Tenebrae

Mara no le había dirigido la palabra desde que salieron del domicilio de Enrique Colmenar. Valero se dio cuenta de que la joven se mordía la lengua para no estallar.
—Tenía que hacerlo. Estoy harto de tantas mentiras.
Mara resopló.
—¿Te das cuenta de en qué lugar has dejado al cuerpo de policía, al alcalde y a todo el gobierno, destapando de esa forma una información reservada? Parecía que tuvieras algo en contra de ese pobre hombre. ¿Crees que es normal que le sueltes que su hija fue asesinada así, de sopetón?
—¿Información reservada? Bonita manera de nombrar lo que no es más que una mentira.
—Una mentira, sí, pero con un fin. Evitar que cunda el pánico entre la población.
—Una noticia como esta no puede esconderse, Mara. Tarde o temprano acaba descubriéndose por si sola y en ocasiones el mal que genera puede ser mucho mayor. Gracias a mí ahora tenemos una información que de otro modo nunca hubiéramos conseguido. Nunca se hubiera atrevido a contar lo que nos ha dicho si no hubiera confiado en nosotros, por eso le di los motivos necesarios para que confiase.
—¿Y qué nos ha dicho en realidad? ¿Qué su hija se veía con un hombre mayor?
—Un hombre mayor no. Un profesor universitario. Su profesor de historia del arte. Alguien que sin duda sabe bastante sobre mitología. Además, nos ha dado su nombre y su dirección: Carlos Ponce. Vive en la Calle Doctor Esquerdo, muy cerca de la plaza de Conde de Casal. Podemos investigarle.
—Todo ese asunto de la mitología me parece absurdo —dijo Mara —. A mí nunca me ha interesado la mitología.
—Ni a mí, pero forma parte de la personalidad del asesino. No es tan absurdo.
—Está bien, investigaremos a ese profesor. Lo único que quiero que quede claro es que antes de tomar una decisión como esta, lo consultes conmigo. Tu único cometido es el de asesorarme, no ponernos a todos en ridículo.
—Lo haré —contestó Valero —. La investigación es tuya. Lamento mi comportamiento, de verdad...

.

