Capítulo 8: La pradera de los mil espejos

Hori y Fukugawa se despertaron repentinamente por un sonido de viento que se empezó a escuchar muy fuerte, y cerca de donde ellas se encontraban. Una de ellas levanta la cabeza y logra ver un dragón gigante volando por los cielos, aunque cuando empieza a descender, se empieza a notar que, en realidad, se trataba de un dragón pequeño que utilizaba la luz del día para engañar con respecto a su tamaño. Con un aterrizaje accidentado sobre una roca, la criatura observa a las dos féminas.


—Ja, veo que cayeron en la trampa, engañadas por el palabrerío de Kuripa. La verdad, creí que ustedes dos serían más inteligentes. Ja, Ja, Ja. —Fiki empezó a reír frente a ellas.


—¿Y tu quién eres? —preguntó Fukugawa con mucha curiosidad. Nunca antes había visto algo como eso. Un dragón tan pequeño era toda una novedad para ella.


—¿Vienes a jodernos la vida, maldito bastardo? Nosotras solas podemos salir de aquí, gracias por nada, Fiki. —Hori se acercó hasta la criatura con mucha agresividad. Ella sabía perfectamente quién era él, y cuales son sus intenciones.


—Uy, es la tonta que creyó que convirtiéndose en kunoichi podría enmendar todas las deshonras que cometió mientras era una yakuza. Y veo que tienes una alumna, ¿verdad? ¿Es para que siga los mismos pasos  que tuvo tu desgraciada vida? —dijo Fiki buscando provocar a propósito, una reacción de furia de parte de la rubia.


—Es cierto que como yakuza cometí muchos errores que hoy en día me avergüenzan mucho. Desearía poder volver a  aquellos tiempos y decidir no haberme metido con esa gente. Pero como kunoichi, también he hecho algunas cosas repudiables. Pero no me arrepiento de nada, porque ahora, todo lo que hago, es para ayudar en lo que pueda a Japón. Esas personas que maté, fue porque causaban caos y daño a las personas. —Hori se acercó un poco más a Fiki, y le habló gritando.


—¿También fue por ayudar a Japón, tus múltiples adulterios? ¿Y las veces que te aprovechaste de niños pequeños? ¿Acaso asesinar a tu propia hija es ayudar a Japón? Como sea, yo no vengo aquí a dar clases de buena conducta porque tampoco soy un ejemplo a seguir, sólo vengo a comentarles que fueron engañadas por Kuripa. Éste lugar es la famosa pradera de los mil espejos. Asi que se quedarán atrapadas aquí por siempre. Hasta luego.  —Fiki tomó vuelo y se alejó de ellas.


—¿Todo eso que dijo es verdad? —Fukugawa regresó hacia su maestra, quien se detuvo cabizbaja a pensar sobre todo lo que acababa de suceder. 


 —Y le faltaron algunas otras. Cuando Nakamura llegó a ser daimio de Osaka, fue porque su padre había sido asesinado unos días antes. Adivina quien fue la asesina. La economía se había arruinado por completo. El puerto trabajaba muy poco. Creí que teniendo un nuevo gobernante todo funcionaría mejor. Pero éste ni siquiera sabe gobernar. —comentó Hori con un tono de decepción.


—Lo importante ahora es salir de aquí. Ya tendremos tiempo para hablar después. Ese dragón dijo que esto era la pradera de los mil espejos. ¿Dónde estamos exactamente? —preguntó Fukugawa revisando una vez más, todo el paisaje que la rodeaba.


—La pradera de los mil espejos, es un lugar cíclico, infinito, del cual dicen que nunca se puede salir. Para ser más exacta, estamos dentro de un círculo mágico que proyecta una llanura, y cada vez que llegamos al final, regresamos al otro lado, estando así, atrapadas en el mismo lugar para siempre. Según algunas leyendas, es posible salir si encontramos la fuente mágica de esta esfera y la destruimos. —respondió Hori, quien inmediatamente comenzó a buscar por todos lados, intentando encontrar esa fuente de poder.


La joven de la katana robada, quiso hacerle una pregunta más, pero ella no le dio la oportunidad ya que se había marchado en búsqueda de esa fuente de magia, si es que ésta existía. Resignada, ella también empezó a colaborar en la búsqueda buscando por todos lados. Detrás y debajo de rocas, en madrigueras, y entre las hojas de los pocos árboles que había en el lugar. No encontraron nada, y cada vez se hacía más desesperante el intentar encontrar esa fuente.


