01. El grabado de la rosa.

Capítulo 01:
El grabado de la rosa.


Balderena era un pueblo oscuro y sombrío, bordeado por un bosque tétrico del que crecías oyendo historias terribles, sobre monstruos y demonios acechando en las sombras.

La verdad era que funcionaba como una muralla, para protegernos de las bestias del exterior o contener a los que residían en el interior no podía estar segura.

Como los perros no ladran a su amo, los lacayos no le cuestionan edictos al rey.

El rey Balakhar venía de un antiguo linaje, las cuatro casas principales le debían respeto y el resto de los plebeyos obediencia.

Los humanos, sobre todo, debíamos agradecer su protección.

──Nunca te había visto prepararte tan feliz para un baile ──señaló Viella.

Sonreí a mi reflejo en el espejo para coronar con triunfo mi apariencia excelsa.

──Ni siquiera mi madre puede ser tan obstinada para creer que podré conseguir un buen matrimonio este año ──expliqué──, o uno de cualquier tipo, y con el debut de Bella sé que al fin se dará por vencida.

Viella, como siempre que sacaba este tema, suspiró.

Colocó el cepillo sobre el tocador y continué con la tarea que ella había dejado, intentaba sacar el máximo lustre a mi largo cabello blanco.

Ya no por ser necesario para una vidriera puesta para un rejunte de señores con mal gusto, sino porque quería darme el gusto de verme elegante.

Todavía necesitaba dar una buena imagen en la sociedad.

──El matrimonio no siempre tiene que ser tan malo… ──volvió a intentar mi testaruda amiga.

──Muy cierto, muy cierto ──le concedí enredando uno de sus mechones castaños en mis dedos──. Siempre hay excepciones para todo.

Entonces decidí agregar un poco más de color al morado de mis labios.
Solo entonces Viella retomó su labor, con una prisa impostada, mojó un paño en el agua rosas y limpió el labial para reemplazarlo por un durazno más acorde.

──Herrsek Vladimir es bastante…

──Agh, despreciable, ojalá Herrsekina Katrina haya desistido sus sueños de algo mejor para su hija y lo acepte como yerno.

Viella dejó el cepillo a un lado, suspiró y justo en ese preciso momento alguien golpeó la puerta.

El criado avisó que el coche ya estaba listo y me puse de pie para evitar más miradas lúgubres de Viella.

Entendía su preocupación, pero estaba firme en mis ideales, tenía plena consciencia de que la vida de institutriz no sería fácil, cómoda o glamorosa, pero sería mía y no la de mi marido y todas las crías que me obligara a parir.

──Si te pone mejor, podría trabajar como institutriz para una Casa de Sangre.

La sonrisa de animadversión al fin relajó la tensión en su rostro.

──No voy a ser yo quien rompa tus ilusiones ──me dijo.

La recompensé con un beso en la mejilla antes de salir de la habitación para dirigirme al coche, me encontré en el pasillo con mi atolondrada hermana menor.

La ignoré al paso, fingiéndome muy ocupada en calzarme unos guantes de encaje negros.

──Levana ──me recriminó.

Bella tenía los mismos rizos ceniza y tez pálida de mamá, por su despampanante vestido azul había contado con asistir a la velada.
Estaba claro que la señora Daverone había entendido muy bien el motivo del entusiasmo, razón por la cual le prohibió asistir.

──Criatura del Señor, ¿qué es lo que quieres ahora?

Ella rodó los ojos.

──No te va el dramatismo, hermana.

Al parecer ella creía que ese era su campo, porque me tendió una carta sellada que olía a un perfume dulce y crítico.

──Si se la entregas a Emily Bermonte ella sabrá qué hacer.

──Podrías al menos no hacer cómplice a la pobre chica de tus delirios.

Aun así, tomé la carta de sus manos y la guardé muy bien dentro de uno de mis guantes.

Nadie podía negar su utilidad.

──¿Y por qué no se la das tú? ──tuve que preguntar lo obvio.

──Mamá cree que soy imprudente en mis afectos y que mi comportamiento frente a Donovan en público puede llegar a ser mal interpretado.

Enarqué una ceja por la forma en la que lo dijo, como si fuera algo completamente infundado.

──¿Por qué será?

──Levana, apresúrate, el coche espera.

Mi madre bajó atropellando por las escaleras, haciendo crujir las tablas de una casa demasiado vieja como para ser habitable.

Nuestras arcas no habían estado muy llenas en los últimos cincuenta años y la tozudez de la familia para seguir aferrándose a la categoría de patricia cada vez nos dejaba más cerca de la indigencia.
Podríamos vender la casa demasiado vieja, antigua y necesitada de un montón de refracciones que no podíamos costear, despedir a los sirvientes que no podíamos sustentar y vender el coche demasiado caro de mantener.

