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Caminaba tranquilo por los pasillos del instituto. Por lo general su rutina diaria era almorzar sentado en la fuente con su amiga de la infancia haciéndole compañía, si podría llamarle así, ya que ella solo se dedicaba a regañarlo por cosas sin sentido. Pero al fin y al cabo, ella era la única que permanecía con él, y era la única forma de que Taro Yamada no se encontrara solo, ni se sintiera solo. Pero en esta ocasión, se extrañó que Osana no lo buscara durante el receso, así que decidió ir a buscarla.
En cierto sentido, debía admitir que se sentía dependiente de Osana Najimi. No era atracción física, al menos eso pensaba, sino que era más una necesidad estar al lado de alguien, de quien sea, de cualquiera que quisiera estar a su lado.
Le dio la impresión de que estaba adentrándose a la oscuridad. Las luces parecían de menor intensidad, pero podía percibir un aura extraña. Volteó a ver detrás de él.
No había nada. No había suelo. No había paredes. No había luz. Todo estaba oscuro. Asustado volvió su vista al frente y todo estaba igual de tenebroso.
No. Esta vez si había algo.
Miró sus pies, solo para descubrir que estaba parado sobre una gran mancha de sangre.
Estaba aterrado. De repente vio como delante suyo se marcaban pisadas rojas partiendo desde su posición y casi dibujando un camino de huellas. Por instinto lo siguió. Ya había tenido sueños lúcidos, muchas veces, y era más que obvio que estaba inmerso en una pesadilla en esta ocasión, y solo era cuestión de dejarse llevar por su subconsciente para poder despertar.
Siguiendo las huellas llegó a un lugar con bastante luz, tanta que por reflejo tuvo que cerrar los ojos y cubrirse con sus manos para no dañar su vista. Cuando los abrió fijó su mirada en una escena horrorosa: su amiga, tirada en el suelo y con heridas por todo su cuerpo, sobretodo en su cara, casi irreconocible, y llena de sangre. A Taro se le cortó la respiración, y permaneció inmóvil. Sentía algo parecido a un de ja vu, pero ilógicamente jamás había visto tanta atrocidad, entonces ¿Cómo era posible tal sensación? Sacudió su cabeza intentando negar lo que estaba ante sus ojos.
"¡Despierta ya idiota!"
Pero si no era suficiente, el cuerpo de su amiga no se encontraba solo. Había una persona sobre ella, que seguía apuñalándola a pesar de que ya solo era un cadáver que no demostraba ni una mínima señal de vida. Introducía el cuchillo y lo sacaba, una y otra vez, con mucho esmero, con locura, con sadismo.
Taro escuchó risas provenir de esa persona. Una voz femenina.
-Déjala...- le pidió haciendo un gran esfuerzo para hablar. Sentía nauseas, y creía que en cualquier momento iba a desmayarse.
Vio a la persona detener sus movimientos, lentamente. Se puso de pié, pero su rostro seguía mirando el cadáver con una sonrisa.
Taro estaba asustado. Sentía que iba a morir, y quería escapar. Pero no tenía sentido hacer eso. Si estaba "soñando", no tendía a donde ir. Era mejor enfrentar lo que su enferma mente estaba creando y volver a la realidad de una vez por todas.
Mantuvo los ojos cerrados desde que divisó el cuerpo cubierto de sangre de Osana, y sentía que no tenía el valor para abrirlos de nuevo, pero quería ver a esa persona. Quería saber quién demonios era.
Los abrió bruscamente y decidió a enfrentar al asesino, o asesina mejor dicho. Pero su mirada decidida paso a ser rápidamente a una mirada llena de miedo. Estaba frente a él.
Y la vio. A ella. Vio sus ojos oscuros. Vio su rostro salpicado de la sangre de Osana. Vio su sonrisa psicópata.
-¿¡AYANO!?
Se sentó de golpe en la cama respirando agitadamente. Su cabeza daba vueltas y sentía que iba a explotar. Cerró los ojos colocando su mano en su frente asegurándose de que no le hubiera dado fiebre y comenzara a delirar, ya que notó que estaba muy sudado. Pero no había sido eso. Podía oir su corazón retumbar en sus oídos.
-¿Taro? ¿Estás bien?
Taro miró a su lado en donde se encontraba recostada su esposa, que también se había sentado y colocado su mano en su espalda. Él la miró asustado, sintiendo un inexplicable escalofrío recorrerle desde que ella lo había tocado con su mano.
