Primera Escena

Royal Woods era un miserable pueblucho en Michigan olvidado de la gracia de Dios, en donde cualquiera con media neurona sabía guardar su distancia de los Loud... y en general muchos tendían a creer erróneamente que el buen Lincoln era otro hijo más del feliz matrimonio aparte de sus diez malcriadas hijas que venían en distintas edades y tamaños. Nada más alejado de la verdad.

Hasta la fecha, como se sabía, el chico estuvo viviendo en un muy, pero muy reducido espacio al final del corredor que habían adaptado para el con una cama y un escritorio. No era tan amplio como las habitaciones compartidas de a dos de las chicas, pero era acogedor y una mejor alternativa a tener que dormir en las calles como había echo antes de llegar a la ruidosa casa.

Suerte o infortunio, era lo que se debatía el huérfano de cabellos blancos en su mente respecto a lo que le había tocado a la hora de reflexionar sobre su situación.

Por un lado, cuando se apareció en la puerta siendo un pequeño de seis años que titiritaba de frío y tan sólo esperaba a que le dieran un mendrugo de pan duro para apaciguar su hambre, en lugar de eso le invitaron a pasar, lo bañaron, lo vistieron, lo alimentaron, le dieron un nombre y le facilitaron un lugar donde dormir. Por otro, al poco tiempo Lincoln conoció las verdaderas caras de la familia de locos y mezquinos que vivían ahí donde había ido a parar.

Desde el primer día, los Loud le dejaron bien en claro que no se quedaría en su casa de a gratis, sino que tendría que trabajar para ganarse el sustento diario; cosa que el hubiera hecho prácticamente parado de cabeza, de no ser porque eso implicaba estar al servicio de esas bendiciones que no eran otra cosa más que un puntapié en la entrepierna multiplicado por diez.

Principalmente lavaba los uniformes y hacia de Sparring/saco de boxeo de Lynn Jr., la quinta hija de sus patrones. Lynn era una muchacha aficionada a los deportes, competitiva en todo, mala perdedora y ganadora y con serios problemas de ira por lo que no se moderaba en jugar brusco con el. Además de que era una autentica guarra que indeliberadamente le eructaba en la cara o se echaba gases sobre su persona sólo porque si.

Así mismo, asistía como enterrador a Lucy, una niña muy tétrica que solía ofrecer servicios fúnebres para mascotas y juguetes rotos a los otros niños del vecindario. Claro que a el era al que le tocaba escarbar con la pala como un buen peón hasta que se le reventaban las ampollas en sus manos mientras que ella se quedaba con todo el dinero que les pagaban. También la ayudaba a hallar rimas para sus poesías de vez en cuando, siempre después de que Lucy se le apareciera sin previo aviso dándole un buen susto de muerte, adrede.

Desde luego que el, y sólo el, fue el encargado de cambiar los apestosos pañales de la bebé Lily, así como de limpiar la suciedad dejada por los animales de la chiquilla más mugrosa de todas, Lana quien cada vez seguía trayendo más.

Acompañaba a Lola, la gemela de Lana, a cada uno de sus concursos como su preparador para ayudarla a maquillarse y peinarse; y si la princesita de la casa no ganaba el primer lugar, pobre de el que era con quien descargaba toda su frustración.

La peor parte era cuando tenía que servir como conejillo de indias para los inescrupulosos experimentos de Lisa, una niña prodigio que era el arquetipo de una pequeña científica loca que no tenía reparo en poner en riesgo la integridad física de otros en favor de la ciencia según sus propias palabras.

Tenía que aguantar las pesadas bromas de Luan la comediante, además de ser su asistente en su negocio de fiestas infantiles, sin paga claro está. Tenía que soportar las babosadas de la tonta Leni, a quien siempre acompañaba al centro comercial para cargar todas sus bolsas, y si estaba muy cansada para caminar cargarla a ella también. Tenía que ayudar a Luna con su equipo y estar pendiente de que en el momento menos esperado sus oídos sangrarían por el estridente instrumental de la rockera puesto a todo volumen.

