04. Doncella de sangre.
Capítulo 04:
Doncella de sangre
Como una muestra de ofrenda, intercambio y comunidad; el rey elegía a siete jóvenes de la nación de Alta Relisia para servir en el palacio como doncellas de sangre.
Todas gozaban de una vida acomodada, lujos, los mejores vestidos de los mejores sastres y modistas, joyas y una rastra de sirvientes y criadas a su disposición.
Cultivadas como las más delicadas flores.
Para las mujeres de la alta nobleza servir como doncella de sangre era una deshonra a su casa, para la clase baja era tan deleznable como robar y quizás era mayor prueba de su desdén, el hecho de que veían más digno el morir de hambre que servir como mascota de un vampiro.
Cuando tenías una familia con la reputación arruinada, no podías darte el gusto de ser honorable.
La casa donde se recibían a las convocantes era una hermosa y floreciente mansión en la plaza mayor de Santa Clariel, para hacer pública tu exposición.
Escondí mi identidad detrás de una capa de modesto terciopelo verde, puse mi mejor esfuerzo en evitar miradas.
En contraste con la noche anterior, la plaza estaba llena de vida y movimiento.
Una fina niebla se enredaba entre los edificios barrocos de la ciudad, tan densa que apenas captaba a la gente que deambulaba por las galerías que bordeaban la plaza.
Toqué la puerta de la enorme casona y aguardé a ser atendida.
Me recibió una mujer de gesto pícaro y taimado, tenía el pelo de un rubio platino y tan largo como para rozar sus caderas, llevaba un vestido café tan rígido que parecía un traje de hombre, pero que ella lucía con mucha elegancia.
──Buenas tardes, soy Levana Daverone, de la casa Daverone.
Observó mi apariencia con detenimiento, y su mirada celeste brilló con astucia cuando sus labios se alzaron en una leve sonrisa.
──Una caída en desgracia, me encanta.
Al entrar, el lugar era apabullante, brillaba aun más que la mansión Karravarath, porque donde aquella era lúgubre y oscura; esta estaba tapizada de rojo y dorado, con ornamentos del mismo lustre y pisos de madera pulida, caramelo, cortinas gruesas con brocados dorados y muebles de brillante roble y caoba.
La seguí hasta una habitación en el segundo piso que olía a lavanda.
Me señaló un sillón de brillante terciopelo esmeralda, uno que hacía muy buen contraste con el azul marino de las paredes.
Ocupé un lugar mientras aguardaba que ella extendiera los utensilios sobre la mesa ratona.
Todos cuidadosamente guardados en un estuche de terciopelo carmesí.
──Quítate la capa.
Así lo hice, eso pareció captar su atención, sentí su profundo perfume a jazmín y cobre cuando se acercó.
Levantó mi mentón para analizarme con detenimiento.
──Parece un hallazgo, pero falta la prueba decisiva.
Me extendió la mano para que le ofreciera la suya.
Extendí el brazo y ella cortó la manga del vestido con un escalpelo.
Antes de que pudiera repetir el proceso con mi piel, alguien entró en la habitación.
Ella le dedicó una sonrisa ladeada al nuevo visitante.
──Herrsek Karravarath.
──Puedo encargarme desde aquí, cariño, ve a encargarte de que el abogado Yerartez pague sus deudas, Maeve.
Los ojos de ella brillaron ante el encargo, la sonrisa le daba un tinte tétrico a su rostro pálido.
La confusión de ver a la oveja negra de los Karravarath no me permitió respirar hasta que Maeve abandonó la habitación bajo las órdenes de él.
Caín tomó el escalpelo con menos interés.
Hasta entonces noté que la mujer no me había dado su nombre completo, estaba claro que el antro de Caín Karravarath no era adepto a las grandes presentaciones y muestras de cortesía, tampoco a revelar la identidad de sus miembros.
Él me miró con detenimiento, sus rasgos eran afilados y duros, su pelo de un profundo marrón caía sobre su frente pálida para resaltar sus ojos esmeralda.
Caín era muy atractivo, como lo era el demonio en todas las historias.
Ladeó su cabeza para analizarme con divertida malicia.
──No perteneces aquí, Levana, ve a tu mansión y olvida que alguna vez tuviste la imprudencia de venir.
Separé los labios, pero la indignación no me permitió hablar.
──No tienes idea de mi situación, de por qué estoy aquí ──me defendí.
Él rodó los ojos con irónico aburrimiento.
──Crees que arruinando tu reputación te salvarás del matrimonio, hay cosas peores, cariño, vete a casa.
──Mi padre vendió mi casa ──Mi voz se ahogó──. El señor Daverone… hipotecó la casa y la perderemos si no conseguimos el dinero para pagarla, Bella amenazó con huir si la obligan a casarse con el doctor Alcorta.
No hubo respuesta mordaz, burla o mofa. Permaneció en su mutismo.
──¿Harías esto por ellos?
──Son mi familia…
Meditó un momento, colocó la punta del escalpelo debajo de mi mentón y alzó mi rostro hacia el suyo.
Sentí el filo mordiendo mi piel.
Trazó una línea, suave, al bajar la hoja por la piel desnuda de mi cuello; evité respirar mientras sentía la caricia cortante, apenas hizo presión, pero fue suficiente para que una gota se deslizara en medio de mi escote.
Sus ojos antes cristalinos se tiñeron de escarlata, tal como aquella noche.
