Capítulo 12

Nueve meses antes

Después de que los granos de polvo me desgarraran el cuerpo y el alma, traspasé la capa de nubes, inspiré con fuerza el aire de mi mundo y la nostalgia se adueñó de mí. El aroma frutal de los árboles que bordeaban el camino del sur de Vasmilov me trasportó aún más atrás en el tiempo: a una era de recuerdos extintos que jamás regresaría.

—Todo empieza y acaba aquí —pronuncié en voz baja mientras inclinaba la cabeza y observaba el reflejo de mi rostro en un charco—. Es la única forma de salvarla. —Las grietas en mi cara, junto con el brillo rojizo de mis ojos, me habían vuelto irreconocible—. Las entrañas del Pozo rugen, tienen hambre. Voy a hacer que engullan un festín podrido que no podrán vomitar.

Escuché los golpeteos de los cascos de unos caballos y el chirriar de las ruedas de un carro. Miré una última vez mi reflejo y me preparé para cometer el mayor de mis pecados y desprenderme de mi humanidad.

Pasé la mano cerca de mi rostro, una fina neblina se generó alrededor de la palma, camufló mi cara y me dio el aspecto de un hombre viejo y demacrado. Anduve despacio, fingí que me costaba avanzar y me detuve en medio del camino. Al ver el carro acercarse, hice como si me limpiara el sudor de la frente y moví la mano para saludar.

—Bienvenidos, viajeros —hablé con un falso cansancio, entre cortas respiraciones, nada más que los caballos se detuvieron—. ¿Qué les trae por aquí? ¿Son peregrinos que quieren ver al próximo elegido para alimentar al Pozo?

La bondad se reflejó en los rostros del matrimonio que viajaba en el carro.

—No, no venimos por el ritual —respondió la mujer.

La miré a los ojos verdes y vi más pureza de la que existía en el conjunto de fanáticos que habían elegido vivir en una ciudad próxima a la bruma. Tuve que esforzarme, no podía flaquear, era necesario, debía cumplir mi papel.

—Si no es mucho preguntar, ¿entonces a qué vienen al corazón del imperio? —Forcé un tosido y me encorvé mientras acercaba la mano a la boca para aparentar que contenía la tos.

La mujer miró al hombre y este asintió.

—Estamos de paso —contestó él—. Vamos a la feria de Khemb. —Bajó del carro y caminó hacia mí—. ¿Quiere que lo acerquemos al pueblo?

De nuevo tuve que confrontar otra mirada que reflejaba pureza, esta de unos ojos marrones que me contemplaban con preocupación y que sentían pesar por los males de la edad de un anciano.

—No quiero molestarles. —Negué con la mano, di un par de pasos, tropecé y caí contra las piedras del camino—. ¡Maldita sea! —Gemí al hacer un amago de levantarme—. Mi señora me va a matar. Siempre me dice que no me aleje tanto.

—No se preocupe. —El hombre quiso tranquilizarme e hizo un gesto a su mujer para que le ayudara a ponerme de pie—. Le llevaremos a su casa, con su señora.

Me pregunté si sería capaz de hacerlo, si de verdad me iba a arrojar al abismo para que me devorara y me diera las fuerzas necesarias para acabar con el ciclo maldito.

No fui quien decidió que ese miserable acto debía suceder y tampoco sabía quién determinó que tenía que ocurrir. ¿El Pozo? ¿El eco remanente de la agonía del dios muerto? ¿Algún ser del reino caótico cansado de existir en un ciclo sin fin? Era difícil saberlo, pero, aunque no fuera el que movió los hilos del destino hacia los acontecimientos que desencadenarían la desgracia, sí era verdugo y víctima.

Nada más que me levantaron, mientras me ayudaban a ir al carro, cerré los ojos y derramé mi última lágrima.

—Lo siento... —susurré con pesar.

El hombre me miró.

—¿Qué ha dicho? —preguntó, quizá pensando que desvariaba.

Abrí los ojos, inspiré y, fortalecida tras mi paso por el Pozo, abracé por completo la oscuridad de las profundidades de mi ser. Me separé de ellos, lo suficiente para cogerlos de las nucas y permitir que los marcaran algunos destellos rojizos que se filtraron por las grietas de mi piel.

Gritaron, sufrieron espasmos y espantaron a los caballos que se elevaron sobre las patas traseras y relincharon.

—¡Basta! —bramé con la mirada fija en los animales, que no tardaron en obedecer—. Y vosotros cumplid vuestra función —ordené al matrimonio.

La mujer y el hombre dejaron de sufrir espasmos, se dieron la vuelta, me miraron con devoción y asintieron. Me acerqué primero al marido y le susurré unas palabras que terminaron de doblegar sus pensamientos. Me giré, di un paso y murmuré una frase que sumió a la mujer en un deleite enfermizo.

—Que la esencia nos recoja —pronunciaron ambos, después de que unas siniestras sonrisas se dibujaran en sus rostros.

Me aparté del camino, esperé a que se subieran al carro y reanudaran la marcha. Los vi alejarse con la certeza de que se había sellado el destino y de que nada ni nadie lo detendría. Era culpable, tenía las manos manchadas de sangre, pero, si esa era la única manera de liberar a mi paliducha, hundiría mis manos en centenares de barriles a rebosar de sangre de inocentes.

