[10] Del otro lado del abismo
Gregory
Las olas relampagueaban, unas sobre otras. La arena crujía, estremecida bajo estas y quedaba humedecida; si se estaba lo suficientemente atento, se podía ver cómo los restos de algunos animalitos muertos y conchas eran arrastradas por el mar y volvían.
"Regresan y vuelven; como las personas".
El cielo era gris y las nubes, suaves algodones que flotaban por encima de su cabeza. Tal al parecer, daban augurios de que iba a llover. Gregory arrastró su cuerpo adolorido por la arena mojada, tratando de llegar hacia aquella acuosa cueva, con las paredes negras y chorreantes y su peculiar resplandor a pesar de la inexistencia del sol.
Poco a poco se acercaba, pero con cada esfuerzo se agotaban más sus fuerzas. Sentía la sal en sus agrietados y morados labios, el pelo lo traiga pegoteado entre sudor y agua con granos de arena entre sus rizos negros. Sus palmas se rasgaron al entrar en contacto con el suelo escabroso; aunque ya, en realidad, no sentía ni el dolor. Lo único que le importaba era refugiarse de las implacables olas que relampagueaban en la costa.
Dentro de la pequeña cueva, había una gran masa de agua acumulada en un foso. Sin embargo, el líquido que fluía era más denso que el agua y de un azul esmeralda vibrante. Gregory sumergió sus pies en el agua, con el dobladillo de sus pantalones levantados hasta la pantorrilla. Misteriosamente el agua estaba caliente; algo fuera de lo común, pero Greg estaba consciente de que en los sueños todo era posible.
De repente, escucho el batir de unas alas majestuosas, grandes y blancas alas emplumadas. El revoloteo se propagó por toda la gruta, mostrando así a un ave marina formidable; parecida a un pato, con sus patas palmeadas y su plumaje blanco y negro. Quizás, lo único que no tenía en común eran sus picos y cuellos. El pico de aquella ave era alargado y fino, como una aguja; mientras que el del pato era más pequeño y angosto. Gregory se sorprendió mucho cuando vio el gran bulto que cargaba en él. Su pico se había transformado en un delgada pero amplia bolsa. El ave se había posado en el piso rocoso, a varios metros a lejos de donde él yacía; justo ahí expulsó todo lo que tenía acumulado dentro y Gregory pudo ver su contenido: tres peces grandes y gordos. En tanto el pájaro se embutía su cena, Gregory se iba acercando, sigiloso y en sumo silencio; y mientras lo hacía, poco a poco iba reconociendo que su semejanza con la apariencia de un pato se iba acortando, pues cada vez se veía más como un cisne. Su cuello alargado, sus patas palmeadas y esbeltas; aunque su plumaje era un poco distinto. En vez de parecerse al uno o al otro, era más bien una mezcla de ambos; pero en entre los dos se tendía la misma disconformidad: el pico.
En cuanto Gregory estaba demasiado pegado al ave, esta graznó y lanzó un mordisco con sus fauces desdentadas que casi lo alcanza, pero que lo manda a retroceder pasos bruscos a trompicones, cayendo sobre sí.
— ¡Ouch! —gimoteó, sobándose los muslos y glúteos adoloridos.
Cuando levantó su mirada se percató en la desaparición del ave. Se fijó en todos lados, escudriñó en todos los rincones y, aun así, no llegó ni siquiera a una pista de su punto de encuentro. Hasta que escuchó un chapoteo y un, por poco, inaudible murmullo grotesco.
—De oro sus coronas, de hierro sus corazones, de fuego sus castillos y de esclavos sus torres. Reina sobre cenizas, y sobre cenizas su reinado. Siempre la muerte a un nacimiento desmiente— canturreó el ave, flotando sobre el agua.
Gregory conocía esa canción, que había sido compuesta y cantada por un bardo esclavista de la época de la dictadura de Basilio, el Ángel del Infierno. Si sus cálculos acertaban, sería hace más de mitad de milenio que la familia Tver lo destronó en una guerra que se le conoce como La Guerra de las Cien Estaciones, pues duró casi diecisiete años; siendo así una de las más prolongadas, o por lo menos, hasta donde se tiene registro, de Vonandara. Se hicieron muchas canciones sobre esta, engalanando la valentía y coraje de Iván II Tver, el hijo de Ivan I, quien inició la rebelión, cediéndole su lugar a su hijo antes de su muerte para que este, llegado su momento, asestara el golpe final.
