[04] Bodas de sangre
Khristeen
—Eres muy hermosa—dijo fascinada la naslednitsa.
La pequeña niña, sentada en un mueble de piel junto a las demás tsarivnas, jugueteaba con los pétalos de los crisantemos esparcidos en el interior de su canasta.
—Qué gentil, niña—le respondió suavemente la mujer de cabellera dorada—. En especial cuando dicen que el tuyo es el rostro de la belleza en este reino.
Khristeen se revolvió en su espacio algo incómoda y con las mejillas ligeramente enrojecidas. Las otras niñas se rieron ante la reacción de su compañera y la hermosa mujer sonrió de lado, mientras que las doncellas de galantes vestidos de color vino brocados en diseños dorados le arreglaban a la bella mujer las costuras de las mangas de su ajustado vestido color gris.
Días atrás, su padre, el verkhovnyy de Vonandara, anunció que desposaría a Céline Medvédev, una bella mujer adinerada, para convertirla en su segunda esposa. Como era costumbre en el reino de Vonandara, el verkhovnyy debía de contraer matrimonio con dos mujeres, para que, de esta manera, este no muera sin un heredero propio. Y aunque ya de por sí tenía a su próximo heredero, el naslednik Gregory Nekrásov III, era una costumbre ya muy antigua y practicada para decidir quebrantarla.
Por su parte, Céline ya se había casado una primera vez con un hombre sumamente rico y muy privilegiado, Aleksanr Medvédev; lamentablemente, este murió el verano pasado por una enfermedad terminal y su mujer quedó viuda, pero con una gran herencia de por medio. Sin embargo, a pesar de la gran fortuna que le dejó su marido, en su finca, Céline no era muy bien recibida por la familia de su esposo; por lo que estos la enviaron al Palacio Nekrásov para conseguir que esta se casara con otro hombre. Ya reinstalada en el palacio, Céline conoció al verkhovnyy en un baile de máscaras que se dio en honor a la primera koroleva; con el paso del tiempo, ambos llevaron una relación bastante cercana.
A Khristeen no le hizo mucha gracia al principio, pues ella suponía que su padre se casaba con otra mujer porque ya había dejado de amar a su madre y a sus hijos. En un principio, la naslednitsa lloraba incesantemente y se aislaba en su cuarto, dejando pasar sólo a sus damas de compañía y a su hermano.
—Debes comer— le había dicho con dulzura su hermano mayor.
Khristeen tenía la cabeza hundida en la almohada, con la cara mojada debido a las lágrimas que derramaba.
—Khrissy, ya te lo he explicado—le insistió su hermano—. Papá no nos va a abandonar ni mucho menos. Sólo que así es la tradición. Además, ambos sabíamos que esto iba a suceder algún día.
La naslednitsa seguía sin mediar palabra.
—Escucha, Khrissy, no te estoy pidiendo que quieras a Céline o que hables con ella. Sólo te pido que entiendas la situación y comas un poco, que desde la mañana no has tocado tu comida.
La pequeña levantó la cara y con los ojos cristalinos miró a su hermano. Gregory tenía una sonrisa contagiosa y dulce, a la vez; que unos almendrados ojos azules y un cabello rizado, negro como la noche.
—Grisha—murmuró la niña—. ¿Cómo es ella?
—Es una mujer encantadora y dulce, en realidad—le aseguró su hermano—. Divertida y refinada, con un ímpetu refrescante y vívido. Te agradaría, estoy seguro.
—¿Crees que debería hablar con ella?
Gregory reflexionó por un tiempo y luego le dio una sonrisa muy amplia.
—Sería bueno, sí.
Khristeen se había despegado de su almohada y con el dorso de su mano se enjuagó los ojos llorosos, dispuesta a darle una oportunidad a esa mujer, de la cual su hermano hablaba rosas.
La pequeña se dirigió a los corredores fuera de su habitación, acompañada de su hermano, y juntos recorrieron los largos corredores perfectamente laminados. Todo en cuanto a su alrededor parecía de oro. Las paredes de color marfil tenían acabados en oro, los marcos de las ventanas y de las pinturas eran dorados y los pares de columnas de color azul grisáceo que se encontraban al lado derecho y separaban los corredores de las escaleras imperiales, en su punto más alto y en el más bajo, tenían gruesos filos dorados.
En una habitación cercana, los hermanos encontraron a la bella mujer, solitaria y con la mirada perdida, hundida en su cama. Gregory le dio un empujoncito a su hermana para que esta quedase instalada en el umbral de la puerta. Khristeen tocó suavemente y la mujer le dio el pase.
Esa misma tarde, ambas se quedaron horas de horas conversando, riendo y cotilleando. Khristeen recordaba esa sensación de familiaridad y confianza que sintió con aquella mujer que le inspiraba tanta ternura y entendimiento. Fue ese día, hace unas semanas, en el cual su relación se volvió mucho más estrecha, pues ambas tenían una infinidad de semejanzas. Las dos elegantes y refinadas, pero con un espíritu aventurero y lleno de viva.
