Capítulo 12: Las leyendas tienen su precio
Una brisa soplaba muy levemente. Algunas hojas de árboles flotaban en el aire con dirección hacia ningún lugar en específico. Sobre un tocón, yacía firme, un muñeco de trapo que al cabo de unos pocos segundos, fue cortado al medio por un preciso movimiento de la katana de Kaneko. Unos aplausos se escuchó detrás de ella. Era Hori, quien le permitió tomar un descanso de la limpieza, practicando un poco el uso de la katana. Podría haber 'descansado' de mil formas más, pero la joven prefirió aprovechar ese tiempo para aprender a manejar mejor el arma que le robó al daimio de Osaka.
—Bueno. Hora de que continuemos la limpieza. Todavía nos queda bastante por delante. —Ambas ingresaron a la solitaria casa rodeada por paisajes montañosos. En su interior, el caos continuaba, pero, al menos, ya no era tanto. Aún había polvo y telarañas en la mayoría del mobiliario, aunque en menor cantidad.
En cuanto ingresaron, Hori se atrevió a abrir una abertura de madera que cubría las ventanas como si fueran cortinas, sólo para revelar vidrios tan sucios que no dejaban pasar la luz del exterior, ni siquiera un poquito. Fukugawa tomó un trapo húmedo y se agachó para limpiar el suelo, cubierto de tierra, polvo, y con muchas marcas de pisadas, mientras que la rubia empezó a devolverles su belleza a esas mugrientas ventanas.
Al caer la noche, esa solitaria casa ya se encontraba bastante limpia. Al menos, ya se podía decir que era un lugar habitable. Ambas chicas, salieron a caminar por los alrededores en busca de un animal que les pudiera servir de alimento, pero al no haber encontrado nada, regresaron y cenaron las provisiones que Hori había preparado para el viaje desde Osaka, hasta ese lugar.
—¿Nakamura estará loco por haber perdido su arma? Pregunto por curiosidad, digo, no creo que esté contento. —comentó Kaneko, mientras se preparaba para comer,
—Ya habrá mandado a hacer otra similar, pero de todas formas, debe estar con la sangre en el ojo. Va a querer encontrarte y recuperar su verdadera arma. —respondió su nueva maestra sin siquiera pensarlo.
—Por cierto, nunca presté atención a la leyenda que está escrita con oro en la hoja de la katana. —Fukugawa tomó aquella arma y la revisó, para examinar ese texto.
"La Luna es lo que nos da el poder, pero el Sol también. El Sol y la Luna están en una guerra constante. Ninguno de los dos defiende el mal o el bien, luchan bajo sus propios intereses. Cuando el poder de ambos se acabe, producto de esa estúpida guerra, la humanidad sufrirá las consecuencias. Sus guerreros de la Tierra, continuarán las batallas por ellos con el fin de preservar sus energías. Mi arma guiará a la Luna o al Sol."
—Frases raras, si las hay. Sinceramente, me cuesta entender cómo interpretar ese texto. No demuestra lealtad hacia el Sol o la Luna. Es como si estuviera justo en el medio. —Hori se encontraba muy pensativa.
—Tal vez esta arma fue hecha con el objetivo de terminar con la guerra entre la Luna y el Sol, para que ambos se alíen en favor de la humanidad. —Fukugawa también se quedó pensando tras leer esas palabras.
—Entonces, de ser así, haces mal en empuñar esa arma. ¿Acaso no eres consciente de la marca que llevas en tu espalda? Eres una guerrera de la Luna, y debes ser completamente leal a ella y a nada más. —La rubia subió el volumen de su voz.
—También puede ser un mensaje de aquel que aún no eligió su bando. Que está indeciso, y que se encuentra ante una toma de decisiones muy difícil para él. —La joven no paraba de encontrar interpretaciones para ese texto.
