VII

Las aguas son implacables como el tiempo, se mueven en un bamboleo incansable e imparable.

Han pasado ya tres lunas llenas desde que el inglés es cautivo del Tritón.

Arthur es un obstinado de lo peor, a pesar de ser él prisionero, se ha rehusado renuentemente a aprender el idioma hispano. Por lo que a Antonio no le ha quedado más remedio que aprender el idioma de la corona inglesa.

—Por favor, enséñame a hacer una cuerda —pide por vez treinta y ocho haciendo ojitos desde las aguas.

Kirkland chamusca un pescado mirándole con el ceño fruncido.

—Ya te dije que para hacerla necesito una planta —niega como siempre.

—Pero ya te dí todas las plantas —ciertamente, le había traído todas las macro algas que encontró, aunque realmente no son plantas.

Ante el rechazo de estas le logró conseguir ramas de múltiples especies de árbol, flores variadas como claveles e incluso un tomate podrido.

Nada le precia complacer.

—Nada de lo que me has traído es apto para hacer una fibra que pueda funcionar para cuerda.

Antonio se sumerge sacando aire cor la nariz de mal humor.

¡Cerdo mal agradecido! Con lo difícil que es conseguir cualquier planta de tierra firme en el mar...

—Ya te enseñé a hacer fuego, a asar pescado y el idioma de la gente civilizada —le mira con la nariz en alto—. Considero que, con eso debería bastar para liberarme.

—¡Nada de eso me sirve bajo el agua! —reclama lanzándole agua con su cola—. El fuego no sobrevive en el mar.

—Ya tienes una cuerda ¿para qué quieres más?

—Porque la cuerda está bien, pero yo quiero una de esas cosas —hace gestos con los brazos—. Esas cuerdas unidas con las que atrapan peces.

Arthur se lo piensa.

—Ah, quieres una red.

Antonio asiente con la cabeza aunque no tiene ni idea de qué es una red, tan feliz él.

—Eso es más fácil —asegura mordiendo el carbón que osa llamar pescado —. Dame la cuerda.

El Tritón se la da con algo de renuencia, pero, no tiene idea de por qué, el británico le inspira algo de confianza.

Arthur casi inmediatamente comienza a destrenzar la cuerda, sacando seis hebras más delgadas.

El latino se tensa mirando su preciada cuerda ser destruida, pero no dice nada, mirando muy atentamente los movimientos.

Es un trabajo complicado el desenredar la cuerda, lleva varios meses mojada, tanto que las algas le han crecido. Las uñas del inglés están mugrientas y desprolijas, no son perfectas para este trabajo pero hace el esfuerzo.

Cuando tiene sus seis hebras las coloca en rejilla sobre el piso.

Entre cada encrucijada hace un nudo. Tras unos cuantos ya tiene una red rudimentaria y nada prolija.

Aún con todos los defectos, el español le mira con unos ojos de ilusión, de un salto llega hasta el suelo de la cueva y le arrebata la red cuando sólo le faltaba un nudo.

—No es la mejor red —niega con la cabeza algo inconforme del resultado de su artesanía —. Está horrible.

¡Me encanta! —exclama en castellano con felicidad levantando su red.

El inglés de un zarpazo le arrebata la red y la pone sobre su cabeza.

—Si la quieres tendremos que negociar.

Antonio se cruza de brazos.

—¿Qué es lo que quieres cejotas? —mucho vocabulario no, pero "Big eyebrows" sí sabe decir.

—En primera me llevaras a mi barco y en segunda vendrás conmigo a Inglaterra.

Los párpados del español hacen una sensual caída a la vez que sonríe ladino.

—¿Te has enamorado de mí verdad? Ya no podrías regresar sin mí.

Arthur da un paso atrás completamente sonrojado.

—¡Claro que no! —chilla isofacto—. Eres un monstruo insoportable y ni siquiera eres una señorita, no hay fuerza en la tierra o el mar que me haga sentir si quiera aprecio por ti, cara de pez.

El castaño hace los ojos en blanco negando con la cabeza.

—Para mí, tú eres el monstruo.

Dando saltitos de desplaza hasta quedar a la par de las piernas inglesas, tomándolo de la pantorrilla bruscamente.

—Solo mira esto, tienes unos horribles brazos largos y peludos en vez de cola —le aprieta.