Si Lori, la más mayor, así lo deseaba, el tenía que dejar de hacer lo que fuera que estuviese haciendo para acudir a su primer llamado, ponerse en cuatro patas y hacer del taburete en el que ella se sentaba a hablar horas y horas por teléfono.

Si señor. Lincoln no era un Loud, sino un recogido que les servía en todo lo que le ordenaban. Era el que lavaba los platos, el que tendía las camas, el que hacía de niñero de las cinco menores mientras que las cinco mayores salían a divertirse. Era el que barría, sacudía y aspiraba la casa; el que limpiaba el baño, el que atendía a las diez caprichosas hermanas y dejaba que se aprovecharan de su buena voluntad; y ninguna de ellas levantaba un solo dedo teniéndolo a el.

A los once, por las malas aprendió más de una vez que no era considerado parte de la familia, más allá de una mascota adiestrada que tenían ahí. Un cero a la izquierda al lado de las diez talentosas hijas del señor Lynn, a quienes adoraba y consentía desmesuradamente mientras que a el desmesuradamente lo explotaba.

Cabe resaltar, que así como todas las hermanas Loud, Lincoln si tenía un talento por el que se destacaba, contrario a la creencia popular de los demás. Aparte de ser inteligente y multifacético, era especialmente bueno cuidando las plantas. Tan bueno que gracias a el la casa Loud gozaba de tener el jardín más hermoso de toda la ciudad (si no es que del estado). En particular, el anciano vecino cascarrabias de aquella horda de hipócritas arrogantes lo había contratado un par de veces para que le ayudara en el suyo y consideraba un desperdicio que los Loud dejaran que los dotes de jardinero de Lincoln se malgastaran.

Así era su vida, lo que le había tocado, pero igual no tenía de que quejarse. Es decir, aunque debía aguantar humillaciones y maltratos, después de todo les estaba agradecido por haberlo sacado de la miseria.

Además no todo era tan malo. Para empezar lo enviaron a la escuela (lo enviaron en caso de que esas pequeñas monstruosidades necesitaran algo de el pero igual lo enviaron) y ahí pudo hacer amigos que si sabían apreciarlo como no lo apreciaban ahí donde vivía.

Uno de ellos era Clyde McBride, el que fue su mejor amigo en la primaria...Hasta que lamentablemente este y sus dos papás se sacudieron el polvo de Royal Woods en busca de una mejor calidad de vida.

También estuvo una niña hispana llamada Ronnie Anne, la hermana menor del ex novio de Lori... Quien también acabó mudándose, igual como hicieron todos los chicos de la pandilla eventualmente. Sólo Lincoln se tuvo que quedar con los Loud, pues no tenía a otro lugar a donde ir.

Pero a pesar de las adversidades, las cosas para Lincoln dentro de poco iban a cambiar; ¿para bien o para mal? Sólo el tiempo lo diría...

Para cuando cumplió quince, el señor Loud decidió que no quería a un adolescente con las hormonas desenfrenadas bajo el mismo techo que sus niñas, por lo que sin mas le avisó que de ahí en adelante viviría en el húmedo sótano de su restaurante donde trabajaría como ayudante de la cocina y encargado de la limpieza.

En la mañana llegó a instalarse disponiendo sólo de una mesa con su silla, un catre y una ventana por la que entraba muy poca luz; pero hey, más amplió y tranquilo que su antigua morada si era.

Por ende, desempacó sus cosas, puso su plantita junto a la ventana, se colocó el delantal y subió de vuelta a la cocina a acatar las ordenes de su jefe.

***

Más tarde como a las cinco llegó Paige, una chica pelirroja de la misma edad de Lincoln que hacía poco había entrado a trabajar en La Cocina de Lynn como repartidora. Las mujeres Loud también estaban ahí sentadas en una mesa grande cuando la vieron cruzar la puerta.

–Buenos días, señor Loud –se anunció al entrar.

–¿Buenos días? –repitió el hombre desde el mostrador–. Pero si ya casi es hora de cerrar, aunque no hemos tenido un solo cliente hoy.

–¡Lincoln, date prisa con esos refrescos! –lo llamó entretanto Lola.

