Capítulo 8
Seis meses antes
Seguimos a la escolta, nos ocultamos trás los troncos y nos mantuvimos no muy alejados para no perder de vista las llamas de las antorchas. Cuando se detuvieron, nos quedamos detrás de un gran árbol.
—¿Qué van a hacer? —preguntó mi paliducha, después de asomarse un poco.
Los relatos de mi abuelo sobre la bruma me enseñaron bastante de cómo eran los ritos.
—El sacrificio, el comienzo de la ofrenda —respondí y vi al Sulkupur quitarse la ropa—. Aplacan el hambre del Pozo y le piden protección en su travesía la bruma.
Cuando el Sulkupur se prendió fuego, mi paliducha se echó la mano a la boca y contuvo la respiración. Bajé un poco la cabeza y volví a pensar que no tendríamos que estar ahí.
—Se ha quemado vivo... —pronunció con un hilo de voz.
Alcé la mirada y vi la carne arder, condenando al alma a retornar a nuestro mundo para sufrir el mismo destino.
—Ha nacido para ser devorado por las llamas —dije con pesar.
Cogí a mi paliducha, la miré, vi su rostro cargado de terror y quise decirle que nos fuéramos, que ahí no había nada bueno para nosotros, pero, la semilla de la obsesión, que los comerciantes le implantaron, mostró lo enraizada que estaba y le nubló la mente. Parpadeó, observó el fuego, su rostro cambió y vio lo que ocurría como algo normal.
—Si su sacrificio nos permite acercarnos a la bruma, entonces le deberemos mucho. —Me miró a los ojos y vi en su mirada el reflejo de la negación de la realidad. Aunque no tendría que haberme acostumbrado a esos cambios, aunque sabía que no estaban bien, fui incapaz de hacer nada—. Cuando salve a mi hermano y a mi madre, cuando el Pozo me dé su bendición, entonces prenderé una vela oscura por su alma.
Iba a decirle que el Sulkupur estaba condenado a reencarnarse una y otra vez para que su carne ardiera, pero no me dio tiempo. La escolta retomó la marcha y ella siguió a los guardias.
—Ojalá que tu hermano y tu madre se salven... —dije para mí mismo.
Anduve cerca de mi paliducha hasta alcanzarla y avanzamos escondiéndonos detrás los troncos. Me detuve al llegar a lo que quedaba del Sulkupur y me apiadé de él. El Pozo había despertado la oscuridad en la mayoría, el imperio vivía bajo su sombra y pocos se cuestionaban las tradiciones.
Nunca supe por qué fui capaz de no aceptar el macabro orden, quizá por las historias de mi abuelo, puede que motivado por algo que no recordaba, pero siempre me comporté como los demás, no levanté la voz para decir que nuestras vidas estaban sometidas a la locura... Me habrían condenado por hereje.
Me lo guardé hasta que encontré a la única persona con la que pude ser sincero, con la que pude hablar sin miedo, la que me hizo sentirme libre y comprendido. Jamás me imaginé que mi paliducha acabaría imbuida por la locura a causa del destino de su familia y, sobre todo, por culpa de los malditos comerciantes.
—Yangler —pronunció mi nombre en voz baja—. Yangler, vamos. —La miré y volví a dirigir la mirada hacia los restos llameantes—. No te preocupes por él, ha cumplido. Nos ha ayudado.
Estuve a punto de decirle que no tendría que haber muerto, que era inhumano sacrificarse prendiéndose fuego, pero me callé. Sabía que era de locos, no solo el ritual, sino también la idea de que el Pozo concediera dones. La bruma no otorgaba nada, tan solo consumía y hacía perder la cabeza; los adoradores eran la prueba. Debía ver con sus ojos que le habían mentido.
Me aparté de lo que quedaba del Sulkupur y seguí a mi paliducha. Caminamos varios minutos hasta que la escolta se detuvo.
—¿Qué hacen? —me preguntó.
