[06] La agonía de un chillido

Gregory

Ella llegó a la medianoche, cuando la luz de las nubes teñidas al negro se filtraba por las ventanas. Acudió sola y con una vela en mano, como le había pedido. Traía una capa con capucha de piel curtida.

—¿Por qué aquí? —preguntó Khristeen, de pie ante él.

—Por el silencio—le respondió sentado en una butaca mientras ojeaba las apolilladas páginas de un libro. —Si nos hubiéramos reunido en la biblioteca de arriba, hubiera sido más probable que alguien nos descubra.

Se sentó al lado de él en la otra butaca disponible. Todos sus movimientos eran suaves y delicados. El viento agitaba débilmente su lacia cabellera negra y el fulgor de la vela resaltaba el color azul eléctrico de sus ojos.

—¿Es cierto que te quedaste para estudiar con tus mentores?

Gregory negó con la cabeza y del montoncito de libros apilados tomo uno de ellos, el más fino y mejor cuidado.

—Estuve leyendo este libro: Crónicas del rey fallecido.

En el rostro de Khristeen se distinguía la confusión que mostraba.

—Es una antigua historia, que data de hace más de trescientos años. En la dinastía Viradium, cuando en el lecho de muerte de Fredek Ustínov, este nombró a su hijo Jov como su legítimo sucesor. Su madre lo comprometió con una dama de alta cuna, rica, pero sin un título; llamada Lady Smirnov. Sin embargo, su prometida estaba secretamente enamorada del pupilo de su padre, un joven sin nombre.

» El día de su boda, Lady Smirnov mató a su esposo, vaciando un letal veneno en su copa de vino.

Khristeen ahogó un gritillo de sorpresa.

—¿Por qué haría tal cosa?

Gregory alzó los hombros y se mostró despreocupado.

—Le quitaron a su amado y quiso vengarse. Quizás sus métodos no hayan sido los correctos, pero fue lo mejor que se le pudo ocurrir.

—Bueno, qué de importante tiene esta historia para que me la cuentes.

—¿No te has dado cuenta, hermanita? Lady Smirnov alteró los hechos de su futuro. Al asesinar a su esposo, pudo esquivar toda la vida que pasaría con un hombre a quien no amaba, quedando viuda. Esa fue una excusa perfecta para escapar de las alianzas que sus padres le habían armado.

—¿Y? ¿Qué tiene que ver eso con lo que tenemos que lidiar?

Él sonrió.

—Escucha, plantéate esto: ¿Quién imaginaría que la copa de nuestra futura koroleva está vaciada con veneno? ¿Lo creería alguien en un día tan especial como una boda? ¿Quién pensaría que alguien fuera capaz de asesinar en tiempos como ese? Piénsalo, Khrissy, es la escapatoria perfecta. Nadie nos culparía, ¡ni siquiera sospecharan de los hijos del korol!

—Grisha, eso es arriesgado.

—Todo fue un riesgo desde un inicio, hermanita—le respondió con picardía—. Te estoy dando una alternativa. Lo único que tienes que hacer es ayudarme a que se dé.  


Khristeen se hundió en su asiento, como avergonzada.

—Grisha, Sasha sabe. —Eso tomó desprevenido a Gregory, haciéndolo pestañar—. Ella sabe o sospecha, desde luego. Lo siento mucho, traté de disimular, pero ella fue muy rápida.

Gregory le sonrió. Apagó la vela de un soplido y besó a su hermana en la frente. Khristeen le apartó y se sonrojó ligeramente.

—No te preocupes, ella podrá sospechar, mas nunca sabrá lo que planeamos.

—¿No estás molesto?

Su hermano rio.

—Por supuesto que no, pero te recomiendo que ya no te juntes con ella. Además, con lo que me acabas de decir yo también la quiero aún más lejos de mí.