Ahora, cada vez que Khristeen veía a Céline, sólo podía distinguir a una segunda madre; igual de cariñosa, sobreprotectora y alegre como la verdadera.
—Miledi— le llamó una de sus doncellas—. Su hermano, Lord Gregory, requiere su presencia.
Khristeen se sorprendió por ello, pero se levantó inmediatamente y se despidió educadamente de las ocho tsarivnas y de la bella mujer, la cual la despidió con una amplia sonrisa y una mirada cariñosa.
Su doncella, mucho mayor que ella, la condujo hacia su hermano, serpenteando los corredores y esquivando a las personas que circulaban entre ellos.
Ahí, en el norte de Vonandara, donde el clima era húmedo y cálido en verano, y seco y álgido en los largos inviernos, el Palacio Nekrásov siempre se había mantenido con ese característico helor aún en verano. Pero, para suerte de Khristeen, a ella siempre le gustó el frío y que las fuertes ventiscas azotaran sus negros cabellos. Además, también a Duquesa, su gata albina, le gustaba mucho el invierno, pues era la época en la que le era más fácil cazar pequeñas ardillas y pichones de las copas de los árboles.
Las doncellas con bellos tocados y diademas saludaban y se inclinaban al pasar al lado de la naslednitsa. A Khristeen le gustaba recibir toda aquella atención, le hacía sentir importante y con verdadero peso en la corte, a pesar de que aún era una niña.
Ambas jóvenes giraron a una esquina, la cual transportaba a otro pasillo igual de hermoso que el anterior y con un par de puertas empotradas a la pared del lado izquierdo. La joven de ropajes ligeros y bordados chocó sus nudillos contra la madera de la puerta con tres suaves golpes. Casi de inmediato, se asomó la cabeza y medio cuerpo del naslednik.
—Gracias por la prontitud, Alina— le respondió con gratitud.
Las mejillas de la doncella se ruborizaron tenuemente e inclinándose presurosa, se marchó. Khristeen sonrió ante la reacción de aquella muchacha, pues sabía el encanto que podía influir su hermano en las damas.
Por un instante, la pequeña también pudo ver la sombra de una sonrisa ya extinta en el rostro de su hermano.
—Pasa, hermana— le invitó después de un rato.
La alcoba se veía mucho más aseada y ordenada que la suya propia, pero igual de lujosa como las otras habitaciones del palacio: con el piso laminado que brillaba tanto como lo haría el oro puro, con una alfombra de terciopelo brocada debajo de una cama de dosel con sábanas de seda azul y almohadones. Todo parecía tal y como lo recordaba desde el piso y las paredes blancas con decorados de oro en el techo curvilíneo, hasta su pequeño canario Jov estaba ahí; sin embargo, había algo en la habitación que a Khristeen no le parecía para nada familiar, sino hostil y ajeno.
—Toma asiento—le pidió su hermano, estirando el brazo hacia un sofá tallado que tenía cerca.
La pequeña naslednitsa retiró a un lado los cojines y se acomodó en el mueble.
—Khrissy, sé que este comentario que voy a hacer es inoportuno y quizás no sea muy bien recibido dándose la fecha de hoy, pero he de contártelo ahora mismo o luego será ya muy tarde.
—Grisha—susurró la pequeña niña—, me asustas. Dime, pues, ¿qué es lo que te tiene tan angustiado?
Su hermano lo meditó por un momento y luego suspiró, fijando severamente la mirada en su hermana menor. Un frígido escalofrío le sacudió los huesos a Khristeen al ver la dureza del rostro de quién conocía por su picardía y fogosidad, se preguntaba qué pudo causar tal impacto en él para que reaccionase de esa forma.
—Debemos evitar que papá se case con esa mujer. Debemos evitar esa boda sea como sea o pueden ocurrir ciertas cosas de las que, con sinceridad, temo.
—Yo pensé que te agradaba Céline. Tú mismo me insistías a cogerle confianza porque era merecida de ello.
—Las apariencias engañan, hermanita. ¡Yo también caí en su embrujo la primera vez!, pero ya no más. ¡Ya abrí los ojos!
—¡Grisha, no entiendo lo que me estas tratando de decir! ¡Me estas asustando de verdad!
Khristeen se sentía mareada y confundida. No podía concebir la idea de que esa gentil mujer sea la causante del estrés de su querido hermano.
—La noche anterior, bajé a la biblioteca para buscar unos libros de texto sobre plantas, pues ya sabes que son mi gran afición, y por error escuché una conversación que creo no debí hacerlo. Estaba todo oscuro y la pequeña llama de mi lámpara de aceite era ya muy tenue, casi nula, por lo que no vi mucho; mas si oí lo suficiente.
»—No me entusiasma demasiado esta idea tuya —murmuró la voz masculina y grave de un hombre, mientras que me encontraba escondido tras una de las estanterías—. No tienes necesidad de casarte con ese hombre.
»—Reina de reinas, no seré menos que eso—respondió con convicción la voz de una mujer, a la que reconocí inmediato como Céline—. Si para ello debo de casarme con un hombre al que obviamente no amo y ensuciarme las manos luego, pues así será, hermano mío.
