XIV

Con el tiempo Antonio comenzó a relacionar las corrientes marinas con los dibujos en los mapas, logrando ubicarse espacialmente casi a la perfección.

—¡Cejas! —le llama el Tritón alegremente a su amante mientras revisa unos mapas.

Arthur baja del mástil donde estaba haciendo nudos para ir a revisar lo que sea para lo que le aluden.

—¿Te perdiste otra vez, pecesito? —el capitán se burla.

—No —Antonio le responde enojado, pero pronto desfrunce el ceño y le señala el mapa con un dedo —. Mira, según mis cálculos, llegaremos tu isla para el siguiente amanecer.

Esas palabras golpean al británico, como un balde de agua fría, como una patada en los riñones, como una bala atravesando su corazón.

Y es que, Antonio no se equivocaba, en menos de un día llegarían al puerto de Gran Bretaña.

¿Qué haría entonces?

Sentía su estómago retorcerse de puros nervios.

Por un  lado estaba la gloria, el reconocimiento, el honor de ser el primer marinero en establecer contacto con una sirena.

Pero, no confiaba en nadie. Mucho menos en el botánico de cuarta que era Francis Bonnefoy. Había convivido con él el tiempo suficiente para saber que era un idiota aficionado de la taxidermia.

Sin embargo, tal vez, solo tal vez, les dejarían vivir en paz.

No, era imposible que aquello sucediese.

Antonio puede notar la mirada preocupada de su querer.

—¿Pasa algo? Tus cejas están más juntas de lo habitual —pregunta el tritón para romper el hielo.

Los rubios cabellos se mueven de lado a lado negando.

—Creo que no deberíamos llegar al puerto —pronuncia Arthur antes de tomar con fuerza el timón, girándolo para que el barco dé la vuelta.

—¡Eh! —protesta Antonio intentando retomar el control del timón, sin demasiado éxito por la falta de apoyo—. ¿Pero qué te pasa?

—No es buena idea llegar al puerto y que los demás te vean —explica el inglés, escueto sin querer revelar del todo sus razones.

—¿Los humanos comen sirenas? —se le ocurre preguntar a Antonio, comenzando a temer a la posibilidad.

—¿Qué? ¡No! Ni siquiera creen en ustedes —puntualiza el cejón.

—Ah —suspira el moreno aliviado—. Entonces no hay nada que temer.

—¿No le tienes miedo a los humanos? —inquire Arthur, tomando el absoluto control del timón, con un tono enigmático en busca de causar terror.

—No ¿por qué? Solo son focas súper desarrolladas y menos gordas —afirma muy divertido.

—Tenemos armas de hierro y fuego, además de una inteligencia superior —responde el británico inmediatamente, picado.

—Sí, pero no saben nadar —responde Antonio como si eso resolviera todo—. Aunque sí me dan miedo sus armas mágicas.

—¿Armas mágicas? —La curiosidad el humano salta enseguida.

—Sí, las que usan sus "brujas".

Arthur parpadea lento, sin haber entendido la palabra.

—Ya sabes —trata de explicarse el español —. Hay humanos normales como tú y hay humanos brujas.

Arthur nunca en su vida había escuchado la palabra "Bruja" en castellano.

—¿Hablas de... Damas y caballeros? —trata de explicar Arthur.

Antonio le mira con los ojos muy abiertos y las cejas en interrogante.

Arthur se da cuenta que nunca se entenderán, así que corre a su camarote. Si algo tiene este hombre es síndrome de Diógenes, un trastorno que le obliga a acumular todo.

Entre sus muchos saqueos y robos varios, los libros son una adquisición casi obligatoria, por lo mucho que le fascinan. Tiene libros de historia, científicos, de magia, grimorios y bitácoras, algunos impolutos, otros magullados por la sal del océano.

Toma cuantos caben en sus brazos para llevarlos a la cubierta.

Antonio le espera ahí, maravillado con unas gaviotas juguetonas. No había duda de su cercanía a tierra firme.

Arthur deja caer los libros sobre la cubierta, con más cuidado del habitual.

—Uhhh —exclama el de Castilla sosteniendo uno con sus manos, los ojos bien abiertos y total curiosidad—. ¿Qué es esto?

En el mundo de las sirenas sabían de muchos cachivaches humanos, no era raro que los barcos hundidos estuviesen llenos de cubiertos, ropa, espadas. Mas, la gran mayoría de cosas se perdían ante el mar, los libros por ejemplo, se deshacían al ser manipulados dentro del agua, las páginas se rompían, dejando solo pastas de cuero.