Cuatro años habían pasado desde que Gregory conocía, para su infortunio, a Sasha. Al principio le pareció una chica muy linda, con su larga y rizada cabellera castaña y sus perfectos ángulos. Sin embargo, era muy obsesiva, dominante y sumamente celosa; pues una vez, cuando de niños estaban jugando en el jardín, una niña se apegó mucho a Gregory, casi coqueteándole. Obviamente, Sasha no se lo tomó a bien y debido a un ataque de celos, hincó con las espinas de una de las rosas que habían recolectado, en el brazo de la joven. Si bien sólo le rozó con las púas, consiguió abrirle un fino corte del que empezaron a caer pequeñas gotas de sangre.

Sasha se había disculpado tan vehemente que hasta había llegado a derramar unas cuantas lagrimas por el accidente, como ella había hecho suponer.

Hacia ya mucho tiempo, Gregory sabía que ella estaba enamorada de él; sin embargo, no advertía hasta qué punto podía llegar su locura por él. Puesto que, desde esos momentos, se decidió por alejarse de Sasha; también había tratado de separar a su hermana de ella, pero el lazo ya era demasiado resistente a quebrarse.

—Entonces—se aventuró Khristeen—, cómo planeas llevar todo esto acabo.

—Ya lo pensaremos mañana—dijo sobándole la coronilla—. Sería bueno que te vayas a dormir, es un poco tarde.

Su hermana le sonrió, cansada. Se separó de su butaca y despidiéndose de él, se marchó.

Cuando Khristeen se fue, Gregory seguía teniendo ese escalofrío en la nuca: una sensación de que alguien le observaba, le oía. Era como tener a alguien vigilándote, juzgándote por tus acciones.

En un principio creía que sólo se trataba de su paranoia, pero en aquellos momentos no tenía duda alguna. Podía hasta sentir su respiración, su calor, su mirada puesta en él. Temía voltear y encontrarse con alguien, verdaderamente; por lo que se mantuvo fijo en las palabras y los dibujos, su distracción. Sin embargo, no importaba cuantas veces tratara de solazarse, la presencia seguía ahí y hasta más enérgica que antes.

Gregory se armó de valor y giró en una vuelta rápida todo su cuerpo, con el corazón en la boca y las gotas de sudor resbalándose por sus sienes.

Para su alivio, nada estaba ahí; sólo altos estantes plagados con antiguos libros y la penumbra ensombreciéndolo todo. Sin embargo, seguía teniendo esa pesadez, ese nudo en la garganta incapaz de desatar; era como si su mente le dijera lo contrario de lo que sus ojos veían.

El miedo le mantenía alerta, despierto; pero cada vez más sentía los ojos aún más pesados, obligándole a decaer. Gregory soltó un suspiro y tomó el fino y conservado libro de antes, para llevárselo a su recámara.

El traqueteo de sus pasos que resonaba en suelo de piedra y el gélido viento que se escabullía por los ventanales le daban escalofríos, pero a la vez le acompañaban en la soledad de su camino; sentir algo de ruido le resultaba reconfortante en algunos momentos, por más extraño que parezca.

Con una vela en mano, se condujo a sí mismo por los pasillos de la modesta biblioteca, recorriendo con la mirada la infinita cantidad de libros que veía. Pero, aun así, con la luz del fuego, todo el ambiente estaba oscuro, casi resultaba imposible poder divisar algo entre los remolinos de sombras.

—¡Aj! —se quejó cuando se topó con una butaca con brusquedad. En esos instantes el dolor empezaba a disminuir, pero sabía que, para mañana por la mañana, la rodilla se le hincharía en una combinación de colores verdes y morados.

Con desgano, se dejó caer sobre el mueble con el que se había golpeado dejando en una mesita de apoyo, la palmatoria con la vela de cera ya derretida por los costados.

Justo segundos después, se escuchó un silbido fonético en el ulular del viento, un contagioso susurro en el aire, una tierna, pero inquietante risita, a la vez.

—¿Quién anda ahí? —En esos momentos no le importaba ser oído, únicamente reaccionó por un impulso incitado por el pavor y espanto.

Aquella risita se volvió a oír, sólo que estaba en movimiento, alargando su trayectoria de sonido por las paredes de piedra color marfil.