–Paige –se acercó a hablarle Rita–, ¿quieres ir a ayudar a Lincoln con...? ¿Pero quién te ha amoratado ese ojo?

–¿Morado? –se giró disimuladamente Paige para que no le vieran ese lado de la cara.

–¿Te ha vuelto ha golpear ese patán que tienes por novio? –apuntó a decir Lori–. Oye, sé que no es asunto mío, pero empiezo a pensar que literalmente ese tipo no te conviene en absoluto.

Antes de que Paige pudiera decir algo, Lincoln salió de la cocina llevando una bandeja con doce botellas de refresco. Mas en su travesía no advirtió que la traviesa Lily de cinco añitos llegó a meterle el pie, haciendo que resbalara y se cayera de narices contra el suelo.

–Aquí están sus... ¡WAOU!

–¡Lincoln! –lo regañó Luna.

–¡¿Es que no puedes tener más cuidado?! –le siguió Lisa.

–Bien echo, apestoso –se le burló Lynn Jr.

–Eso lo descontaré de tu paga –aclaró Lynn padre señalando a las botellas rotas.

–Si señor –asintió el chico humildemente.

–No le griten a Lincoln, por favor –lo defendió gentilmente Paige en lo que acudía para ayudarlo a limpiar el desastre.

–Hola Paige –la saludó sonriente–. Estás radiante hoy.

Para Lincoln, Paige era la chica más hermosa que había conocido en toda su vida y de quien además había quedado perdidamente enamorado desde que de niños se vieron por primera vez en el arcade. En contadas ocasiones el le había mandado indirectas de que quería con ella algo más que una amistad; pero bien, o Paige no las había captado, o había pretendido no captarlas. Muy probablemente porque su muy estricto tío con el que vivía no la dejó tener novio hasta que el mismo la obligó a salir con el tipo que actualmente andaba con ella; del mismo modo en que también la obligó a conseguir trabajo para reponerle la comida y el alojamiento que le había proporcionado desde niña, pues su vida tampoco había sido nada fácil.

Paige se sonrojó y le devolvió la sonrisa.

–¿Llevas un nuevo maquillaje? –preguntó sin embargo su amigo al notar su moretón en el ojo también.

–... Te ayudaré a limpiar esto antes de que llegué un cliente –siguió disimulando Paige bajando su mirada.

–Entonces tienes tiempo de sobra –afirmó Luan sin sarcasmo.

–Dios santo –echó Lynn Sénior a caminar y refunfuñar en voz alta–, menuda existencia la mía. Unos empleados inútiles, vagos en las aceras, un negocio ruinoso. Mi vida es una terrible tragedia... ¡Eh, ustedes!

El señor Loud se acercó a la ventana al ver a Jordan, Mollie y Cristina holgazaneando afuera de su establecimiento.

–¡Fuera de aquí! –ordenó golpeando el cristal con los nudillos–, ¡vamos!, ¡marchaos!, ¡marchaos! ¡Fuera!, ¡fuera!

Jordan viró los ojos, cerró la revista que estaba leyendo y empezó a alejarse seguida por sus dos amigas.

–¡Vamos, largo de aquí, holgazanas! –se asomó Lynn Sénior a la puerta a echarlas–, ¡fuera!

–Eh, yo no soy ninguna holgazana –se regresó a responder una de ellas–, ¿y tú, Jordan?

–Yo tampoco, Cristina, ¿y tú, Mollie?

–Tampoco.

–¡Deberían estar estudiando o haciendo algo de provecho! –reclamó el hombre.

–Tranquilo, ya somos chicas de carrera –contestó despectiva Mollie.

–Exacto –secundó Cristina–, en cuanto vemos a un profesor nos gusta salir corriendo.

–¿Ah sí? ¿De ese modo piensan progresar?

–¿Ha dicho progresar? –rió Jordan en tono burlón–. ¿Oyeron lo que dijo ese narizón, amigas? Oiga, anciano, cuando se es de este pueblo no se progresa jamás.

Lynn Sénior las mosqueó con un ademán en cuanto las vio desaparecer al doblar en un callejón y volvió a entrar en su restaurante.

