29. La tercera

Al día siguiente, Rosa continuaron atentas por si aparecía alguien. Estaban seguras de que funcionaría y que lo haría genial. A medio día llegó el coche que les traía la comida y de él no bajó sólo la repartidora con las bolsas de papel, también una chica muy joven en vestido azul oscuro y con una maleta.

–Espero que no os importe que, aparte de la comida, os haya traído a esta chavala –dijo la repartidora acercándoles las bolsas al porche–. Ha leído vuestro anuncio de la Residencia, estaba en nuestro restaurante y ha preguntado si podía traerla.

–Genial, muchas gracias –contestaron Rosa tendiéndole un montonazo de billetes–. Por la comida, la propina y la carrera como taxi.

–A-Ah... gracias... no hacía falta lo de la carrera... –balbuceó la repartidora.

–Claro que sí, para la próxima vez que se te rompa una muela y el seguro no lo cubra, para que no te quedes sin vacaciones.

La repartidora aceptó el dinero y parpadeó aturdida porque conociera el estado de sus molares, agradeció de nuevo y regresó al coche como si caminara en una nube.

–¿Cómo has sabido lo de la muela? –se extrañó Chispas.

–Se nos da bien conocer los deseos de la gente, más cuando vienen con todas sus esperanzas puestas en conseguir la propina.

Mientras tanto, la chica de la maleta no se había movido del sitio y las miraba, pero no directamente.

–Hola, ¿vienes a alojarte en la Residencia? –fueron a preguntarle Rosa–. ¿Cómo te llamas?

–Balt. De... Cobalto.

–Bonito nombre, como tu pelo –apreciaron haciendo referencia a las dos mechas azul intenso que Cobalto lucía a la altura de las orejas.

–Gr-Gracias, es teñido –contestó la chica y puso cara de arrepentirse al momento de lo que había dicho y avergonzarse mucho.

–Nosotras somos Rosa –se presentaron tendiéndole la mano.

Cobalto se la estrechó, parpadeando aturdida como toda la gente que hablaba con la humana endemoniada.

–¿Entonces vienes a alojarte? –continuaron preguntando sonrientes.

–Eh... bueno...

–Claro, primero querrás ver el sitio. Ven, tenemos una habitación en la torrecilla esa –señaló una de las esquinas delanteras de la mansión–. Tienes cara de gustarte vivir en tu propia torrecilla.

–Mmmh, sí... –murmuró Cobalto cargando con su maleta dentro de la casa.

–Tenemos un poco de jaleo por aquí porque estamos de reformas –explicaron, siendo muy eufemísticas, encendiendo luces rosas a su paso–. Pero mira qué bonita es tu habitación –anunciaron abriendo una puerta cochambrosa.

Milagrosamente, al otro lado había un dormitorio completo, limpio y arreglado, aunque sospechosamente rosa.

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Mmmmhhhh, ¿un cuarto enteramente rosa? ¿Localizado en la torrecilla? ¿En esta época del año?

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