»—No lo quieran los dioses, señora mía—replicó el que al parecer el duque Kéldysh y su hermano, a la vez—. Pero, por qué razón quiere usted conseguir el trono con tanto fervor.
»—No te das cuenta, mi hermano que aquí en la corte no somos más que peones en este juego. Somos como simples guantes que el verkhovnyy guarda para el frío, y cuando empiece a nevar, le seremos de utilidad.
»—Entonces no ha de preocuparse, hermana mía, pues el invierno se acerca y uno muy duro, he de decir.
»—Así es—concedió la mujer—. Cuando las cúspides de las montañas sean enterradas por la nieve y los osos empiecen sus dulces sueños, será ahí cuando habrá boda y una vez eso pase, mi señor, nosotros no seremos más piezas de menor valor, sino seremos los que lideren el juego. Pronto, querido, tú y yo seremos los soberanos de este reino.
»—Spasi nas: korol' i koroleva etogo novogo tsarstvovaniya.
»—Por nosotros—asintió la mujer—, que pronto seremos el rey y la reina de este lugar.
Khristeen se encontraba demasiado sorprendida para formular palabra. Aquella mujer parecía muy genuina en cuanto a sus emociones, siempre proyectaba una sonrisa franca, una mirada llena de dulzura que irradiaba autenticidad y se expresaba con la confianza que un mentiroso sería incompetente de imitar.
La pequeña niña se prescribió dos ideas: Una, o esa mujer a la que Khristeen estima como a una segunda madre, es una embustera y una maestra del engaño y la manipulación en las personas que, con aquella belleza engatusadora esconde un interior diabólicamente astuto, despiadado y cruel. O la segunda, que simplemente su hermano se había vuelto, por fin, completamente loco.
Y a la pequeña le dolió exclusivamente esto, ya que la segunda idea era completamente descabellada, aún más que la primera, porque su hermano podrá ser muchas cosas: entre ellas ser mujeriego, obsesivo y engreído; pero de una cosa Khristeen estaba segura, y era que su hermano no era un mentiroso u exagerado. Por lo que la única verdad disponible era la primera.
—No llores, Khrissy . —Fue consolada por su hermano, quien la estrechó con sus escuálidos brazos hacia sí—. Debes ser fuerte y ayudarme con lo que tengo en mente si no quieres que vidas se pierdan sin razón. Eres una chica inteligente, hermanita, sabrás que esto es para bien.
Khristeen derramó su última lágrima sobre el cuello de su hermano y suavemente se separó de él.
—Dime, Grisha, qué es lo que debo de hacer y lo haré.
Su hermano le sonrió con alivio y se fue a sentar al sillón en el que había estado Khristeen.
—Este no es ni el lugar ni el momento oportuno para mantener tal conversación, hermana. Búscame en la biblioteca a media noche, en el primer pabellón de la izquierda; y ten cuidado, que nadie te vea, trata de no hacer ruido y si puedes, trata de no traer contigo una vela.
—Pues así será, hermano. Ahí estaré y a esa hora, sin luz ni ruido que me delate.
Gregory le sonrió con la mayor ternura que pudo reunir y la volvió a abrazar, esta vez con el doble de fuerza.
—Tan valiente y tan madura a tu edad, hermanita. ¡Qué orgulloso me siente hoy por ti!
—Hablas como un abuelo—le regañó con suavidad—. Además, la diferencia de edad tampoco es tan grande; sólo me llevas tres años. Sigues siendo un niño, técnicamente.
Su hermano rio por lo bajo.
—Créeme al decirte que, con catorce años, he visto más de lo que un hombre de veinte haya podido ver en toda su vida.
La naslednitsa volteó los ojos ante el comentario de su hermano que, siendo aún un niño, se creía un gran hombre experimentado. Sonrió para sus adentros sobre aquello y por un momento olvidó ese amargo sabor que tenía en la boca.
Ambos hermanos se quedaron durante un par de segundos, abrazados y con sonrisas en sus finos labios, hasta que la campana de catedral resonó por toda la Plaza Santa y llegó como un suave tintineo de unos cascabeles en el interior del palacio.
—Ya empieza la primera prueba—anunció Gregory—. Desde hoy sólo faltan seis días para la boda.
Khristeen asintió.
—Si queremos evitarla a toda costa, debemos pensar en algo esta noche.
—Esta noche—confirmó y luego, apremió a su hermana a salir de la habitación y acomodarse junto a las tsarivnas en la carroza que las esperaba abajo para mancharse a la catedral donde se realizaría la primera prueba de la boda.
Khristeen acudió a la orden de su hermano y alisando su vestido gris con sus delicadas manos, se marchó dándole a su hermano una última mirada de esperanza.
El exterior se sentía fresco, pero con un frío vivificante que señalaba el final del corto verano. Se puso en marcha, bajando con agilidad las escaleras cubiertas por una alfombra de terciopelo rojo. Khristeen despegó la mirada de los peldaños y fijó la mirada hacia el frente, donde se dio un encontronazo con una de las tsarivnas, hijas de los regentes de los ocho Estados Imperiales.