Con impulsividad, tomó la palmatoria de la vela y trató de seguir aquella sombra en la oscuridad que deslizaban por los muros y columnas.

"¿Es esto mi imaginación o es la realidad?", se preguntó Gregory, mientras su corazón le martillaba el pecho y sus pulmones dejaban de bombearle oxígeno.

Su respiración era jadeante y la luz de su vela era tenue, las pisadas de la negra sombra resonaban como el eco en una cueva y la risita era aguda y hostil, de una joven. Gregory intentaba seguirle el rastro, pero, aunque buscara a sus alrededores, no podía encontrar a la portadora de aquel fantasma tan negro como esa noche.

El fulgor de las brasas se extinguía a cada aletazo del viento, cada vez menos tenaz, cada vez más débil. Y en un parpadeo, un único destello de claridad terminó por desvanecerse y todo a su alrededor se bañó en una total negrura, tan infinita y tan súbita.

Gregory creyó haberse quedado ciego, pues tenía los ojos abiertos, mas nada veían estos. Fue una sensación extraña: fría, pero acogedora; por, sobre todo, como si fuera arrojado a la nieve sin nada puesto, pero estuviera ardiendo en llamas. Extraño y placentero.

A pesar de estar ciego, tenía oídos, y unos muy buenos, los cuales le advirtieron y ayudaron. Aunque fue un suave rechinido, lo pudo captar. Aquel quejido de los eslabones, le dio la alerta, el aviso por el que esperaba: El fantasma negro subía a la luz de arriba. Sabía dónde estaban las escaleras que le conducirían hacia la biblioteca principal, pero debido a su ceguera, no sabía cómo encontrarlas.

Iba tanteando con las manos su alrededor, a tropezones avanzaba por tinieblas. Tenía los ojos cerrados, y trataba de visualizar en su imaginación el espacio que le rodeaba. Usaba cada uno de sus sentidos para identificar la posición en la que se hallaba. Caminaba con miedo de caer y apretaba los ojos con miedo de no volver a ver.

Tenía la sensación de ir en círculos, a pesar de haber caminado en línea recta. Con las manos palpando una columna de cantera, exploró su superficie, rezando por sentir el relieve ondulante que le indicaría cuán cerca o cuán lejos se encontraba de la salida.

—Gracias a todos los dioses—susurró al acariciar el trenzado de piedra.

Estaba cerca, lo sabía, lo había comprobado. Al lado de la columna se alzaba otra, y seguramente, más se alzaban al lado de esta, todas sostenidas por un arco de cantera. Caminó con seguridad, recorriendo su mano por las columnas de la derecha, siguiéndolas hasta donde acabara su fila. Al final de hilera se detuvo, buscando a tientas la estatua de Arnald Dering, el Constructor del Norte, quien junto a sus hermanos construyeron el palacio. Repasó con sus dedos, la larga cabellera esculpida en hierro y se agachó para escrutar las mascotas que se cernían bajo los pies del hombre, su zorro blanco a la derecha y su sabueso negro a la izquierda.

Al lado de la estatua se revelaba la de su hermano, Leonard Dering, el Esculpidor del Norte, con un martillo de doble cara el cual se erguía para dar el golpe al cincel para desbastar un montículo de piedra que empezaba a tomar la forma de la cabeza de un león. La estatua de Robert y Alan Dering, los Gemelos de la Piedra del Norte, se levantaba al costado de las de sus hermanos menores. Ambos hermanos aupaban el Mazo Glorioso de Burtz, el cual, dice la gente, les fue entregado por el mismísimo Serkin para construir el Palacio Nekrásov.

Aunque Gregory no podía ver absolutamente nada, sabía con exactitud cómo es que lucían aquellas estatuas, pues las había visto más veces de las que podía repetir la palabra "herbolaria".

Justo después de la corta cadena de esculturas, se acortaba la pared un profundo hueco negro, llenado por una escalera de mármol. Gregory subió cuidadosamente el primer peldaño y los siguientes los subió raudamente. Su pulso se había acelerado notoriamente y diminutas gotas de sudor empezaban a emanar de su cuerpo, a causa del esfuerzo.

