IX
Cuando Arthur abrió los ojos no sabía dónde se encontraba.
Su cuerpo se sentía pesado. Tuvo la necesidad de toser hasta escupir toda el agua salada que había tragado.
Podía sentir la húmedad en sus ropas y pelo, lo que significaba que no hacía mucho, se encontraba bajo el agua.
Mira hacia todos lados, es definitivo, está en una cueva, hay percebes en las húmedas paredes de lugar, la luz del sol es escasa, entrando solo por grutas del techo. A pocos centímetros comienza el mar, lo sabe por el oleaje leve que se aprecia, apenas hay poca arena donde puede apoyarse.
Se escucha como las olas rompen contra las Rocas que forman la caverna a veces dejando entrar chorros del mar.
Aunque no tiene su confiable puñal, ni su cuerda, ni certeza, Arthur decide sumergirse en las aguas tratando de hayar una salida.
Nada y nada chocando con las Rocas en la oscuridad, pero siente que el aire se le acaba antes de que sí quiera pueda divisar cualquier rastro de la luz del sol. Insisto, no es el mejor nadador.
Regresa lo más rápido que puede a su pequeño rincón de arena, de nuevo tosiendo el agua tragada y decide que lo mejor es esperar. Ahora es prisionero, que irónico.
Incluso intenta trepar para escapar por el techo, siendo cuanquier agujero en este demasiado pequeño como para que sí quiera entre su cabeza, claro, no lo deja de intentar.
No es hasta que el cansancio lo agobia, que, con sus manos ensangrentadas del esfuerzo y la garganta seca, con áspero respirar, finalmente decidió descansar.
Ha pasado más tiempo del que puede soportar, pero el sol sigue en el cielo.
Un insistente chapoteo es el preámbulo para la aparición del ser mitológico, quien lentamente emerge de las profundidades con la cuerda su barco en las manos.
—¡Aléjate criatura de Satán! —grita en anglosajón el rubio a la par que se hace para atrás sin dejar de mirar a la bestia.
Antonio le mira extrañado con la cabeza de lado sin entender lo que está diciendo el humano. Infiere que está asustado, así que se aprovecha de ello frunciendo el ceño para parecer intimidante, aunque en realidad está profundamente emocionado.
—¡Calla humano! — vocifera en castellano — Vas a decirme que es esto y cómo lo has fabricado, si logro hacer una os liberaré.
El Tritón mueve la cuerda frente al atónito rostro inglés.
Arthur entiende unas cuantas palabras, después de todo, peleas con piratas españoles le han dejado muy en claro el significado de algunas palabras como "Gillipollas" e "Hijo de puta"
—No hablo español — recita con marcado acento británico.
Antonio rueda los ojos, ha escuchado esa frase de otras sirenas de mares lejanos. Maldita sea.
—¿Hablas portugués? —inquiere el Moreno, pues es otro idioma que más o menos entiende.
—¡No hablo español! — Repite el inglés más exasperado
Antonio no entiende mucho del inglés, incluso se le facilita más el francés. Suspira, que complicados sin los humanos.
—¿Hablar inglés? —pregunta un ansioso Tritón.
—Sí, el distinguido inglés de la Corona —responde Arthur, muy airoso.
Antonio se le acerca dando saltitos en la arena, agitando la cuerda en su cara.
—¿Cómo hacer esto? —le pregunta en su precario vocabulario.
—¿La cuerda? Trenzamos hilo de cáñamo— responde dudoso, pues es una pregunta muy extraña siendo que de quien proviene es una mágica criatura de ensueño.
El Tritón no entiende la mitad de la respuesta, son palabras que nunca en su vida ha escuchado.
Ambos se miran con tremenda confusión.
Antonio le lanza la cuerda.
—Enseñar —pide —como hacer.
—Ah... —El inglés se queda un poco en blanco y después piensa ¿enseñar a hacer qué? ¿Nudos? ¿La cuerda misma? Pero luego, en serio, piensa, ahora tiene la cuerda en su poder.
En un rápido movimiento logra lazar a la criatura mítica, no sin forcejeo, gritos y maldiciones, Antonio intenta escabullirse por la única salida de la formación rocosa pero no es lo suficientemente rápido ante las habilidades náuticas del Capitán Kirkland.
—¡Ajá! —grita eufórico el inglés —. ¡Te tengo bacalao apestoso! ¡Ahora sácame de aquí! —exige ajustado la cuerda y lacerando así la piel del Tritón.
Antonio sisea de dolor, pero está bastante exitado, no por estar capturado, si no por la fuerza que muestra la cuerda mientras lucha por liberarse. Las algas jamás serían tan resistentes. Muerde la cuerda sin obtener su preciada libertad, cuando un alga habría sedido ante sus dientes. Sin duda era el material perfecto para cazar, para armar, para crear. Necesitaba saber como se hace.
—No —niega Antonio con una sonrisa sintiendo el ardor de la cuerda.
—¿Eh?
—No —Repite Antonio más lento, como si su contrario fuera tonto.
Los ojos de Arthur se encienden en ira. Frunce el ceño con sus cejas hiperpobladas.
—Libérame —exige en el castellano más inglés que se ha escuchado.
—No— Sigue repitiendo con su sonrisa ladina, cabe resaltar que los colmillos del Tritón están más desarrollados ante la evolución de depender de pescado crudo para sobrevivir.
Al mirar los colmillos el corazón de Arthur se acelera de terror, pero no permite que su mirada desista de severidad.
Aprieta la cuerda sacándole aire al Tritón.
—No te estoy preguntando —ladra el rubio.
La criatura hace por alzar los hombros.
—Cuando luna en el cielo —mira hacia arriba con una sonrisa, revelando el anaranjado del cielo ante los ojos isleños—, mar subir, tú morir sin yo —relata con suficiencia —, gilipollas.
Arthur reflexiona, ciertamente, no podía salir de ahí sin alguien que le ayude a nadar más rápido.
Bueno... La verdad enseñarle a hacer una cuerda es una pequeña comisión por salir de aquí. Cuando estuviese libre, volvería a capturarlo sin problemas.
Bufa, visiblemente muy de malas pero soltando la cuerda.
—Bien —se sienta sobre la arena con las piernas cruzadas—. Pero tendrás que aprender el inglés de su majestad.
Antonio, ahora libre, sujeta la cuerda con un abrazo, niega con la cabeza.
—Tú aprender castellano —declara.
—Sé todo el castellano que quiero saber —insultos, poco más —. Pero ciertamente tu inglés es horrible, carece de gramática, sintaxis.
Mientras el inglés gesticula, Antonio sólo puede miralo con una ceja levantada y perplejo.
Ningún humano le iba a decir que hacer, ya mucho hacía con hablarle en ese horrible lenguaje de bárbaros como para que todavía le insulte.
Tremendo hijo de puta es el que ha podido capturar.
El rosado del cielo se presenta como una alarma, una señal de la inminente subida de la marea que se tragaria tan pintoresca guarida de Rocas.
Antonio toma la pálida mano de su prisionero, quien le mira atónito callándose al instante.
—Aire —advierte antes de sostenerlo con los hombros, colocando su rostro en su propio pecho y saltar al agua, moviéndose a través del conducto que los sacará de ahí.
~
Ehh me acordé que hoy es viernes
Gracias por leer
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