Recordatio
—No crees que se trate de él, ¿verdad? —Preguntó Mara tras haber abandonado el domicilio del profesor Carlos Ponce.
—No. No encaja con la imagen que tengo de Erebus en mi mente —respondió Valero.
—Yo tampoco creo que sea él. Creo que nuestro asesino es más...
—¿Intrincado?
—Algo así. ¿Qué imagen tienes tú de esa persona?
—Para empezar no me lo imagino como una persona —respondió Damián —. Tampoco es que lo considere un monstruo, sino algo inhumano. Ser capaz de cometer ese tipo de crímenes revela un buen montón de problemas mentales.
—¿Un loco, entonces?
—Tampoco es esa la percepción que tengo de nuestro asesino. Loco es una palabra demasiado sencilla para definirlo. Complejo es mucho más acertado. Creo que es alguien muy inteligente, frío, calculador y carente de emociones. Y tú, ¿cómo te lo imaginas?
—Tengo una idea bastante aproximada de quién es Erebus. Es inteligente, sin duda, pero también noto en él desesperación. Creo que, en su mente, todos estos asesinatos tienen una razón de ser y tan solo desea mostrarnos el camino hacia una resolución. Creo que Erebus quiere desesperadamente que lo atrapemos.
Valero la observó con asombro.
—Estudié psiquiatría forense en la Universidad y también criminología —explicó Mara, casi como si tuviera que justificarse —. Erebus no entra dentro del perfil de un psicópata ni de un sociópata. Es mucho más intrincado que eso, como tú bien has dicho. Estoy convencida de que entre las pistas que nos ha dejado pueden hallarse las pruebas para atraparlo, pero también sé que no cesará en sus crímenes hasta haber completado la tarea que tiene en mente, sea esta la que sea.
La extrañeza dejó paso a la admiración en el rostro de Damián Valero.
—Estoy sorprendido —dijo —. ¿Por qué crees que quiere que lo atrapemos?
—Porque está deseando contarle al mundo la injusticia de la que fue objeto.
—Pues atrapémoslo y así cumpliremos sus deseos —dijo Valero.
—La cuestión es que no se va a dejar atrapar fácilmente. Sería algo así como un deshonor para él. Va a pelear hasta el final y puede que al final no se deje coger con vida.
—Ahora ya sé el porqué de la confianza de Feijoo en ti, Mara. Eres muy intuitiva aparte de una gran profesional.
—Gracias —respondió la joven divertida —. Ahora quisiera pedirte un favor, Damián.
—Tú dirás —sonrió él a su vez.
—Mi hijo está a punto de salir del colegio y Marta, la joven que normalmente se encarga de ir a recogerlo me llamó esta mañana diciendo que no podría hacerlo hoy. Tiene a su madre enferma y ha de acudir con ella al hospital, es una mujer muy mayor y...
—No hay problema —contestó Valero, sorprendido una vez más. Nunca hubiera imaginado a esa joven casada y con un niño—. ¿Dónde está el colegio de tu hijo?
—No está lejos de aquí. Es en la calle Goya. El colegio es Nuestra Señora de Loreto.
Valero comprendió que estaban relativamente cerca. De Conde de Casal a Goya no había mucha distancia.
—No sabía que estuvieses casada...
—Y no lo estoy. Soy madre soltera. ¿Se te hace raro?
—No...Claro que no —contestó Damián—. Pero a cada momento no dejas de sorprenderme...
—No suelo ser pródiga en dar explicaciones sobre mí misma. Creo que mi carácter lo heredé de mi padre.
—Tú padre era médico, ¿verdad?
—Sigue siéndolo. No piensa jubilarse nunca y ya casi tiene sesenta y cinco años. Ahora en vez de trabajar en el quirófano, pertenece a la dirección del hospital en el que trabaja. La clínica Saluter, ¿la conoces?
—¿No es ahí donde acuden todos los ricos y famosos?
—Así es.
—No entiendo por qué no dedicas más tiempo a tu hijo, teniendo un padre así, forrado de pasta y todo eso... Se ve que te gustaría estar más con él.
—Mi padre y yo no solemos compartir el mismo punto de vista sobre la mayoría de las cosas. Él siempre quiso que estudiase medicina y yo decidí estudiar psiquiatría y aunque, ciertamente se trata de una disciplina médica, no era la idea que tenía mi padre en su cabeza. Quizá seamos tan parecidos el uno al otro que nos es imposible estar juntos. Mi orgullo y sí, soy muy orgullosa, lo reconozco, me impide pedirle ayuda. Claro que él tampoco es de los que te la ofrecen a cambio de nada.
—Entiendo —afirmó Valero.