Al mismo tiempo, por la otra acera, Agnes Johnson iba camino hacia su casa tras otro deprimente día ejerciendo en su mal pagado empleo como maestra de la Escuela Primaria de Royal Woods.

El sol sale a las siete, otro día más...

–clamó a lo alto con voz melodiosa–.

Trabajas ocho horas,
pero nunca vas a prosperar...

Dilo, nena

–canturreó Jordan, quien súbitamente y como por arte de magia apareció en otro callejón a su derecha junto a Mollie y Cristina; las tres en sus vestidos de coctel en lugar de las ropas habituales que llevaban puestas hacia apenas tres segundos.

Y a las cinco adiós...

–siguió cantando la maestra al pasar junto a un contenedor de basura del que un vagabundo se asomó a reiterar:

De vuelta en...

Royal Woods

–corearon las tres chicas mientras danzaban por las calles del pueblo a observar el día a día de la miserable gente que lo habitaba–.

Todo es pobre y triste,
en Royal Woods.
Todo es un mal chiste,
en Royal Woods.
La ilusión no existe, oh no.
Aquí en Royal Woods.

En una banca, el malhumorado anciano Seymour canturreó:

Si vas a...

Royal Woods

–prosiguieron Jordan, Mollie y Cristina.

Taxis no verás

–protestó otro anciano llamado Bernie cuando un taxi pasó de largo haciendo caso omiso a sus señas.

En Royal Woods...

–volvieron a corear las chicas.

Mierda comerás

–canturreó Flip, quien en ese momento se hallaba ocupado en alterar las fechas de caducidad de los productos de su tienda como por vigésima vez.

En Royal Woods

–canturrearon entonces Jordan, Mollie y Cristina–,

el camello es más que aflicción...
Sólo aquí, en Royal Woods...

En una parada, observaron a un grupo de gente bajar de un autobús de modo simultáneo en el que otro grupo subía a seguir con sus monótonas y tristes vidas como herramientas del sistema.

En el trabajo sólo hay mal humor

–siguieron cantando las tres al tiempo que esto sucedía–.

Siendo un mensajero o un repartidor.
Sólo un triste bocadillo hay que comer.
Un jefe que te exprime hasta enloquecer.
En el trabajo de ti quieren abusar.
El suelo hay que barrer y hay baños que limpiar.
Mañanas de locura, tardes de terror.
Pero a las cinco está peor.

Pues vuelves a...

–canturreó un policía que estaba haciéndole la prueba del alcoholímetro al conductor ebrio de un auto aparcado junto a la acera.

Royal Woods

–corearon Jordan, Mollie y Cristina.

Los fulanos van...

–prosiguió Paige en lo que salía del restaurante a sacar la basura, preguntándose si en algún momento las cosas mejorarían.

A Royal Woods.

Y te acosarán.
En Royal Woods...
De ti sólo se quieren aprovechar.
Aquí en Royal Woods...

Aquí en Royal Woods...

–volvieron a corear las tres chicas, igual que muchas personas que se asomaron de las ventanas de sus casas a expresar lo infelices que eran de vivir:

Aquí en Royal Woods...

–canturreo el Señor Quejón.

Aquí en Royal Woods...

–canturreó Scoots.

Aquí en Royal Woods...

–canturreó Steve.

Aquí en Royal Woods...

–canturreó Sergei.

Aquí en Royal Woods...

–canturrearon todos en Royal Woods; a la vez que de vuelta en La Cocina de Lynn, Lincoln barría el piso, reflexionando al igual que Paige si llegaría el día en que le iría mejor a el.

¡Mal!

–canturreó el frustrado peliblanco a lo alto–.

Esta vida me trata mal.
Y no sé si seguirá igual.
¿Por qué Dios me trata fatal?
¡Que desgracia!
(Oh) Un pobre huérfano era.
Un niño de la calle aquí, en Royal Woods.
El señor Loud me acogió en su puerta,
trabajo y un catre me dio.
En desgracia,
cuando sus hijas me llaman, voy yo...
Si eres de...

Royal Woods...

