XI

Arthur tomó aire rápidamente y volvió a la carga para intentar saber si Antonio había sido devorado, cual fue su sorpresa al notar que el mismo estaba jugueteando con semejante animal.

Antonio hizo algunos movimientos muy marcados, los cuales la ballena intentó comprender.

El británico estaba simplemente demasiado aterrado para poder hacer algo, se limitaba a chapotear torpemente para mantenerse a flote, seguro de que la razón había abandonado por completo al tritón.

Su sorpresa no pudo ser mayor cuando pudo sentir de pronto una isla entera bajo sus pies.

Solo que no era una isla ¡era la propia ballena quien había salido a la superficie a petición de Antonio, el inglés no pudo sostenerse sobre el cetáceo, cayendo sobre el mismo, como si esta se tratara de un corcel, trató de aferrar sus manos a las protuberancias que sobrepasaban la piel del animal.

La ballena hizo un arco con su cuerpo, de tal modo que solo su dorso se vio fuera del agua.

Rápidamente se introdujo de nuevo a las aguas, el rubio en vista de esto, respiró hondo todo lo que pudo antes de ser sumergido de nuevo.

Antonio giró con alegría, divertido de ver la cara de miedo que tenía el marinero, aún más, la imagen del mismo aferrado al cetáceo.

La ballena se sumergía a metros por segundo hasta llegar a donde Antonio y recibir caricias de este.

Después pues de unos cuantos juguetes, Antonio se elevó hasta donde el marinero.

—¡Le gustas! —asegura el Tritón.

Aunque por su acento y por estar debajo del agua, Arthur no pudo entender nada de lo dicho, asustado, mueve su cuerpo hasta el del ibérico, abrazandole con mucha fuerza. Sin dejar de reír, el moreno aletea fuerte hasta la superficie.

Arthur que estaba a punto de quedarse sin aire al salir de agua tose y toma una gran bocanada de aire.

—¿Qué demonios fue eso? —tiene a bien gritar el inglés una vez recuperado el aliento.

—Le gustaste —asegura Antonio —. Pareces tener encanto con los habitantes del mar —le coquetea.

—El monstruo... No me hizo daño —exclama Arthur sorprendido.

—Nosotros le llamamos "Ballena" —canturrea en castellano.

—¿Eh? ¿Y por qué no nos comió o algo así? —pregunta el isleño aún sacado de razón.

—Las ballenas no comen humanos, gilipollas, ni siquiera tienen colmillos —Explica el español—. Oh los cachalotes sí que tienen pero, no conozco a ninguno que se haya comido un humano.

—Pero... ¡Era una bestia del mar! ¡Del tamaño de una isla, capaz de hundir poderosos navíos! —Arthur se apura a explicar.

Antonio negó con la cabeza sin dejar de mostrar sus colmillos en la sonrisa.

—No veas las cosas con esto —Antonio le señala los ojos a su contrario—, hazlo con esto —le pone la mano en el pecho, entre el estómago y el corazón, rozando sus cosillas.

Las enormes cejas de Arthur se levantan sin entender del todo, sin embargo, algo en la ardiente mirada del tritón le hace asentir.

Entonces el mítico ser le sumerge de nuevo.

Arthur hace el esfuerzo de no pensar como un conquistador, si no como un visitante.

Las estrellas de mar ondeaban sus extremidades como bailarinas, los peces flotaban en el agua por caminos inconscientes, la ballena amiga nadaba cerca de los amantes, seguida de peces variopintos que encuentran alimento en su huésped.

El sol desde esta profundidad parece una mancha blanca en un paraje lejano.

Arthur miraba maravillado. Agitó el brazo de Antonio para enseñarle un pez que había surgido de la arena, con un rostro muy chistoso pues todo su cuerpo era plano, ondeando como la tela y toda su cara estaba cual cómico dibujo en su espalda.

Continuaron recorriendo los alrededores, apasionados de la belleza que les regalaba el océano.

La ballena finalmente se despidió de la pareja con un cántico, dejándose acariciar tanto por Antonio como por Arthur.

El inglés en ese momento miró a los ojos de su acompañante. Fue entonces cuando el humano entendió.

Ni la mismísima magnificencia del océano se pudo comparar con lo eterno en las pupilas ajenas.