—Khrissy—chilló la niña entusiasmada, fingiendo enfado—, te hemos buscado por todas partes. El maestre Diatlov nos espera junto con los demás, pero Margaret, Katya y Milla, se fueron en una carroza aparte hacia ya un rato; mientras que Alisse, Helena e Isobel, partieron recién ahora.
Khristeen asintió en dirección a su amiga y la siguió, atravesando juntas el Salón de Baile, para luego reunirse con sus damas de compañía que las esperaban pacientemente.
—Miledi Nekrásov—saludó la joven doncella de cabello cobrizo y piel lechosa.
—Miledi Korovin—saludó la otra mujer, la cual Khriss reconoció como la dama de Sasha.
Ambas niñas sonrieron con gracia y seguidas por sus respectivas doncellas, salieron del palacio. Atravesaron los portones y a pocos metros del umbral se encontraba el lujoso coche que las llevarían a hacia la Catedral de Tigritsa, donde se realizaría un corto ensayo para la verdadera boda.
Sasha fue la primera en subir, quien con ayuda de su doncella logró apoyar su pie derecho en el peldaño más alto de la escalera corta y de un empujoncillo fue metida dentro, sonriéndole a Leyna, quien no despegó los ojos de su libro forrado en cuero desgastado.
La naslednitsa tuvo un último vistazo del coche, tratando de guardar la belleza del vehículo en su memoria: altas ruedas con filos dorados en su pinaza y radios, diseños de oro y plata en sus puertas y un techo triangular con dos coronas en los picos bajos y el nimbo en el más alto.
El relinchar del caballo le hizo despegarse de su hipnotización y cogió la mano que su doncella le tenía tendida. A medida que iba subiendo por los pocos escalones, iba viendo el interior, tan bello por fuera y por dentro. Se acomodó al lado de Sasha, viendo frente a ella a la Frau Nordern cosiendo con coloridos hilos azules, rojos y dorados; mientras que Leyna seguía con la vista estampada en las palabras de su viejo libro que tantas veces a releído.
—¿Qué tu hermano no viene? —le preguntó esperanzada su compañera.
Khristeen se limitó a negar con la cabeza, viendo como la decepción ensombrecía el rostro de su amiga. La niña sabía que desde ya mucho tiempo, Sasha estaba enamorada de su hermano; sinceramente fue con esa escusa con la que se hizo su amiga. La joven tvarivna había tratado incontables veces acercársele, pero ninguna daba resultado, pues Gregory cada vez que la veía cerca inventaba una excusa para irse a su habitación.
La verdad, Khristeen seguía sin entender aquel extraño comportamiento de su hermano; ya que Sasha poseía esa belleza de la cual Gregory amaba: ojos ligeramente rasgados, esbelta, con un cuerpo muy bien proporcionado para su edad y morena. Además, era muy agradable o por lo menos lo es cuando deja parlotear como una cotorra.
El maestre Diatlov fustigó con el flagelo al caballo, el cual rápidamente reaccionó al azote y puso la carroza en marcha.
Khristeen veía alejarse el palacio a medida que iban avanzando. Por la ventana se podía distinguir aún la fachada principal de la edificación, tan peculiar como siempre, con tres arcos que sobresalían escalonadamente hacia adelante en la entrada. Sus puertas de oro, empotradas en el marco, seguían manteniendo esa águila bicéfala de acero negro en su plana superficie. Las columnas de marfil seguían conservando su encanto de igual manera, a pesar de las décadas de antigüedad que poseían. Estaban impresas rítmicamente al edificio, juntándose en recios haces en las esquinas, ya alineados uniforme y mesuradamente a lo largo de las paredes pintadas con un verde oliváceo. La balaustrada del techo del edificio estaba engalanada con vasos decorativos y estatuas que complicaban la silueta del palacio, comunicándole un aire inconfundible. Las chambranas de las ventanas, de intrincados dibujos, están adornadas con máscaras, mascarones y lujosas cartelas, complementando la singularidad del ornato.
Khristeen envidiaba a aquella mente maestra la cual había diseñado tal monumento. Aquel hombre había prestado atención a cada mínimo detalle y había logrado que todos los elementos que añadió en su proyecto sean armoniosos, siendo un deleite para la vista.
—Tsari tsarey, tsarstvuyet bogami—susurró al ver en el punto más alto de la fachada, ondularse al viento el estandarte de su nación: Una bella tela de color escarlata con un águila bicéfala de sable sosteniendo con sus garras doradas una espada de plata, la cual tenía dibujada en su hoja, runas antiguas. Ambas águilas eran coronadas por un brillante nimbo y en su pecho plumado se distinguía un escudo con un tigre de plata en campos de azufre.
