Cortada en trocitos
Se levantó de la cama y cogió unas tijeras de la cocina. Fue hacia el baño y comenzó a cortar la camiseta de Goku en trocitos:
-Siempre me ha dado asco esta camiseta. Y tú lo sabías, ¿a qué sí? -decía mientras cortaba tiras de tela-. Ni siquiera la voy a donar, va a tener el mismo final que tú, cortada en trocitos y esparcida por algún sitio. Venga, David, di algo. ¿No, nada? -Utilizó la mano con la que sostenía la tijera para colocarla en su oído en un intento de agudizar la escucha-. Vaya, con lo que tú has sido... siempre con la última palabra para todo y ahora no tienes nada que decir.
Cuando terminó de cortarla y la tiró a la basura continuó sacando la ropa de las perchas.
-Cuanto espacio me va a dejar deshacerme de tus asquerosos chándales. ¡Dios mío!, no sabía que el armario era tan grande.
Martina miraba fascinada todo el hueco libre que había. Cerró las puertas del mueble emocionada y contempló las bolsas de basura que había llenado. Ya estaba lista. Se aseguró de que la cabeza de David no expulsaba más sangre y la guardó en una mochila. Tenía su almuerzo, la ropa estaba preparada y notaba como el sol brillaba en su ventana.
Salió por la puerta y se sentó en el coche dejando la bolsa de ropa en el asiento del copiloto. De camino a la guardería pararía en cinco contenedores de ropa diferentes para deshacerse de ella. Intercalaría entre los textiles de reciclaje de ropa y los de basura orgánica. Con la música alta, y cantando en el viaje a grito pelado, pensó que era buena idea abrir ya el tupper de peras. La bajada de adrenalina que le estaba dando alejarse del cuerpo de David y deshacerse de su ropa le había abierto el apetito.
Riendo, cantando y comiendo fruta conducía sin preocupación alguna. Diferentes barrios, diferentes canciones. La música era tan alta que apenas escuchaba los ruidos de la ciudad. Cantando Katy Perry a toda voz y sintiéndose parte de un videoclip paró en el último contenedor para deshacerse de la poca ropa que le quedaba en el coche. Resopló notando como se quitaba un peso de encima. Y por fin la poca fruta que le quedaba, la mochila con la cabeza de David y su felicidad pusieron rumbo a la guardería.
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