Capítulo 3

Desperté con el roce de una agradable brisa. Me pareció estar tumbado en la pradera donde solíamos ir algunas tardes. Inspiré y percibí el absorbente olor de los árboles frutales; la paz alcanzó lo más profundo de mi ser.

—Siempre juntos... —susurré mientras acariciaba la hierba.

El trino de un pájaro logró que me adentrara más en la creencia de que estaba a salvo, cerca de ella. Ni siquiera me importó ni presté atención a que era incapaz de ver; la oscuridad que me rodeaba era ficticia, lo real eran las sensaciones que me trasmitían el entorno y la cercanía de mi paliducha.

Me incorporé y la busqué. Tanteé la hierba con los dedos mientras los movía hacia el amor de mi vida. El ladrido lejano de un perro me llevó a pensar que era media tarde: la hora en la que el pastor volvía con su rebaño.

—Te amo... —pronuncié en voz baja.

No sé por qué lo sabía, estaba privado de visión, pero noté que mis yemas se acercaban a su mano. Suspiré y me deleité con que iba a sentir de nuevo la calidez de su piel. Me encontraba tan absorto que incluso seguí lleno de felicidad después de notar que la extrema hinchazón de sus dedos. No fue hasta que me agarró, maldijo y su aliento propagó pestilencia, que mi alegría se quebró como un fino cristal fabricado con falsas ilusiones.

—¿Por qué lo hiciste? —Tiró de mí, tenía una fuerza sobrehumana, me arrastró, me cogió del cuello y vomitó un montón de lombrices sobre mi rostro—. ¿Por qué me mataste? —Estaba todo oscuro, no veía nada, pero era como si la esencia del Pozo me permitiera percibir más allá de la vista—. Prometiste que cuidarías de mí, que envejeciéramos el uno al lado del otro. —Volvió a vomitar lombrices y estas se adentraron en mis cuencas apenas cicatrizadas—. Éramos el uno para el otro.

No fui capaz de reaccionar; mi voluntad estaba rota. Jugaban conmigo, me torturaban y lo único que podía hacer era esperar más sufrimiento.

—Yo te quiero —musité, tras recordar nuestros momentos juntos.

Los dedos me presionaron el pecho, las puntas desgarraron la ropa, se hundieron en la piel y empujaron las costillas hasta que crujieron un poco. Me aferré a sus muñecas, traté en vano de apartarle las manos y grité mientras movía la cabeza.

—Debes pagar. —La saliva que escupió al hablar era corrosiva, las gotas en mi rostro me abrasaron y propagaron un intenso olor a quemado—. Tu alma es el precio —pronunció a medida que sus dedos se hundían lo suficiente para agarrar una costilla—. Tu castigo será eterno.

Se montó encima, su peso me aplastó el estómago, solté el aire de golpe mientras perdía el control de los brazos y las piernas.

—Solo he venido a por ti —le dije, entre sollozos—. Lo único que me importa eres tú.

Una risa ronca, una que parecía emerger de una garganta polvorienta y de unas cuerdas vocales a punto de partirse, resonó con fuerza poco antes de que me rompiera la costilla. El dolor me llevó a proferir un alarido agónico.

—No mientas —espetó con desprecio y me arañó la cara con una astilla de hueso—. Lo único que te ha importado siempre eres tú. Solo tú. No eres...

Un golpe la silenció, cayó hacia un lado y volví a recuperar el control de los brazos y las piernas. Al escuchar una fuerte y molesta respiración, una entorpecida por lo que parecían unos pulmones encharcados, me alejé arrastrándome con la espalda pegada a la hierba.

—Vete, déjame en paz —supliqué, cuando mi avance se vio frenado por un tronco.

Unos pasos, que hicieron temblar un poco la tierra, se acercaron cada vez más.

—¿Así le hablas al que te ha liberado? —La voz ronca, algo desgastada, que se pausaba para permitir que las respiraciones agónicas le dieran aliento, generó un leve eco que produjo chasquidos en el aire—. Veo que los tuyos no han cambiado con el pasar de los milenios. —Los pasos se detuvieron cerca—. Eso es bueno. Todos seguimos interpretando el papel que se nos otorgó.

Mi corazón latía tan rápido que noté una fuerte presión en el pecho.

