Sine piletas

Lucas Garzón abrió la puerta de su casa en cuanto oyó el sonido de un automóvil aparcando frente a ella, luego hizo pasar al interior a Damián.
—¿Qué es eso tan urgente que tienes que contarme?
—Sé quién es el asesino, Lucas.
—¿Lo sabes?
—Así es.
—¿Y quién es, si puede saberse?
—Alguien muy inteligente, Lucas, o eso creía él. Alguien que ha ideado un astuto plan, sin darse cuenta de que hay un inconveniente en su trama y que ahora se ve atado de pies y manos sin saber qué dirección tomar.
—No te sigo, Damián.
—Lo entenderás. Lo entenderás todo, amigo mío, déjame explicártelo... Ese Erebus planeó su venganza, pues de eso mismo se trata, de una forma magistral. Nunca nadie llegaría a averiguar que los crímenes que cometía tenían un objetivo...
—¿Un objetivo?
—Sí, vengar una injusticia. Nadie, eso pensó él, podría atar cabos siendo las víctimas tan dispares entre sí y sin ninguna relación aparente, aunque esa relación exista. Pero dado el tiempo pasado entre un crimen y otro, encontrar esa peculiaridad era sumamente improbable. Eso, como digo, era lo que él pensaba.
—¿Y tú lo has descubierto? ¿Has encontrado esa relación? —Preguntó Lucas.
—Podría decirse que así es, aunque para ser sincero debería decir que ya conocía esa peculiaridad.
—¿La conocías?
—Sabía de ella porque yo mismo ideé ese plan.
—Ahora sí que estoy hecho un lío.
—Es muy fácil de comprender, Lucas. Ese plan lo ideé yo, porque soy el asesino...
Lucas esbozó una sonrisa que murió al instante al ver la seriedad del rostro de su amigo.
—¡Estás de broma! ¿O qué?
—No, Lucas, no es una broma. Yo maté a esas personas y lo hice por un motivo justificado. Necesito explicártelo, pero solo si tú quieres seguir escuchando.
—¡No sé que coño estás diciendo, Damián, pero si es una broma no tiene maldita gracia...!
—¿Una broma? Tú me conoces, Lucas, sabes que nunca bromeo. Maté a todas esas personas porque ellas me arrebataron lo que yo más quería.
—¿Verónica?
—Verónica. Sí, amigo mío. Tú sabías de mi relación con Verónica. Un venenoso amor disfrazado de amor filial, pero que iba mucho más allá de la relación entre un tío y su sobrina. Verónica lo era todo para mí, Lucas. La muerte de Gloria fue culpa mía, al descubrir nuestra complicidad enfermó. La depresión en la que cayó después la llevó a la muerte, aunque yo nunca quise eso. Yo la amaba, Lucas, quería a mi mujer.
—Lo que pasó entre Verónica y tú no estuvo bien y lo sabes...
—No, no estuvo bien. Estaba obsesionado con Verónica, aún lo estoy después de todo este tiempo. Esos médicos fueron unos asesinos, Lucas. Unos criminales que nunca pagaron por su delito. La ley a veces no es suficientemente poderosa para actuar contra una injusticia. No cuando hay muchos intereses de por medio.
—Pero yo creía que Verónica había desaparecido y...
—Eso fue lo que di a entender, Lucas, al ver que tras su muerte sus asesinos no eran culpados y nadie recibía el castigo del que eran merecedores me llevé su cadáver y lo oculté. Quien la mató fue un hombre muy poderoso que, gracias a sus influencias, hizo pasar la muerte de Verónica por una negligencia médica, pero la verdad fue otra. Algo mucho más oscuro.
—Sigo sin comprender, Damián, lo siento.
—Esa lista de nombres que llegó hasta ti, a través de tu amigo Mejías, la envié yo. Esos siete nombres son los de mis víctimas. Tras la muerte de Gloria, Verónica trató de quitarse la vida al sentirse culpable. Gracias a Dios, yo pude darme cuenta de sus intenciones y la encontré sin conocimiento en su habitación, se había cortado las venas con un trozo de espejo roto y había perdido mucha sangre. Rápidamente la trasladé al hospital. Allí, el jefe del departamento de cirugía: Rodrigo Guzmán, alguien a quien nunca podré dejar de odiar, se hizo cargo de Verónica. Mi sobrina nunca salió con vida de la sala de operaciones, pero la razón de su muerte no fueron las heridas que ella misma se autoinfligió, sino otra. Verónica fue asesinada para que la hija de Rodrigo Guzmán pudiese vivir. Su hija se llama Mara. Se trata de la inspectora Mara Guzmán. La persona de la que estoy empezando a enamorarme. ¿Comprendes ahora? ¿Entiendes por qué debe morir ella también y por qué soy incapaz de terminar la labor que me he impuesto?
—¿Por qué me cuentas todo esto a mí, Damián?
—Porque ahora no sé qué hacer, amigo mío. Mara debe morir, pero no me veo capaz de hacerlo. No después de haberla conocido. Es por eso que quiero que seas tú quien te encargues de ello, Lucas. Debes hacerlo por nuestra amistad y porque me lo debes.

