03 | La ruina de la familia Daverone
Capítulo 03:
La ruina de la casa Daverone
──¿No hablas, amor?
Por un momento estuve petrificada.
Mi pulso todavía estaba demasiado acelerado como para hablar, él tomó mi silencio para acercarse.
Me erguí para no mostrar mi miedo a pesar de que estaba aterrada.
Él pasó sus dedos por el borde de la capucha roja.
──¿Qué hacías aquí, preciosa?
──No es de tu incumbencia ──respondí a la defensiva.
Él enarcó una ceja.
──Veremos.
──No se supone que los demonios entren en la iglesia ──repliqué.
──No se supone que las lindas jovencitas anden en la noche sin compañía ──ronroneó──. Es peligroso, hay toda clase de tipos que podrían... aprovecharse.
Sus dedos se deslizaron debajo de mi capa y sostuve el cuchillo con fuerza, sin embargo, su mano alcanzó la carta de Bella y la alejó de mi alcance.
──Lo sabía, eres una caja de sorpresas, mi dulce rosa.
──Dámela, no te corresponde ──siseé.
──Por lo que señala esto, tampoco a ti.
Y por cómo me permitió arrebatarla de sus manos, supe que con eso había pedido el interés para él.
──¿Por qué no estás en la fiesta? ──indagó.
──¿Por qué no estás tú?
Caín rodó los ojos con dramatismo.
Tenía la misma complexión perfecta de su familia, aunque sus rasgos eran más afilados y su piel más pálida.
Su mirada era lo más llamativo en él, tenía los ojos verdes, vacíos y depredadores de una serpiente.
──Ya es suficiente malo tener que volver a esta ciudad ──Acomodó el mechón marrón que caía sobre su frente.
──Quizás deberías irte entonces.
──¿Así te educó la culta señora Daverone? Qué escándalo.
Lo ignoré, luego volví a guardar la carta entre los pliegues de mi capa de terciopelo, observé la plaza vacía a esa hora, medité en qué calles tomar para no volver a ser interceptada.
Por supuesto también tenía la opción de dormir en el campanario hasta que pasara el toque de queda, y claro el frío a la intemperie seguro pondría a prueba mi sistema inmunológico.
──Ven, te llevaré a casa.
Lo observé recostado sobre la columna de la iglesia.
Parecía una opción igual de suicida.
La tomé con la misma imprudencia que hubiera elegido cualquiera de las otras dos.
Cuando llegué a mi casa, en compañía de Herrsek Karravarath, mi madre me recibió con la misma palidez sepulcral que hubiera usado si llegaba en las fauces de un furia.
──Le agradezco su amabilidad, mi señor.
Realicé una leve reverencia, él la tomó con un asentimiento, midió la imprudencia de mi madre con el mismo desdén.
Cuando al fin se fue y decidí que la idea de mis sábanas limpias eran demasiado tentadoras, mi madre me detuvo en la escalera.
──Tu padre no ha vuelto a casa desde la tarde.
──Estaba terminando con los papeles contractuales del doctor Belroth, seguro ya encontró cobró su paga, aparecerá cuando la haya gastado.
──Qué imprudencia, qué horrible imprudencia, nuestra familia completamente arruinada, su reputación totalmente por los suelos. Cuánta imprudencia.
Madre siguió con su larga perorata por los pasillos de la casona, como un alma en pena siguió maldiciendo los gustos por las apuestas y el vicio del señor Daverone.
Bella tomó la carta de mi capa antes de que pudiera explicarle nada y se encerró en su habitación.
Le pedí a una de las criadas que me ayudara a quitarme el complicado vestido, luego le agradecí y me deslicé debajo de las sábanas.
En sueños podía ver ojos rojos, colmillos escarlata y la voz de Caín Karravarath susurrando en la oscuridad.
Al otro día la señora Daverone retomó su perorata muy temprano.
Cuando entré al salón la encontré con una carta entre manos, pasmada.
──Madre ──Bella llegó justo después de mí, la observaba apenas asomada detrás de mi cuerpo.
──Ya no grites, Bella, no grites que no soporto cuando gritas ──gruñó nuestro padre.
Un criado le servía a papá una taza de té humeante mientras otra criada ponía sus pies en una pileta con agua y sal.
Aun así, el aroma a vino y caña viciaba la sala.
──Que no grite, no tienes ningún descaro como para exigir nada a esta familia ──chilló la señora Daverone, roja de la cólera──. Sabía que alguna vez nos dejarías en la ruina.