Años después, los Tver se emparentaron con los Nóvgorod; esencialmente la naslednitsa Catalina I Tver con Nicolás IV Nóvgorod, hijo de un noble de posición sumamente adinerada. Sin embargo, Catalina acabó viuda y sin hijos, sin opción alguna, volvió a contraer matrimonio. Esta vez, con un naslednik genuino: Miguel Nekrásov, hermano de Vsévolod Nekrásov, quien, seguido al matrimonio de Miguel, estrechó lazos conyugales con la prima de Catalina. Su línea sucesoria llegó a su camino cuando el joven matrimonio regente termina sin tener ningún primogénito. Pero por fortuna, la prima de Catalina, Anna, tuvo cinco hijos, tres niñas y dos varones, quienes terminaron casándose con nobles y burgueses de la corte del occidente; mientras el primogénito, Sviatoslav, se hizo con la corona, siendo el sucesor legítimo a la corona. Este, luego, vino a ser el abuelo de Gregory y la línea congénita le seguiría con él, y sus hijos y los hijos de estos, como un ciclo sin fin.
—¿Qué sucede niño? ¿Recordando tu pasado? —inquirió el pajarraco—. ¿Sabes? Yo mismo vi la Guerra de las Cien Estaciones. Es más, acompañé a Iván II, volando y atacando sobre su estandarte. Un gran chico que apresuradamente se convirtió en hombre. Por desgracia también lo vi morir, fallar, caer; pero, asimismo, lo vi reír, vivir, crecer, enamorarse mil veces...¡Y vaya que el chico era estúpido con las mujeres, pero igual todas babeaban por él!
—¿Cómo es que...?—Gregory no se imaginaba a esa enorme ave en un campo de batalla ni de lejos. Le resultaba extraño, ajeno.
—Acércate y no tengas miedo muchacho—dijo mientras nadaba en zigzag hasta la orilla. Gregory acató y se acercó reptando hasta donde se le había indicado—. Fíjate en el agua y dime qué ves; observa la superficie y niégame mis hazañas.
Se acercó incluso más y en el agua vio reflejada a un águila imperial, majestuosa e imponente, de talla grande y feroz. El pajarraco sumergió su cabeza en el agua y la agitó, desvaneciendo su imagen reflejada en bruscas ondas turquesas.
—Todos estamos destinados a lograr grandes cosas en nuestras vidas. Hasta el más débil se puede convertir en el más fuerte. Tu destino es prometedor, pero, ¿estás dispuesto a recorrer el camino?
—¿A qué te refieres con tener un destino prometedor? ¿Qué es lo que puedo ser? ¿Qué grandes cosas puedo hacer si he caído en un sueño tan profundo del que quizás no vuelva y lo más probable es que muera en el camino del intento?
—Es que ahí está el punto clave. En el camino habrá muchos obstáculos a los cuales quizás no pases; pero serán estos los que te fortalecerán y te conducirán a la persona a la que estas determinado de ser.
—¿Y si no lo logro? ¿Si muero intentando?
—Pues igual habrás conseguido algo que no muchos tienen el valor de hacerlo: intentar, porque ese el primer paso para la grandeza. El último, pues es simplemente continuar en ella y no perderla. ¡No te imaginas cuántos héroes y personas dignas han perdido su gloria y magnificencia por perderse en el trayecto final! ¡Cuántos errores han cometido después de esta! ¡En qué gran vanidad y soberbia ha girado su vida! ¡Y cómo esta les ha costado todo! —se lamentó con melancolía—. No obstante, si crees poder afrontar los peligros y no olvidar, te invito a darle un vistazo al agua. —Gregory obedeció sin refutar—. Y dime, ¿qué ves?
Nota de la Autora
Chicos...y chicas, obviamente. De verdad me siento muy mal por haberlos dejado ya casi cuatro meses sin un nuevo capítulo; en serio, me siento realmente mal. Y sí, ya lo sé, quizás ya estén aburridos de lo mismo, pero créanme, escribir una novela no es nada fácil; a decir verdad, no he estado escribiendo por sólo falta de tiempo, sino también por falta de inspiración. Así que les pido por favor que me sigan apoyando y espero que no abandonen este historio como yo tampoco lo haré. Gracias por leerme y adiós.
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