-L-lamento haberte despertado. No te preocupes.
-Escuché que gritaste mi nombre. ¿Tuviste una pesadilla?- le preguntó ella mirándolo preocupada y tomando su rostro. Taro tragó lentamente viéndola a los ojos. Esos ojos.
Desvió su vista. Tomó una de las manos de su esposa quitándola de su rostro lentamente, dándole a entender que se encontraba bien. Por lo menos era lo que quería que pensara. Ni siquiera él mismo podría responderse esa pregunta.
Le sonrió con suavidad para tranquilizarla. Sabía que ella se preocupaba mucho por su bienestar. Y ella lo besó en los labios. El correspondió con un poco de esfuerzo. Aun le dolía la cabeza.
-Gracias Ayano- dijo él. Ayano le sonrió pero aun no estaba tranquila. Taro no le había respondido.
-Parecías asustado ¿Qué fue lo que soñaste?- preguntó curiosa, pero Taro negó con la cabeza.
-No es importante.- le respondió- ¿Qué hora es?
Ayanó buscó el reloj en el mueble que tenía cerca de la cama y encendiendo la lámpara de la mesita.
-Mm... las cinco. Aun es temprano, todavía puedes dormir un rato más.
Lo que menos quería en ese momento era volver a dormirse. Después de lo que vio tenía muchas dudas sobre si volvería a tener sueño en el transcurso del día.
-Mejor aprovecho el tiempo para desayunar e iré a trabajar. Además ya no tengo mucho sueño.- se sinceró. Antes de eso iría a tomar algún analgésico para su dolor. Se sentía mareado, pero por ningún motivo iba a seguir en la cama.
Se levantó y se vistió lentamente, evitando hacer movimientos bruscos. Sentía la mirada atenta de Ayano sobre él. Volteó a verla mientras terminaba de arreglarse la camisa. Ella permaneció recostada en la cama cubriéndose con las sábanas. Se encontraba desnuda debajo de ellas, puesto a que la noche anterior habían hecho el amor. Taro le sonrió con solo pensar en lo hermosa que era, pero su mente no le permitía demasiada concentración por lo aturdido que había quedado a causa de aquella pesadilla.
-¿Seguro estas bien? ¿Taro?
Él terminó de arreglarse. Se acercó a ella y la beso en los labios. De nuevo sintió un escalofrió recorrerle la columna cuando ella lo abrazó por el cuello, pero intentó restarle importancia.
-Si, Ayano. Descansa.- dijo eso último besando su frente. Ayano le sonrió y volvió a acomodarse en la cama.
Luego de asegurarse que su mujer seguiría durmiendo sin preocuparse por él, Taro salió de la habitación. Fue a la cocina y preparó un café, antes tomando unas pastillas para el dolor de cabeza y los mareos. Si no fuera por esas molestias que sentía ya habría buscado las razones del por qué de su pesadilla. ¿De dónde había salido semejante cosa? Decidió que no era momento para descifrar su trastornada mente y siguió con lo suyo.
Terminó su café y fue a la habitación de sus hijos. Por fortuna aun seguían dormidos. Sonrió pensando que se veían como angelitos. Los amaba. El más pequeño era un niño de apenas tres años, y la mayor era una niña de cinco años. Entró primero a la habitación de su hija, ya que era la que tenía más cerca de donde él se encontraba, y luego fue a la de su hijo.
Le dio un beso a cada uno cuidando de no despertarlos y salió cerrando la puerta con cuidado. Volvió a la habitación que compartía con su esposa. Verificó que seguía dormida gracias a que su respiración era regular y sus ojos permanecían cerrados. La beso en los labios y le susurró un "te amo".
Tomo su maletín y las llaves de su auto y se dirigió a la cochera. Ya se encontraba un poco mejor, sin hacer referencia a su estabilidad mental claramente.
"¿Qué rayos fue eso?"- se decía prestando atención al camino mientras conducía al trabajo.
Habían pasado ya varios años desde que se había recibido de la escuela. Particularmente el último año de la misma había representado para él una infinidad de cambios. Cosas que habían transformado su vida, que lo habían hecho y lo seguían haciendo feliz, y otros cambios que habían dejado marcas en él.
Unos meses antes de terminar las clases había empezado una relación con la joven Ayano Aishi de la clase 2-1. Una joven a la que hasta ese momento solamente había visto una vez cuando chocaron camino a la academia, y casualmente esa fue la vez que la conoció. Pero un día ella decidió confesarle sus sentimientos citándolo en el famoso cerezo. Y él había aceptado feliz.
