II: Rosas en el jardín
Los Heming se fueron dos días antes de lo esperado, Dakma estuvo ahí para despedirlos pero no les lloró.
Marie prometió escribirle cada semana y aunque Dakma estaba segura de que lo haría ella no prometió nada, responderle sería fácil, enviar la respuesta no. Marie se conformó con su silencio y se fue con una sonrisa.
Volvió a casa a media tarde y se encerró en su pieza. No recibió a Simon y este le dejó como recompensa por su mal temperamento un recado que hizo cruzar en la ranura de la puerta cerrada de su cuarto.
No era mucho pero la ama de llaves de los Biazi aceptó tenerla.
Dakma debió sentirse victoriosa pero no fue así. Tomó la nota y la llevó consigo a la cama, ahí contó las letras, las palabras.
Contó agujas.
***
Dakma no se aprendió el camino a casa de los Biazi porque Simon no dejó que se concentrara en el paisaje, habló de todo, del clima, de lo horrible que era la primavera y de los modales. Le recordó a Dakma usar los guantes para cubrir sus cicatrices tanto como le fuera posible y no soltarse el paliacate para no molestar a nadie con su extravagante cabello afro.
Llegar a la casa de los Biazi puso fin al arrebato de nervios que estaba haciendo a Dakma perder la paciencia con Simon, quien esperó paciente en el pórtico hasta que un rostro de una mujer mayor se asomó del otro lado para darles la bienvenida.
Hubo un par de saludos apresurados, la mujer desapareció enseguida escaleras arriba y Dakma esperó junto a su hermano a que volviera. Cuando lo hizo ya no estaba sola, una segunda mujer la acompañaba.
Dakma supo destacar la calidad del vestido de algodón que vestía la señora de la casa en cuanto lo vio, así como los zapatos pulidos y las manos que no mostraban nada más que una piel blanca y tersa, perfecta.
Si alguien le hubiera preguntado, Dakma aceptaría que la señora Biazi combinaba con su casa, los ojos verdes en tonos esmeralda hacían juego con las paredes de tapiz que cubrían las habitaciones y su rubio cabello recogido en un tocado iluminaba la estancia como las decoraciones en oro que iban desde bailarinas con tutús extravagantes hasta acabados en los marcos de cuadros que Dakma no se esforzaba por reconocer.
Simon se quitó el sombrero al verla llegar, Dakma no tenía uno de esos así que se quedó parada, siguiendo el análisis de la mujer sobre ella.
—El parecido es sorprendente. —dijo la señora Biazi, tomando asiento enfrente de ambos. —¿Cómo se llama?
Dakma se quedó a medio intento de responder, una nueva voz la cortó con un filo irritante.
No era su hermano.
Él jamás respondería en nombre de ella.
El desconocido se recargó en uno de los arcos de la sala que la unía a un pasillo, Dakma le agradeció poder verlo bien para descargar su odio directamente.
—Edgar. —La señora Biazi se aferró al sillón, Dakma creyó que iba a levantarse para ir con su hijo pero relajó su agarre y se quedó donde estaba. —Volviste temprano. ¿Alaí está contigo?
—Alaí vendrá más tarde, tenía práctica de tiro hoy.
La señora Biazi asintió y señaló a Dakma.
—Ella es la hermana de Simon, trabajará con nosotros a partir de hoy.
—Simione. —repitió Edgar irritando de nueva cuenta a Dakma. —Tiene cara de Simione.
Dakma no tuvo oportunidad de protestar, su hermano le presionó el hombro y se adelantó, hablando con Edgar, mientras la señora Biazi le lanzaba a Dakma una mirada de disculpa antes de dirigirse a su ama de llaves.
—Katy, ¿por qué no llevas a Simione para que empiece? Los chicos tienen sus asuntos y Alaí llegará con Lea dentro de poco así que sus habitaciones ya deben estar limpias. —dijo.
El ama de llaves asintió y le hizo un gesto a Dakma para que la siguiera, ella no tuvo objeciones y avanzó.
Cruzaron el patio hasta un pequeño cuarto que se usaba de bodega y almacén. Ahí recibió instrucciones para limpiar cada cuarto, también para colocar el material. Nada debía perderse y si ocurría tendría que asumir la culpa.