Cuando alcanzó el último tramo, se detuvo para tomar un respiro, viendo la danza de las sombras en la espesa oscuridad de la biblioteca principal. Aunque los ventanales eran mucho más grandes que los de abajo, la luz era igual de escasa.

—Vaya que eres lento, moya lyubov'.

Una negrura, de la más total y espesa, se deslizó frente a sus ojos, escabulléndose en los rincones de sombras más oscuras.

En un intento prácticamente inútil de alcanzar al fantasma que le acechaba, Gregory corrió hacia la puerta de entrada como de salida, con la esperanza que, si la cerraba, tendría tiempo de encontrar una vela para intentar encender sus llamas y lanzarla a la pequeña hoguera enjaulada en un cuenco de delgadas rejas de metal; pues qué es un fantasma, rey de la penumbra, ante la luz del fuego ardiente: nada, se desvanece, simplemente.

Sus pies apenas tocaban el suelo y apenas se escucha el traqueteo al golpear la superficie lisa. Era como si fuera el viento y la brizna lo regara ágilmente.

Apunto de llegar hacia la puerta abierta, una figura encapuchada en una lisa capa negra, se le adelantó. Dejando a su paso, el fantasma hecho de sombras abandonó a su partida un impetuoso olor a brebaje y tierra húmeda, con una sutil fragancia a nomeolvides.

Gregory conocía es aroma. Lo conocía, para su lamento.

La luz de las velas del exterior le hizo ver la realidad, el chillido de la puerta al abrirse le advirtió por lo que temía.

"Un fantasma se evaporaría al mero contacto con el más frágil destello, ¿por qué este no lo hizo?", meditó Gregory.

Mientras caminaba por la estancia, se abstraía en sus pensamientos condensados por una densa neblina, que, con cada pregunta, resultaba menos sencillo que se disipara para concretarse en una respuesta sólida.

Como aquel ente, todos los planteamientos que se había formulado para sabotear la maquinación en la que Céline había confabulado junto con su hermano, para acaparar el poder del sistema monárquico de Vonandara.

A manera de que Gregory sería el próximo verdadero korol de su nación, él quería por sobre todas las cosas desmentir a la segunda esposa de su padre, abrirle los ojos a este. Además, disfrutaba jugar a la política, se sentía augusto, recibido. Sin embargo, en esos últimos días había estado pidiendo piedad a los dioses, pues todos desde ya casi un mes entero habían sido solamente problemas; y a pesar del gran esfuerzo que contribuía a la situación, no había manera de arreglar las cosas.

En una ocasión, su joven y sabio mentor le había mencionado algo que hasta en aquellos momentos tenía presente.

—Hay alguien mirándoles, juzgándoles. No dudes que nadie lo está haciendo. Al fin y al cabo, el castigo recaerá sobre ellos. Siempre recae un castigo para quien se lo merece.

¿Era acaso eso verdad? No, porque todos estaban tan ciegos por las porquerías que se asomaban por la boca de aquella zorra, que nadie sospechaba nada, nadie insinuaba que algo se traía entre manos.

Céline tenía a todos los cortesanos, nobles y hasta a los clérigos bebiendo de su copa de vino. Todos le seguían cual animal a una perra en celo. Nadie le refutaba, nadie le contradecía, y no por miedo; sino porque que tal extraordinaria belleza los tenía absortos en un mundo en que sus palabras debían de considerarse una verdad absoluta y general, y donde la maldad y perversidad jamás cruzarían su tan pura aura.

Gregory se traía caminando sin rumbo por un rato. Desorientado, tomó, colgado de una pared cercana, un candelero con tres velas fulgurando a las llamas más intensas.

Las sombras temblaron al roce del resplandor del fuego, desvaneciéndose en el aire, como debía de ser. Pero, obviamente, no toda la oscuridad perece ante la claridad. El fantasma de sombras no lo hizo. Quizás había males más duros de vencer que otros, más cercanos a las tinieblas de la noche.