Con el tiempo su noviazgo fue fortaleciéndose. La fue conociendo más, y le había empezado a gustar más. Al cabo de unos años el había conseguido un empleo como oficinista de una empresa de seguros, en el cual se sentía a gusto tanto por el ambiente como por las personas que tenía de compañeros.
Una noche en una de sus tantas citas, Taro le propuso matrimonio a la joven, y Ayano había aceptado feliz y desbordando de lagrimas. Con ayuda de sus padres pudo acceder a una casa; pequeña pero ideal para una pareja de recién casados.
Convivieron felices. Un día mientras Taro se encontraba fuera de la ciudad encargándose de unos papeles que debía de firmar personalmente para una sucursal de la empresa recibió una llamada de Ayano. Ella estaba con la voz quebrada y le dio la noticia que tanto habían estado esperando: iban a tener un hijo. Al instante que escuchó eso dejó de lado su tarea laboral para dirigirse a su casa lo más pronto posible, y cuando llegó la beso y abrazó a más no poder, llorando de felicidad. No podía estar más agradecido.
Tuvo que pedir disculpas en su trabajo al día siguiente por irse sin dar explicaciones, pero la emoción que sentía era tanta que se había olvidado de todo. Y para su suerte y sorpresa sus superiores habían sido muy comprensivos y hasta lo felicitaron. Después de todo él era un empleado ejemplar.
Antes de que su hijo naciera creyó conveniente que debía comprar una casa más grande. De hecho estaba en condiciones para hacerlo. Con su empleo había ganado bastante dinero gracias al ascenso que le había brindado su jefe y hasta el momento no tenían muchos gastos. Además Ayano también había estado trabajando a medio tiempo, ya que una vez ella le mencionó que no le gustaba la idea de que él trabajara fuera y ella quedarse en la casa. Por supuesto él no tenía problema con eso, pero cuando su embarazo comenzó a avanzar el le pidió casi de rodillas que renunciara, tanto por ella como por el bienestar de su futuro bebe, y Ayano un poco de mala gana pero sin poder evitar sonreírle accedió.
Al momento en que Ayano dio a luz el doctor les comunicó algo maravilloso. Había tenido una hermosa niña. Taro se sentía sumamente afortunado, feliz. Era su hija. Y la habían bautizado como Emiko Den.
Su felicidad fue en aumento cuando después de un año había recibido nuevamente la noticia que tanta alegría le había traído la primera vez. Iban a ser padres nuevamente.
A pesar de que Ayano no parecía demostrar tanto afecto por su hija, para Taro era su niña consentida. La llevaba a todos lados. Hablaba de ella con todo el mundo. Cuando escuchó que su primera palabra había sido "papá", sentía que iba a desvanecer de tanta alegría. De ella estaba aprendiendo todo para ser un buen padre, más aun cuando otro niño venía en camino.
Esta vez había sido un varón. Era muy parecido a él físicamente, y lo llamaron Híkaru Nori.
Nuevamente estaba feliz. Tenía a su princesita y a su primogénito, junto a su mujer. Habían formado una familia hermosa.
Sin embargo, volviendo a su último año como estudiante, había pasado otra cosa. Algo que si bien no le había afectado en su futuro de forma directa, era algo que había dejado pendiente plantearse. Nunca quiso recabar en ese asunto nuevamente.
Pero ese momento había vuelto a él. Su mente hizo cuenta de que ese hecho aún permanecía vivo dentro de su cabeza.
Mucho antes de conocer a Ayano, el pasaba el tiempo con su mejor amiga, Osana Najimi, a quien conocía desde que eran niños. Acostumbraban a hacer todo juntos. Pero su relación no había llegado a más que una amistad. Para ser exactos nunca pensó en la idea de que llegara a más de eso.
Pero un dia...
Un viernes. Ese día Osana no había asistido a clases.
Recibió una carta en su casillero. Una carta de amor, pero no había remitente. Alguien anónimo lo estaba invitando al cerezo después de clases. Sorprendido e intrigado, así lo hizo. Pero no había nadie cuando él llegó.
"Fue una broma"- pensó en ese momento sintiéndose un completo estúpido por creer que alguien podría sentir tales cosas por él.
En ese instante, mientras Taro se dirigía fuera del edificio luego de tomar sus cosas, vio a la policía custodiando las salidas del instituto. Se extrañó por eso al igual que otros estudiantes que se encontraban cerca. Decidió acercarse a ellos para preguntar por qué tanto alboroto.