De pronto, el dragón hace aparición una vez más. Esta vez ambas se encontraban separadas, asi que las juntó en el puente que pasaba por sobre el río.


—Ah, ¿con que buscando esa fuente, eh? ¿Tuvieron suerte en su búsqueda? —consultó Fiki de forma burlona. 


—Dinos dónde se encuentra, maldito. ¿Tu gente no la quiere a Fukugawa? ¿Cómo la tendrán si no puede salir de este lugar? —Hori habló de forma prepotente al dragón, quien daba la sensación de estar ignorando lo que oía, al detenerse a ver sus propias patas delanteras.


—Por empezar, no sé mucho, porque yo no soy el creador de este escudo mágico. Esto es obra de Araki, la capitana del ejército de Kyoto. Yo solamente tengo su autorización para atravesarlo para poder visitar a las personas que estén aquí atrapadas. Lo único que puedo decirles es que, para salir de este lugar, deben sacrificar algo que sea super importante para alguna de ustedes dos. Bueno, adiós y suerte. —Fiki se marchó rápidamente, una vez más.


—Otra vez se fue, sin decir mucho. —comentó Fukugawa viendo al dragón perderse entre las nubes.


—Al menos ya tenemos una pista importante para saber cómo salir de este lugar inmundo. Tendremos que sacrificar algo importante para alguna de nosotras —Hori se recostó sobre el césped—. Lo único importante para mí son las pertenencias que llevo en mi bolsa, pero no creo que le interese nada de lo que guardo aquí. —Revisó sus cosas en busca de algo que pudiera ser del interés de Araki.


—¿Y qué cosas podrían interesarle a ella? Sirve a Yoshida, de Kyoto, por lo que no me extrañaría que quiera tu vida. —respondió la joven, intentando dar una posibilidad.


—No lo creo. Mi muerte no le afectaría en nada, asi que no podría tal condición —La rubia se detuvo a pensar durante unos momentos en los que el silencio abrupto invadió aquél lugar—. Ella es una demonio de la lujuria. Asi que podría ser que...momento. Aquella vez, cuando te salvé de esos hombres de Kyoto...ellos dejaron tu himen intacto, ¿verdad? —La mujer de los tatuajes se acercó rápidamente hacia su nueva aprendiz.


—¿A qué viene esa pregunta? —consultó Fukugawa, levemente asustada.


—Puede que a eso sea lo que se refería Fiki. Ella debe querer la energía oscura derivada  de la pérdida de tu virginidad para aumentar su propio poder. No es de extrañar que algo así sea el caso.


—¿Y por qué debería ser de así exactamente? —La joven estaba bastante desconcertada con respecto a las palabras que acababa de oír.


—¿Y qué otra cosa querría? Ella es una demonio de la lujuria, no de los juguetes infantiles. Te has convertido en nuestra llave para salir de este lugar. Permíteme darte mi confianza. 


En silencio. Fukugawa tomó una rama que se encontraba en el suelo, caminó hasta unos pastizales altos, y allí se desvistió por completo. Se recostó sobre la brillante hierba de la zona, y se acomodó, con las piernas separadas, para insertarse aquel trocito de algún árbol. 


Ella empezó a sentir mucho dolor, físico y emocional. Se le venía la cabeza aquel momento en el que, afortunadamente, fue salvada a tiempo por Hori.  Todo eso le recordaba ese instante. 


Pasaron, aproximadamente, unos cuatro minutos, hasta que, en la distancia, Hori divisó un casi cegador, halo de luz rosa, que caía sobre su nueva pupila, hasta envolverla completamente. De un momento a otro, esa luz desapareció completamente, y el paisaje alrededor comenzó a cambiar. 


El césped se volvió de un tono verde muy oscuro, el bello cielo celeste despejado, cambió por unas nubes que cubrían completamente esa vista. Los árboles de cerezos, fueron reemplazados por abedules, y el fin del ciclo infinito de siempre recorrer el mismo lugar, permitió ver a lo lejos, una casa de madera solitaria, ubicada justo al borde de un lago muy grande. 


—Llegamos. Finalmente, llegamos. —Hori sonreía enormemente, por haber llegado hasta el lugar que buscaban, mientras Fukugawa se acercaba a ella, arrojando la rama lejos de ella, y llevando la ropa sobre sus brazos, mientras intentaba hacer un esfuerzo por mostrarse sonriente, a pesar de la tristeza que sentía. 





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