—Déjame, por favor —imploré, entre jadeos entrecortados.

Quien fuera que estaba a mi lado chasqueó la lengua y bufó.

—Confiaba en que no te habrían nublado tanto los pensamientos. —Noté su pulgar apretarme la frente—. No cuando el palpitar empieza a quebrarse. —Una sacudida, como si cientos de insectos me recorrieran las venas y las picotearan, me paralizó—. Siempre os ha faltado un poco de imaginación a la hora de enfrentaros al Pozo. Nunca habéis sido capaces de entender el vínculo que os une a las profundidades de este reino de miseria.

Mis pulmones se paralizaron, no fui capaz de mostrar mi angustia con un quejido, me ahogaba mientras quien fuera que estaba a mi lado apartaba el pulgar de mi frente.

En la agonía, ante el miedo de morir sin salvarla, cuando mis sentidos perdían fuerza y tan solo percibía la negrura y el vacío, una cascada de visiones se entremezcló con mis pensamientos. No comprendía bien qué representaban, eran confusas, proyectaban seres y lugares que desconocía, pero una cobró mayor dimensión y acabó por tornarse real.

Atónito, bajé la cabeza y me miré las manos. Estaba de pie sobre una superficie con una gran cantidad de arena grasienta que burbujeaba. Moví el pie desnudo y tenues pinchazos me recorrieron la planta. Alguien habló en un idioma extraño; alcé un poco la mirada y vi a un ser fornido que tenía la espalda cubierta por pelaje marrón apagado.

Ghertuem hestrei jharame... —las palabras susurradas sonaron con armonía.

El pecho al descubierto permitía apreciar lo grueso de la piel y lo inflado de los músculos. Debía medir dos veces lo que medía yo. Los incisivos inferiores, algo torcidos, sobresalían de los amplios labios y presionaban la piel. La barba, de un anaranjado pálido, recorría el contorno de la mandíbula y se volvía un poco más poblada por debajo del mentón. Los ojos de un rojo oscuro producían un resplandor cada vez que se movían.

Harmte Gurttm meirste... —De nuevo los susurros crearon musicalidad.

La melena desaliñada caía hasta los hombros y ocultaba los contornos de la cara. El ser caminó un par de pasos y la prenda de metal rojo que se hallaba adherida a las piernas resplandeció. Levantó el brazo y señaló con las puntas de los dedos, que estaban formadas por hueso negro, una bruma oscura.

Hasta ese instante, abstraído por la visión del ser, no presté atención a lo que nos rodeaba. A unos metros, una fina llovizna de gotas oscuras ascendía desde la arena hacía una superficie lisa formada por líquido negro. A una altura considerable, las gotas impactaban con la capa oscura y provocaban decenas de ondas.

Gheru truyem mert perem...

La voz consiguió que apartara la mirada del cielo y de los estallidos de luz azul que lo recorrían. El ser apretó los puños cuando la bruma se apartó y se vislumbró una figura.

Entrecerré los párpados, forcé la vista y traté de distinguir quién avanzaba por la neblina. Una risa espectral resonó, produjo un temblor que me hizo trastabillar y cambió la dirección de las gotas que descendieron con fuerza y crearon estallidos al impactar contra la arena.

Varias raíces surgieron del terreno, envolvieron los brazos del ser fornido, tiraron y los rompieron. La figura que avanzaba, a la que seguía sin ver con claridad, se detuvo, movió la cabeza y un fuerte brillo dorado iluminó sus ojos.

—¿Qué haces aquí? —La pregunta originó un estruendo que hizo estallar la lluvia de gotas—. ¿Quién te ha permitido llegar? —El brazo envuelto en niebla se alzó, la bruma se condensó y se abalanzó contra mí—. Surcarás la ceniza convertido en polvo, huesos roídos y pellejo seco.

Las raíces emergieron de la arena y se enroscaron en mis tobillos. La angustia, que desde que me adentré en la visión se había desvanecido, retornó con fuerza y el pánico se adueñó de mí.

—No, no —repetí, tras fracasar en mi intento de liberarme.

La bruma me rodeó, se condensó y decenas de finos brazos deformes surgieron de ella. Las manos, de dedos atrofiados que parecían a punto de estallar por la gran hinchazón, me sujetaron. Varias me tiraron del pelo y me obligaron a echar la cabeza hacia atrás.