Esa era la primera vez que Khristeen había salido del palacio. La idea de conocer el mundo exterior le emocionaba, pero también era algo aterrorizante; pues ella no sabía qué es lo que había detrás de aquellas cuatro paredes, no tenía ni idea de lo que era el mundo exterior. En cambio, Sasha había viajado incontables veces por el territorio de Vonandara; siempre acompañada de sus padres, sus dos hermanos mellizos de tres años y su ama de cría Nadia. Su amiga conocía de primera mano lo que era la realidad de las personas de su entorno, ya estaba acostumbrada a la miseria, la pobreza o la hambruna; pero Khristeen no. Si bien es cierto, Sasha era dos años mayor que Khristeen, mas a veces, le comentó un día, sí le resultaba chocante toda aquella situación.
Desde ahí, Khristeen se preparó, pensando ver lo peor y las más desgarradoras desgracias que se pudiera imaginar.
—Oye, Khrissy—le llamó su amiga—. ¿Te puedo hacer una pregunta?
La pequeña niña asintió, viendo cómo las mejillas de su amiga se encendían intensamente, y por segundos, esta dudó en hablar.
—¿Sabes por qué Gregory no ha venido? —dijo finalmente, esperando la respuesta de su amiga, pero esta se le adelantó: —Si está enfermo conozco una receta curativa casera que me enseñó mi abuela. Si quieres puedo llevársela a su habitación en cuanto termine la ceremonia de tu padre. —Su voz se iba apagado en frecuencia que veía la cara de extrañeza de su compañera, creando que se sonrojase aún más que antes.
—¡Sasha! —chilló escandalizada la Frau Nordern, dejando de lado su tela con puntadas coloridas y su bastidor de bordar—. Una señorita no debe visitar la habitación de un joven. A no ser que este la esté cortejando o estén en apunto de casarse. ¿Planeas casarte con él, querida? ¿O acaso es que está pretendiendo, quizás?
La acusada bajó la cabeza de la vergüenza, dejando que las cortinas de su ondulado cabello castaño ocultaran su rubor; y después de unos segundos negó con la cabeza, murmurando la palabra no.
Leyna rio por lo bajo, burlándose suavemente de su compañera, pero sin dejar de ojear las páginas de su libro. Sasha le lanzó una mirada asesina, aunque esta ni la vio.
—Bueno, respondiendo a tu pregunta, Sasha—mencionó Khristeen, ganándose con la atención de su amiga—, mi hermano no pudo acompañarnos porque creyó que su presencia en la iglesia no sería de utilidad y consideró que sería mejor idea si se quedase en la biblioteca estudiando con su tutor.
—Qué tontería—gimoteó su amiga cruzándose de brazos y haciendo pucheros con los labios.
La Frau Nordern volteó los ojos y siguió cosiendo lo que al parecer era un racimo de uvas arcoíris con colores verdes, morados, rojos, anaranjados, azules, rosados y blancos. Aquella fruta era por mucho la fruta favorita de Khristeen, sobretodo las rojas y verdes, pues están eran las más dulces y jugosas.
La carroza dio una pequeña sacudida y Khristeen se asomó por la ventana para ver qué es lo que había pasado. Quizás haya sido una pequeña roca en el camino o quizás las ruedas hayan arrollado el cuerpecito de una ardilla o ratón. Al pensar en el ello, Khristeen hizo un gesto de repugnancia y trató de alejar la imagen de un roedor siendo masacrado por el peso del coche de su mente, fijándose mejor en los paisajes de paso a la catedral.
A pesar de que el sol aún estaba radiante y el cielo despejado y fresco, no había duda que el invierno se acercaba; de manera que el viento azotaba sin piedad las copas de los árboles.
Por el sendero pavimentado, el caballo jalaba y los rosales, árboles enanos y plantaciones de coloridas flores pasaban con lentitud. Khristeen vio pasar a su lado la estatua de piedra de la tigresa Maurh apoyada en sus patas traseras, en una posición fiera y el halcón macho Hinsra con las alas extendidas y el cuello tirando hacia abajo, posando en las ramas de un árbol sin hojas.
El patio principal era cerrado por una fachada a la derecha e izquierda, recorriendo una recta curvilínea, casi cerrada por completo; pero el espacio que quedó vacío fue ocupado por unas rejas de oro custodiadas por dos galantes guardias de armaduras plateadas con el escudo de armas de la guardia del norte: un águila bicéfala coronada de oro en un campo de gules, el blasón era cruzado por dos hachas de sable. Ambos hombres llevaban unas capas ligeras enrolladas al cuello y espadas envainadas en su cinto.
El maestre Diatlov logró traspasar la verja dorada con facilidad; simplemente le entregó un pergamino enrollado al guardia de capa azul, y este dándole una rápida mirada al contenido, les permitió el pase. Khristeen se sorprendió al ver a otro par de guardias detrás de los muros de la fachada, vigilando la entrada exterior.
El coche se deslizó por una rampa no muy empinaba a los pocos metros de la salida del palacio, esta guiaba hacia un suelo llano y fértil, atestado de transeúntes y mercaderes, y pequeñas chozas, almacenes y un invernadero no muy grande que se divisaba a lo lejos. Un gran grupo de carretas y carrozas avanzaban en tropel hacia un puente amplio de piedra laja color marfil, con barandas y barrotes de cedro a ambos extremos. Se veían pequeñas embarcaciones a las riberas que desbocaban al Lago Sapfirovogo; su hermano le contó una vez que, debajo de toda esa masa de azul brillantes se encontraba una cueva submarina que albergaba en su interior minerales puros como el oro, azufre, plata y diamantes, extendidas en inmensas estalactitas o pegadas en las paredes rocosas.