En medio de una de sus interminables quejas, le había propuesto que podríamos gozar de una vida bastante holgada con un comercio en el centro que nos permitiera sustentarnos, yo podría dar clases como institutriz y Bella disfrutaría de un buen pasar con Donovan Barta, pero mi madre casi se había desmayado ante la idea.

Nombró a todas las familias para las que seríamos un hazmerreír y de todas las formas en que nos despreciarían parientes que hacía siglos no veíamos.

No había muchas formas en la que una familia humana pudiera obtener prestigio en Balderena y mamá no estaba dispuesta a dejar de pertenecer a una de ellas.
Nuestro padre, por otra parte, todos los días parecía luchar para que estuviéramos cada vez un poco más cerca de la ruina.

En cualquier caso, gozar con la estima de los Karravarath era suficiente para otorgarle a mi familia el estatus que no obtenía por apellido o dinero.

Eliseo Karravarath siempre mencionaba cómo mi padre era más uno de sus fieles caballeros que un abogado.

A veces agradecía que en Balderena tuviera prohibido, siendo mujer y humana, llevar una carrera, porque ya podía ver a mamá queriendo meterme en el negocio familiar.

Balderena era un pueblo frío, lúgubre, de calles negras y días sombríos, no podía referenciarlo como para saber si había otros lugares más alegres en el mundo, pero si podía guiarme por los libros y pinturas que conocía, no todos los lugares poseían ese aire de melancolía continua de la ciudad.

La casa de los Karravarath quedaba en la zona más céntrica de la ciudad, en Santa Amerise, una hermosa mansión que ocupaba una manzana y en la que había pasado gran parte de mi infancia cuando la señora Karravarath jugaba a tratarme como si fuera algún tipo de mascota de circo.

Los niños no eran algo común en un mundo de vampiros, y a veces todavía Elena Karravarath me veía con cierto recelo, como si no pudiera entender muy bien cómo había pasado de ser su pequeña muñequita a una mujer que le sacaba una cabeza de altura.

Ya podía imaginarme su asombro cuando yo fuera una anciana encorvada sobre un bastón y ella permaneciera como la regia señora Karravarath.

La fachada de la mansión Karravarath era de piedra negra y aspecto barroco, el arco sostenido por serpientes daba recibimiento a los invitados.

Uno de los criados nos dio la bienvenida, llevaba la serpiente enroscada del blasón de la familia marcado en su cuello pálido.
Todos los humanos debían estar marcados con la casa a la que pertenecían, cuando eran propiedad de familias de prestigio era un símbolo de estatus, por lo que no era de extrañar que los sirvientes lo llevaran en un lugar visible.

Por lo general, la guardia del rey no molestaba a los miembros de las grandes casas.

Yo llevaba la marca en el hombro, una rosa, el símbolo que indicaba que éramos pertenencia del rey.
Era lo que llevaban las familias humanas a las que se nos permitía vivir en Santa Clariel, una forma de asegurar al resto de los vampiros que nuestro monarca era garante de nuestro buen comportamiento.

Aunque aun así la mayoría de los vampiros seguían viéndonos como salvajes.

Hoy no sería el día que los contradijeran, viendo que la señora Daverone no tuvo ningún decoro para llamar la atención de la madre de los Karravarath.

Se apresuró a saludar a Elena y felicitarla por la decoración de la casa, aunque yo no veía nada a destacar en las cortinas de terciopelo negro de siempre, el piso mármol de un esmeralda oscuro y el amueblado pomposo en roble oscuro que había estado ahí desde mi primera fiesta como debutante.

Al estar en temporada, podía ver a las jovencitas pasar de acá a allá, exhibiéndose en sus vestidos de muselina pálida para el agrado de los caballeros.

Lo más parecido al mercado que se podía encontrar incluyendo la plaza comercial de Santa Delia.

──Dime que todavía tienes espacio en el carnet para un baile.

Rodé los ojos ante la sola idea de volver a pasar por esa situación. Volteé para encontrarme con el gesto burlón de Isolda.

──Creí que pasarías la temporada en el Valle.

Por su mueca era claro que la situación la molestaba tanto como había pensado. Alejó un mechón dorado de su cuello pálido, llevaba un vestido escarlata llamativo por sus exagerados volados y provocador por su pronunciado escote.
No podía contar todas las veces en que mi madre se había quejado de que Isolda Jazer era una terrible influencia.

Pero la señora Daverone siempre encontraba algo sobre lo que quejarse.

──Tuvimos que cancelar el viaje debido a los ataques que estuvieron sucediendo, pero convenceré a mi madre de volver cuando todo esté calmado. Odio pasar la temporada en la ciudad.