—Cuando decidí ingresar en el cuerpo de policía mi padre me desheredó. Para él era una humillación que su propia hija trabajase en algo tan, y son palabras suyas, tan deshonesto. Hace ya ocho años que no sé nada de él.
—¿Y tu madre, Mara?
—Ella murió cuando yo tenía doce años. Pasé mi infancia en varios colegios internos estudiando en el extranjero. Al cumplir la mayoría de edad decidí hacer que mi vida fuese mía de verdad. Fue entonces cuando conocí al padre de Rubén, mi hijo. ¿Qué se puede decir? Teníamos dieciocho años recién cumplidos y la cabeza llena de pájaros. Cuando me quedé embarazada, Alberto desapareció. Me negué a abortar tal y como era la idea de mi padre y decidí criar a mi hijo yo sola. He de reconocer que fue gracias al dinero de mi padre por lo que pude estudiar y criar a mi hijo al mismo tiempo. Creo que fue la única cosa que hizo por mí en toda mi vida. Para él era impensable que una hija suya no fuese a la universidad...
Mara dejó de hablar durante un instante, avergonzada.
—Debo de estar aburriéndote de mala manera. Cuando me pongo a hablar no paro y...
—No me aburres, Mara. Me pareces alguien muy interesante.
—No digas tonterías... ¿Interesante, yo? ¡Qué ridículo!
Ninguno dijo nada durante un rato muy largo, hasta que por fin llegaron a la calle Goya, esquina a doctor Esquerdo y Damián Valero buscó un sitio para aparcar. Misión imposible en algunas zonas de Madrid.
Mara se colocó frente a la puerta del colegio cuando ya algunos niños comenzaban a salir. Uno de ellos, un chaval de ocho años, corrió a sus brazos al descubrir su rostro entre la multitud.
—¡Mamá! —Gritó el niño entusiasmado. Mara lo abrazó y le cubrió de besos —¡Has venido!
—Te prometí que lo haría —Mara se volvió hacia Valero —. Damián, te presento a mi hijo, Rubén.
El antiguo policía tendió su mano y el niño se la estrechó.
—Es un placer conocerte, Rubén.
—Damián es un compañero del trabajo —explicó Mara, al ver la desconfianza en los ojos de su hijo —. Me está ayudando a resolver un caso muy difícil.
—¿Un asesinato, mami? ¿Vais a atrapar a un asesino?
Mara asintió algo azorada.
—La televisión. A esta edad ya entienden de todo...
—No tienes de que preocuparte. Yo a su edad veía a Kojak, los hombres de Harrelson y al detective Colombo —confesó, Valero—. Sabía más de crímenes y de asesinatos que lo que nunca llegaron a saber mis padres en toda su vida. Si queréis puedo acercaros a vuestra casa, no me importa ser chófer por un día.
Mara sonrió y aceptó la proposición.
Llegaron a casa de Mara media hora más tarde y ella invitó a Damián a entrar.
—Déjame recompensarte por las molestias —dijo.
—En ningún momento ha sido una molestia, pero aceptaría encantado una cerveza.
La cerveza estaba fría y la conversación era agradable. Damián se sentía a gusto allí, en aquel pequeño hogar que tantos recuerdos le traía.
—¿Cómo es que no hayas vuelto a salir con nadie, Mara? —Preguntó Damián y ella no pudo reprimir un gesto de sorpresa—. Eres joven y bastante sexy, para ser policía, claro.
—¿Tan obvio es?
—No, en absoluto, pero sé ver las diferencias.
—Últimamente he estado muy ocupada. Ya sabes, el trabajo me absorbe y también está mi hijo...
—Lo entiendo.
—¿Lo de sexy iba en serio?
—Yo nunca bromeo con las cosas importantes —contestó Damián.
—Tú tampoco estás nada mal para... —Mara se calló, dándose cuenta de que iba a cometer una indiscreción.
—Para ser tan viejo, ¿no? Tienes razón. Ya no soy ningún jovenzuelo.
—Lo siento —reconoció Mara—. No era mi intención decir eso...
—Pero es la verdad. El tiempo, Mara, es como un tren que no se detiene. Va de estación en estación sin detenerse nunca. La única forma que tienes de tomarlo es saltando al vacío, pero a veces es incluso demasiado tarde para eso.
Damián apuró su cerveza y dejó el botellín sobre la mesa.
—Creo que debería irme.
—Por qué no te quedas. Aún tengo más cervezas en el frío y además soy bastante buena cocinera. Podríamos cenar lasaña...
—Gracias, Mara —Damián se levantó—. Quizá en otra ocasión.
—Sí, claro...
—No vemos mañana. Despídeme de Rubén, ¿vale?
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