Siguieron su curso montándose sobre sobre la construcción pedregosa tan concurrida por mercantes y campesinos, quienes avanzaban en orden y sin amontarse unos con otros. La gente llevaba camisas de lino con un cuello oblicuo y bordado, cerrada por un cinturón y con ushankas en las cabezas, que era unos gorros de lana curtida. Otros llevaban largas túnicas de algodón de los colores típicos del norte de Vonandara: rojo, amarillo, y azul; en algunos casos, con turbantes de colores sobrios en la cabeza. Las carretas que los hombres, en su mayoría, conducían, iban cargadas por exorbitantes cantidades de especias, frutas y verduras exóticas, carne y pescado, legumbres, pieles curtidas o telas, productos orgánicos y cereales, e inclusiva barriles de cerveza o vino, quizás.
Cuando llegaron al final del puente, descendieron por una rampa poco empinada que les condujo a una plataforma plana con verdes y productivas tierras. A su orilla también se veía una muy reducida flota de botes y barcos. Cruzaron la Puerta Mercante, por la cual ingresaban y partían un considerable gentío. Esta, a diferencia del palacio, no tenía guardias que controlaban quién entraba y quién salía; sólo había un rastrillo levantado el cual cerraba el paso al caer la medianoche. Y como en el palacio Nekrásov, aquella edificación tenía también un reloj en impregnado en la pared de su única torre, la cual tenía tres cúspides en su techo: la del centro era filuda y triangular sobre una sólida base, y las otras dos, ambas en extremos y de menor tamaño, eran bulbosas y sobre un apoyo.
Siguieren su camino por el suelo adoquinado, repleto de personas y coches. Las casas y tiendas eran pintorescas, y algunas locales tenían toldos blancos. Varios grupos de amigos bebían y reían, emborrachándose con hidromiel o cerveza dentro de las rústicas tabernas. Khristeen se había quedado sorprendida, pues la plaza entera era muy diferente de como se la imaginaba, y sí, se podían ver mendigos pidiendo limosnas y madres solteras cargando a sus hijos en brazos sin un lugar a donde ir; pero en general, las calles eran alegres y bulliciosas. Los niños jugaban a las espadas y las niñas a ser princesas, las caseras parloteaban y cotilleaban, los jóvenes tocaban instrumentos de percusión, cuerda y viento al compás del ritmo de las jóvenes que bailaban alegremente, coronadas con los tradicionales kokóshniks tanto rectos como redondos, grandes y pequeños. Khristeen quedó anonadada por la belleza de la vestimenta de las damas, que eran básicamente unos vestidos llamados sarafanes de los típicos colores de Vonandara con distintos cortes: estrechos, anchos, rectos y con botones. Estos eran puestos sobre una camisa de lino blanca.
—Mmm—suspiró Sasha—. El olor a pan recién horneado es exquisito.
Y era cierto, de las panaderías se desprendía un olor delicioso y seductor, que te incitaba a llenarte la boca con aquellos suaves y esponjosos panecillos. A Khristeen se le hacía agua la boca de sólo pensar en el dulce pan trenzado o en el típico karaváy, que era un pan dorado de azúcar decorado con espigas y cereales en formas asimétricas de flores, cisnes y ramas de sauquillo, como detalles decorativos sobre la corteza crujiente.
Para Khristeen fue una sensación extraña: eran muy diferentes las callejuelas de la plaza a la corte del palacio, donde todo parecía resumirse en intrigas palaciegas y traiciones políticas por parte de los nobles; en cambio ahí, en el pueblo, todos estaban llenos de vida y vigor. Todo era tan bello que Khristeen creía que se encontraba dormida en un placentero sueño.
Después de un rato se encontraron en la calle Pobeda i Mir, la principal, donde en su centro mismo yacía la estatua de Los Hermanos de la Patria, blandiendo sus espadas acompañados por el halcón Hinsra y la tigresa Maurh, ambas bestias en posición letal. Marcado en el pedestal se encontraba escrito en letras plateadas: Dlya pobedy i mira.
—Por la victoria y la paz—tradujo la Frau Nordern, que como Khristeen, se ha había decantado por el ver el recorrido—. ¿Sabes a qué hace referencia eso, niña?
Khristeen mantuvo la boca cerrada, demostrando negación con su silencio.
—Fue una frase dicha por los célebres hermanos Dzhuda y Cedmihel, quienes derrotaron las fuerzas del infierno que habían invadido las tierras de Vonandara. El hermano mayor, Dzhuda, le dijo a su hermano menor, Cedmihel: Por la victoria; y Cedmihel completó la frase diciendo: Y por la paz. Seguido esto, ambos hermanos se enfrentaron, junto a sus compatriotas, a los demonios sedientos de poder.
