Capítulo 15

Parado allí, en la pequeña sala circular repleta de espejos, cobró aún más fuerza la idea de que se podía secar el Pozo y liberar a mi mundo de su maldición. Las imágenes que reflejaban los espejos iban más allá de la tortura del reino caótico, no solo mostraban las atrocidades a las que se sometían a los condenados, también revelaban cómo fueron los mundos que engulló el Pozo antes de ser consumidos por su agonía y su hambre.

—Hay esperanza —musité, ante la paz que me trasmitía ver los prados, las montañas, los ríos, los lagos y los océanos—. No solo para mi paliducha y para mí, sino para todos.

Los distintos mundos, cada uno con su paisaje moldeado por sus arbustos, árboles y plantas de diferentes formas, colores y hojas, junto con una gran variedad de animales, desde colosales depredadores de seis patas hasta pequeños insectos con caparazones cristalinos, mostraban un tiempo truncado por las voces diabólicas dentro de la cabeza del dios muerto.

—Llevaremos a cabo tu plan —dije para mí mismo mientras movía la mano para que desparecieran los espejos.

Los cristales se quebraron en centeneras de diminutos fragmentos y se convirtieron en polvo que voló hasta fundirse con las fisuras de mi piel. El contacto con el hilo del pensamiento roto del dios muerto me permitió acceder a recuerdos, lejanos y recientes, grabados en la agonía del Pozo. La naturaleza enfermiza del reino caótico había derruido los futuros de infinidad de mundos.

Cerré el puño, me giré y caminé hacia una puerta roja, pero, apenas di unos pasos, me detuve al oír el chirrido de un cristal al ser rajado por algo punzante. Me di la vuelta y observé cómo se formaba un espejo muy grande.

—Así fue... —Guardé silencio ante la llovizna de sangre que caía en el camino empedrado—. Así será...

Permanecí inmóvil, con la mirada fija en lo que sucedió el día en el que mi vida quedó destrozada, presenciando cómo me tambaleaba después de ser apuñalado. Inspiré despacio y me sumergí en recuerdos al mismo tiempo que contemplaba mi muerte.

—Caminamos en una espiral de dolor —logré  decir, antes de que se me atragantaran las palabras.

Reviví el tormento de sufrir uno de los peores destinos a manos de la mujer que amaba más que nada en el mundo, sentí de nuevo el frío roce de la hoja en el cuello y padecí los estertores mientras me ahogaba. Cerré los ojos, apreté los puños y asumí mi culpa.

—Aún no —mascullé, tras abrir los párpados, ver a mi paliducha lamer la hoja, empapar la lengua con sangre y observar al que una vez fui yo sufriendo sus últimos espasmos—. Todavía no es el momento de sellar el pasado.

Me di la vuelta, caminé a paso ligero, abrí la puerta roja y abandoné la sala circular. El Pozo, la agonía y el hambre que lo perpetuaban querían jugar conmigo. La esencia del reino caótico no se daba por vencida, iba a luchar para prolongar su existencia y atormentar a muchas más almas.

—Tu fin fue predicho en el mismo instante en que naciste —aseguré, con la mirada fija en el final del interminable pasillo que recorría—. Has tratado de sobrevivir alimentándote de los condenados y manipulando a los seres que nacieron dentro de ti.

Observé de reojo la gran cantidad de cuadros mal colgados en las paredes que mostraban el sufrimiento de personas y seres. En algunos retratos, unas criaturas con dedos con formas de sierras reían mientras rajaban cráneos; en otros, antes de sellarlos y que así no pudieran sacar las cabezas, presos por cadenas para que les fuera imposible escapar, los condenados eran hundidos en tanques de metal llenos de ácido; en varios, monstruos famélicos obligaban a las víctimas del Pozo a engullir ascuas para que se cocieran por dentro antes de alimentarse despacio con su carne.

El reino caótico no cesaba de concebir nuevas formas de torturar. Cuantos más mundos y almas devoraba, más crecía el conocimiento para infligir dolor.

Un crujido precedió a que el pasillo se alargara.

—Voy a acabar contigo —sentencié, después de empezar a correr—. No me detendrás.

El tormento, la enfermedad nacida de la decisión del dios muerto de acabar con las voces diabólicas, roería la cordura de todas las almas de la existencia para detener su final. No estaba viva, no tenía conciencia, pero sí que deseaba sobrevivir.

De las paredes, mientras el pasillo se estrechaba, emergieron las cabezas, los troncos y los brazos de varias criaturas; sus bocas alargadas y sus afilados colmillos negros las dotaban de siniestras sonrisas; tenían mechones de pelo punzantes que caían hasta rozar el suelo; sus manos carecían de palmas y de sus muñecas, repletas de pedazos de cristales, nacían dedos muy largos de carne negra con las puntas cubiertas por dedales llenos de púas.

Sin detenerme, enrollé en la mano la cadena partida que me unió a Gharmuet, cerré el puño, golpeé a una de las criaturas en la cara, le quebré los dientes y le atravesé el cráneo. Tiré con fuerza, le arranqué la mitad del cuerpo y lo usé como escudo mientras aceleraba el paso.

—¡No ganarás! —bramé, tras ver cómo el pasillo se alargaba muy deprisa.

Extendí la mano, grité y de las fisuras de la piel emergieron decenas de hilos dorados que flotaron hasta el final del corredor, se hundieron en las paredes e impidieron que este siguiera creciendo.