—Entonces esa decisión está ahora frente a ti. Sea como sea, esa arma ahora es tuya, y a lo que esté ligada, también será cuestión tuya. Si esa katana debe tomar la decisión entre luchar por el Sol, y luchar por la Luna, tu deberás decidir por ella. Pero tampoco es que tengas muchas opciones tampoco, ¿eh? —Hori terminó de comer y se quitó su traje de kunoichi, dejando su cuerpo desnudo listo para irse a dormir una vez más.
Fukugawa, con la cabeza llena de pensamientos relacionados a ese texto, se fue con ella a descansar. Estaba muy agotada por haber pasado el día limpiando.
***
La mujer arquera de vestido azul con cinturón blanco, caminaba a través de una llanura con poca vegetación, mas allá de el césped, y unos pocos árboles. Hacía bastante tiempo que, mientras más avanzaba en su caminata, más parecía morir la flora y la fauna a su alrededor, encontrándose, cada vez más seguido, con charcos de lava, o trozos de magma, rodeados por tierra reseca.
De pronto, se encontró con un temblor fuerte que sacudió toda la tierra debajo de ella, o por lo menos, la poca tierra y césped que ya empezaba a verse. Pronto, se reveló el motivo de aquel temblor. Un total de sies tentáculos gigantes de, aproximadamente, diez metros de altura, salieron desde el suelo y la rodearon completamente.
—Aléjate de Chimamire. —pronunció una voz extraña, con un ligero eco y que sonaba con un tono en extremo grave, y distorsionada.
Uno de esos tentáculos se preparó para atacarla, pero ella logró descifrar ese ataque, esquivándolo con un salto hacia atrás y respondiéndole con un flechazo letal. Los cinco restantes lanzaron embestidas en simultáneo. La mujer logró esquivar cuatro de ellos, pero el quinto la golpeó con fuerza en su abdomen.
Se levantó aguantando el dolor lo mejor que podía y apuntó su arco hacia el cielo.
—Querida Luna, bendice esta flecha para purificar este lugar de una presencia múltiple. —Disparó la flecha, pero cuando se encontraba a mucha altura, se cubrió con una luz blanca que, al desaparecer, reveló muchas flechas más en el lugar donde estaba la original, las cuales cayeron sobre los cinco tentáculos gigantes que aún yacían con ganas de luchar, generando una pequeña y corta explosión blanca muy brillante al impactar.
—Ehh...pronto...ya verás. —Esa extraña voz, sonaba como perdiendo su fuera, o tal vez era que se estaba alejando, ya que, tras oír eso, los tentáculos se sumergieron de vuelta bajo la tierra.
Sin decir una sola palabra, la mujer del vestido azul, siguió avanzando en la dirección donde se encontraba antes, hasta que se encontró con una ciudad de aspecto oscuro. Casas negras, un castillo negro, la mayoría de las ventanas de los hogares, cubiertos por cortinas negras a través de las cuales se podía observar que estaban iluminados por luces rojas. Y lo más impactante de todo, la ciudad completa estaba rodeada por un precipicio ubicado por encima de un gran lago de lava que resultaba más grande que la propia ciudad.
La vegetación y la vida animal era totalmente escasa allí, el suelo, había debajo de ser tierra y césped, para convertirse en basalto. La mujer se quitó toda la ropa que llevaba puesta encima, y tomó del interior de un bolso pequeño que cargaba, una camisa blanca, un pantalón a rayas rojas y negras, botas rojas, y una peluca color morado que peinó con una simple cola de caballo. Tras vestirse de esa forma, se colocó algo en los ojos que causó que, tanto sus pupilas como sus iris, cambien a un color rojo sangre.
Posteriormente, ella caminó hasta una roca grande que se encontraba no muy lejos, y la levantó para revelar una hoz que presentaba unas manchas con pintura roja que intentaban parecer sangre.
La mujer caminó con rumbo a la ciudad, arrastrando aquella hoz, y caminando torpemente, como lo haría un zombi.
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