Capítulo 14
Seis meses antes
Estaba algo aturdido, el golpe con el tronco aún me mantenía mareado, pero el recuerdo del susurro de infinidad de voces, la confianza que me trasmitió sellar un pacto, consiguió que avanzara hacia la bruma convencido de que pondría fin a la locura, que haría entrar en razón a mi paliducha y que regresaríamos a Vasmilov. Teníamos una vida por delante y nos merecíamos disfrutarla, saborear cada momento, colmar de felicidad cada día, formar una familia y envejecer juntos.
El aire se volvió más denso, la cercanía a la bruma lo viciaba y lo corrompía con oscuridad. Mis pensamientos, a medida que se reducía la distancia a la entrada al Pozo, se hundían en las siniestras profundidades de mi mente.
—Arráncate los ojos y pisotéalos. —Las ideas macabras escaparon de mi cabeza y articularon murmullos enfermizos.
—Cuando la veas, enséñale que los errores se pagan. —Voces de niños, ancianos, hombres y mujeres buscaron torturarme y hacerme perder la razón.
—Tú eres el único que les advirtió. Prende fuego a las casas y que las llaman purifiquen sus pecados. —Las palabras generaron zumbidos.
—Destrípalos a todos, empezando por tu paliducha, y mastica los intestinos mirándolos a los ojos. Es la única forma de liberarlos. —Escuchar las últimas voces me produjo pinchazos en las sienes.
Me puse las manos en la cara y grité. La angustia buscó concluir lo que iniciaron los delirios: anularme, trasformarme en una marioneta de la oscuridad de mi alma; pero la esencia con la que pacté se manifestó en el último momento y me permitió aferrarme a un hilo de luz y esperanza. El amor por mi paliducha se impuso a mi oscuridad y me dio la fortaleza necesaria para tratar de poner fin a la locura.
Me limpié la sangre, que brotó de la nariz y me empapó los labios, con la manga. Tranquilicé la respiración y esperé un poco a que los latidos se calmaran.
—Ya voy, amor mío —dije, seguro de que la convencería de irnos de las cercanías del Pozo.
Avancé rápido, con la sensación de que se nos acababa el tiempo, de que el destino de sufrimiento al que nos condenaron los comerciantes casi se había vuelto irreversible, de que se evaporaba la última posibilidad de cambiar el negro futuro al que nos dirigíamos.
Corrí por la capa más externa de la bruma, por la neblina blanca con resplandecientes partículas opacas que marcaba los límites de mi mundo y el inicio del reino del tormento.
—¡¿Dónde estás?! —grité varias veces, sin obtener respuesta.
Aunque los que había a mi alrededor se trasformaba y mis sentidos me traicionaban mostrándome vivas representaciones de las pesadillas nacidas de mis miedos, no me detuve y seguí hasta que vi a mi paliducha.
—¡Amor mío! —voceé para que se detuviera, para que se alejara de la densa capa de bruma que casi la había engullido.
Se paró, pero no se giró; se mantuvo inmóvil encarada a la niebla. Ignoré las visiones que se materializaban en el camino empedrado: desde bebés sin rostros, con las pieles de las caras colgando, que gateaban y proferían llantos ahogados; hasta ancianas que mostraban sonrisas de dientes negros y observaban con las cuencas llenas de gusanos mientras se mecían en asientos fundidos a sus cuerpos.
—No sois reales —pronuncié un pensamiento en voz baja y conseguí creerme que no eran más que alucinaciones.
Corrí hacia mi paliducha, la cogí y la hice retroceder para apartarla de la bruma.
—Funciona... —susurró, sin darse la vuelta—. He hablado con el Pozo y me ha dicho que me otorgará el poder para traer de vuelta a mi padre. —La emoción se reflejaba en sus palabras—. También podré curar a mi pequeñajo.
Una punzada me atravesó el corazón. Todo lo que veía a nuestro alrededor, desde humanos monstruosos hasta criaturas diabólicas, no hacía más que confirmarme que del Pozo no salía nada bueno.
—Vamos, tenemos que irnos—le dije mientras la cogía de la mano y me daba la vuelta para que nos alejáramos.
Sentí un tirón en el brazo; mi paliducha no se movió, permaneció encarada a la bruma.
—No, aún no. —Giró la cabeza y vi su rostro repleto de cicatrices mal curadas, algunas aún en carne viva—. Falta una cosa. —Me miró con los ojos transformados en un burbujeante líquido pastoso que deformaba los párpados—. El Pozo pide una ofrenda y se la tengo que dar.
Lo peor no era no comprender lo que decía, lo peor era ver cómo la bruma la había cambiado. De su interior, aparte de locura, nacía oscuridad.
—Amor mío, podemos arreglarlo, podemos hacerlo juntos, pero tenemos que... —El puñal que me atravesó la barriga silenció mis palabras.
—No temas —dijo, con una seguridad que daba miedo—. Cuando el Pozo me dé el don, te traeré de vuelta y viviremos la vida que siempre soñamos. —Me dio otra puñalada—. Yo también te amo mucho. —Volvió a hundir la hoja—. Estamos hechos el uno para el otro.
Me tambaleé y ella siguió clavando el puñal. La miré a los ojos, vi lo poseída que estaba por una idea nacida de la locura del Pozo y no pude más que padecer una tristeza que me desgarró el alma.
No pasa nada... —balbuceé—. Notienes la culpa... —Escupí sangre y,cuando paró de apuñalarme, me toqué lasheridas de la barriga—. Siempre serás mi paliducha...
Las piernas flaquearon y caí contra el camino empedrado. Unas risas, engendradas en la demencia del Pozo, resonaron para torturarme mientras mi amada se agachaba para culminar el sacrificio. Cerré los ojos y una lágrima resbaló por mi mejilla. Acepté que así tenía que ser, que mi vida serviría para sellar un oscuro ritual.
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