IX
El barco ha estado demasiado tiempo abandonado, la proa está llena de algas y moluscos varios, además que la madera de proa a popa está magullada por tantos golpes constantes con las Rocas del paraje en donde fue abandonado.
Las velas están, por suerte, levantadas y los palos no se ven en tan mal estado, por pura desgracia la parte más dañada del navío es el bauprés, culla parte delantera cuelga rota.
A pesar del desgaste y la naturaleza abriéndose paso por la nave, el inglés sonríe como un niño al ver su tan querido barco. La verdad es que ha estado peor.
Ahora viene la parte difícil, subir la bestia al barco.
Arthur ya no sabe si llevar a cabo su plan original de engañar al Tritón y mantenerlo en su red de pesca durante todo el viaje.
Lo odia, sí, lo odia y ese es el problema, lo odia tanto que cree que sin él se sentiría incompleto.
Pero no puede simplemente confiar en él descaradamente.
Por mucho que lo desee.
Se plantea el simplemente levantar el ancla y salir navegando a toda vela a casa para encerrarse en ella y quedarse en posición fetal un par de años. Aunque no puede hacer eso, él es Arthur Kirkland ¡Joder!
Por primera vez, se siente un poco en control de todo lo que está pasando y, eso le da tanto calma como una enorme angustia.
Da vueltas por la cubierta haciendo resonar sus tacones bajos por la madera.
Estaba tan cerca de su objetivo, tan cerca de la gloria eterna, tan cerca de cerrarle la boca al idiota francés y a todos los que lo subestimaron, pero, ¿luego qué?
Sí, volvería a su vida como pirata y a navegar los mares como un furtivo herrante.
Incluso podría ir al nuevo mundo y construir una Casita para dejar como patrimonio.
Prefiere, como siempre hace, entrar en su abandonado camerino, rebuscar entre las alacenas encontrando una maloliente y demasiado fermentada botella de brandy a medio tomar, retirando el corcho mordisqueado por cucarachas, dando un sorbo bastante prominente dejando en la botella gotas más que tragos.
Sintiendo de nuevo el alcohol en su sistema después de trágicas semanas de abstinencia. Como si en asqueroso wisky no fuese de los más putrefacto, tanto que ni las alimañas han reparado en beberlo, para Arthur es el elixir mismo de Dios que sin duda necesita su cuerpo para funcionar.
Un suspiro de satisfacción se le escapa al tragar todo el fluido.
Sale de su camerino más confiado que marsopa en escenario. Se agarra bien de una cuerda del mástil principal, rápido, pero con todo calculado al detalle, se lanza hacia el azul del mar, quedando sobre el lateral del barco, en paralelo a las aguas.
Antonio le observa, impaciente.
—¡Oye, sirenita! —el rubio le grita desde la distancia—. ¿Cuánto aguantas vivo sin agua?
—Mmm... No lo sé, no lo sé, nunca he estado mucho rato fuera del mar.
—Lo averiguarémos —sentencia el británico, se mueve directo hacia el ancla, alzándola.
El barco se vuelve inestable y comienza a moverse un poco más de lo que debería por el golpeteo de la marea, pero no es por mucho tiempo, pues enseguida, Arthur lanza de nuevo el ancla, esta vez en el flanco donde está Antonio.
—¡Sube, guapo! —le indica al tritón, cuando se da cuenta lo que dijo no puede evitar que sus orejas se tiñan de un avergonzado carmín.
Antonio ni le va, ni le viene, ¡Claro que es guapo! Bajo el agua, se sube al ancla con emoción, colocando la parte dorsal de su cola en uno de los pocos del ancla y sujetando fuerte la cadena que la elevará.
Arthur espera unos instantes antes de comenzar a elevar de nuevo el ancla.
Bajo el agua es fácil sujetarse, pero, mientras más se aleja del líquido, más resbalosa y poco firme se vuelve el ancla. El moreno hace esfuerzos titánicos para no caerse.
Cuando por fin llega a la cubierta en su transporte de hierro con algas, se deja caer un poco sobre la madera del navío. La acaricia con su mano escamosa dejando un charco de agua por donde la pasa.
Todo es tan diferente, nunca había estado en la cubierta de un barco que no estuviese hundido. Ver todo en esplendor, sin la desolación que provocaba el naufragio era Magnífico.
El británico tiene la mente en otro lado. Está contento de tener por fin a su sirena prisionera, pero, ¿realmente quería tener a Antonio prisionero?
"¡Por supuesto!" Se decía internamente, dándose ánimos, "¡si no lo quisiera cautivo, su corazón no daría vuelcos de júbilo al notarle en su nave! ¡De no quererlo prisionero, su alma no se contraería con lastimero sufrimiento de solo pensar en separarse!".
Se le acerca, cargando a la bestia, con una mano firme sujetando su espalda y la otra su cola. Como se carga a una señorita recién casada.
Antonio apenas se acostumbra a este tipo de movimientos salvaje, inmediatamente se sujeta del cuello ajeno, empuñando la camisa del navegante con fuerza.
Los ojos verdes se miran, unos a otros, los del inglés son tan bastos como la vida, llenos de tragedia, de un verde brillante y salvaje. Mientras que los ojos de Antonio son profundos, tanto como el mismo océano, de pasión desbordante, tan amplios que parece que te perdieras en ellos y, a la vez, cuando los miras, puedes sentir que por fin encontraste el lugar al que perteneces.
Eso mismo le sucede a Arthur, quien ha visto un destello en los ojos contrarios, no humano, no de bestia, sino, algo más complejo, algo más maravilloso, algo indescriptible, tanto, que solo puede calificar como el sentido de la vida.
Sus mejillas no tardan en colorearse de un intenso granate. Antonio puede sentir a través de su piel, como las manos del bucanero se tornan más cálidas.
Antonio no es quien para romper la intensa mirada. Así que se suelta un poco, con su mano derecha acaricia el rostro del rubio, lento, como si estuviera tratando de adivinar l curvatura de su mandíbula.
Poco a poco le va acercando el rostro. De manera que, logran juntar sus labios en un dulce beso, no ansioso como los anteriores, esta vez, es un tierno beso, en el que cada uno se dispone a dejar parte de su alma.
~
Antonio jamás había logrado ver su hogar, el mar, desde tanta altura, como ahora, sentado en la cubierta del navío, con su aleta flotando a través del varandal de la nave.
Por su lado, Arthur esta demasiado ocupado maniobrando para lobrar encaminar el barco en buen rumbo.
No es hasta bien entrada la tarde que logra por fin tener un momento de descanso, se sienta a la orilla, muy cerca del moreno, balanceando los pies también.
—¿Cómo te sientes? —le pregunta el rubio, con voz suave y sin mirarle.
—Supongo que bien, solo... Es como si mis entrañas fuesen muy pesadas de repente, pero fuera de eso, todo es muy lindo —asegura sonriendo con calma—. Nunca había visto el mar desde tan alto.
—Es la mejor vista que un hombre puede tener —asegura con ensoñación el inglés.
Antonio rápidamente niega con la cabeza.
—No, es muy hermoso pero... —el tritón se lo piensa un rato—. Baja el ancla.
—¿Qué?
-—Baja el ancla —pide de nuevo.
—Pero, pero, aún no llegamos, ni siquiera sé si el ancla tenga donde sostenerse.
—De eso me encargo yo —Antonio le sonríe con galantería antes de dejarse caer hacia el eterno azul.
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Hey, hey, ve a compartir esta historia con tus todos tus conocidos a leer las demás. Por favooor.
Gracias por leer
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