Casi al instante, reconoció por los pasillos por que vagueaba. Rememoró las paredes, las losas, los candelabros colgantes y la infinita hilera de cuadros que le seguían, sus ancestros. Korol de koroli antes que él, corona tras corona antes que la suya.

Al llegar al retrato de abuelo: Dimitri Nekrásov, se paró frente a una elegante puerta doble de madera blanca, curvada en la parte superior como un arco y con tres pares de plafones de vidrio repartidos en sus dos entrepaños.

Giró las manijas de bronce; y agotado, con los ojos cerrándoseles, entró a su habitación medio suspirando medio bostezando por el ajetreo del día.

—De verdad, cuánto más tenías planeado en hacerme esperar, dorogoy—suspiró con aire seductor una voz melosa y flemática.

Aun en la oscuridad, se podían ver brillar aquellos azules zafiros en la cuenca de los ojos, tan brillantes como la luna, pero tan quebrantables como la porcelana. La penumbra ensombrecía su rostro, tal y como lo hacía la capucha de color negro que llevaba consigo.

Gregory reparó en los detalles y apretando los dientes, se armó de valor para revelar el rostro del fantasma que no sucumbió ante la luz más pura.

Mientras se acercaba pudo ver el rastro de una sonrisa en los pálidos labios de la joven, quien tenía la mirada escondida y las finas manos juntas sobre su regazo, que se alzaron para atrapar el rostro del muchacho.

Posados en sus labios, se movían suavemente unos totalmente congelados, al compás de cada segundo. Aquella caricia era tibia y acogedora, como sentir el calor del sol sobre sí.

Apoderado de la situación, Gregory abandonó la compostura y, delicadamente, aprisionó a la joven fantasma tomándola por la cintura. Evidentemente, el muchacho no era un novato en cuanto al terreno de la pasión; si bien no se puede contar entre los privilegiados que habían tenido la oportunidad de tomar el dulce más deleitoso de la virtud de una mujer, pero si había probado los manjares menos reservados. Los besos resultaban tan efímeros como inmortales.

—El amor a veces resulta ser como las brasas, si no avivas las llamas de su esencia, terminan por extinguirse—le había dicho una vez su madre cuando pequeño.

Gregory iba aproximándose hacia su cama, acunando en sus brazos el menudo cuerpo de la muchacha. Todavía con los ojos cerrados, impasible al siguiente movimiento, reclinó con delicadeza el cuerpo aún vestido de la joven sobre su lecho aprisionado por el deseo.

Pero en el momento en que la muchacha se recostó, las flamas que encendían sus sentimientos, se agotaron. En el momento en que Gregory abrió los ojos, la realidad le atizó con la verdad frente a él.

La luz no acabó con las tinieblas, porque no eran tinieblas con las que combatía.

—¡Sasha! Tú...—se lamentó con incredulidad.

La noble tsarivna se acomodó los desordenados cabellos castaños escrupulosamente, detalle a detalle. Se asentó con placidez en la cómoda cama y provocativamente le sonrió a Gregory.

—¿No quieres probar estar en cielo? —ronroneó Sasha, trazando una recta con su índice desde su desnudo cuello hasta la voluptuosidad de sus pechos—. ¿O es que tienes tanto miedo como para intentar...?

Un golpe hendió el aire. Un zumbido, un desliz que cedió a la idea del silencio. La palma de Gregory le escocía en casi imperceptibles aguijoncitos y el envés de la mejilla de la tsarivna se enrojecía, quizás a la mañana siguiente tendría un moretón surcando su bello rostro.

—Largo—le ordenó con repugnancia.

—No estarás hablando en serio, ¿verdad? —replicó con desconcierto—. Las personas te tachan de perverso. Siempre al lado de tu hermana, nunca nadie te ha visto con alguna otra chica. Creen que mantienen una relación más allá de la fraternal. ¿No quieres desmentir los rumores? Puedes usarme para ello, si así lo deseas.

