Miraculum
—Te presento a Mara Guzmán —dijo Feijoo cuando la joven acudió a su despacho por orden suya —. Mara, él es Damián Valero, antiguo policía y amigo mío. Te ayudará en este caso, asesorándote.
Mara observó a Valero, incrédula.
—Sé lo que piensas, Mara —dijo Feijoo—. Crees que puedes valerte por ti misma para atrapar a ese asesino y también sé que probablemente es así, pero la ayuda de Damián es decisión mía. Quiero que colaboréis juntos.
—A sus órdenes —dijo la joven con una sonrisa malhumorada.
—Damián tiene bastante experiencia en este tipo de casos y...
—¿Este tipo de casos? —Le interrumpió Mara —. No creo que haya habido nunca un caso como este.
—El tipo de casos en los que su experiencia puede resultarte útil y si vuelves a interrumpirme cuando estoy hablando, te meteré un expediente por insubordinación que te hará mearte de la risa. ¿Me has entendido?
Mara no contestó, pero su mirada reflejó algo más que desdén.
—Este caso es único, como tú dices, Mara —admitió Valero, tratando de ayudar a que las aguas se calmasen —. Pero mi experiencia con otro tipo de asesinos puede serte de gran ayuda, como bien dice Carlos.
Ella asintió sin decir palabra.
—Quiero que pongas a Damián al día, Mara. La joven que encontraste ayer era su sobrina —continuó diciendo el comisario.
Mara observó a Valero, reconociendo en su interior que había metido la pata.
—No lo sabía. Lo siento.
—No tenías por qué saberlo. Quiero ayudar a detener a ese hijo de puta, Mara y creo que esa también es tu intención, ¿no es así?
—Lo es. Atraparé... Atraparemos a ese mal nacido.
—Me intriga bastante esa, digámoslo así, obsesión con la mitología que parece tener nuestro Erebus —dijo Valero —. ¿No habéis pensado que pudiera tratarse de algún profesor?
—No tenemos datos suficientes para sospechar de nadie en especial —contestó Mara —. Personas con las mismas características físicas de Erebus: Varón, caucásico, de entre treinta y cincuenta años, pelo moreno, hay miles, si no cientos de miles. En realidad no sé por dónde empezar.
—Lo que yo haría primero es tratar de averiguar cuales de esas jóvenes son ríos y cuales son vientos y en que se diferencian unas de otras para incluirlas en dos categorías diferentes. ¿Qué sabemos de esas jóvenes asesinadas? ¿Cuál es el vínculo entre ellas? ¿Por qué las eligió?
—Todas ellas tienen características físicas diferentes —explicó Mara —. Había gruesas y delgadas, rubias, morenas e incluso una pelirroja. Altas y bajas. No creo que las elija por su físico.
—¿Sus trabajos? ¿Eran estudiantes?
—Cuatro de ellas estudiaban en distintos institutos y universidades. No hay nada que nos indique que se relacionaban entre ellas. Ni chats de Internet, ni redes sociales. Ni siquiera acudían a la misma biblioteca. Las otras trabajaban en distintos negocios. Una era dependienta de una boutique, otra camarera en el hotel Palace, la tercera abogada, en un bufete bastante importante y...
—Mi sobrina —terminó la frase Valero, respirando profundamente —. ¿Qué sabemos de ella?
—Nada de nada. No hemos encontrado ni rastro de ella en los últimos ocho años, desde que se la dio por desaparecida.
—Por lo tanto tuvo que permanecer oculta en algún lugar. Hoy en día es casi imposible pasar desapercibido en esta sociedad. ¿Tarjetas de crédito?
—Ninguna a su nombre.
—¿Conexión a internet? ¿Facebook? ¿Quién no dispone de Facebook hoy en día?
—Lo hemos comprobado —explicó Mara —. Nadie con su nombre aparece en ninguna cuenta de Internet. O mejor dicho hay bastantes personas con su mismo nombre y apellido, pero ninguna es ella. No existe, tal y como todos existimos en la red.
—¿Ni tan siquiera un móvil a su nombre? Cuando vivía con nosotros, le regalamos uno. Apareció unos días después de su desaparición, por lo que supusimos que lo llevaba consigo en el momento de desaparecer.
—Su teléfono móvil ha permanecido en silencio durante estos ocho años... Bueno, no del todo. En realidad si aparece un número, al principio alguien llamó insistentemente a ese número...