...

Mara acababa de terminar de hablar con el comisario Feijoo y en su mente se dibujaban un sin fin de ideas, cada una más extraña que la anterior.
Si Verónica no había sido asesinada por Erebus, sino que su muerte se produjo en un hospital, ¿por qué ahora, ocho años después aparecía su cuerpo? ¿Quién había ocultado el cadáver durante todo ese tiempo? Y, ¿por qué lo hizo? ¿Cuál era la explicación?
Pensar en la muerte de esa jovencita en un hospital, trajo a su mente la imagen de su padre y de la joven que murió en sus manos. Claro que eso era impensable, no podría tratarse del mismo caso, ¿o sí?
Mara conectó su ordenador portátil y rápidamente hizo una búsqueda en Internet, hasta dar con una noticia sucedida ocho años atrás, pero no era la que buscaba, sino otra...
"Desaparece la sobrina del inspector de homicidios: Damián Valero... "
Mara leyó el titular que incluía una fotografía de la joven, sorprendiéndose al ver el tatuaje que Verónica llevaba en su hombro derecho... No podía ser, pero ¿Y si era cierto...?

...

—¿Estás loco, Damián? —Gritó Lucas —. ¿Cómo eres capaz de pedirme algo así?
—Tú conocías a Verónica, Lucas. Sabes lo preciosa que era. Lo inteligente y cariñosa. Lo imprescindible que era para mí. Ahora su corazón late en el cuerpo de una extraña. Su corazón, amigo mío. Eso fue lo que Rodrigo Guzmán le arrebató.
—No entiendo nada, Damián. ¿Por qué ocultaste su muerte? ¿Por qué haces que su cuerpo aparezca ahora? ¿Por qué todo esto?
—Para infundir miedo, Lucas. Para que ellos, de alguna forma, sepan que el castigo pende de sus cabezas. Solo faltan una persona para llenar esa lista: Mara, la hija de Rodrigo Guzmán. Después Verónica podrá descansar al fin en paz. Después, cuando todos sus asesinos hayan pagado.
—¿Por qué escondite su cadáver?
—Eso fue algo que no pude evitar. Al morir Verónica, el hospital silenció su muerte. No por nada uno de los mejores cirujanos de este país había sido su asesino y nadie quiso que se conociera la verdad. Negligencia médica, dijeron. Rodrigo Guzmán fue amonestado. Se le impidió volver a trabajar en un quirófano, como le sucedió al resto de su cuadrilla médica. Podría citar sus nombres sin temor a equivocarme. Carla Velasco, enfermera. Víctor Burgos, cirujano auxiliar. Enrique Colmenar, anestesista... Dio la casualidad de que todos ellos tenían hijas, por eso ideé ese plan. Unas hijas que desaparecieron misteriosamente para más tarde ser encontradas muertas. Ellos me arrebataron lo que más quería y yo hice lo mismo con ellos. A eso se le llama justicia, Lucas.
—Ahora sí que pienso que estás loco, Damián...
—Quizá, amigo mío. Loco de ira y desesperación. Loco de venganza.
—No pienso ayudarte, Damián. No soy un asesino y no quiero verme involucrado en todo esto...
—Imaginé que podrías negarte, aunque me dije a mi mismo que no lo harías. No después de lo que averigüe.
—No sé a qué te refieres.
—¿No? Después de todo sigues pensando que nunca acabaría por enterarme. Sé lo que había entre Gloria y tú. Sé que fuiste un gran amigo al tratar de consolarla cuando supo de mí infidelidad. Sí, te portaste como un verdadero amigo. La volviste loca con tus chismes sin darle un descanso. La querías para ti, ¿verdad? Y ella no dudó en traicionarme. Fue por eso por lo que tuve que tomar cartas en el asunto.
—¿Tú la mataste? —Lucas no podía creer lo que estaba escuchando.
—No fue muy difícil hacerlo, aunque sí doloroso. Yo seguía queriendo a mi mujer, Lucas, pero era una persona muy depresiva, tomaba a diario un montón de pastillas. Fue muy sencillo cambiar su medicación. Lo que nunca imaginé fue que Verónica tratase de quitarse la vida al sentirse culpable por su muerte.
Lucas hizo intención de agredir a Damián, pero este sacó una pistola de su bolsillo, apuntándole.
—No me dejas otra opción, Lucas. He de atar los cabos sueltos.
—¿Vas a matarme? —Preguntó el periodista.
—Sí, después de que tú me obligues a hacerlo... cuando confieses tus crímenes, claro está. Necesito tiempo, Lucas y tú me lo vas a proporcionar. Les diré que fuiste tú quien mató a todas esas jóvenes y todos me creerán porque están ansiosos de atrapar a un culpable y yo les daré las pruebas necesarias para que lo hagan. Adiós, amigo mío.

Damián alzó la mano que sujetaba la pistola con desgana. Después disparó.

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