Antonio jamás había visto un libro antes de conocer a Arthur.

—¡Tiene muchos glifos! —exclama al notar las palabras y dibujos.

Arthur le ignora un poco, solo mirándole de reojo y sonriendo por la felicidad que emana el sirenito. Se centra en encontrar un libro de medicina.

—¡Ajá! —exclama al encontrarlo, llevándolo hasta donde Antonio, se sienta a su lado para leer juntos—. Mira.

Con el índice, el pirata señala el grabado de un cuerpo humano sobre el libro, la página izquierda tenía un hombre, mientras que la de la derecha a una mujer, dibujos bastante precarios y errados, pero de lo más avanzado para la época.

—¡Eso! —Antonio señala la imagen de la mujer —. ¡Esa es una bruja!

Arthur parpadea, creyendo que es así como le llaman a las mujeres.

—Ah... Una mujer, sí —corrige Arthur en inglés —. Aunque la verdad es que ambos son humanos.

Antonio niega con la cabeza rápidamente.

—Los humanos no hacen magia, las brujas sí —específica el experto.

Arthur le sigue mirando algo confuso, pero empieza a entender.

—Siéntate, cejas —pide Antonio palmeando el piso con su mano—. Te contaré una historia para que puedas entender.

El rubio obedece, se sienta a regañadientes, más lejos de lo que indicaba el tritón, con las cejas juntas y los brazos cruzados.

—Te escucho —declara el pirata, bastante altivo sin poder resistirse a una historia.

~~~

En una era perdida, solo recordada por los ancestros de las grandes ballenas, los corales fueron testigos de una historia mística.

Entre las aguas, los tenues rayos del sol se escapan hasta las profundidades, nadando gloriosos cual lampreas hasta la más gloriosa ciudad.

Ahí, donde las aguas son cristalinas, donde las algas bailan en alegría mientras las sirenas y tritones prosperan.

El gobernante de todo, aquel que las sirenas llaman Rey y los demás llaman hermano, el líder de las sirenas, tan longevo como la luna, tan radiante como el sol. Se cuenta de él que en cada mar tiene un heredero y de cada marea posee un amante.

Tanto listo como Pulcro, su corazón es de perla pura.

Oh, pobre Rey triste, que observa a su reino con pena. Los magestuosos paisajes de sus dominios no le satisfacen como en antaño. La belleza de su reino no es suficiente para su mente, siempre despierta, siempre buscando nuevas emociones. Con nostalgia mira hacia el cielo, admirando el sol que baña las aguas.

Oh, que desgraciado, Tritón travieso que escapa al mundo el hombre cuando no hay miradas sobre él.

~~~

El rey del mar era un jovenzuelo, demasiado listo para ser tolerable, demasiado necesario para ignorale.

Era tan amado por su gente como el hombre que levantó su civilización, más que tratarlo como un rey, le trataban cual hermano mayor, con respeto y confianza.

Pero el pobre se sentía afligido, los barcos que se hundían en sus dominios no le eran ajenos. Cada que uno caía lo visitaba con los ojos bien abiertos, con la mente en las nubes. Quería conocer todo, quería saber para que servía todo, necesitaba saberlo.

Miraba la superficie deseoso de conocer los secretos que ocultaba.

Su corazón de inventor latía por conocimiento.

Dichoso fue el día que se adentró al mundo humano, mirando la playa desde lo lejos, ocultando su cola detrás de unas Rocas.

La playa en su mayoría estaba desierta.

Pero ese día, una mujer, más joven de lo que su rostro demacrado mostraba, tan delgada como una vara de nardo, llena de pecas desde la nariz hasta los muslos. Su cabello, pelirrojo, tan rojo como las hojas de arce adornando en el otoño, precariamente peinado. Una mujer horrible con la piel tan blanca, ahora quemada por el inclemente sol del mediterraneo, sus ojos verdes brillaban con ira.

Una doncella francamente horrible en apariencia.

Y sin embargo, el Rey del mar sintió latir su corazón.

La mujer parecía revisar las conchas que arrastraban las olas. Las veía, las analizaba, las ignoraba o metía a una bolsa.

El Rey del mar era un idiota. Su corazón joven lo hacía actuar como imbécil ante una doncella.

—¡Hola! —le gritó desde las piedras, en el idioma de la corona de castilla, el único que conocía.

—¿Qué mier...? —la mujer saltó sobresaltada, ruborizándose al notarse observada, ruborizándose más al notarse observada por un caballero tan atractivo.

