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—¡No, espera! —grita el rubio viendo a su compañero lanzarse al agua, sin poder detenerlo de lo rápido y sorpresivo.

Se levanta rápidamente, corre por el ancla, tirándola para no alejarse demasiado del área donde saltó el Tritón.

Desde el agua, el hispano logra ver al ancla descender, nada hacia ella, empujándola hasta unas rocas, logrando que se ancle. Satisfecho, sale del agua saludando a Arthur, quien estaba prendido del barandal odiandose por dejar huir a su presa.

La sonrisa de Antonio desde las aguas le tranquiliza de sobremanera.

—¿Qué estás esperando? —le pregunta Antonio, en un grito.

—¿Qué? —chilla sin entender, más bien, el rubio no quiere entender.

—¡Al agua! ¡Ven! —sigue gritando el moreno.

Arthur se lo piensa. Aunque en retrospectiva no tiene nada que perder.

Baja a los camerinos. Vacíos de gente, tan solo  habitados por las ratas y las chinches.

Abre una de las ventanas, respirando hondo antes de saltar.

Antonio sonríe al ver como salpica agua salada por todos lados al momento de la caída. Se ríe al verle chapotear patosamente, le sigue dando mucha risa el hecho de que ko sepa nadar. Rápidamente se le acerca, abrazándole por la cintura.

El rubio se tranquiliza un poco, sin dejar de mover sus brazos como loco para mantenerse a flote, per, ya dedicándole una mirada al tritón.

—Respira fuerte —le pide Antonio si tanta sintaxis. Afortunadamente, Arthur entiende y toma aire.

Unos cuantos segundos después, el ibérico le sumerge.

Arthur por instinto cierra los ojos.

No es lo que quería Antonio. Inmediatamente sale del agua con unos movimientos de la aleta.

Fuera del agua, Arthur respira.

—No cierres los ojos —le pide el Tritón.

El rubio no comprende cuál puede ser la intención ajena, pero en segundos, asiente con la cabeza y vuelve a tomar aire.

Antonio le regala una sonrisa antes de sumergirse de nuevo.

Esta vez, Arthur mantuvo sus ojos abiertos.

El mar, es el lugar donde la vida nace y prospera.

La verdadera cuna de cualquier organismo viviente, el caldo de cultivo primigenio donde se originó todo aquello que respira, repta, corre, vuela y crece.

El hombre rara vez ha logrado entender que este no es el enemigo, si no la madre de todos. Arthur solo comprendía su belleza superficial, viendo al océano con más terror que respeto. Si bien era donde se sentía seguro, no era sin un barco que podía sentirse de esa manera, sabía de las bestias que lo habitaban y les temía, como cualquier marinero.

Lo cierto es que, el mar es tan bello como misterioso.

Hace años, en los tiempos que transcurre este viejo cuento, las aguas  del océano eran cristal puro, transparente, en equilibrio.

El mar Cantábrico siempre ha sido, sin embargo, lugar de embarcaciones hundidas, ya sea por la guerra, ya sea por descuido. Conveniente era que justo en donde han decidido admirar el fondo marino, un barco con años de hundido se diera gala en lo más profundo.

Arthur admiraba como el océano había reclamado por completo el barco. Las algas no habían dejado recoveco sin cubrir, y los percebes y bivalvos encontraban hogar ahí mismo.
La lejanía de la nave, a los poco experimentados ojos del inglés, le hacían no poder percibir cada detalle y aún con ello, podía ver que no era más una estructura del hombre, ya era parte del lecho marino y de la vida que ahí recide.

Antonio se apresuró a elevar a ambos a la superficie.

Arthur saliendo, tomó aire con fuerza.

—¿Te ha gustado? —pregunta el ibérico muy emocionado.

Cuando el inglés tiene razón para articular palabra, le responde.

—¡Jamás había visto un barco así! —le asegura.

—¡No has visto nada! ¡Toma más aire! —casi ni le da tiempo de esto cuando vuelve a sumergir al rubio, ahora, agitando su aleta en otra dirección.

Arthur hacía el esfuerzo de matener sus ojos abiertos a pesar de lo salado de las aguas, el paisaje era de todo menos inerte.

