Prólogo

p r o l o g o d e l a h i s t o r i a

El sol se hundía en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos carmesí y dorado que se reflejaban en las aguas del estanque del Pabellón de las Peonías. Kaede, la Primera Dama de la Peonía Roja, observaba el atardecer desde el puente de madera lacada, sus dedos acariciando distraídamente los bordados de su elegante kimono escarlata. El silencio del jardín privado solo era interrumpido por el suave murmullo del agua y el ocasional graznido de un cuervo en la distancia.

Detrás de ella, las luces del Ōkuden comenzaban a encenderse una a una, como luciérnagas despertando en la noche. Kaede sabía que pronto tendría que regresar a sus aposentos para prepararse para la cena con el Shogun, pero por el momento, se permitió disfrutar de estos últimos instantes de soledad.

— Kaede-sama — la voz suave de Akane, la Primera Dama del Lirio, interrumpió sus pensamientos. — Es hora de prepararse para la cena.

Kaede se volvió hacia su dama de compañía, una joven de rostro amable y ojos astutos. — Gracias, Akane. Estaré lista en un momento.

Mientras caminaban de regreso al Pabellón de las Peonías, Kaede no pudo evitar notar la tensión en el rostro de Akane.

— ¿Sucede algo, Akane? — preguntó en voz baja.

Akane miró a su alrededor antes de responder en un susurro. — Han llegado rumores, Kaede-sama. Se dice que el Shogun finalmente ha decidido nombrar a la nueva Chūgū.

El corazón de Kaede dio un vuelco. Sabía lo que eso significaba. Como la Primera Dama de la Peonía Roja, ella era la candidata más probable para ascender al rango de Chūgū, la concubina de más alto rango en el Ōkuden. Era un honor que muchas mujeres codiciaban, pero para Kaede, se sentía más como una jaula dorada.

— Entiendo — respondió Kaede, manteniendo su voz neutral. — Gracias por informarme, Akane.

Una vez en sus aposentos, Kaede se sentó frente al espejo mientras sus doncellas la preparaban para la cena. Observó su reflejo mientras le aplicaban maquillaje y arreglaban su largo cabello negro en un elaborado peinado adornado con horquillas de jade y oro. El kimono que habían elegido para ella esta noche era particularmente espléndido, de seda roja con intrincados bordados de peonías doradas.

Mientras las doncellas trabajaban, Kaede no pudo evitar pensar en cómo había llegado a este punto. Hacía apenas cinco años, era una joven común de una aldea en las montañas. Ahora, era una de las mujeres más poderosas e influyentes del imperio, segunda solo ante la futura Chūgū... un título que pronto podría ser suyo.

El recuerdo de su hogar trajo consigo una oleada de nostalgia. Recordó los campos de arroz que rodeaban su aldea, el aroma a tierra húmeda después de la lluvia, la libertad de correr por los bosques sin preocuparse por protocolos o etiqueta. Y sobre todo, recordó a Tsubasa, el misterioso cuervo gigante que había sido su compañero desde la infancia.

Un graznido agudo la sacó de sus recuerdos. Kaede miró hacia la ventana y vio a un cuervo común posado en el alféizar. Por un momento, sus ojos se encontraron y Kaede sintió un escalofrío recorrer su espalda. ¿Era posible que Tsubasa la hubiera encontrado después de todos estos años?

— Kaede-sama — la voz de una de sus doncellas la devolvió al presente. — Estamos listas.

Kaede se puso de pie, dejando que las doncellas ajustaran los pliegues de su kimono una última vez. Con un último vistazo al cuervo en la ventana, que ahora había desaparecido, Kaede salió de sus aposentos y se dirigió hacia el salón principal del Ōkuden.

El Gran Salón del Crisantemo estaba iluminado por cientos de lámparas de aceite, sus llamas danzando y proyectando sombras sobre los paneles de madera finamente tallados. El aroma del incienso se mezclaba con el de los platillos exquisitos que los sirvientes llevaban en bandejas de laca negra.

Kaede entró al salón con la gracia y dignidad que se esperaba de la Primera Dama de la Peonía Roja. Notó las miradas de admiración y envidia que le dirigían las otras damas del Ōkuden. Miyako, la Dama de la Peonía Blanca, le lanzó una mirada particularmente agria. Kaede sabía que Miyako también aspiraba al título de Chūgū y la consideraba su principal rival.