Repetiría lo mismo todos los días, empezando por el cuarto de la señora en el tercer piso, poniendo especial cuidado en cada joya y alhajero, Katy le dejó claro que haría un recuento de las posesiones de la señora Biazi cuando Dakma finalizara su quehacer.
Lo segundo era limpiar el cuarto de la señorita Lea, sin tocar el piano. En el cuarto de Edgar, la misma Katy le indicó no mover nada, dedicándose exclusivamente a las ventanas y el piso.
Para Dakma fue un alivio, no quería tener nada que ver con él.
Del cuarto de Edgar pasaría al de Alaí y de ahí al segundo piso.
Katy dejó de hablar y le entregó el material de limpieza, Dakma sostuvo la cubeta con un trapo húmedo y la escoba. Inhaló profundo, agarrando paciencia antes de entrar a la casa, cuando lo hizo Simon y Edgar habían desaparecido, la única que aún aguardaba en la salita era la señora Biazi, que le hizo un gesto de aprobación mientras Dakma subía las escaleras.
Al fondo del pasillo se escuchaban voces, Dakma reconoció los murmullos ahogados de Simon y la risa estridente de Edgar pero no se quedó a espiarlos, subió una vez más, arribando en el tercer nivel, pintado de esmeralda como los dos anteriores.
Los retratos la veían mientras avanzaba por delante de las puertas cerradas hasta el final, donde empujó con el pie para poder entrar.
Era una estancia mediana, cómoda, con dos ventanales que unían el paisaje de la calle con la tranquilidad de un refugio que Dakma podía envidiar con facilidad.
La señora Biazi tenía un tarro de chocolates sobre el tocador, y su esposo guardaba una colección impresionante de cigarrillos en un mueble que Dakma abrió solo por ver, lo cerró detrás de su mueca de desagrado y empezó a trabajar.
No tuvo que hacer gran cosa porque el polvo ni siquiera se había amontonado lo suficiente de un día para otro, aun así, puso su mejor esfuerzo para no sentirse insuficiente y pasó al cuarto de Lea, después al de Edgar, acabando con más prisa que los dos anteriores.
Al llegar al de Alaí se sentía renovada. Estaba a mitad de camino y eso le daba esperanza.
Tenía una idea de que esperarse; con Lea el orden era impecable y Edgar tenía un sistema similar, aunque amontonaba toda la basura debajo de la cama, complicando un poco la tarea de Dakma para poder sacarla. Sin embargo, con Alaí la cosa se torció y Dakma no supo en qué sentido.
El cuarto no era más grande que los dos anteriores, pero sí más vacío.
Los únicos muebles que ocupaban espacio, además de la cama en una esquina, eran un escritorio y una cajonera con recortes de diferentes ciudades. Dakma no conocía ni la mitad de ellas.
Fuera de eso nada más se interponía en su camino. Había arcos en las paredes, un par de rifles y pistolas de mano. Dakma no las tocó.
Limpió por encima del escritorio, sacudió la colcha y las dos almohadas. Al acabar, Dakma quedó tan vacía como el dormitorio, así que antes de salir optó por hacer su buena acción del día cambiando la rosa marchita que desprendía amargura luego de pasar tanto tiempo atorada en un jarrón de vidrio sin agua, por una que brillara de felicidad y vida.
Un toque alegre no le iría mal al lugar.
Regresó al jardín con esa misión en mente y no volvió a subir hasta haber lavado y rellenado el jarrón con agua, permitiendo que la nueva flor tuviera una mejor vida.
El resto de la tarde la pasó entre muebles y rayos de sol que entraban a la sala del segundo piso por las ventanas abiertas.
El resto de la tarde hubo paz.
Una paz efímera, rota con la llegada de Alaí y Lena.
Dakma escuchó a la señora Biazi recibirlos y después ambos subieron, ninguno reparó en la puerta abierta o en ella, que se asomó curiosa desde el interior, solo para ver sus zapatos caros ensuciar la escalera que acaba de pulir con fuerza y sudor.
Dejó de importarle cuando recordó la paga.
Podía sentir el peso de los dólares y su aroma, ya no centavos a medias, dólares completos.
Sonrió para sí y siguió a frotando el cristal con mayor ímpetu. Terminó a tiempo para escuchar el grito de Katy que interrumpió en la estancia sin esconder su enojo.