Fui hasta mamá y le arrebaté la carta mientras ellos seguían discutiendo en la sala.
Si los gritos de mamá eran insoportables, solo fue peor cuando papá los volvió un dueto.
──Levana, ¿qué ocurre? ──insistió Bella.
Me siguió todavía en su camisón blanco, tan pálida como un fantasma.
──Es una orden de desalojo, la casa fue hipotecada y no se paga hace meses.
Antes de que pudiera detenerla, Bella corrió escaleras arriba.
──Hablé con el señor Alabort, es viudo y tiene tres hijos, y nos ayudará a salir de esta situación ──señaló mi padre, tan campante.
──Padre, es un despropósito ──intenté.
──Bella se casará con él y no quiero oír más del asunto ──zanjó.
──Bella está prometida a Donovan Barta y tiene treinta años menos que el señor Alabort.
Mi padre me ignoró como si no fuera él quien creó ese disparate.
──Madre ──intenté con ella.
──Advertí a Donovan qué pasaría si no se tomaba en serio ese compromiso.
Ignoré sus excusas para correr escaleras arriba en busca de Bella.
Cuando llegué a su cuarto Viella intentaba, en vano, que le dejara entrar.
Abrí la puerta con la vieja llave que guardaba de cuando esa había sido mi habitación.
Encontré a Bella empacando sus cosas.
Viella tuvo la prudencia de cerrar con llave detrás de ambas.
──Bella, ¿qué ocurre? ──Como siempre, Viella fue muy paciente con la menor de la familia.
Mi hermana estalló en llanto y Viella instó a sentarse sobre la cama, dejó salir todo a trompicones.
──El padre de Donovan no le permite desposarme, cree que nuestra familia está en la ruina y arrastraría a la suya, él me lo dijo y dijo que huiremos juntos. Escaparemos esta noche.
Mis ojos se entornaron y poco pude decir por el asombro.
──Donovan tiene un criado que nos ayudará a llegar hasta el bosque, nos iremos lejos de Balderena.
Negué con más vehemencia a medida que recobraba el sentido.
──Y luego qué ──decidí intervenir──, nadie cruza ese bosque, menos ustedes dos, los furias los desgarraran antes de que puedan poner un pie ahí. Eso si papá no manda a los guardias por ustedes primero.
Ella me miró con los ojos cargados de lágrimas.
──No espero que entiendas, Levana, no hay otra opción.
──Recobra el sentido, Bella Daverone, lo que dices es un disparate.
Ella rompió en sollozos aún más fuertes ante mi negativa, Viella me miró con cierto reproche.
Me puse de pie, sopese alguna idea, salida o señal.
──Mantenla aquí, no la dejes salir y no dejes que mamá entre. Pensaré en algo.
──No es momento de precipitarse, Levana, escucha tus propios consejos ──advirtió Viella.
──¿Qué harás? ──se desesperó la testaruda Bella Daverone──. Levana, no puedes dejarme aquí.
Se puso de pie recobrando algo de fuerza.
──Tranquila, no te casarás con el señor Alabort.
Ella se sentó, su pelo castaño se pegaba a sus mejillas por las lágrimas, se sumió en una profunda angustia que la dejó pasmada.
──Vigilala.
Viella asintió y luego de eso pedí a una criada que me ayude a estarme lista, me di un baño de flores, me coloqué el mejor vestido que tenía, uno forrado de terciopelo negro y verde, con el escote cubierto de perlas.
Mamá y papá estaban sentados en el sillón, fingiendo indiferencia, pero ella se puso de pie tan pronto entré en el salón y él bajó el periódico.
──¿Hablaste con Bella? ¿La convenciste? ──se apresuró mi madre.
──Bella todavía está conmocionada, dale hasta mañana, ahora solo terminará todo en un lío.
Ella miró a papá y él asintió.
──¿A dónde piensas ir, Levana? ──preguntó el señor Daverone.
──Estaré en casa de Isolda, ella apenas llegó del campo y me sentará bien la distracción.
Ninguno de los dos lució convencido, pero suponía que esperaban una solución a sus problemas y ninguno podía pensar en algo que yo pudiera hacer para empeorar nuestra situación.
──No alimentes falsas fantasías, Levana.
Fue lo único que me advirtió mi padre antes de salir.
¿Qué les pareció el primer encuentro entre Levana y Caín?
Espero les esté convenciendo la novela con estos primeros capítulos🫶
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