—Lo comprobé personalmente —dijo Feijoo —. Fuiste tú, Damián. Intentaste contactar con ella, ¿verdad? Hasta que encontramos el teléfono llamaste a ese número más de un centenar de veces.
—Lo intenté todo, pero nunca logré nada. Fue como si se la hubiera tragado la tierra. Rastreamos su móvil y al final lo encontramos. Estaba en un vertedero en las afueras de Madrid. No había ninguna pista más.
—¿Qué tenía de especial su sobrina, Valero? —Está vez le tocó preguntar a Mara.
—Era muy especial para su tía y para mí. La adoptamos como hija nuestra cuando sus padres murieron, por lo que puede decirse que era una hija para nosotros. ¿Qué tenía de especial para el asesino? Eso no lo sé.
—¿No pensó que su desaparición pudo tener algo que ver con su trabajo? ¿Alguien que le odiase? ¿Algún incidente?
—Fue lo primero que pensé. Pero no logré relacionar ninguno de mis casos con su desaparición.
—Pues parece que estamos en un callejón sin salida —reconoció Mara —. Si ninguna de esas jóvenes se parecía, ni tenían los mismos intereses, ni se conocían entre ellas, ¿qué es lo que tienen para que ese individuo se interese por ellas?
—Puede que solo sea fruto del azar. Estar en el momento menos apropiado y en el lugar equivocado.
—No lo creo. Esa nota dice bastante sobre él. Es un hombre desesperado que hará cualquier cosa para recuperar lo que, según dice, le arrebataron. ¿Una esposa? ¿Una amante? ¿Una hija? Está dispuesto a cometer los crímenes que sean necesarios con tal de recuperarla, sin importarle el costo de vidas y sin ningún tipo de remordimiento. Yo creo que está loco. Loco de dolor. Esto parece una venganza.
...
El profesor de historia Ricard Güell acababa de terminar su clase en la universidad Complutense, cuando se vio abordado por alguien a quien en un principio no reconoció.
—¿Lucas? ¿Eres tú?
—El mismo, profesor.
—¿Cuántos años hacía que no nos veíamos?
—Demasiados. Creía que ya estaría usted retirado.
—Aún sigo aquí, pero no por mucho tiempo más, pienso jubilarme este año—confesó el profesor —. Leí tu artículo en el periódico, sobre la política a través de la historia. Me pareció muy bien enfocado.
—El camino de la política y el de los ladrones de bancos siempre ha seguido un rumbo paralelo, lo verdaderamente difícil es no confundir a los unos con los otros —contestó Garzón con una sonrisa cínica —. Yo también he tenido el placer de leer su último libro. Ese que trata sobre los mitos antiguos y su imagen en el mundo actual y es por eso por lo que he venido a verlo.
—¿Desde cuándo te interesa la mitología? —Le preguntó su antiguo profesor. Ricard Güell fue profesor de Lucas, cuando este cursaba sus estudios de periodismo en la universidad.
—Es por un amigo. Le estoy ayudando en su búsqueda.
—¿Una búsqueda real o una espiritual?
—Muy real, profesor. Mi amigo es policía y está buscando a un asesino. Un asesino que usa el nombre de Erebus para darse a conocer.
—Erebus. Oscuridad. Un nombre muy acertado para alguien de negro corazón como un asesino. Es raro que no haya oído hablar de ese tal Erebus en las noticias, con lo que les gusta a cierta clase de periodistas, por llamarlos de alguna manera, el morbo de un buen crimen.
—No siempre todos los crímenes salen a la luz. No cuando se trata de un asesino en serie.
—¿Un asesino en serie, aquí, en nuestro país? No me lo puedo creer.
—Pues créaselo, profesor. Los que están arriba, esos que usted ya sabe, nunca rinden cuentas con los que están abajo. Hasta que un buen día, esa misma gente que les vota, se canse de hacer el gilipollas y monte la de Dios.
—Eso nunca llegará a pasar. No mientras exista el fútbol y los toros y las fiestas y las borracheras. No en este país de borregos adocenados.
—Nada, que objetar, profesor. Como siempre le cedo a usted la última palabra.
—Ahora cuéntame qué buscas exactamente —preguntó Güell.
—Nuestro asesino dejó una nota. En ella habla de ríos y de vientos y de guardianes. Se la mostraré.
Garzón sacó una fotocopia de la nota del asesino y se la entregó al profesor. Una vez esté la hubo leído, asintió con la cabeza.
—Vamos a mí despacho —dijo —. Allí estaremos más cómodos.
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