»Desde ese entonces fueron considerados héroes de batalla y salvadores de la nación.
—Pero, ¿por qué le acompañan un halcón y un tigre? —repuso Sasha.
—¿Y por qué decidieron construir la estatua justo aquí? —agregó Khristeen.
La Frau Nordern meditó un poco las respuestas a esas preguntas, mientras fijaba la mirada a la estatua de dieciséis pies de altura.
—Pues deben conocer a la tigresa Maurh y el halcón Hinsra, ¿verdad? —Las niñas asistieron—. Bueno, como bien ya deben saber, los hermanos Dzhuda y Cedmihel, fueron huérfanos de guerra desde muy pequeños, prácticamente niños, y hubieran muerto por las hostilidades de su mundo aún sumido en una sangrienta batalla de no ser por Maurh, quien los amamantó y crío como si fueran suyos. La tigresa los educó y adaptó a su estilo de vida: les enseñó a cazar y a sobrevivir; pero cuando todavía eran muy pequeños, Maurh les traía la cena, que generalmente eran conejillos, aves pequeñas y crías de antílopes. No obstante, un día les trajo un halcón gerifalte, blanco como la nieve y moteado con manchas negras en las alas como cena, pero Cedmihel, se apiadó del animal al ver su agonía y le cuidó sus heridas, tomándolo como mascota. Obviamente su hermano y la tigresa hicieron todo lo posible para matar al animal y comérselo, pero Cedmihel estaba siempre pegado a él como una lapa a las rocas.
»Finalmente cuando el animal estuvo totalmente curado, le juró su lealtad y protección a Cedmihel y que, si este lo quería, también podía cuidar de su hermano mayor. Y así fue: Maurh y Hinsra cuidaron de ambos hermanos durante años, sin separarse de ellos aun cuando estos se unieron a los ejércitos del norte para defender su nación de las fuerzas del infierno, aunque esta desde hace mucho les dio la espalda. Ambas bestias lucharon con garras y dientes al lado de Dzhuda y Cedmihel, dando su vida por ellos dos como ellos la dieron por su patria.
—Ya—repuso Khristeen sin mucha convicción—, pero vuelvo a preguntar, ¿por qué aquí?
—Porque fue este lugar en donde se remontó la Batalla de Zverey. Por qué crees, sino, que esta calle se llama Pobeda i Mir—dijo señalando su alrededor—. Esta avenida fue el lugar preciso en el que Dzhuda y Cedmihel se digieran sus últimas palabras antes de arremeter contra el bando enemigo.
La carroza se paró y el maestre Diatlov la estacionó. Khristeen había estado prestando tanta atención a la historia que la anciana mujer le contaba que había perdido por completo la noción del espacio.
Sacó la cabeza por la ventana y confirmó en dónde se habían detenido.
Frente a sus ojos se alzaba la Catedral de Geroyvev, formada por nueve capillas que se fusionan en una. Pero, originalmente fueron siete, figurando una estrella hexagonal, con la torre principal en el centro y las seis otras torres alzándose a su alrededor. La Iglesia Izbogoviana consideraba esta como la Estrella del Fénix, la cual marcó el camino al pueblo izbogoviano hacia Burtz, la capital, después de la masacre de la cual sobrevivieron para luego fundar el icónico templo. Cada torre representa a las seis deidades de ese entonces: Serkin, el Dios Fénix, el cual envió aquella estrella resurgida de las cenizas de los muertos para guiar a su pueblo perdido y es considerado el padre de todos los dioses; Kastardene, la esposa de Serkin, considerada como la medidora del tiempo y señora de la magia; Repine, hijo de Serkin y Kastardene; Zimheo, hermano de Kastardene y estimado como el dios de la vida y la muerte; Hinsra, el dios guerrero y guardián del templo, representado por un halcón gerifalte; y finalmente estaba Maurh, la diosa protectora de los desamparados y de la sabiduría, es representada por una tigresa siberiana. Sin embargo, desde hace algunos años, la Iglesia Izbogoviana reconoció a los hermanos Dzhuda y Cedmihel como dioses, otorgándoles el nombre de Ángeles Vengadores y encargándole a Iván el Constructor, la reforma de la catedral, agregándole dos capillas más.
Todas las torres estaban diseñadas de modos diferentes, cada una representando a su respectivo dios; pero todas con sus cúpulas en formas bulbosas. La torre más alta y simbolizando a Serkin tenía una cúpula de cobre, mientras que las otras eran de plata, marfil u oro; pero en sí, todas las torres tienen gravadas en sus paredes, diseños fantásticos de ornamentos espirales.
—Mi señora—le llamó la voz gruesa y serena del maestre Diatlov, mientras le tendía la mano para que Khristeen se apoye en ella al momento de bajar de la carroza.
La niña agradeció y con una sincera sonrisa, tomó la reseca y pálida mano del gentilhombre. El maestre Diatlov ayudó a bajar a las demás con suma rapidez, pero con gran cuidado. Khristeen se alisó la falda de su voluptuoso vestido y se detuvo a ver su alrededor; estacionadas al lado suyo, se encontraban otras dos carrozas con sus conductores ensillando a sus caballos. Cuando todas ya hubieron bajado, la Frau Nordern se les adelantó y guio hacia la entrada de la catedral, dejando atrás al maestre Diatlov que había reunido con los otros dos hombres a charlar.