Llegaron a la plaza de Conde de Casal en apenas quince minutos. Mara y Damián se disponían a buscar un aparcamiento para el coche, cuando el teléfono de la inspectora sonó. La llamada era del comisario Feijoo y por su tono de voz Mara dedujo que algo importante ocurría.
—¿Qué sucede? —Preguntó Valero cuando su compañera terminó de hablar por teléfono.
—Por lo visto es algo referente a la autopsia de tu sobrina Verónica, no me lo ha aclarado, pero creo que han encontrado algo relevante. Ha dicho que volvamos a comisaría inmediatamente —Mara no explicó nada más y Damián arrancó el vehículo para retomar su camino, donde llegaron minutos después.
Dejaron el automóvil en el aparcamiento de la comisaría y acudieron hasta el despacho de su superior sin entretenerse.
—¿Qué ocurre? —Preguntó Mara, en cuanto la puerta del despacho se cerró tras ellos.
Feijoo se acercó hasta su amigo y le tomó del brazo.
—Lo siento mucho, Damián, pero la autopsia ha confirmado que se trata de Verónica. Sé que tenías la esperanza de que no fuese ella, sin embargo no es así.
Damián Valero asintió con seriedad. Tan solo un ligero temblor en sus manos denotaba la terrible experiencia por la que estaba pasando.
—Hay otra cosa —continuó Feijoo —. Han encontrado algo que tal vez nos dé una pista sobre el asesino. Se trata de una nueva nota. Estaba alojada en la garganta de la víctima y la prueba grafológica ha demostrado que es la misma letra que la de la nota que encontramos con anterioridad.
—¿Qué dice esa nota? —Preguntó Valero.
—Son apenas un par de líneas, pero esta vez resulta algo mucho más comprensible. Se trata de una frase en latín: In lucem edere tenebrae que se traduce por: Dar luz a las tinieblas. También hay una fecha: Maius XV-XIX. ¿Quince de mayo del 2019?
—¿Qué significa todo eso? —Preguntó de nuevo, Damián.
—¡Ojalá lo supiéramos! —Respondió Feijoo —. Podría tratarse de una advertencia. Según la nota anterior, nuestro asesino debía de luchar con los guardianes. Quizá vosotros seáis para él unos de esos guardianes o tal vez signifique otra cosa. No lo sé. Lo importante es que solo faltan diez días para el quince de mayo y hemos de estar preparados para cualquier eventualidad.
—¿Vas a ponernos protección?
—No. Sé que contigo no funcionaría, a no ser que tú estés dispuesto.
—Ni hablar —respondió Valero—. Para eso ya tengo a Mara y no creo que ella tampoco esté dispuesta a llevar escolta.
La joven asintió.
—Pero me gustaría disponer de un arma —continuó Damián—. Solo por precaución.
—Eres un civil y no creo que hayas renovado tu licencia de armas.
—Te equivocas. La tengo al día.
—Veré qué se puede hacer. Hablaré con el director. No quiero ser yo quien deje por ahí suelto a un jubilado armado.
Damián sonrió ante el chiste de su amigo.
—Uno nunca se llega a jubilar del todo. No de este trabajo, amigo mío.
—En eso llevas mucha razón. Ahora contadme qué habéis averiguado vosotros.
Fue Mara quién contestó.
—Tenemos información sobre una persona que al parecer estaba saliendo con una de las víctimas, Helena Colmenar. El padre de la joven ocultó esa información cuando fue entrevistado por la policía, pero Damián ha sido capaz de sonsacárselo. Su nombre es Carlos Ponce y es profesor de historia del arte en la Universidad Complutense. Había pensado acudir a su domicilio para entrevistarnos con él.
—Me parece buena idea —dijo Feijoo —. Mantenedme informado. También creo que sería interesante que buscaseis cualquier tipo de conexión entre ese profesor y las otras jóvenes asesinadas. Tiene que haber un móvil entre ellas, algo que las haga atractivas a los ojos de ese demente y es en eso en lo que debemos centrar nuestros esfuerzos.

...

El profesor Carlos Ponce no puso ningún impedimento cuando la inspectora Mara Guzmán y su acompañante le indicaron que querían hablar con él.
—Les estaba esperando desde hace tiempo—dijo el profesor, invitándoles a entrar —. Empezaba a pensar que nunca llegarían a enterarse.
—Conocía usted a Helena Colmenar, ¿verdad? —Preguntó Mara.
—Sí, la conocía. Era alumna mía. Eso ya se lo dije a la policía en su momento.
—Era algo más que una alumna, ¿no es así?
—Teníamos una relación, efectivamente.
—¿Por qué nunca lo comentó?
—Quizá porque deseaba evitarme problemas. No murió atropellada, ¿verdad? Tuve la duda desde el principio.
—No, fue asesinada —contestó Mara y Damián asintió—. ¿Cuándo fue la última vez que la vio?
Carlos Ponce dudó antes de contestar.
—Estuve con ella el día que desapareció. La dejé en casa de sus padres a mediodía, después de haber pasado la mañana con ella. Después recibí la noticia de su muerte. Nunca más volví a verla.
—Según la declaración de los padres de esa joven, Helena recibió una llamada de teléfono el día que desapareció. La llamada pertenecía a un móvil con tarjeta prepago y nunca averiguamos quién realizó esa llamada. ¿Podría alguien tener algún motivo para querer hacerle daño a Helena?
—Helena era divertida y jovial. Nunca hizo daño a nadie, ni creo que nadie tuviese motivos para hacerle daño a ella. Quien la asesinó tuvo que ser alguien muy perturbado.
—¿Le dice algo el nombre de Erebus, profesor Ponce? —Fue Valero quien formuló la pregunta esta vez.
—¿Erebus? ¿Se refiere al nombre con el que los Griegos de la antigüedad se referían al infierno?
—Efectivamente. ¿Escuchó a Helena Colmenar referirse a ese nombre en algún momento?
—No, nunca. ¿Por qué les interesa ese nombre?
—Porque, profesor, ese es el nombre de quien asesinó a Helena.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top