Los policías no le brindaron información concreta. Solo que nadie podía salir del establecimiento y que debían esperar a ser interrogados.
Les preguntó a sus compañeros, pero nadie sabía nada. Después de un largo rato, lo habían llamado para interrogarlo a él. Taro lo creyó absurdo, si en ese momento él podía asegurar no saber nada de lo que estaba pasando.
Luego de unas preguntas que parecían no llegar a ninguna parte uno de los oficiales le preguntó a Taro algo que lo dejó completamente atónito. Confundido. Shockeado por el tiempo verbal que había usado el policía para referirse a su amiga.
-¿Usted conoció a la señorita Osana Najimi?
Pisó el freno de golpe dándose cuenta de que estuvo a punto de chocar al vehículo que tenía delante suyo. Exhaló con fuerza intentando calmarse. Por poco y habría causado un accidente. Por obviedad recibió insultos y bocinazos por parte de los conductores que se encontraban detrás de él. Tomó el volante nuevamente y siguió camino a su trabajo.
Ya se había dado cuenta que no estaba del todo bien como para manejar, pero ya era un poco tarde, aunque por suerte ya no estaba tan lejos de su trabajo.
Justamente por este tipo de reacciones que tenía Taro evitaba pensar en eso. En realidad pensar en ese asunto tan...oscuro de su vida, era algo que le pesaba mucho. No solo por lo traumante que fue recibir esa información, sino que era más por culpa, por sentirse desagradecido de todo lo que tenía. Después de que la vida lo había hecho tan feliz, con una familia hermosa, una casa en donde vivía con ella, y un trabajo que a él le gustaba ¿Por qué tenía que recordar ese tipo de cosas?
Y de nuevo tuvo que frenar. No vio que el semáforo estaba en rojo. Por suerte no había ningún peatón circulando.
-¡Ya basta! ¡Estúpido! ¡Concéntrate!- se gritaba mientras golpeaba con sus manos el volante bastante molesto.
Tardó más de lo habitual en llegar al trabajo, pero por fin pudo relajarse cuando estacionó.
Entró al edificio saludando a sus compañeros de trabajo. Llego a la oficina y se sentó en la silla delante de su escritorio apoyando sus manos con fuerza sobre él, intentando calmarse.
-Yamada ¿Te sientes bien?- dijo un hombre entrando a la sala y sentándose en la silla que tenía del otro lado del escritorio de donde se encontraba Taro. Por lo visto se había dado cuenta del comportamiento de hace un momento de su compañero.
-Sí Yukimura. El transito me vuelve loco. Ya sabes.
No muy convencido el hombre asintió.
-Hey, estamos pensando en ir a un bar con los muchachos más tarde ¿Te sumas?
-No puedo. Estoy algo cansado.- respondió mientras leía su correo en la computadora y a la vez preparando un informe en un archivo aparte.
-Se te nota. Pero vamos hombre, relájate aunque sea una vez.- le dijo su compañero intentado convencerlo, pero Taro no parecía querer prestarle atención. El hombre sonrió con malicia y se levantó de su asiento dirigiéndose a la puerta. - Sabes... Me tomé la molestia de avisarle al jefe que tenías que irte antes y...
-¡¿Qué?! ¿Por qué hiciste algo así?- le gritó, ahora si mirándolo a la cara totalmente enfadado.
- ...y no tenía ningún problema, con que trabajes hasta el mediodía está bien.
-¡Eres un imbécil! ¡Te dije que no puedo!
-De todos modos solo trabajaras hasta esa hora. Fue una orden del jefe. Asi que nos vemos luego señor Yamada- se burló y retirándose de la oficina de Taro cuando este le arrojó una carpeta llena de papeles, los cuales quedaron esparcidos por todo el suelo.
Taro miró un momento la computadora recordando que estaba haciendo. Parpadeó de forma conciente una vez intentando volver a lo suyo. Golpeó el escritorio con fuerza y se levantó para juntar todos los papeles. Era el colmo. Ya había empezado mal la mañana, y de haber sabido que solo vendría por unas cuantas horas se habría quedado en su casa.
Suspiró agotado. Mentalmente agotado, pero pensó que no estaría mal despejarse un poco, después de lo agitado que había comenzado su día. Lo único que deseaba era poder recuperarse para volver a su hogar con su familia.
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