La figura caminó mientras un resplandor oscuro la envolvía; los ojos dorados intensificaron su brillo con cada paso.

—Que la esencia nos recoja —pronunció, después de detenerse al borde de la última capa de niebla que lo separaba de mí.

Aunque estaba aterrado, incapaz de controlar los pensamientos que me llevaban a verme sufrir en infinidad de formas, la frase ceremonial de los sacrificios y el culto logró que me preguntara por qué la había dicho.

Una mano, con la piel llena de quemaduras e hilos de fino metal dorado hundidos en la carne, traspasó la bruma y se aproximó a mi cara. Un zumbido precedió a la aparición de diminutos relámpagos alrededor de los dedos.

¡Gehr menert furest!

La voz del ser fornido distrajo a quien se escondía tras la niebla y la mano quemada retrocedió. Un fuerte golpe sonó antes de que las raíces que me aprisionaban los tobillos se partieran y que una fuerza invisible tirara de mí.

Me alejé, vi el lugar desde mucha distancia y la visión se resquebrajó convertida en miles de pedazos de un mosaico de espejos rotos. Solté un grito ahogado, llené los pulmones y jadeé durante varios segundos.

—Los ritos... —Me vino a la mente cómo desde niños nos instruían en los rituales y el culto al Pozo—. La frase ceremonial...

Una ráfaga de viento helado me erizó el vello.

—Por el hedor que ha adquirido tu alma, supongo que habrás visto a uno de ellos. —La voz ronca y desgastada me hizo acordarme de quien me presionó la frente con el pulgar—. Ya ni siquiera soy capaz de liberar bien a un humano. —Maldijo—. Tendremos que hacerlo de otro modo. —Se oyó un leve gruñido y un chorro de líquido caliente me empapó los labios—. Bebe. Hazlo o tendré que obligarte a que te lo tragues. —Me negué, quise apartar los labios, pero me forzó a abrir la boca—. ¡Traga!

El gusto era repugnante, la viscosidad del líquido casi me atragantó y su acidez me irritó la lengua y la garganta. Cuando el chorro dejó de caer en mi cara, respiré aliviado y escupí unos grumos.

—Basta ya, por favor... —imploré—. Solo quiero liberarla.

La respiración agónica fue lo único que se escuchó durante unos segundos.

—¿Liberarla? —Chasqueó los dedos para que prestara atención—. ¿A quién quieres liberar?

Por inercia, aunque no veía, dirigí la cabeza hacia el lugar donde sonaron los chasquidos.

—A la mujer de mi vida —contesté, después de llevar la mano a un bolsillo y coger la carta—. Vino al Pozo por mi culpa.

Durante un buen rato, solo se oyeron las respiraciones agónicas.

—¿Has venido en busca de una humana? —Aunque traté de evitarlo, me apartó la mano y cogió la carta—. ¿Qué traman? —Olisqueó—. Apesta a las nubes de ceniza... —Escuché el papel arrugarse—. Pero contiene la huella de un alma humana... —Dejó caer la carta y la sentí rozarme los dedos—. Justo cuando el palpitar comienza a quebrarse, actúan de este modo...

Guardé la carta en el bolsillo y me engañé al creer que en el estado en que estaba sería capaz de liberar a mi paliducha.

—Quiero ir a por ella. Déjame ir.

La respiración agónica fue interrumpida por unos fuertes tosidos.

—Quizá podamos llegar a un acuerdo. —Se sentó cerca de mí y apoyó la espalda en el tronco—. Creía que conservaba la fuerza suficiente para dominar a un humano. Me equivoqué. Estoy demasiado viejo y débil. —La tos lo calló—. Te propongo un trato. Te ayudo a encontrar a la humana y, a cambio, tú me ayudas a conseguir lo que quiero. —Guardó silencio unos segundos—. No tengas prisa en decidirte, mi sangre tardará en sanarte y ayudarte a que comprendas mejor cómo funciona todo aquí.

Aunque me hubiera gustado ir en busca de mi paliducha y sacarla del ese reino de oscuridad, no tenía fuerza ni para ponerme en pie. No me quedó más que aguardar junto a ese extraño, fuera quien fuera, hasta poder continuar adentrándome en las entrañas del Pozo.


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