En una mano llevaba la rosa que Dakma había cortado y en la otra un frasco vacío. Ambas temblaban debajo de la presión que ejercía sobre los objetos.
Dakma la miró.
—¿Tú hiciste esto? —dijo Katy, levantando más la flor como si Dakma fuera incapaz de verla.
—Sí.
—¿Sabes siquiera lo que acabas de hacer? Tú...
—Está bien Katy. —interrumpió Alaí, poniendo una de sus manos sobre las de Katy, quien retrocedió enseguida, volteando hacia Alaí como si fuera la primera vez que lo veía y Dakma no podía entender por qué.
El niño, porque todavía era uno, era la copia de su madre y de su hermano. Escuálido hasta los huesos y con unos enormes ojos verdes que se enfocaron en Dakma como una polilla enfoca la luz en una habitación obscura.
Alaí no hizo más que verla y Dakma experimentó la desnudez estando vestida, experimentó la profundidad de una mirada que buscó sus ojos antes que su cuerpo o su anormal cabello, oculto debajo de una pañoleta abultada.
—¿Tú pusiste la rosa?
Dakma asintió. Incapaz de hablar, incapaz de retroceder.
Alaí le sonrió, una sonrisa enorme y llena de sol, calurosa y viva.
—Gracias. Espero que lo sigas haciendo.
—Pero... —Katy no salió de su expresión confusa, después horrorizada. —Usted mismo dijo...
—Devuélvela a mi habitación. Cometí un error. —Alaí hizo un gesto que Dakma no supo identificar y se marchó.
La soledad de esa tarde fue demasiada, Dakma no supo recomponerse luego de estar tan cerca de la muerte y, al mismo tiempo, del sol.
***
Esa noche tuvieron una cena de verdad, no un poco de sopa fría, cortesía de la vecina, ni un pan con mermelada, una cena caliente, con ingredientes de sobra y un poco de té que Simon compró de regreso a casa.
Dakma no preguntó por el dinero, se quedó callada y ayudó a su hermano a cargar las compras de regreso a casa.
Hablaron mientras cocinaban. Dakma no recordaba la última vez que estuvieron charlando por tanto tiempo sin una discusión estúpida de por medio. Había olvidado lo mucho que Simon podía reír, su gusto estúpido por los autos y por el picante.
Dakma lo escuchó decir cosas absurdas y también lo escuchó hablar de su primer día en casa de los Biazi, cuando aún era más pequeño, menos rápido y menos seguro de sí.
—Tenía miedo. —Le confesó Simon, vaciando las últimas rebanadas de zanahoria a la olla. —Katy siempre ha tenido ese porte imponente, pero entonces yo era más pequeño y la veía alzarse sobre mí como una horrible pesadilla. Aunque tuve suerte, a diferencia de ti no fui a las cocinas, eso me alejó de ella tiempo suficiente para que me acostumbrara a su silencio. Es aterradora. ¿No?
Por darle la razón a su hermano Dakma estuvo a punto de asentir, entonces el recuerdo de Katy entrando a la sala esa tarde la detuvo.
Katy era alta, Katy era serena, Katy estaba aterrada. Temblaba mientras sostenía una flor recién cortada, Dakma la vio titubear y luego tropezar con las palabras, se dio cuenta de la rigidez de su cuerpo ante la presencia de un niño cuyos ojos revelaban una dulzura peligrosa.
Ella misma estuvo en peligro al tenerlo delante, tan dispuesto a hacer estallar un mundo si eso le permitía seguir recibiendo flores.
Simon giró a verla cuando su pregunta quedó mucho tiempo en el aire, cada vez más alejada de una respuesta.
—¿Dakma? —Inquirió, acariciando el cabello de su hermana. —¿Todo en orden?
—¿Cuántos años tiene Alaí?
La mano de Simon que estaba sobre su cabello se alejó.
Ahí estaba otra vez, el miedo y la rigidez.
Simon volvió a la olla y Dakma no le reprochó por hacerlo, dejándola a ella en un segundo plano.
—¿Por qué te interesa Alaí? —dijo Simon tras unos minutos, apagando el guiso para darse la vuelta por segunda vez. —¿Te hizo algo? ¿Te lastimó?
Había fuego en los ojos de Simon, Dakma se apresuró a responderle, evitando que esas llamas pasaran a forjar un incendio irreversible que los quemaría a ambos, y a Alaí.