Él lamió la sangre del filo de su improvisado cuchillo. Se relamió los labios, pero guardó su veredicto.
Ofreció su pañuelo para que limpiara el leve corte, luego dejó el escalpelo junto a los demás utensilios.
Se puso de pie para poner distancia entre ambos, colocó ambas manos en los bolsillos.
──Serás mi postulante, soy uno de los miembros de la Corte del rey Balakhar. Esta tarde te prepararán, por la noche iremos al palacio.
Esbozó una sonrisa de dientes afilados.
──Esta noche es muy tarde, mis padres hablarán con el doctor Alcorta y…
──Me encargaré de eso ──Me detuvo──. Bella no deberá desposar al doctor y no perderán su casa.
El alivio se sentó en mi pecho, su mirada me recorrió con detenimiento y severidad iguales.
Otra vez, se guardó las conclusiones.
──Muchas gracias.
──Acabas de vender tu alma a los demonios, cariño.
El tono juguetón de su voz me produjo escalofríos.
Él no mintió al señalar que pasarían el día para tenerme lista, se encargaron de cada centímetro de mi piel, dejándome lampiña y suave.
Un largo baño de rosas donde tres criadas se encargaron de pulverizar cada imperfección en mi piel sin ninguna piedad.
Cuando mi piel lucía rojiza ─y yo la sentía en carne viva─ se encargaron de mi pelo.
Juntaron espuma para fregar mi cuero cabelludo, luego de eso me sacaron como un trapo de la bañera, me colocaron una bata y continuaron con la labor de pulirme como si fuera un carbón del que esperaban un diamante.
Cuando estuve seca, acicalada y oliendo a rosas en lugares donde no se suponía que debía oler a nada, me colocaron dentro de un vestido celeste de seda brocada y escote imperial.
En defensa de las criadas, debía admitir que al verme en el espejo me encontré radiante, mi piel brillaba, mis labios húmedos de un perfecto rosa suave e incluso el blanco de mi cabello se veía lleno de vida.
──Luce como una diosa, el príncipe no querrá beber de nadie más ──me halagó una de las criadas.
Le sonreí, porque eso es lo que haces cuando recibes un cumplido, por más sombrío que sea.
Caín Karravarath me esperaba en la puerta del carruaje, vestía una chaqueta de terciopelo que hacía lucir sus ojos casi azules, con un cravat de satén y la sonrisa descarada de un libertino.
Me tendió la mano desnuda para tomar la mía, dejó un beso en el dorso de mis guantes de encaje.
──Luce exquisita, mi bella dama.
Viéndolo tan galante no se veía como el hedonista desenfrenado de apetito voraz que organizaba fiestas en su mansión de tal salvajía que habían arruinado la reputación de nobles solo con su asistencia.
──Le agradezco, mi señor.
Se mordió los labios con tanta fuerza que creí que se sacaría sangre. Observó mi atuendo con interés, luego evitó mirarme.
Enarqué una ceja.
──Fue usted mismo quien eligió este atuendo, mi señor, le recuerdo que…
──Mmm no pruebes la paciencia de un buen hombre, cariño, sube al coche.
Obedecí porque estaba demasiado nerviosa como para una confrontación.
Cuando avanzamos cada traqueteo del carruaje sobre el empedrado era una nueva prueba a la resistencia de mi estómago.
Caín Karravarath estaba sentado frente a mí.
El notar su inquisición continua solo agregaba a mi fastidio.
──¿Algún problema, mi señor?
Su risa baja burbujeó entre el mullido interior de terciopelo.
──Lo dices como si fuera un insulto.
Evité mirarlo porque podía tener un punto.
──Tu olor, Levana, es… asfixiante.
El calor subió a mis mejillas.
──Quizás no lo sepa, mi señor, pero tuve a seis doncellas que pasaron la tarde encargándose de que no fuera así.
Hasta entonces su gesto cayó en una gota de aburrimiento.
──Usaron perfume, eso solo hará imposible percibir tu esencia, me pica la nariz de tanto olor a rosas. Es desagradable.
──¿Y a qué se supone que deba oler entonces?
──Cada emoción tiene su propio toque… pero hay algunas más dulces que otras… miedo, ansiedad, excitación.
──¿Cómo se le ocurre decirle eso a una dama? ──marqué su falta de decoro.
──¿Eres una dama, querida rosa?
──¿Insinúa que no lo soy? ──lo desafié.
──¿Una dama compartiría carruaje con un caballero con el que no tiene parentesco? Qué escándalo.
Y lo dijo con ironía, dejando muy en claro su afán de rebeldía.
──¿Es usted un libertino o un rebelde, herrsek Karravarath?
──¿No están los dos emparentados?
Él no se dejó amedrentar.
──Un libertino usa las normas sociales para salirse con la suya ──indiqué──, un rebelde es aquel soñador que añora cambiarlas.
──¿Qué crees que soy, mi linda rosa?
──Un salvaje.
Esbozó una suave sonrisa, por primera vez, se vio sincera.
──Muy cerca.
Su seriedad me recordó que era un Karravarath y la palidez en sus ojos de cristal que era mejor no enfurecer a las bestias.
──Puedes tutearme, lo prefiero así.
──Pensé que preferiría ser llamado «mi señor» o «mi amo» ──Sonreí.
──No, amor, todavía no.
¿Opiniones de la novela hasta ahora?
¿Primeras impresiones de Levana?
Las leo
💚🖤
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top