El Shogun, Tokugawa Yoshimune, estaba sentado en el lugar de honor, rodeado por sus consejeros más cercanos. Kaede se inclinó profundamente ante él antes de tomar su lugar asignado.

— Kaede-san — la saludó el Shogun con una sonrisa. — Espero que hayas tenido un día agradable.

— Ha sido un día bendecido por su generosidad, Shogun-sama — respondió Kaede con la formalidad requerida.

La cena transcurrió con la usual mezcla de conversación cortés y sutiles maniobras políticas. Kaede observó cómo los cortesanos competían por la atención del Shogun, cada palabra y gesto cuidadosamente calculado. Era un juego que ella había aprendido a jugar con maestría en los últimos años, pero esta noche se sentía inquieta, distraída.

Fue hacia el final de la cena cuando el Shogun se puso de pie, silenciando instantáneamente todas las conversaciones en el salón.

— Mis queridos súbditos — comenzó, su voz resonando en el silencio. — Como saben, el Ōkuden ha estado sin una Chūgū desde hace demasiado tiempo. Es hora de rectificar esta situación.

Kaede sintió que su corazón se aceleraba. Este era el momento que todos habían estado esperando.

— Después de mucha consideración — continuó el Shogun, — he decidido que la nueva Chūgū será...

En ese preciso instante, un estruendo ensordecedor sacudió el palacio. Los paneles de papel de las ventanas se hicieron añicos, y una ráfaga de viento helado invadió el salón, apagando la mayoría de las lámparas.

En medio de la confusión y los gritos, Kaede vio algo que hizo que su sangre se helara: una enorme figura negra se recortaba contra el cielo nocturno. Era un cuervo, pero de un tamaño imposible, tan grande como un caballo.

— Tsubasa — susurró Kaede, reconociendo instantáneamente a su viejo amigo.

Los ojos del cuervo gigante brillaban con una inteligencia sobrenatural. Fijó su mirada en Kaede y, para asombro de todos los presentes, habló con una voz que resonó en la mente de todos:

— Kaede, hija del crepúsculo y guardiana de secretos. Ha llegado el momento de que cumplas con tu destino. La Sangre del Cuervo te llama.

El caos se desató en el salón. Los guardias desenvainaron sus espadas, los cortesanos gritaban de terror, y el Shogun exigía explicaciones. Pero Kaede permaneció inmóvil, su mirada fija en Tsubasa.

En ese momento, todo lo que Kaede había conocido en los últimos cinco años —el lujo, el poder, las intrigas del Ōkuden— pareció desvanecerse. Sintió un tirón en lo más profundo de su ser, como si una parte de ella que había estado dormida durante mucho tiempo finalmente despertara.

Sin pensarlo dos veces, Kaede se levantó y corrió hacia Tsubasa. Los guardias intentaron detenerla, pero ella los esquivó con una agilidad que no sabía que poseía. Cuando llegó junto al cuervo gigante, este bajó su cabeza, permitiéndole subir a su lomo.

— ¡Deténganla! — gritó el Shogun, su voz mezclada con incredulidad y furia. — ¡Kaede, te ordeno que regreses inmediatamente!

Pero Kaede ya no escuchaba. Con un poderoso batir de alas, Tsubasa se elevó en el aire, llevándose a Kaede consigo. Mientras se alejaban del Ōkuden, Kaede miró hacia atrás una última vez. Vio el palacio iluminado, tan hermoso y opulento como siempre, pero ahora le parecía pequeño y distante, como un juguete abandonado.

— Tsubasa — dijo Kaede, su voz apenas audible sobre el viento. — ¿Qué está pasando? ¿Qué es la Sangre del Cuervo?

— Todo a su tiempo, pequeña Kaede — respondió Tsubasa en su mente. — Por ahora, debes saber que eres más de lo que crees. Tu destino está entrelazado con el futuro del imperio, y el camino que tienes por delante está lleno de peligros y maravillas por igual.

Mientras volaban sobre los bosques y montañas, alejándose cada vez más del mundo que Kaede había conocido, ella sintió una mezcla de miedo y emoción. No sabía lo que le deparaba el futuro, pero por primera vez en años, se sentía verdaderamente viva.