El Tritón ladeó la cabeza sin entender lo que la mujer decía, parece ser una lengua que nunca antes había escuchado.

Hola, dulzura —coquetea el Rey.

La mujer reconoce el idioma como castellano, claro, tenía que ser, los imbéciles del continente insistían en hablar tan corrupta lengua.

Bueno. No le quedaba más que hablarlo, el cruzar de la isla hasta el mar Adriático le había dejado algo de experiencia.

—¿Qué hace un caballero refiriéndose sin respeto a una dama, en pose tan indecente, en lugar tan impropio? —inquiere la mujer con su voz, tan horrible como su cara, chillona y quebrada.

Como joven mozo, mi deber es desposar a una hermosa dama, a la más bella de la tierra, su apariencia me ha cautivado, joven dama, si bien es indecente, no pude detener mi corazón al atreverme a llamar vuestra atención —explica, hablando mucho.

Aunque le cuesta un poco entender el castellano, la mujer nota que el hombre le está cortejando.

Sonrojada, le retira la mirada siguiendo con sus conchas.

Un caballero que vale la pena, es un caballero que se muestra sin miedo —recita la peligrosa sin mirarle, aludiendo a que pareciera que el mozo tiene miedo de dejar las piedras de la costa y acercarse.

Lo cierto es, querida doncella, que mi condición no es lo habitual, temo que mi fealdad os espante —el Rey del mar se hace el sufrido.

Una ceja súper poblada se levanta pensando: "No se ve como un leproso, o un demente, no es feo como un vagabundo ni verde como un demonio, de hecho era bastante... Ardiente" , su cuerpo se veía como el de un guerrero fuerte y sano.

Como la bruja más poderosa, no tengo miedo de nada —responde la mujer orgullosa, levantando la barbilla.

—¿Bruja? —pregunta el Rey del mar sin reconocer la palabra.

Un bruja, hechicera, matrona, curandera, sabia, hago magia muy poderosa —explica la dama, alzando la mano dramáticamente, chispas brotan de su cuerpo mientras su pelo rojo, enmarañado se comienza a erizar. Sus ojos parecen brillar como una llama.

El Rey del mar la mira encantado, curioso, las sirenas no podían hacer eso, debía ser algo muy raro de humanos.

Cautivado por el brillo piromano de la Bruja, el Rey se aproximó a ella por sobre la marea.

En cuanto la verde mirada percibió la cola de pescado, dió un paso atrás, sí, un poco asustada, perpleja.

—A mermaid —susurra la mujer, reconociendo perfectamente su especie, pues es conocedora del extenso mundo mágico.

Oh ¿Esto? —el monarca señala su cola, pasando su dedo suavemente por ella hasta llegar a donde las escamas se pierden un poco dejando perspectiva de su cuerpo torneado—. ¿Candente no te parece?

La Bruja se sonroja, dejando su rostro cuán petalo de rosa, en un tono carmín encendido. Porque, sí, le parecía tremendamente atractivo. Niega con la cabeza rápidamente, le apunta con el dedo.

No os acerqueis, vuestras tretas no os serán útiles ¡No hay hechizo capaz de hipnotizarme! —Advierte la bruja firmemente, el rojo no abandona sus mejillas.

La criatura del océano queda pazmado, sin realmente entender gran parte de la frase. Pero sonríe, mostrando sus colmillos filosos.

De acuerdo, no me he de acercar más —asegura levantando una mano mostrando las escamas de sus dedos—. Entonces usted, bella doncella, debería ser quien se aproxime —negocia con mirada seductora.

La bruja da un paso al frente, presa de la curiosidad. Prontamente da dos pasos atrás gracias a su instinto de Conservación.

—¡No creas que no conozco las tretas de vuestra estirpe! —asegura señalándole agresiva —. Las bestias como vos se aprovechan de la curiosidad y la libido humana, con la única intención de ahogarlos.

Ese modus operandi es bastante acertado, de hecho, el Rey del mar levanta un poco las cejas al notar que los humanos saben más de ellos de lo que esperaba.

De pronto se le van los ojos a la cadera de la bruja, mirando con extrañeza el objeto que cuelga en ella.

—¿Qué es eso? —pregunta el señor del mar señalando el objeto.

La pelirroja mira hacia donde señala encontrando el morral donde iba guardando las conchas que recogía. Un morral, robado, hecho del estómago de una oveja.

Es una bolsa —explica la hechicera con una ceja en alto—. ¿No hay bolsas en tu mundo?

El rey del mar niega con la cabeza, pensando que, hay cosas que se le parecen pero no tan raras a la vista.