–volvieron a canturrear Paige, el trio de chicas que narran esta historia y todos los demás en el pueblo.

Es tu dirección en...

Royal Woods...

No hay salvación en...

Royal Woods...

La gran depresión invadió...

Todo Royal Woods.

Y pese a todo, Lincoln mantenía el optimismo, pues se decía repetidamente que:

Sé que habrá formas para salir de aquí.
Día y noche rezar, y salir de aquí.
Que alguien diga que un día saldré de aquí.
Una oportunidad, por piedad, si.

De Royal Woods...

Dime que debo hacer, y saldré de aquí.
Que camino emprender, y saldré de aquí.
No hay que desfallecer, y saldré de aquí.
Sé que algún día podré, y lo haré, ¡si!

Simultáneamente Paige entró en la cocina anhelando exactamente lo mismo que su amigo.

Que bonito sería salir de aquí

–canturrearon los dos al mismo tiempo desde diferentes ubicaciones–.

La ilusión volvería al salir de aquí.
Cielo, tierra mover y salir de aquí.
Cuerpo y alma poner en salir de aquí.
De algún modo le pago a alguien más por salir de aquí.
Nunca digas jamás, y saldrás de aquí.
No me importa tan sólo salir de aquí.
De...

¡Royal Woods...!

–acabaron de cantar a lo alto con todos los habitantes del pueblo entonando un sonoro y magnífico coro.

***

Pasaron las horas, y ni un cliente asomaba las narices al restaurante. Las hermanas Loud se paseaban de un lado a otro y ya ni siquiera Lincoln y Paige tenían algo que hacer.

–Ocho y cuarto –comentó Rita–, y no hemos vendido ni un mugroso churro.

–¡Es todo! –vociferó finalmente el señor Loud quitándose su gorro de chef y arrojándolo al suelo–. ¡Ya está, se acabó, no hace falta volver mañana!

–¿Qué quiere decir? –Lincoln tragó saliva asustado de que se refiriera a lo que estaba pensando.

–Pero, señor Loud... –quiso replicar Paige quien necesitaba mucho del empleo.

–¡Pero nada! –siguió diciendo Lynn Sénior–. ¡No aguanto más!, cierro, se acabó. Por fin mi familia y yo dejaremos este negocio que no va a ningún lado y nos iremos de este horrible pueblo.

–Al fin tendré mi castillo –dijo Lola ilusionada.

–Señor Loud... –quiso sugerir Lincoln, teniendo bien claro que si cerraban el negocio por que la economía flaqueaba, entonces la familia Loud se desharía sin dudarlo de el e irremediablemente ya no tendría a donde ir–. Perdone lo que voy a decirle, ¿pero no se le ha ocurrido que lo que quizá necesita el restaurante es ir en otra dirección?

–¿A que te refieres, tonto? –preguntó Lori de forma despectiva.

–Lo que Lincoln quiere decir... –empezó a explicar Paige–. Oye Lincoln, ¿por qué no traes esa planta tan exótica que has estado cuidando con tanto esmero y cariño?

–Ahorita la traigo –afirmó el yendo a buscarla.

–Verá, señor Loud –siguió explicando la pelirroja–, esas plantas tropicales que cuida Lincoln son de una belleza extraordinaria, casi salvaje, y hemos pensado que si esas plantas tan diferentes y exóticas estuvieran expuestas y bien anunciadas, atraerían a más clientes.

–Eso suena tan estúpido –dijo la mismísima Leni, al momento en que Lincoln regresó llevando la planta que Paige había mencionado trasplantada en una lata de granos de café.

–Tengo el presentimiento de que hoy no se siente muy bien –dijo preocupado el peliblanco, al tiempo que Paige y los Loud lo rodeaban para ver la planta.

–¿Qué les parece? –preguntó Paige–, ¿verdad que es rarísima?

–Desde Luego –admitió Lisa intrigada por el especímen.

–Parece esa asquerosa cosa que les cuelga a los niños en medio de las piernas –comentó Lily.

–Literalmente –confirmó Lori.

–¿Pero qué aberración de planta es esa, Lincoln? –preguntó extrañado Lynn padre.