Sasha estaba parada, al frente de Gregory, a pocos pasos de la puerta.

—Déjalos. No me importan las mentiras que se puedan crear hacia mí.

—Entonces estarías admitiendo lo que los demás dicen.

—Quizás...

Sasha le miró con hastío, expresando en su mirada la repulsión que sentía. Gregory pudo verla mordiéndose el labio inferior para reprimir las ganas de llorar, antes de que se diera la vuelta y de un terso sonido cerrara la puerta tras de sí.

Agotado, se dejó caer sobre su cama soltando un prolongado suspiro.

De su mesita de apoyo tomó una copa de plata hendida con vastos diseños ornamentales y en sus cuatro lados brillaban perfectamente pulidas unas esmeraldas. De una jarra de cristal, vació su contenido transparente sobre la copa.

Sus fosas nasales se inundaron con el exquisito aroma del té de girasol. El dulzor de la miel mezclado con el ácido de las naranjas y frutos rojos creaban una explosión de sabores, una delicia al gusto. Lo poco que se sentía de la esencia de las semillas de girasol, era reemplazado por un sabor robusto y ligeramente picante.

Gregory hizo una mueca de disgusto por el retortijón que le había causado su néctar, dejándole una desagradable sensación en la boca.

Soltó un segundo suspiro, esta vez más prolongado y dramático.

La garganta le escocía y el aire no pasaba con normalidad, el oxígeno se congelaba en sus cavidades nasales y la irritación era incluso más intensa. Sentía que las arcadas venían y se iban. Era como si en vez de haberse tomado una bebida alguien le hubiera introducido en cuchillo que sajaba cada pared en su interior. Como si fuera un...

"¡Veneno!", asumió Gregory.

Los espasmos eran insaciables, interminables.

Queriendo pedir ayuda, Gregory maldijo que aquellas robustas puertas fueran a prueba de ruido.

Yacido en el suelo y dominado por las convulsiones, expulsaba grandes cantidades de sangre. Sus manos estaban teñidas en aquel fresco manto escarlata y de sus labios se derramaban gruesos hilillos de sangre.

"¿Es este el final?", se preguntaba. "¿Es esta brisa que congela mi alma, el susurro de la muerte? ¿Así era como debería acabar?".

Gregory se sorprendió al notar que su corazón no latía, sino que estaba estático, congelado o simplemente abatido a la idea de morir.

En un último intento, reuniendo todas las fuerzas sobrantes, Gregory se arrastró por el suelo con la decisión de llegar hacia la salida de su infierno, a pesar de sentir que el alma se le iba a cada esfuerzo.

Y con el tercer suspiro, la agonía de su espíritu lanzó un chillido, tan desolador como solitario.

Las lágrimas empezaban a resbalarse por su torturado rostro. Quería gritar, quería advertir a todos sobre Céline, quería decirle a sus padres y hermana lo mucho que los amaba, quería maldecir a Sasha y a su fantasma, quien poco a poco nublaba su visión hasta que todo en cuanto a su alrededor se convirtió en un agujero negro sin fin; en donde la brillante cara de la luna sería la única testigo de su cuarto suspiro.

Nota de la Autora: 

Pequeños Royals, ¡ya ha pasado casi tres semanas desde la última vez que actualicé! De verdad lo siento muchísimo, pero el los labores del colegio sí que te consumen y apenas encuentro tiempo libro; por lo que he decidido que publicaré sólo los viernes o fines de semana, y obviamente en mis vacaciones bimestrales. Y no se preocupen, les prometo que no les dejaré sin nada en dos semanas; y si es así, avisaré. Juramento.  

Y bueno, ya para finalizar, les quiero agradecer por estas dos mil visitas, por sus votos y bellos comentarios. Déjenme abajito qué es lo que creen que pasará en el siguiente capítulo. Gracias por leerme y adiós. 

Pd: Sé que al principio puse la canción Mercy de Muse, pero mientras escribía lo restante no dejaba de escuchar estos OST, espero no sea un problema. 

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