Enséñame más del mundo humano —pide el monarca, sonriendo, esta vez no con ganas de coquetear o conquistar, esta vez, mostrando su sonrisa sincera.

Los ojos verdes miran, escéptica, la poderosa bruja decide que no tiene nada que perder.

~~~

El amor es algo tan extraño, sin saber cómo, por qué, el Tritón dueño de los mares cayó enamorado de la horrorosa bruja.

La bruja dió todo su corazón al rey de las aguas, por mucho que lo negara de hacerle la pregunta.

Ambos se encontraban retozando entre las blancas arenas de la playa del Reino de Castilla, tal como nacieron, sin las formalidades de la vestimenta.

La bruja hacia bailar a las estrellas para la diversión del Tritón, luces mágicas volaban por el cielo. Las hadas se arremolinaban ante los amantes bailando sus danzas tribales con emoción.

Sabes... —Comienza a hablar el Rey, rompiendo la atmósfera de cómodo silencio —. Hay mucha magia en el mundo humano.

No dudo que las profundidades del océano guarden secretos qué aún no somos capaces de entender —replica la bruja, recostada en el pecho del tritón.

Querida mía, entonces he de pedirte que vengas conmigo a los mares, como mi esposa, ven a enseñarnos los mágicos secretos del agua —pide emocionado el monarca, con una sonrisa impecable, sujetando fuerte la mano de la doncella.

Los ojos verdes de la sibila le miran, ahora con preocupación. No podía acceder a dicha petición, no por que su amor al rey del mar sea poco, si no porque del otro lado del mar, en lo profundo de los bosques de Alba, la tierra del norte, le esperaban dos pequeños diablos que llamaba hijos. No podía abandonarlos.

Con pesar en sus ojos y el corazón destrozado, la bruja huyó sin mediar palabra, incapaz de rechazar la oferta del Tritón, pero también incapaz de aceptarla. Sin saber que en su vientre crecía el fruto impoluto del amor entre especies.

Desde ese momento el Rey del mar, con el alma en trizas, regresó a su reino para compartir con su gente los conocimientos mágicos que aprendió de la bruja.

~~~

—Y por eso hemos aprendido que no podemos comer brujas, solo humanos normales —concluye Antonio su relato.

La cara de Arthur es un poema, con una mueca de extrañeza.

—Espera aquí —el pirata se dirige a su camarote, busca por unos minutos hasta encontrar un libro rudimentario, casi descosido, con las pastas de cuero desgastadas, un libro hecho artesanalmente.

Le sopla el polvo para llevarlo a cubierta.

—Lo que me acabas de contar... Ya lo había escuchado —Arthur se sienta al lado de su amante, dispuesto a leerle el contenido del libro en sus manos.

Básicamente, es lo mismo, la historia de una poderosa hechicera que conoce al Rey de los mares, pero desde una perspectiva diferente, desde la perspectiva humana.

En el libro hay descripciones contradictorias tales como:

"Aquel Tritón descarado, utilizaba su atractivo para engañar a las ingenuas que paseaban por la costa".

"Ante el despliegue de su canto, la poderosa sibila, aunque precavida e impavida, no pudo si no seguirle, han de tener cuidado con el canto de las bestias acuáticas, que no es más que oscura magia para aprovechar los cuerpos".

"No es como si la poderosa bruja quisiera, pero finalmente sucumbió ante la negra magia del tritón, dejándole entrar a su jardín contra su voluntad para arrancar cuanta flor quisiese".

—¡Alaaa! No creí que los humanos conocieran a papá —se sorprende Antonio después de escuchar la historia.

—Este libro es un diario que escribió mi madre sobre criaturas mágicas para enseñarnos lo que... Espera ¿cómo que "Papá" —interrumpe Arthur su discurso pata mirar con una ceja levantada al Tritón.

—El Rey del Mar es mi papá —explica Antonio como si fuese cualquier cosa.

Arthur se abraza a su libro viejo temblando un poco, alguien diría que su sonrojo es demasiado para pensar que es obra de los rayos solares.

—La bruja es mi mamá.

~~~
Hola
No morí jaja.
Bueno esta historia ya está escrita entera
Peroooo, una personita me dió una sugerencia para continuar la trama. Me sugirió que Antonio fuese de la familia real.

Pero ya estaba escrito todo y no tenía mucho que ver.

PERO, no quería ignorar su sugerencia, entonces me saqué esto de la manga y pim Pam pum, pueden tomarlo como un extra.

Y sí, son el Imperio Romano y Britania.

Gracias por leer y ser pacientes.

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