A la mañana siguiente, la noticia de la desaparición de Kaede se había extendido por todo el Ōkuden como un incendio forestal. En el Pabellón de las Peonías, Miyako, la Dama de la Peonía Blanca, observaba con satisfacción el caos que se había desatado.

— Parece que nuestra querida Kaede ha decidido abandonarnos — comentó con falsa preocupación a Sakuya, la Dama de la Peonía Rosa.

Sakuya, siempre más cautelosa, respondió en voz baja: — No deberías alegrarte tanto, Miyako. La desaparición de Kaede podría tener consecuencias que ni siquiera podemos imaginar.

Mientras tanto, en los cuarteles de la guardia del Shogun, un joven samurái llamado Takeshi escuchaba con interés los rumores sobre la misteriosa desaparición de la Primera Dama de la Peonía Roja. Algo en esta historia resonaba en lo más profundo de su ser, como si estuviera conectado de alguna manera con su propio destino.

Takeshi había llegado al Ōkuden hacía apenas unas semanas, asignado como guardia personal del Shogun. Era un guerrero hábil y leal, pero llevaba consigo un secreto: estaba en una misión personal para descubrir la verdad sobre la muerte de su familia a manos de un señor feudal corrupto.

— Dicen que un cuervo gigante se la llevó — comentó uno de los guardias. — ¿Pueden creerlo? Debe ser algún tipo de brujería.

Takeshi permaneció en silencio, pero su mente trabajaba a toda velocidad. Recordó una vieja leyenda que su padre le había contado cuando era niño, sobre una joya mística llamada "La Sangre del Cuervo" que tenía el poder de cambiar el destino del imperio.

En ese momento, Takeshi tomó una decisión. Iba a descubrir qué había pasado realmente con Kaede y qué conexión tenía todo esto con la misteriosa joya. Sabía que al hacerlo, podría estar poniendo en riesgo su posición y posiblemente su vida, pero algo le decía que este era el camino que debía seguir.

Mientras tanto, a kilómetros de distancia, Kaede y Tsubasa aterrizaban en un claro en medio de un bosque antiguo. El sol apenas comenzaba a asomarse por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos rosados y dorados.

— ¿Dónde estamos? — preguntó Kaede, desmontando con cuidado del lomo de Tsubasa.

— En el Bosque de los Susurros — respondió Tsubasa. — Un lugar sagrado, oculto de los ojos de los mortales comunes. Aquí comenzará tu verdadero viaje, Kaede.

Kaede miró a su alrededor, maravillada por la belleza sobrenatural del bosque. Los árboles parecían brillar con una luz propia, y el aire estaba cargado de una energía que hacía que su piel hormigueara.

— Tsubasa — dijo Kaede, volviéndose hacia el cuervo gigante. — Necesito respuestas. ¿Qué es la Sangre del Cuervo? ¿Por qué me has traído aquí?

Tsubasa la miró con sus ojos brillantes y sabios. — La Sangre del Cuervo es una joya ancestral de gran poder. En las manos equivocadas, podría traer destrucción al imperio. En las manos correctas, podría traer una era de paz y prosperidad. Y tú, Kaede, eres la elegida para encontrarla y protegerla.

Kaede se quedó sin aliento. — ¿Yo? Pero... ¿por qué yo?

— Porque llevas la sangre de los antiguos guardianes en tus venas — respondió Tsubasa. — Tu verdadera herencia ha estado oculta, incluso para ti misma, pero ahora es el momento de que despiertes a tu verdadero potencial.

En ese momento, un destello rojo captó la atención de Kaede. Miró hacia abajo y vio que un pequeño colgante que siempre había llevado consigo, un regalo de su madre, estaba brillando con una luz rojiza.

— Ese colgante — dijo Tsubasa — es la llave para encontrar la Sangre del Cuervo. Te guiará en tu búsqueda.

Kaede tocó el colgante, sintiendo su calor palpitar contra su piel. De repente, una serie de imágenes inundaron su mente: un templo antiguo oculto en las montañas, un ejército de sombras marchando, un samurái solitario blandiendo una espada brillante.

Cuando las visiones cesaron, Kaede se tambaleó, abrumada por la información que había recibido.

— No estás sola en esta misión, Kaede — dijo Tsubasa, su voz suave y reconfortante. — Encontrarás aliados en tu camino, algunos en los lugares más inesperados.

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