I
Las olas de la costa son cada vez más dulces, besando la arena antes de alejarse.
Son saladas.
Se mueven sin cuartel siendo libres.
Algunas de esas olas acarician la embarcación del más grande pirata que Gran Bretaña ha tenido honor de conocer hasta el día de hoy.
Arthur Kirkland.
Un marinero despiadado. Tan hábil en el arte de la piratería que la mismísima Reina le había concedido el título de caballero. Por ello solía regodearse llamándose a sí mismo un honorable corsario, pero, no era más que un sucio pirata traicionero y sarcástico.
Borracho.
Siente el frío viento de cerca de la costa, en un pequeño pueblo pesquero de Gran Bretaña que para entonces es la ciudad más avanzada del sur.
Su cabello, sucio y mal peinado, es acariciado por la brisa costera mientras escucha a los hombres de su tripulación dejar caer el ancla.
La gente de dicho pueblo le espera con ansias, toda una celebridad.
No pasa mucho tiempo cuando él y sus hombres ya están desembarcando el jugoso botín.
—Oh magnífico Capitán Kirkland —exclama una señora que por el puerto de encontraba—. ¿Ha sido vuestro viaje exitoso?
El capitán le mira con Aires de grandeza, sonríe, dejando a la vista sus dientes chuecos que, a pesar de todo, no le quitan atractivo.
—En efecto, mi dama, pocas expediciones ha visto el mar más fructíferas que esta —presume.
No es para menos, en los barriles que está descargando se encuentra sal de la más pura, especias de una cantidad ingente, azúcar de calidad, tomates, levaduras, telas de colores vivos, mariscos incontables y joyas que, aunque pocas, son trofeos valiosos para tan famoso pirata.
—Los peninsulares no son más que ratas para usted, capitán —señala un hombre del pueblo.
Kirkland ríe.
—Bucaneros de agua dulce es lo que son, no más que peces sin cerebro —confirma el navegante—. Ibéricos de mierda...
—¡Ja! —se burla un hombre guapo, rubio, extranjero, claro, de las tierras continentales galas, el biólogo; Francis Bonnefoy —. ¿Con que menos que peces?
Apenas hace acto de presencia, Kirkland ya está volteando los ojos.
—¡Sí! Menos, son como lombrices —replica el capitán.
Francis sonríe acercándose a él.
—Como botánico entenderá que me encantaría escuchar sobre todas las lombrices de su viaje —se burla.
Kirkland se aparta.
—No solo lombrices, hemos visto de más bestias sobre las aguas. Los siete mares son mi casa y los conozco como la palma de mi mano, por eso estoy seguro que no hay costas más peligrosas que las ibéricas —asegura convencido.
El francés suelta una pequeña carcajada.
—¿En serio? ¿Pues qué hay en Cantábrico que cause tanto terror? —preguta burlón.
—Sirenas —suelta en tono solemne.
Un silencio invade el lugar, todos observan al capitán con incredulidad, al menos hasta que el primero ríe, después el siguiente, hasta que todo el puerto se hunde en una carcajada burlona para el capitán Kirkland.
—¡No rían, ignorantes! —exige el Capitán.
—¿Ignorante? ¡Será usted! Está comprobado científicamente que las sirenas no existen —suelta Bonnefoy.
El rostro de Kirkland es de enojo puro. Aprieta los dientes con furia.
—¿Ha visto el nuevo mundo alguna vez? —se defiende con aparente calma.
El francés deja de reír, mira al marinero y niega con la cabeza.
—No.
—Pero existe —esta vez el puerto queda en silencio. Porque incluso algunos han viajado al nuevo mundo, saben que es real—. Nunca lo ha visto pero sabe que existe. Yo he estado ahí, mis marinos han estado ahí. Y déjeme decirle, botánico de cuarta, que el Nuevo Mundo es tan real como las sirenas.
Aquel discurso fue tan firme, que la gente del puerto no río más.
Pero a veces la determinación de un hombre de ciencia puede ser tan fuerte como la de un religioso.
—¿De veras? —cuestiona retórico el francés—. Entonces, Capitán del mundo, creo que si su afirmación es tan cierta no tendrá mayor problema con traernos pruebas.
—¿Qué tanto ladras? —le cuestiona enfadado.
—Lo que intento decir es que, si las sirenas son tan reales, usted,que es un gran capitán, no debe tener problema en capturar una y traerla a mi laboratorio —le reta.
—¿Y por qué habría de hacer eso? Tengo mucho en mi calendario como para perder el tiempo en tontos retos de imbéciles —le mira con absoluto desprecio.
—Para cerrarme la boca, por supuesto — apremia el francés.
Los murmullos en el puerto se empiezan a escuchar. Algún ser de buen oído podría escuchar perfectamente que se tratan de susurros insultando la credibilidad del Capitán Kirkland.
—¡Bien! —acepta ante la presión social y el odio hacia el biólogo francés —. Mañana mismo partiré después de cargar provisiones.
El capitán se gira hacia su tripulación, la mayoría ha estado escuchando la discusión, pero hay quien solo ha estado descargando, todos voltean cuando escuchan a su capitán llamarles.
—Tripulación —comienza su discurso con voz firme—. Mañana partiremos a las aguas ibéricas y no volveremos a tierra hasta tener en nuestro poder una sirena.
La orden parece algo bastante surrealista.
Algunos miembros de la tripulación se miran entre ellos tratando de confirmar que no están locos y que todos han escuchado tan ridícula orden.
Un hombre de la tripulación toma su parte del botín antes de irse.
—Búsqueme en el bar, si es que regresa —exclama ante su capitán, camina por el puerto hasta que su figura se pierde.
Los demás miembros de la tripulación, uno por uno, se comienzan a ir hasta que el capitán queda sin un solo hombre.
Ninguno quiso arriesgarse para atrapar a una sirena, o sencillamente, no creían en las sirenas, no iban a gastar su tiempo por una apuesta de su capitán, si no había botín y por ende, dinero de por medio, no querían saber nada de ningún viaje.
Francis mira con sorna a Kirkland, haciedo más despreciable su sonrisa de superioridad.
—Parece que no todo marinero sueña con casarse con una sirena —indica mofándose.
—¡Bastardos! ¡Traidores! ¡Débiles cerdos cobardes! —grita a todo pulmón el capitán Kirkland para sus hombres—. ¿Quién los necesita? ¡Soy el mejor corsario que el mundo haya visto! ¡Puedo capturar todas las sirenas que quiera yo solo!
Recita antes de sellar el trato escupiendo en su mano y ofreciéndola al francés. Este, con asco, termina por estrecharla.
Es un trato.
∆•∆•∆
Dedicado a D-neko
Gracias por pedirme está historia y espero que te encante.
¿Cuando volveré a actualizar esta historia? es una buena pregunta pero seguro que actualizo algún día.
¡Gracias por comenzar a leer!
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