducir al conde?, ¿En serio?

― ¿A qué te refieres?

Los ojos de Eva chispearon con el fuego.

― ¿Confías en mí?

Violetta sabía muy bien que la respuesta que daría no la llevaría a nada bueno.

―Sí.

La doncella la tomó de las manos cerrando así el nuevo trato que estaban por establecer.

Él creía que sería ella la que caería ante él, y no tenía ni la menor idea de lo mucho que terminaría deseándola, pensándola, y soñándola, de la manera más apasionada que un hombre podía concebir a una mujer.

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