La belleza del alma que dejaban ver las esmeraldas en los orbe de Antonio pudo conmover el corrido corazón del marinero, quien se acercó a él para besarle.

Antonio se sorprendió ante dicha situación, pero no vaciló en devolver el beso.

Ambos flotar on sin rumbo en el eterno azul, con más que sus labios unidos: sus mismos corazones lo estaban.

~~~

Hace no mucho que habían regresado al navío.

Arthur estaba preparando de nuevo toda la embarcación para zarpar hacia el norte.

El sol se estaba perdiendo en el horizonte ante la atenta mirada de Antonio.

—Fuera del mar hace mucho frío —parlotea el ibérico —. Ya entiendo por qué tienen que usar ¿cómo le dices? Clopa.

—Ropa —corrige Arthur inmediatamente bajando del mástil, con solo una vela de su nave en vigor.

—¡Ropa! —repite Antonio riendo de sí mismo

—Quizá puedas empezar a utilizarla como alguien civilizado —propone Arthur, nótese lo condescendiente en el tono.

—Si me traes algo que se vea bien en mí, me lo pondré —propone el hispano.

Arthur asiente, adentrándose en los camarotes para ver si alguno de su tripulación ha dejado prenda alguna. Tropieza tan solo con una camisa blanca, maloliente y desgastada hasta el punto de lucir casi amarilla, unos pantalones, que poco le sirven al tritón y una cinta llena de arena para ceñir la cintura de tinte granate.

Conciderando la ropa hayade excelente calidad, se lleva la camisa y la cinta a cubierta, donde está Antonio contemplando el atardecer, le lanza las prendas.

—A ver como te sienta eso —propone el marinero.

Antonio se viste con soltura notando que, efectivamente, la ropa calmaba un poco su frío.

La banda de cintura por otra parte, se le complicó saber en donde iba, colocándola en su cabeza como una bandana, pero no le convenció.

Decidió, por tanto, atarla a su cola, donde daba dos vueltas antes de quedar ceñida, satisfecho con lo hecho, se volteó hacia donde Arthur y el timón gritando.

—¡Mira lo guapo que soy!

Arthur desvía la mirada para verle y ríe burlón.

—Así no se usa, tonto.

Antonio frunce el ceño, ¡estaba tan orgulloso de como se veía! Que maldito que osa burlarse.

Arthur por su parte, bajaba hasta donde el tritón mientras esté le miraba con odio.

Se arrodilló hasta quedar a su altura, desatando suavemente la cinta.

—Esto es como un cinturón —explica el inglés, aunque Antonio poco le entiende las nuevas palabras.

El británico logra desatar la cinta y le acomoda la camisa.

Antonio siente demasiada cercanía.

Las manos del inglés le rodean la cintura con la cinta y leves toques, acercándose a su rostro cada que la cinta daba una vuelta a la angosta cintura del Tritón.

Antonio podía sentir la respiración contraría, de vez en cuando los rubios cabellos le acariciaban la pequeña nariz.

Finalmente, Arthur logra ceñir la cinta a la cintura ajena, dejando una parte de la misma libre para que flotase con el viento.

—Ya está, así es como la usamos —asegura el isleño, al levantar el rostro tiene por bien toparse con el rostro de Antonio a tan solo unos centímetros, es entonces que el rubio nota cuanto ha estado haciendo, sonrojándose a velocidad récord.

Antonio también se ríe, suavecito, el intenso rojo del cielo al anochecer se confunde con el carmín en las mejillas del moreno.

Arthur traga saliva cuando siente las manos contrarias abrazarse a su pecho.

—Ya no tengo frío —suelta de la nada Antonio sosteniéndole la mirada.

El angloparlante no puede articular palabra alguna, está perdido totalmente en cada detalle de su acompañante, a Antonio no puede, si no, darle risa la cara de bobo que pone Arthur, acercándose a besarle.

El viento mueve el barco a su merced, la brisa se hace más brava con cada minuto de la noche, los luceros y las estrellas iluminan el cielo en compañía de la luna menguante, quien parece sonreír ante los amantes.

~~~
Me gusta pensar que sirenas y ballenas se llevan bien

Gracias por leer

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top