–No lo sé –respondió–, es una especie de planta atrapamoscas. No he podido identificarla en ninguna enciclopedia, de modo que le puse nombre. La llamó: Paige II.

–Es mi nombre –se emocionó ella, conmovida de oír eso.

–Espero que no te importe.

–Claro que no –le sonrió Paige con calidez.

–Verán –prosiguió Lincoln–, hemos pensado que si colocamos una planta tan rara e interesante como esta, aquí en el mejor sitio del escaparate, es posible que...

–¿Es posible qué? –repuso Lynn Jr. mientras las demás se cruzaban de brazos.

–¿Tienes la menor idea de la tontería que estás diciendo? –la apoyó su madre–, ¿crees que con sólo colocar una planta exótica en el escaparate, la gente entrará de pronto...?

–Disculpe –entró a preguntar justo en ese momento Bumper Yates padre en compañía de su esposa y sus cuatro hijos. Todos, como siempre, sonriendo como idiotas–, esa planta que acaban de poner en el escaparate, ¿a que especie pertenece?

–Es una Paige II –contestó su tocaya muy contenta de decirlo.

–En mi vida había visto una planta igual –expresó Bumper Jr.

–Ni ustedes, ni nadie –dijo Lincoln.

–¿De dónde ha salido? –quiso saber la señora Yates.

–Pues verán– empezó a relatar el peliblanco; entretanto Jordan, Mollie y Cristina se asomaban por detrás del mostrador, esta vez en elegantes vestidos orientales–, ¿recuerdan que hace una semana hubo un eclipse total de sol?

Da-doo

–canturrearon ellas tres conforme contaba su historia.

–Pues bien, iba yo caminando por la zona de los mayoristas de flores...

Compra-doo.

–Y pasé por el puesto de un amable chino...

Cheng, da-doo.

–Que a veces me vende esquejes de plantas raras y exóticas...

Poda-doo.

–Porque el sabe que las plantas extrañas son mi hobby.

–(Shalalalalala), da-doo.

–Pero ese día no tenía nada que llamara mi atención.

Nop, da-doo.

–De modo que estaba a punto de... En fin, de marcharme de ahí.

Uy, bien tu.

–Cuando de repente..., y sin aviso..., se produjo...

¡Un Gran eclipse solar!

–cantaron Lincoln y las tres chicas fuerte y claro.

–Se hizo de noche –siguió contando–. Entonces, oí un extraño zumbido, como si viniera de otro mundo.

Da-doo.

–Y cuando volvió la luz, ahí estaba esta extraña planta.

Yupi, la vi-doo.

–Metida ahí en medio, entre los girasoles.

Paige II.

–Hubiera jurado que cuando miré antes no estaba. Pero el viejo chino me la vendió igualmente...

–(Shalalalalalalalala), da-doo...

–Por un dólar, noventa y cinco.

–Vaya que es una historia extraña –dijo Beatrix Yates una vez que Lincoln terminó con su relato.

–Y desde luego una planta fascinante –añadió su hermana Belle.

–Mmm... Oigan, ¿que les parece si cenamos ya que estamos aquí? –sugirió entonces Bumper a su familia.

–Es una magnifica idea, querido –dijo Jancey.

–Mesa para seis, por favor.

–Enseguida –se apresuró a atenderlos Lynn Sénior–. Lincoln, a trabajar.

–Si señor.

Los Yates se sentaron a la mesa y pidieron una Lynnsaña familiar acompañada con pan de ajo, refrescos y postre al final. Para cuando llegó el momento de pagar la cuenta, Bumper preguntó:

–¿Tiene cambio de cien?

–¿De cien?... No –admitió Lynn Sénior.

–Bueno, en ese caso quédese con los cincuenta sobrantes de propina.

–¡¿Cincuenta dólares de propina?! –repitió Lincoln incrédulo.

–¡¿Cincuenta de propina?! –igual hizo Paige.

–¡¿Cincuenta de propina?! –exclamaron las diez hermanas Loud al mismo tiempo.

–¡Cincuenta de propina! –dio brincos de la emoción Rita.