Desnudaron a la mujer elegida para alimentar al Pozo, le marcaron la espalda con un tinte rojo, dibujaron dos círculos cerca de los hombros y trazaron una línea por la columna hasta alcanzar la cintura.
—El símbolo —respondí.
Mi paliducha me miró extrañada.
—¿Qué símbolo?
Los guardias le dieron una antorcha a la mujer y le indicaron que continuara sola.
—El símbolo del Pozo —contesté, después de esconderme detrás un tronco.
Parte de la escolta, que emprendía la marcha hacia Vasmilov, no tardaría en pasar cerca de donde estábamos. No quería que nos acercáramos a la bruma, pero mi paliducha no se iría sin comprobar que le habían mentido. Eché un vistazo al interior del bosque; la luz de la luna, aunque apenas se abría paso por las ramas, nos permitiría avanzar sin tropezarnos.
—Recuerda lo que me has prometido —le insistí, tras cogerla de la mano y caminar un poco al interior, lo suficiente para ir hacia la bruma sin ser vistos—. Nos acercaremos, veremos a la mujer entregarse y si no recibes ningún don...
—No iremos al este —me interrumpió.
La miré a los ojos; aunque algo en mi interior me decía que no era sincera, quería creerla: lo necesitaba.
—Agáchate —le dije en voz baja al mismo tiempo que hacía un gesto con la mano—. Están lejos, pero tenemos que tener cuidado de que no nos vean.
Avanzamos despacio hasta que dejamos atrás a los guardias que permanecían en el camino empedrado. Las llamas de las antorchas, con su luz atenuada por los árboles y los arbustos, fueron poco a poco quedando más lejos.
—¿Cómo crees que será? —me preguntó, una vez que aceleramos el paso sin miedo a que nos descubrieran.
—¿Qué quieres decir? —La miré a los ojos.
—¿El don? —Me devolvió la mirada; sus preciosos ojos reflejaban tanta esperanza que me dolió pensar en el momento en que esta se quebrara en mil pedazos—. ¿Crees que llegará a devolver la vida a los muertos? Ellos me explicaron que algunos elegidos obtenían el poder de la vida y la muerte. —Miré hacia delante, cerré los párpados e inspiré con fuerza—. Quizá puede traer de vuelta a mi padre. ¿No crees?
Sentí una puñalada en el corazón. Le habían llenado la cabeza de mentiras venenosas, pero lo peor era que esas mentiras acabarían por destrozarla.
—El Pozo no... —Me callé al escuchar un fuerte zumbido.
Estábamos cerca de la bruma; la repugnante pestilencia que traía el viento, como la de una fétida sala a rebosar de moribundos y enfermedad, nos advertía de que no estaba lejos la frontera que delimitaba el fin de nuestra tierra.
—Vamos —me dijo mi paliducha, antes de correr hacia el camino empedrado.
—¡Espera! —La seguí, pero no fui capaz de alcanzarla.
Cuando llegué al camino, mi paliducha se encontraba al lado de la elegida para alimentar al Pozo.
—Yo no quería —repetía la mujer, arrodillada, entre sollozos.
—No te preocupes, el Pozo nos bendecirá —pronunció mi paliducha con un tono pausado.
Sin llegar a comprenderla, la elegida para alimentar al Pozo alzó un poco la mirada.
—Mis hijos, si no me entrego a la bruma, al grande lo matarán y al pequeño lo convertirán en Sulkupur.
Me dolía demasiado su destino. Era como en las historias de mi abuelo que los elegidos para ir al Pozo solían ser obligados.
—No... —Me callé cuando me miró con los ojos enrojecidos y cargados de lágrimas—. No podemos hacer nada...
Los sollozos se intensificaron.
—Sí podemos —aseguró mi paliducha—. Si va conmigo, si nos acercamos juntas a la bruma, mi don la protegerá.
No sé qué aterró más a la mujer, el destino que le habían impuesto o las palabras de mi paliducha que parecían pronunciadas por un adorador.
—Vosotros. —Se levantó y se apartó—. Vosotros sois del culto prohibido. Vivís en el bosque.