Khristeen, tanto como Sasha, estaban rebosando de entusiasmo y felicidad, impacientes por ver el interior de la iglesia; mientras que Leyna había guardado su libro en su morral de cuero de vaca y seguía sin pronunciar palabra alguna, con la mirada desorbitada, como si le estuviera dando vueltas a algo que rondaba por su cabecilla.
Las niñas y la Frau subieron las escalera de piedra que las conduciría a la puerta principal de la catedral. Las puertas se encontraban ya abiertas, dejando el paso a Khristeen para ver su interior; parado en el altar se encontraba su padre, un hombre recio y fornido, con el cabello castaño grasiento que le llegaba a los hombros y una descuida barba rasposa, vestido con una lujosa túnica con bordados cálidos bajo un abrigo de terciopelo rojo, prendado con un broche. Enfrente de él se encontraba la majestuosa Céline, con su suave y ondulado cabello rubio cayéndole como delicadas cortinas en su rostro, que iban en contraste con su vestido de encaje color gris. A sus pies se encontraban las otras tsarivnas, sentadas elegantemente en el suelo laminado, viendo con admiración a ambas imponentes figuras ubicadas frente del Papa Hermógenes II.
El esplendor dorado de sus paredes, pisos, columnas o resumidamente, todo, iluminada los rostros sonrientes y encendía aún más aquella llama de deseo en sus ojos. A cada una de las ocho esquinas se encontraban pequeñas estatuas de no más de diez pies de altura, representando a los dioses y a los Ángeles Vengadores. Había en sus paredes de oro bellos retratos en óleo de los más célebres santos: San Gennadhi de Nérsk, Santa Ília y Santa Mariya de Mevthis, San Matfey de Chevímirl, entre otros que Khristeen no reconoció.
—Con esta mano— dijo su padre levantando su palma derecha—, yo sostendré tus anhelos; tu copa nunca estará vacía, pues yo seré tu vino. —Sostuvo la copa de plata llenada con vino en sus dedos, cogiéndola del altar—. Con esta vela—dijo tomándola del altar—, yo alumbraré tu camino en la oscuridad. —Prendió el pabilo de la vela con la débil llama de cirio, y cuando esta se encendió se la entregó a su amada—. Y con este anillo, te pido que seas mía. —Se arrodilló, tomando el anillo de compromiso entre su dedo índice y pulgar.
La mujer sonrió con dulzura, lo cual estrujó el corazón de Khristeen, pues a pesar de que esa sonrisa pareciera muy real y convincente, ella sabía que no era así.
Céline desenrolló la peineta que tenía arremolinada en su cabello, dejando que el alto peinado se deshiciera; luego se pinchó en la yema de su dedo con las agujillas del adorno, esperando para que la sangre salga como un volcán en erupción.
—Con esta sangre mía—recitó mientras permitía que sus gotas de sangre se derramaran en la copa de vino—, te demuestro la inmortalidad de nuestro amor. Con estas rosas. —Dejó la copa al lado derecho del hombre aún arrodillado y tomó las rosas rojas—, un futuro sólido te prometo. —Soltó las rosas al lado izquierdo—. Y con este anillo—dijo adueñándose del anillo de plata con incrustaciones de diamantes para encajarlo en su dedo anular.
—¿Usted acepta la respuesta de la señora Gelman, señor Nekrásov?
—Sí, me es grata—asintió.
—Entonces, si la acepta, beba la copa de vino.
El padre de Khristeen obedeció la orden del Papa Hermógenes y bebió hasta la última gota de vino. Céline le sonrió y por permisión del Papa, el verkhovnyy le regaló un profundo y sincero beso a su amada.
Khristeen tuvo que evitar las ganas de llorar, pues nada más le hacía sentir más triste de que todos en cuanto le recordaran vivieran en la farsa de aquella víbora; pero sintió aún más pena por su padre, pues sabía que si no actuaba rápido, este moriría creyendo que el amor de Céline fue verdadero.
Nota de la Autora:
Chicos lo siento mucho, no tengo perdón de Dios. Sé que les prometí que publicaría el martes, el miércoles o el jueves, pero tuve un par de problemillas familiares que me impidieron publicar en esos días. Sin embargo, como disculpas por mi retraso y agradecimiento por todo lo que hemos hecho posible, quise darles un pequeño regalito:
https://youtu.be/2qiIaL_-Jag
Sé que no seré la mejor editando vídeos ni nada por el estilo, pero lo hice como musho musho amorsh 💘. Espero que les guste esta especie de "booktrailer" y también espero que les guste este tan largo capítulo narrado en la perspectiva de esta nueva personaje que, dato curioso, vive en el continente de Sicedda, en Burtz, la capital de Vonandara, para ser más exactos. Y bueno, ya sin nada más qué decir: Gracias por leerme y adiós.
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