Desde luego que a Lincoln no le tocaban las propinas, pero daba igual ya que la idea que había tenido con Paige increíblemente si había funcionado y eso significaba que no volvería a la calle.

–La planta que exponen es muy sorprendente –llegó poco después Cheryl, la secretaria del director Huggins en la primaria de Royal Woods, quien no se fue sin pedir una orden grande de bolitas de macarrones con queso para llevar.

–Esa planta que tienen es muy diferente –vino después Hugh de paso pidiendo una orden de pescado con patatas.

–Miren chicos, ahí esta –llegaron eventualmente T-Bone con su pandilla de motociclistas.

–Maravillosa, que original –dijeron para luego sentarse a pedir una ronda de sándwiches de desayuno aunque ya era de noche.

De un momento a otro La Cocina de Lynn se aglomeró con una larga fila en la entrada. En efecto, la estrategia de Lincoln y Paige de exhibir la planta para atraer clientes, por muy absurda que sonó en principio, de que resultó, resultó. La gente venía por ver a Paige II y se quedaba por la deliciosa comida del señor Loud.

Estuvieron ocupados hasta muy tarde, cuando se les acabaron los suministros y tuvieron que cerrar.

–Gracias por venir –despidió Lynn Sénior a todos en la puerta–, vuelvan cuando quieran. Nuestra rara planta estará a su disposición. Les aseguro que crecerá y será más interesante.

Adentró las hermanas Loud celebraron cada una con su baile de la victoria.

–Deprisa –se dirigió Rita a Lincoln en tono maternal–, vuelve a poner a... ¿Cómo la llamas?

Paige II.

A la otra Paige se le escapó una risilla.

–Pues vuelve a poner a Paige II en el escaparate –le dijo amablemente Lori para su asombro–, así el publico podrá verla.

–Esto hay que celebrarlo, niñas –dijo Lynn padre contento por la tan exitosa noche–. Vamos por unas deliciosas malteadas de chocolate. Lincoln, Paige, ustedes también están invitados.

Y los niños aplaudieron.

–Oh, me encantaría señor Loud –se excusó sin embargo Paige–, pero tengo una cita.

–¿Con ese indeseable? –apuntó a decir Leni. En eso Lincoln estaba muy de acuerdo con los Loud.

–Haznos caso –bromeó Luan sin reírse–, si sigues saliendo con el, compra un buen seguro.

–Reconozco que es un rebelde –replicó Paige–, pero mi tío dice que es perfecto para mi. Su abuelo gana mucho dinero.

Rita negó con la cabeza.

–Por otro lado –siguió diciendo–, no tengo con quien más salir... Que se diviertan. Buenas noches, Lincoln.

–Buenas noches, Paige –la despidió el.

–Pobre chica –se compadeció de ella Luna en cuanto la vio alejarse por la ventana.

–¿Vamos a ir a...? –se animó a preguntar Lincoln ilusionado de que lo incluyeran en una de las actividades familiares, cuando de pronto el tallo de Paige II se puso flácido y se le desprendieron algunas hojas.

–Por ahora tu no vas a ningún lado –se escandalizó la señora Loud–. Vas a quedarte aquí a cuidar la planta.

–¡Si! –exclamaron sus hijas al unísono.

–Ya les dije –volvió a explicar el chico–, estoy preocupado, Paige II no se encuentra nada bien.

–Entre nosotros, te diré que Paige primera tampoco –dijo Lucy en lo que ella y sus hermanas se alistaban para salir.

–Ojalá supiera de que especie es –dijo pensativo Lincoln.

–Eso no importa –dijo el padre de las diez–, ¿viste como se llenó el lugar?

–Si señor.

–Pues a trabajar –ordenó Lola.

–Tienes que cuidarla bien –secundó Lana.

–Literalmente contamos contigo –terminó diciendo Lori–, ¿lo sabes?.

–Si, señorita Lori.

–Pues empieza.

–Buenas noches –se despidió su jefe de el.

–Buenas noches.

Lincoln observó primero a la familia de doce alejarse en la van familiar, después a Paige esperando en una banca al otro lado de la calle a que su novio la recogiera.