Caminé despacio hacia ella e hice un ligero gesto con la mano para tranquilizarla.
—No, no somos adoradores. No queremos hacerte daño.
Mi paliducha me adelantó, se acercó deprisa a la mujer y la asustó más.
—Tenemos que ir juntas a la bruma. —La cogió de las muñecas y forcejeó—. El don nos espera.
Entre tirones, llegaron a uno de los extremos del camino empedrado.
—Déjala, la estás asustando —le pedí a mi paliducha, tras tocarle el hombro.
—¿Cómo la voy a dejar? —Me observó de reojo—. Tengo que salvar a mi familia. —Centró la mirada en en el atemorizado rostro de la mujer—. Tenemos que ir. Ya.
—Suéltame. —Se liberó, pero mi paliducha la volvió a agarrar y forcejearon de nuevo—. Déjame, déjame.
Quise frenarla, que la soltara, pero, cuando fui a cogerle el brazo, algo me paralizó. Maldije, solté el aire de golpe y traté en vano de moverme. Los zumbidos procedentes de la bruma se incrementaron y acrecentaron aún más el miedo de la mujer.
—Déjame. —Logró empujar a mi paliducha y liberarse, pero perdió el equilibrio, trastabilló y cayó de espaldas.
—No, no, no —repetí, aterrorizado
Casi sin darme cuenta, fui capaz de moverme de nuevo. Caminé hasta la mujer, me arrodillé y vi su mirada a punto de extinguirse. Había caído fuera del camino y se había golpeado la cabeza con una piedra.
—El Pozo... —Escuché la voz de mi paliducha—. Si el Pozo no se alimenta, no me dará el don.
Era demasiado, no quería romperle la ilusión, la esperanza era de lo poco que le quedaba, pero la farsa tenía que acabar.
—Está muerta. Es una persona como nosotros. No es alimento. —Me levanté—. Te han metido veneno en la cabeza. Esos comerciantes han usado tu dolor para manipularte. No sé qué quieren conseguir, pero te están conduciendo a la locura. —Me miró con incomprensión—. Estamos a tiempo de parar esto. Vámonos. —Le tendí la mano—. Cuidemos de tu hermano, ayudemos a tu madre y preparémonos para irnos al este. —Bajó la mirada, observó a la mujer y se quedó pensativa—. Te amo. Te amo más que a mi vida. Eres lo único que me importa en el mundo, solo quiero envejecer a tu lado.
Me miró y en su mirada vi el reflejo de mi antigua paliducha.
—Yo también te amo más que a nada y haría lo que fuera por ti. —Inspiró despacio y dirigió la mirada hacia la parte del camino que conducía a la bruma—. Pero mi padre se ahorcó por mi culpa, mi hermano enfermó por mí y mi madre está así porque le he amargado la vida. —Suspiró—. No me hagas elegir entre mi familia o tú. No quiero. No puedo. —Una lágrima le surcó la mejilla—. Tengo que ir. Tengo que obtener el don del Pozo.
Caminó hacia la bruma, di unos pasos para impedírselo, pero algo tiró de mí, me lanzó contra un tronco y me aturdió lo suficiente para que me fuera imposible levantarme.
La angustia me devoraba y un fuerte mareo me impedía poco más que gimotear. Nunca antes había pedido ayuda a ningún dios, no estuve nunca tan desesperado, pero en ese momento supliqué, rogué a quien quisiera escucharme y no tardé en obtener una respuesta.
—Tu destino por el mío —escuché un susurro lejano pronunciado con infinidad de voces.
Cerré los ojos y acepté.
—Tu destino por el mío —repetí en voz baja.
La luz de la luna se extinguió durante unos segundos y un fuerte temblor sacudió el bosque. El Pozo se revolvió y emitió un chirrido desgarrador; las entrañas de la oscuridad estaban inquietas. El pacto, que sellé con la esperanza de que me ayudara a cambiar mi vida y evitar la tragedia, estremeció a la bruma.
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