──Pero si hay tantas fiestas, eventos y todo el mundo está el doble de ansioso por ponerse en ridículo ──la animé.

──Mmm, hablando de eso, ¿sabes quiénes volvieron a la ciudad?

──Los Bolguese, los hermanos Altieri ──dudé un momento──. Galia y Alaric Draforte, dicen que su matrimonio está en crisis desde que él hizo de su favorita a una doncella de sangre.

──Constantino y Caín Karravarath ──anunció con una sonrisa de dientes blancos.

──Escuché que Constantino está comprometido.

Isolda me tomó del brazo para recorrer la habitación.

──Al parecer, lo importante es que Herrsek Caín Karravarath también vuelve a la ciudad, soltero y en época de temporada.

Tiré para que me soltara el brazo.

──La reputación de Herrsek Karravarath está totalmente arruinada para cualquiera que se precie, pobre de la desdichada que sea obligada a casarse con él.

Por lo único que era conocido el herrsek era por sus conexiones con el ocultismo, la corrupción de Santa Serafina y las fiestas extravagantes que daba en su mansión.

El hecho de que decidiera pasar la temporada ahí no era más que problemas.

──¿Los Karravarath no son una familia amiga de la tuya? ──indagó Isolda.

──Y les deseo lo mejor a Cassiel y Ebatjerin, Feriza es el ejemplo de elegancia, creo que Constantino es un hombre tan justo que podría aspirar a ser rey y Eliseo siempre velo por mi familia, pero en toda familia hay una oveja negra.

Caín Karravarath era el tercer hijo varón de la familia, por lo que nadie nunca había esperado que fuera el heredero.
Al parecer él tampoco y por eso había dedicado los últimos años a dejar su reputación por los suelos.

Pero un extraño motivo había llevado a Comstantino y Cassiel a renunciar a sus títulos, por lo que Caín debía ponerse al frente por una vez.

──Pensé que podrías conocer el motivo de su llegada ──señaló Isolda──. Como son familias tan cercanas…

──Conozco tanto a Caín como lo haces tú, nunca lo he visto en persona ──mentí──. ¿Por qué el interés? Pensé que no estabas interesada en casarte.

Ella rio con gran efusividad, como si hubiera dicho algo hilarante. Suspiró.

──Es encantador, no me importaría sacrificar mi reputación para ser su esposa.

Sabía que el tono en el que lo había dicho no era en serio, pero aun así mi sangre se heló ante la mención.

Recordaba a Caín parado sobre la nieve, sus ojos escarlata mirándome me como si fuera la siguiente presa.

Retrasé mi debut tanto como pude, y aun así había estado aterrada en mi primer baile, escapé ante la primera insinuación de matrimonio.

Fui encontrada por un furia que debió escuchar mis latidos acelerados como la campana de una iglesia atrayendo a sus feligreses.

Caín llegó a tiempo para salvarme, pero el filo de su mirada me había recordado mi lugar en esa sociedad.

El hecho de que ellos no eran nuestros iguales, detrás de esos vestidos elegantes y sonrisas perfectas se escondían cazadores fríos con una inagotable sed de sangre.

──¿Cómo te llamas, cariño? ──Su voz era dulce y melosa, como si todavía se viera tentado a devorarme y echarle la culpa al furia.

Apenas había sentido su chaqueta sobre mis hombros.

──¿No hablas, preciosa? ──La sangre goteó del filo de sus colmillos.

──Levana ──me llamó la voz de mamá──. ¿Dónde estabas?

Cuando volví la mirada, Caín ya no estaba y solo una mancha de sangre sobre la nieve quedó como rastro de su presencia.

Sacudí mi cabeza con nerviosismo.

Hasta entonces presté atención al brindis que realizó el anfitrión Eliseo Karravarath.

──Porque la larga noche nos encuentre juntos a todos. A su salud.

AL FIN.

¿Opiniones del primer capítulo?

Espero les esté gustando tengo muchísimas expectativas con esta novela🫣

En otras noticias, al fin aprendí cómo hacer un mapa así que les dejo uno abajo, y una guía de algunos términos que voy a ir actualizando.

La ciudad, Balderena, está organizada en sectores que les voy a nombrar según su lugar en la novela. Si puedo después subo un mapa con los nombres.

Santa Amerise: centro de la ciudad, donde queda el castillo del rey, se asientan las cuatro casas principales y el clérigo.

Santa Clariel: queda cruzando el río, en la parte sur a la derecha (en el mapa), donde viven las familias de vampiros, las familias humanas que gozan de su protección y el cuerpo militar.

Santa Serafina: es donde viven la mayoría de los humanos. En el mapa en el sur a la izquierda.

Herrsek/Herrsekina: similar al título de Lord, son caballeros vampiros a la cabeza de sus clanes.

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