Arthur se ruboriza dando pasos atrás pero el español no le deja huir, de todos modos, no hay mucho lugar donde huir.

—Además tienes unas cuatro manos muy extrañas —le pica los pies desnudos.

El rubio lanza la red algo lejos y se arrodilla frente al Tritón. Le coloca ambas manos sobre las escamas de su cola.

—¿Y qué me dices de esto eh? Es una aberración digna del más putrido circo de fenómenos.

Las escamas del Tritón tiemblan con nervios, no solía tocarle de manera tan descarada, se sentía... Raro. El tacto de unas manos secas y ásperas sobre sí, no era como otras cosas que alguno de su especie le pudiese provocar.

Su piel morena se tiñe de un pálido carmín en sus mejillas, mas, no se deja intimidar y lleva sus manos al cabello de oro.

—¿Y qué me dices de esto? —mueve las manos sobre el cabello rubio —. Tu pelo es de un color muy chistoso y horrible —finge cara de asco.

—Pues ¡tú te paseas desnudo siempre! —y se pone rojo al notarlo, claro, como si no hubiera pasado noches enteras imaginado cada centímetro de la piel desnuda del Tritón. Aunque su Anatomía le traía muchas interregontes, le gustaba concentrarse en la parte superior de su cuerpo, reluciendo con las gotas de agua aperladas que le recorrían la piel canela cada vez que salía del agua para verle.

Antonio por su parte le sujeta de las mangas de su camisa, jugando un poco con ellas engalanado por una mirada desafiante.

—Tú eres más raro, usando estas cosas raras todo el tiempo.

Arthur aparta ambos brazos rápidamente, acomodándose las mangas mientras habla.

—Como el caballero que soy, es natural que use ropa —se ruboriza aún más, pues durante el día anda en paños menores, tan solo su camisa interior y unas fundas que sujeta con una precaria faja, eso es a lo que se ha acostumbrado por el calor de las costas ibéricas.

Además que, evidentemente es la misma ropa que lleva desde el momento de su captura, sólo se da la oportunidad de lavarse y lavar su ropa cuando sabe que el español tardará en regresar para que esté no pudiera verle desnudo.

Antonio se ríe ante tal afirmación de manera burlona.

—No conozco a ningún otro animal que se ponga cosas raras sobre sí —asegura—. Mmm... Tal vez los cangrejos pero ellos son bastante raros.

—Bueno, eso es porque yo no soy un animal, soy un humano —responde muy digno cruzando los brazos.

Antonio, está vez, se ríe a carcajadas de buena gana, ante la atenta mirada del inglés.

¡Joder tío! Eres muy gracioso —asegura en castellano—. Es obvio que un humano es un animal.

—¡Cómo te atreves!

—Mira, es fácil de adivinar —se recuesta con los brazos sobre su nuca—. No eres mineral, no eres vegetal, sólo puedes ser animal.

—Claro que no, los humanos somos mucho más que un simple animal, o una bestia como tú, somos superiores.

—Pfff, sí, claro, se ahogan igual que todos los animales terrestres, yo no estaría tan seguro de su superioridad.

—Nosotros somos más listos, tenemos Redes —presume sonriendo de lado.

El Tritón se le acerca algo irritado, mirándole a los ojos.

Aunque Arthur le sostiene la mirada igual se sonroja.

Antonio sonríe mostrando sus colmillos.

—Nosotros somos más guapos —le da un rápido beso en los labios, porque parece que eso le da mucha vergüenza al inglés, estirándose para tomar la red antes de saltar de vuelta al mar riendo.

El rubio está tan rojo como una langosta y no le quedan palabras para negar lo dicho por Antonio.

—Ustedes los humanos me dan mucha curiosidad —afirma el Tritón desde el agua—. Te propongo un trato, si esta red funciona como espero, te llevaré a tu barco para que me des otra red más grande y tus lanzas —se refiere a los arpones—. ¿Qué opinas?

El inglés ni ha dicho palabra cuando Antonio se introduce en las profundidades, muy emocionado de usar su nueva red para pescar.

Arthur no tiene más que asomarse a las profundidades, bien sujeto del borde del suelo y suspirar al sólo ver el eterno azul.

¡Maldito sireno! ¡Maldito su embrujo que lo hacía querer besarlo y extrangularlo al mismo tiempo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top