Las esponjas se levantan, orgullosas con múltiples algas en simbiosis, los cnidarios flotaban con gracia, como si bailaran.

A pesar de estar a una altura superficial, la fauna y flora del mar les saludaban con especial alegría.

Los peces se arremolinaban en graciosos cardúmenes, haciendo que sus escamas brillará ante el contacto de la luz solar.

Antonio hizo por salir del agua de nuevo, a sabiendas de los débiles pulmones humanos.

El inglés inmediatamente respiró, tratando de limpiar su rostro para abrir los ojos y la boca de mejor manera.

—Todo lo que has visto, no le pertenece a nadie, pero, nos pertenece a todos —declara Antonio, muy sonriente.

—Deberíamos volver, ya estamos muy lejos del barco —habla un angustiado inglés, viendo su navío más como una borrosa mancha en el horizonte que como algo cercano.

—Deja de temer —pide Antonio, colocando uno de sus dedos sobre los labios de Arthur —. Mejor, aprende.

Se sumergen de nuevo.

Arthur pasó parte de la inmersión preocupado, estaba indefenso en estas circunstancias, sin poder nadar con pericia, lejos de su barco, dentro del agua no era más que otra presa.

Antonio por su parte no estaba mucho por la labor de pensar, estaba felizmente sumergido en la belleza y paz que brindaba el agua.

No es hasta que una onda extraña golpeó su cuerpo.

Rápidamente cambió de dirección, nadando incluso con más rapidez.

Al momento de salir a tomar aire, el inglés no pudo sí quiera preguntar por qué el repentino cambió de dirección cuando fue nuevamente sumergido. Por suerte, logró aspirar un poco de oxígeno.

Arthur casi no podía admirar el paisaje de los nervios de saber por qué estaban huyendo.

Antonio simplemente seguía los impulsos que su cuerpo captaba.

Fue entonces cuando Antonio salió de nuevo a la superficie.

El rubio se dio a bien balbucear. El tritón captó que algo no andaba bien, por lo que se quedó en la superficie.

—¿A dónde vamos? —preguntó entre balbuceos tomando un poco de agua salada al hablar.

—No sé cómo explicarlo en tu idioma —Antonio hace un gesto como para tomar aire e Inglaterra le imita en reflejo.

Por ello el ibérico se sumergió de nuevo.

Fue entonces, tras unos metros más, que el inglés logró hacia lo que él Tritón les estaba dirigiendo.

Una magestuosa ballena franca austral se presentó ante los dos.

Jamás en su vida, el británico había presenciado de manera tan cercana la belleza de un cetáceo tan Magnífico.

La ballena saludó con un cántico, al mismo que Antonio respondió, su canto, después de todo, era lo que le guió hasta aquí.

Arthur estaba azorado, la ballena era enorme, sinceramente enorme, las protuberancias en su mandíbula destacaban por lo blanco de las mismas, muchos organismos aprovechaban para acompañar a la ballena en su migración, sujetándose al cetáceo sin que a este le importara.

La ballena no le temía a las sirenas, ellas mismas solían limpiar su piel para obtener comida y jugar con las distintas especies que se podían encontrar en sus dominios.

Las ballenas por ende, incluso se mostraban alegres cuando veían una, así que esta, una joven hembra que apenas llegaba a la edad adulta, nadó hacia ambos con picardia.

El marinero sintió terror, pensó que la bestia les iba a engullir. Intentó flotar a la superficie desesperado.

A Antonio esto se le hizo muy gracioso y le dejó nadar libre, mientras él se abrazaba a la parte superior del hocico de la ballena. Continuando con su canto si bien no podían entenderse como en un lenguaje escrito, sus cánticos eran lo suficiente para comunicarse.

Arthur tomó aire rápidamente y volvió a la carga para intentar saber si Antonio había sido devorado, cual fue su sorpresa al notar que el mismo estaba jugueteando con semejante animal.

Antonio hizo algunos movimientos muy marcados, los cuales la ballena intentó comprender.

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Gracias por leer, esta historia se me hace muy biológica wuuu

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