—No. —Dijo y los hombros de Simon perdieron tensión. La recuperaron enseguida con la segunda intervención de Dakma. —Ocurrió algo extraño hoy. Con Katy, Alaí y una rosa.
Simon soltó una maldición y asintió, Dakma lo tomó como un permiso para seguir, pero como no tenía nada más que agregar permaneció callada.
—¿Y ya? —Simon la repasó de arriba abajo varias veces y como si no fuera suficiente para asegurarse de que estaba bien la tomó del brazo para analizarla de cerca. —¿Segura que no te lastimó?
—No. —Dakma Alzó la barbilla y fijó su atención en Simon. —¿Por qué iba a lastimarme?
—Porque Alaí es Alaí.
—¿Y eso significa?
—Que es el único hijo del señor Biazi con la señora. Lea y Edgar son hijos del primer matrimonio de ella, pero a él no le importó darles un apellido con tal de casarse con ella. Alaí es su hijo de sangre, su heredero, su todo. ¿Lo entiendes? En la casa Biazi hay dos varones pero solo es Alaí quien importa. Para el señor, Alaí es un seguro, no un hijo, para su abuela no era así. La madre del señor Biazi quería a Edgar y a Lea, pero Alaí fue su preferido y esa rosa... Esa rosa, Dakma, fue lo único que él pudo guardar de ella. Durante sus visitas se quedaba a dormir en el cuarto de él y la última vez dejó su rosa. Falleció a la semana siguiente cuando regresó a la capital. Alaí no había movido esa flor desde entonces.
—Sigue sin tener sentido. ¿Por qué iba a lastimarme por una rosa?
—Viste a Edgar —dijo Simon, tomando el primer plato para servir la comida que a Dakma le reabrió el apetito. —, viste la facilidad con la que hizo a su madre ceder al cambiarte el nombre. No es hijo biológico del señor Biazi y aún así tiene un poder persistente en la casa, en los negocios de la familia y en Katy. Pues nada de eso llega a la mitad de lo que es o tiene Alaí. Incluso para alguien como Edgar, alguien a quien se le da mejor dar miedo que tenerlo, es capaz de sentirlo frente a su hermano.
Dakma hizo un gesto al recibir el plato de comida, no estaba segura si era por la desaprobación a los privilegios de un niño mimado o por el calor que manaba del vidrio, haciendo que sus manos sufrieran hasta liberarse del peso en la mesa.
Se volvió hacia su hermano por el segundo plato y esperó hasta que ambos estuvieron sentados para volver a hablar.
—¿Así que es un instigador y un bruto violento por naturaleza?
Simon se atragantó con el caldo y terminó tosiendo de lado, agachándose debajo de la mesa para no salpicar nada. Al volver a erguirse la mirada de Dakma le arrancó una carcajada sincera.
Se bebió de un jalón su vaso de agua y sacudió la cabeza.
—Alaí no es ningún instigador a nada. Es más bien indiferente. Edgar es el instigador, él te golpearía solo porque le dieron ganas de hacerlo. Alaí no. Él no actúa por placer, pero sí por consecuencia. Si golpeas primero entonces va a reaccionar, pero no con un golpe. Por ejemplo, si le lastimas la mano él te romperá la tuya, si le golpeas la cara, mínimo te partirá la nariz. ¿Viste su colección de armas? —Dakma asintió. —No ha usado ninguna para cacería y su padre sigue igual de orgulloso porque en sus entrenamientos no ha fallado más de diez tiros.
Dakma no había tenido oportunidad para sostener un arma, menos para conseguirla, pero se prometió a sí misma que si en algún momento llegaba a disparar, no fallaría más de cinco tiros.
Si Alaí era bueno ella tendría que esforzarse por ser mejor.
No. No bastaba con ser mejor que alguien.
Ella sería la mejor de todos.
Con eso en mente se bebió el resto del guiso, ignorando el vapor que salía de la comida, ignorando a su hermano que le advirtió que tuviera cuidado. No supo si se refirió a la comida o a los Biazi, o a Alaí.
Estaba harta de ser quien tuviera cuidado y anhelaba que alguien empezara a tener cuidado, si no de ella, entonces de lo que era sería capaz de hacer.
Las agujas volvieron esa noche, solo que ya no las usó para contar, sino para defenderse.
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