VI

—Cuéntame del humano mundo —pide Antonio sin ningún tipo de sintaxis aún en la gramática de sus frases.

Sus brazos, morenos de sol descansan sobre el suelo de la cueva, apoyados en la arena, sosteniendo su cabeza, mientras su cola se mueve cual péndulo.

Arthur levanta las cejas dejando su almeja, que intentaba comer, en el suelo.

—"Cuéntame del mundo humano" —corrige el inglés, marcando el acento más de lo que debería.

Antonio voltea los ojos.

—Cuéntame del mundo humano, malparido —repite, ahora correctamente, con el entrecejo fruncido y la sonrisa eterna.

—¿Qué quieres saber? —ignora el insulto, succionado su almeja.

—Todo, los humanos son raros, hacen cosas raras.

—¿Ah sí? ¿Cómo cuáles?

—Los barcos ¿por qué hacen barcos? ¿No les gusta su casa?

Arthur mastica, tanto la almeja como la pregunta intentando darle sentido a la oración.

—¿Te refieres a la tierra firme?

Antonio asiente repitiendo mentalmente las palabras “tierra firme".

—¡Claro que nos gusta! Tiene muchas ventajas, puedes cultivar y tener ganado, construir casas, tiendas, ¡palacios!

—¿y para qué un barco? Nosotros no buscamos explorar tierra firme.

—¿No buscan conquistar territorio? —pregunta pensando que no conoce humano que no guste que su nación crezca.

—Mmm... Pues todo el mar es nuestro.

—Imagina que toda la tierra ya es tuya ¿no te gustaría tener también el mar? Me estás pidiendo una cuerda, eso es parte de la tierra.

El ibérico se lo piensa. Se escuchan las olas chocando constantes contra tas paredes de la caverna.

—Supongo que hay muchas cosas que un hombre puede querer —reflexiona—, creo que seré el primero de mi especie en conquistar el mundo humano —afirma muy contento.

—¡Ja! Eso sería muy gracioso, mira, apuesto a que no te costaría nada conquistar Francia o España, pero lo mínimo que necesitas para conquistar el magnánimo Reino Unido de Gran Bretaña, son unas piernas.

Antonio se ríe con eso sin saber que carajo es Francia, pero se le hace muy divertido lo rimbombante en el acento ajeno.

—Podría conquistar todo lo que quiera, no hay humano que se resista a una sirena.

Arthur no dice nada, nervioso, pues está muy seguro de ello, sabe de navíos enteros que se han perdido por ataques de sirenas, su madre le contaba de los múltiples peligros que estos seres representan.

Pero teniendo a una sirena frente a él... No es como se lo imaginaba.

En primera no es una hermosa mujer de busto rebosante, labios necesitados y largo cabello de oro.

Pero no es como si su acompañante fuera horrendo.

—¿Sabes? Podríamos ser aliados, tú serás las piernas, yo la inteligencia —propone el ibérico.

El británico suelta una carcajada palmenado su pierna.

—¡Por favor! De inteligencia tienes tanta como piernas.

—Es una pena que to no sea inteligente, porque eso significa que te capturó un tonto —se regodea.

Arthur se deja de reír frunciendo mucho el ceño y refunfuñando.

—No hago alianzas con tontos —asegura para sanjar el tema.

—Me alegra, trabajaremos bien juntos entonces —le sonríe con mucho encanto.

Los ojos del británico se abren con sorpresa, la sangre comienza a fluirle hasta las puntas de las orejas. Se ve obligado a voltear la cara para poder sonreír levemente.

—Aunque creo que tú y yo funcionamos mejor como enemigos —sigue parloteando el español.

—Concuerdo —asiente el inglés sonriendo.

Antonio nunca se imagino que los humanos pudieran ser tan entretenidos, se los imaginaba como una foca, muy divertidas para jugar, ricas de comer, inteligentes para sobrevivir pero nada más.

Nunca se imagino que realmente fueran tan complejos. Lo que Antonio no sabe es que, tal vez, le tocó el ser humano más complejo de todos, con carácter duro, demasiado orgullo y poca paciencia.

—No te sorprendiste taaaaanto al verme —sigue parloteando el español, si nadie lo calla será así eternamente.

Y Arthur no lo va a callar, no porque le guste hablar con él o porque le cautiva su voz suave y firme, no, nada de eso, solo porque está aprendiendo a hablar inglés y el charlar es una buena práctica. Claro.

—Soy el mejor capitán que haya visto el mundo, una sirena no va a sorprenderme.

—No te creo —niega con la cabeza.

—No me creas —se pone un poco nervioso de que el español pueda leerlo tan bien.

—Parece que sabías que aparecería —se lo piensa.

—En los mapas que se respeten, donde nos encontramos está marcado como estrecho de las sirenas, un marinero experimentado sabe lo que se encontrará.

—No... Lo que creo es que eres un cazador— asegura Antonio.

—Cazador —entiende y corrige—. ¿Y qué si lo soy? Es una razón más por la que deberías tenerme.

Antonio niega con la cabeza riéndose.

—En cuanto tenga la oportunidad te capturaré y llevaré a tierra firme.

No sabe porque, pero dicha afirmación le causa un escalofrío al Tritón, que le hace erizar las escamas.

La noche fluye, el mar se vuelve un espejo negro donde todas las estrellas encuentran su reflejo.

La luna brilla menguante siendo sus rayos la única iluminación que tienen Arthur y Antonio en su plática sin sentido, que más que plática es una discusión menos amistosa que la que tendrían unos colegas, pero más apasionada que la que tendrían unos amantes.

Lástima que de esto no se darán cuenta hasta que sea muy tarde, se conocerán más de lo que querrían, queriendose poco a poco. Sosteniendo una admiración mutua que encerrarán en orgullo.

Antonio descubrirá que está bastante feliz de verle enojado y avergonzado, mas, lo que ignora es que, es tan prisionero del inglés y de su sonrisa como el rubio del tritón.

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Sus discusiones acaloradas en los comentarios me dan vida.

Este capítulo es muuuy corto porque (inserte explicación convincente).

Gracias por comentar y sobre todo, gracias por leer.

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