Hambre. —Escuché la voz de la agonía detrás de mí; estridente, ronca, pausada—. Mucha hambre.

Apreté los dientes, bajé el brazo y las paredes se resquebrajaron. Esquivé algunos escombros, solté el cuerpo de la criatura y corrí más rápido mientras se escuchaba un fuerte rugido.

Unas rejas, envueltas por palpitantes tentáculos con esquirlas punzantes hundidas en la superficie carnosa, cayeron del techo y bloquearon el paso. Negué con la cabeza, apreté los puños y seguí corriendo.

Los tentáculos se contrajeron, se expandieron y arrojaron una lluvia de esquirlas. Me cubrí el rostro con el antebrazo, chillé a medida que los proyectiles se clavaban en mi cuerpo y maldije al Pozo y a las voces diabólicas que hicieron posible su creación.

—¡Tu existencia está condenada! —vociferé—. ¡Tu reino acaba hoy!

Alcancé las rejas, golpeé los tentáculos y conseguí que varios explotaran. Al escuchar de nuevo el rugido, me giré y vi al principio del pasillo a una bestia gigante que tenía la cabeza casi por completo repleta de ojos amarillos a punto de estallar. De las fauces le sobresalían muchas lenguas, muy gruesas y llenas de colmillos fracturados, que daban latigazos al suelo, a las paredes y al aire. Las grandes patas, además de hallarse cubiertas con pedazos de carne sanguinolenta, estaban llenas de caras de piel roja descolorida con sonrisas tan forzadas que arrugaban las mejillas hasta rajarlas, ojos negros que casi salían de las cuencas y bocas de las que surgían borbotones de un líquido negruzco.

—No me detendrás —mascullé y golpeé las rejas—. Tu reino está sentenciado.

Escuché cómo la bestia corría hacia mí, jadeé y volví a golpear las rejas. Tras varios puñetazos, cedieron lo suficiente para permitirme pasar a través de un hueco. Me moví rápido, casi las dejé atrás, pero uno de los tentáculos me sujetó el tobillo. Lo cogí, tiré con todas mis fuerzas y lo partí justo a tiempo de esquivar una de las garras de la monstruosa criatura.

—Pronto dejarás de existir —pronuncié con rabia, observé a la bestia golpear las rejas y corrí hasta que atravesé el final del pasillo.

Aparecí en un jardín a rebosar de plantas con multitud de pequeñas fauces en cada una de las ramas. Los charcos putrefactos salpicaban el terreno y el cielo estaba cubierto por innumerables pedazos secos de piel cosidos los unos a los otros.

—Socorro —dijo un condenado, al que le habían extraído la columna para suplantarla por un palo que mantenía la cabeza erguida y el cuerpo colgando.

Ojeé a varios más como él, vi las miles de moscas que hacían chirriar sus diminutas dentaduras mientras los sobrevolaban y presté atención a las tenues vibraciones que surcaban la agonía del Pozo.

—Falta poco —hablé entre dientes, después de observar un cúmulo de géiseres que expulsaban nubes de gases oscuros.

Noté las fisuras de mi piel temblar, percibí de nuevo el eco del hilo roto y corrí hacia los géiseres. Las moscas, que al principio me ignoraron, volaron detrás de mí. Sin detenerme, me miré la mano y vi cómo resplandecían los destellos dorados.

Atravesé las nubes de gases oscuros, abandoné el jardín y acabé en el lugar de la visión que tuve nada más que entré en el Pozo: la que me mostró a Gharmuet y al ser que se movía en la bruma —el que era lo más parecido a un recuerdo vivo del dios muerto—.

—Lo he conseguido —solté, dispuesto a cobrarme mi venganza, sellar el pasado, cambiar mi destino y reescribir el futuro.

Di unos pasos por la arena grasienta que burbujeaba, observé la fina llovizna de gotas que ascendía desde el suelo, me fijé en cómo impactaba a gran altura con una superficie lisa formada por líquido negro y cómo los impactos provocaban decenas de ondas.

—Llegas justo a tiempo. —Escuché la voz del hombre de la cabeza rasurada detrás de mí.

No me dio tiempo a darme la vuelta, un golpe me arrojó contra la arena grasienta y varias raíces surgieron de la tierra y me inmovilizaron. Forcejeé, pero fue peor. La presión aumentó y algunas raíces se hundieron en las fisuras de mi piel.

—Falta poco, muy poco, para tu gran papel —me dijo, se acercó y se puso en cuclillas.

La rabia me poseía, tenía ganas de arrancarle la cara para masticarla despacio delante de él.

—Te voy a sacar las entrañas y se las daré de comer a los bebés deformes que vagan por el Pozo —escupí las palabras mientras me imaginaba empalándolo para que los pájaros lo desfiguraran a picotazos.

Me observó durante unos instantes.

—El cambio te ha sentado bien, tienes potencial y una gran oscuridad. En otro tiempo y lugar habríamos formado una buena alianza. —Se levantó—. Pero tu destino y el mío tienen finales opuestos. Ambos sellados.

Las raíces tiraron hasta hundirme en la arena. Traté en vano de liberarme, aunque lo único que conseguí fue tragar un montón de tierra. Me esforcé por no desfallecer, pero no tardó en volverse todo oscuro. Demasiado oscuro. Poco a poco, fui perdiendo la consciencia. Lo último que percibí fue una macabra nana entonada por el coro de las voces roncas de varios niños con las cuerdas vocales a medio cortar.




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