Las nubes de polvo que me trajeron a mi mundo aparecieron detrás de mí y su zumbido me llevó a apartar la mirada del distante carro.

—¿El recuerdo? —pregunté al saber que me escuchaba la figura de huesos de niebla solidificada que me facilitó el camino al pasado.

—El recuerdo comanda a los Dhasgermi en busca de quienes te traicionaron. —Los susurros del resto de figuras de la sala alargada emergieron de la capa de nubes—. Quiere poner fin al intento de prender con más fuerza el hambre de la agonía.

Me giré y me fijé en la danza del polvo dentro de las nubes.

—Está de caza... —dije para mí mismo y me quedé pensativo unos segundos—. Voy a extinguir la locura y necesito verlo.

Los cuchicheos de las figuras se incrementaron.

—Si es que llegas a ser digno de frenar al caos, ¿estás dispuesto a pagar el precio?

Apreté los puños y los dientes.

—¿No lo acabo de demostrar? —espeté—. He iniciado el ritual de sangre.

Las voces de las demás figuras se silenciaron.

—Es cierto, pero, aunque el pasado está escrito, el futuro aún es incierto. El Pozo, de un modo retorcido, todavía conserva hilos rotos de pensamientos divinos. Ya no son parte del dios y ni siquiera representan su naturaleza corrompida por la demencia, pero sirven para que perdure el eco de la agonía. —Las otras figuras repitieron varias veces la última frase—. En nuestras manos solo está archivar dentro de las almas torturadas los acontecimientos que fluyen por la agonía. Servimos para que el goteo de lo que sucede alcance el profundo mar oscuro, pero, aunque ya no existan, también somos siervas de los primeros recuerdos. —El polvo de las capas de nubes se detuvo un segundo—. Nuestra naturaleza está ligada a la de un ser que nunca comprenderemos: un dios con el poder de sustentar infinidad de realidades. Aunque no lo conociéramos, su locura y su muerte nos crearon. Si somos útiles en el Pozo, es por él. —Los cuchicheos cobraron más fuerza—. Si aceptas nuestro consejo, antes de ir al encuentro del recuerdo, de los Dhasgermi y de los que te traicionaron, harías bien en buscar entre los hilos rotos.

Me cansé, estaba harto de ir de un lado a otro. Había cumplido mi parte para que sucumbiera la agonía del Pozo, la había alimentado con mi mayor sacrificio y quería que se me entregara lo que me pertenecía.

—Malditas brujas, no temo vuestra cháchara. Mucho antes de entrar en el Pozo pacté con los susurros de la compuerta dorada. Y, tras mis sacrificios, se me está otorgando un gran poder. No tratéis de jugar conmigo.

El silencio se impuso y ninguna palabra surgió de la nube durante varios segundos.

—Haces bien en no confiar más en las criaturas que moran en los rincones oscuros del Pozo, pero también harías bien en aprender a distinguir cuando tienes delante a una amenaza y cuando te ofrecen un consejo sincero.

Ladeé un poco la cabeza y observé el camino que conducía a Vasmilov.

—A vosotros, a los seres del Pozo, solo os interesa asegurar vuestra supervivencia y seguir satisfaciendo los deseos de vuestras almas oscuras. —Dirigí la mirada hacia la capa de nubes—. Aunque también teméis que el hambre de la agonía se vuelva incontrolable y os devore como a los condenados. Teméis que los monstruos que me traicionaron consigan crear un nuevo orden dentro del caos.

—Tienes razón —contestó la figura al cabo de unos segundos—. No queremos que la agonía nos devore, pero sí que deseamos que algo cambie. Queremos que alguien se imponga y dé sentido a un legado extinto.

Negué con la cabeza.

—Buscad a otro. Yo solo quiero una cosa: que mi paliducha sea libre, que no sufra más y que tenga una larga vida. Cuando consiga eso, me encargaré de que el Pozo se seque. —Los susurros de las figuras se tornaron más débiles—. ¿Esos hilos rotos de pensamientos divinos me darían más poder? Si los comprendiera, ¿no necesitaría al recuerdo?

La figura avanzó por la capa de nubes hasta que sus contornos fueron visibles.

—No tengo respuestas a eso, solo suposiciones. Nadie ha sido capaz de comprender los hilos, pero apostaría mi corrupta alma a que te sería más fácil moldear la agonía y manipular las difusas capas del Pozo. Podrías asegurar la victoria sobre tus enemigos. —Un portal de gotas de sangre en suspensión se creó a un par de metros de mí—. Aún puedes elegir, todavía no estás del todo atado por las cadenas del destino. Decide qué pasos darás pensando bien en qué quieres conseguir.

Sabiendo que aún no era rival para los monstruos que me traicionaron, bajé la cabeza y observé los destellos de las grietas de mis manos. Necesitaba la ayuda del recuerdo o más poder. Mucho más poder.

—Que la esencia nos recoja —dije en voz baja mientras caminaba hacia el portal.

Los murmullos de las figuras se silenciaron mucho antes de que la lluvia de sangre me golpeara y una leve atracción tirara de mí. Iba de un lado a otro, pero lo que acababa de hacer en Vasmilov, en la época en la que mi vida comenzó a hundirse en la miseria, me daba la seguridad de que mis pasos me conducían por buen camino.



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