Habiéndose quedado solo, bajó a su nueva morada en el sótano del restaurante proponiéndose a trabajar en revivir a Paige II. Era eso o, como ya se había dicho antes, terminar en la calle otra vez.

–Anímate –le habló a la planta–, ya no sé que más hacer por ti. Los señores Loud, las chicas y Paige te acaban de conocer; pero yo llevó una semana con esto. Creces y te mustias. Revives y te marchitas. ¿Eres enfermiza, plantita?, ¿o es que eres testaruda? ¿Qué quieres? ¿Qué necesitas?...

Abajó en el sótano, Lincoln la puso encima de la mesa con cuidado y la examinó con cara suplicante.

Te abono la tierra

–le cantó a ver si eso funcionaba–.

Te doy luz del sol.
Tu vas y te escondes,
como un caracol.
Tan sólo te pido,
que lo hagas por mi.
Oh, si, crece al fin.
Te doy la comida.
El agua sin gas.
Mucha vitamina.
Tu nada me das.
Te cuido y te mimo.
Te ríes de mi.
Oh, si, crece al fin.

Frustrado, Lincoln cogió una de sus enciclopedias de plantas y empezó a pasar las hojas desesperadamente en busca de respuestas.

Te pongo de cara al sur para verte medrar.
Te podo las hojas que sobran,
y tú que ni hablar.
Te doy humedad a raudales,
más agua que a un pez.
Te inyecto complejos y sigo perplejo.
¿Pues quieres mi sangre también?

En aquel apurado movimiento, el borde de una de las hojas le pasó limpiamente por un dedo provocando que se le abriera una herida lo suficientemente profunda para precisamente gotear sangre suya.

¡Auch! –se aquejó–, cortada con papel.

A falta de banditas, el peliblanco se chupó el dedo para detener el sangrado.

¡Smooch!, ¡smooch!, oyó repentinamente un sonido de succión... Parecido al que el hacía, pero resultaba que este no venía de su boca.

¡Smooch!, ¡smooch!, ¡smooch!, ¡smooch!...

Lincoln siguió el sonido aquel hasta la mesita donde puso a Paige II, que para su sorpresa la vio erguirse parando los labios como si quisiera darle un beso.

Guau...

¡Smooch!, ¡smooch!, ¡smooch!, ¡smooch!...

Maravillado, extendió su dedo (el de la cortada), sólo para retirarlo de inmediato, pues ni bien la venus lo detectó y que trató de arrancárselo de una mordida.

¡Smooch!, ¡smooch!, ¡smooch!, siguió Paige II succionando el aire como si suplicara.

–Vaya con la planta –Lincoln volvió a acercar su mano y a retirarla otra vez–. Quiere morderme.

¡Smooch!, ¡smooch!, ¡smooch!...

Nuevamente acercó el dedo con la cortada, está vez más despacio, notando que la plantita abría sus fauces ansiosa.

¡Smooch!, ¡smooch!, ¡smooch!...

Lincoln experimentó entonces acercándole el otro dedo intacto a Paige II que allí levantó la cabeza indiferente, con lo que consiguió entender que:

Ya veo que el agua, te sienta fatal.
Que no estás contenta, si no me abro en canal...

Y sabiendo que no tenía opción, exprimió el dedo herido arriba de la pequeña boca de su planta, que recibió el alimento con deleite.

Te doy unas gotas...
Si te gusta así...

Paige II saboreó la sangre que Lincoln le proporcionó y fue ahí que asintió con su cabeza agradecida y volvió a erguirse correctamente.

Oh, si...

–canturreó su dueño exhalando un suspiro de alivio–.

Oh, oh, oh, si...
Crece al fin.

Habiendo conseguido revivirla, Lincoln se quitó los zapatos y se acostó a dormir sin haberse cambiado lo demás.

Y en cuanto estuvo ocultó bajo las sabanas, ocurrió algo increíble: Paige II duplicó su tamaño, le crecieron nuevas hojas y sus raíces se alargaron agujereando parte de la lata que tenía como maceta.

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